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«Papá, quiero ser escritor.» «Pero hijo, ¿tú estás tonto?»

«Papá, quiero ser escritor.» «Pero hijo, ¿tú estás tonto?»

Ya sé que nadie me pidió que me hiciese escritor. Fue decisión mía y además mi padre me advertía de que era una equivocación. Sé también que mucha gente está peor, por ejemplo los poceros o los inmigrantes que recolectan la fresa en Andalucía (sobre todo las inmigrantes). Sé también que es un privilegio dedicarte a lo que te gusta, entregarte a un trabajo creativo, no tener jefe, que te inviten a países que si no fuese en tu calidad de escritor quizá no conocerías. Lo sé, en serio, sé todas las ventajas de las que disfruto gracias a mi trabajo. Sin embargo, todos tenemos derecho a quejarnos. Yo procuro no hacerlo, pero por una vez voy a permitírmelo. Pero no me voy a quejar de mi trabajo, ni siquiera de lo mal pagado que está (ya digo, nadie me mandó ser escritor y, sobre todo, tenía el privilegio de poder haberme dedicado a otras cosas; hay quien no puede elegir y entonces tiene todo el derecho a quejarse de su escasa remuneración).

De lo que voy a quejarme es de la falta de respeto al trabajo de los escritores, que se traduce en una cuestión muy práctica: no que te paguen poco, sino que pretendan que trabajes gratuitamente. Ejemplos:

1. Todo escritor (salvo quizá Vargas Llosa y un par de ellos más) recibe con regularidad solicitudes de colaboraciones gratis en revistas y periódicos. A veces ni siquiera se molestan en justificar la ausencia de honorarios, otras lo hacen señalando que te dan visibilidad al publicarte. Un error en el que he incurrido es responder, con cierta arrogancia, que soy yo quien da visibilidad a su revista con mi trabajo. Error porque la respuesta podría ser: perfecto, el beneficio es entonces mutuo. Y, para que veas que es un intercambio justo, pueden pretender seducirte con el argumento —hace poco me sucedió—, de que la suya “es una revista literaria muy leída” en tal o cual país, al parecer sin ser conscientes del oxímoron que entraña la expresión “revista literaria muy leída”. Pero lo que a menudo pasa desapercibido es la diferencia fundamental entre quien te pide el artículo y tú: él o ella recibe un salario, tú no (sobre los casos en los que no es así hablaré más tarde.)

"Qué menos que trabajar una semana gratis si se recompensa así tu ego"

2. ¿No habéis acudido a festivales literarios en los que tenéis la impresión de que los únicos que no cobráis sois vosotros? Y con vosotros no me refiero a todos los escritores, sino sólo a aquellos que no habéis alcanzado el brumoso estatus de canónicos. Porque os aseguro que Coetzee y Ford sí cobran. Ya sé, la visibilidad que te aportan, la venta de libros (¿veinte, treinta?), la posibilidad de que surjan nuevas invitaciones… sin remunerar.

3. Te ofrecen ser miembro de un jurado literario en el que no pagan; lees de cinco a diez manuscritos, que suponen un mínimo de treinta horas de trabajo. Pero ¿no es un espejo de tu prestigio que te consideren suficientemente importante para ser miembro de ese jurado? Qué menos que trabajar una semana gratis si se recompensa así tu ego.

4. Te piden un prólogo para el libro de otro autor, pero no te ofrecen honorarios. Es un favor entre colegas.

5. Como lo es presentar gratis el libro de otro. Hoy por ti, mañana por mí. Algunos libreros han empezado a cobrar por ceder su espacio para presentaciones. ¿Lo haremos algún día los escritores? Ese día se acabarán las presentaciones de libros (lo que quizá tampoco sea una gran desgracia).

6. Un suplemento cultural te pide que respondas a un cuestionario o que escribas unos renglones sobre tal o cual asunto. Eso se lo piden a varios escritores, con lo que rellenan dos o tres páginas del suplemento. A ellos no les cuesta nada, a ti tu tiempo. Sí, los suplementos culturales están luchando por la supervivencia, viven tiempos de penuria, pero a veces me pregunto si esa banalización de los contenidos no contribuye a ello.

"Ahora también debes hacer de hombre/mujer anuncio, de forma abierta, sin subterfugios"

7. Te piden que cojas una cámara (el móvil, porque tienes cámara en el móvil, ¿no?) y grabes uno o dos minutos presentándote, o diciendo por qué es maravilloso el festival al que te han invitado, o que digas algo divertido para atraer a los lectores. Ya no basta con que uses las redes, con que estés presente, disponible, cercano, que seas familiar, abierto, simpático, que comuniques con los lectores, que vendas bien tu producto. Ahora también debes hacer de hombre/mujer anuncio, de forma abierta, sin subterfugios, como cuando te piden en una entrevista que convenzas a los lectores dándoles razones por las que deben leer tu libro.

8. Te invitan a presentar tu libro en tal o cual ciudad, sabiendo que no es la tuya de residencia, pero ya te advierten que no pueden pagar desplazamiento ni hotel. Más interesante: te invitan, desde otro continente, a un festival literario, pero te indican que sólo pueden hacerse cargo de los desplazamientos dentro del país. Más interesante aún: lo mismo que en el anterior, y además te indican que no pueden hacerse cargo de ningún gasto. Son casos reales, no me los estoy inventando.

9. A veces sí te van a pagar honorarios por un trabajo, solo que lo descubres más tarde porque a quien te hace el encargo le parece que es un tema secundario al que no hay que rebajarse, como si fuese insultante para un escritor tratar de asunto tan sucio. Por eso eres tú siempre el que tiene que preguntar: ¿Podría decirme cuáles son los honorarios previstos?

Casi todos contribuimos a ONGs, y algunos consideramos algunos proyectos culturales como tales. Hay proyectos culturales en los que nadie cobra, se hacen, literalmente, por amor al arte. Yo tengo el derecho y la libertad para regalar un cuento o un artículo, por ejemplo a una revista que atraviesa dificultades y que me parece importante que sobreviva. O a alguien por quien profeso gran simpatía. O porque me han hecho un gran favor. Pero eso no significa que se espere de mí que lo haga. Puede parecer que soy un escritor particularmente ávido de dinero. No es así: a menudo se me olvida preguntar por los honorarios, me embarco en proyectos porque me parecen interesantes, hago voluntariamente trabajos gratis. Pero en los últimos años me he ido volviendo sensible a los asuntos de dinero, quizá porque también me he dado cuenta de que reflejan el valor de lo que haces en la percepción ajena. Por eso aprecio que inmediatamente me indiquen lo que se espera de mí y los honorarios previstos. Esta situación también se da, claro, y por eso, mal que bien, vivo de mi trabajo. De lo que hablo no es de la situación general, sino de la conciencia de una degradación.

Mientras escribo este texto recibo una solicitud de un cuento para una editorial de Miami. En ningún lugar del amable mensaje aparece si está previsto el pago de honorarios. Si me interesase, tendría que preguntarlo yo. Por suerte, no me interesa.

"A ningún escritor se le ocurre escribir a los organizadores de un festival literario para pedirles que graben un vídeo en el que alaben lo útiles e instructivas, lo maravillosas que fueron las intervenciones de dicho escritor en dicho festival"

El mismo día me llega el recordatorio de un festival literario de que no les he enviado una palabra que describa el festival y una definición pensada por mí de dicha palabra. Me subrayan en amarillo que quieren que TODOS los que hemos participado alguna vez en el festival hagamos nuestra contribución.

A E. le escriben de un sindicato histórico que va a celebrar una gran fiesta y le proponen que dé una conferencia de una hora. ¡De una hora! Honorarios previstos: cero. De verdad, un sindicato, que defiende los derechos de los trabajadores, cero honorarios por una charla que le llevará varias horas preparar, más un día para desplazamientos y estancia.

Es cierto, resulta muy difícil sacar adelante un festival literario, un suplemento cultural, una editorial, cualquier proyecto relacionado con la escritura; todos tenemos que aportar nuestro granito de arena. Todos estamos en el mismo barco. Tenemos que remar juntos. El sector atraviesa aguas revueltas y necesitamos apoyarnos mutuamente los que en él navegamos. Pero a ningún escritor se le ocurre escribir a los organizadores de un festival literario para pedirles que graben un vídeo en el que alaben lo útiles e instructivas, lo maravillosas que fueron las intervenciones de dicho escritor en dicho festival. Ni le pedimos a los directores de un suplemento cultural unas cuantas frases para poner en nuestra próxima cubierta. ¿Por qué? Porque somos conscientes del valor del tiempo ajeno.

Por cierto, quizá alguien se pregunte si me pagan por esto que está leyendo. La respuesta es no. Cuando empecé a colaborar con Zenda acordamos que me pagarían las reseñas, crónicas y entrevistas, pero no el blog, que de todas formas yo llevaba de forma no venal en mi propia página web. Como en la buena literatura, dejo que las conclusiones las saquen los lectores.

"La cultura está dominada por los medios de distribución, no por quienes aportamos los contenidos"

Aunque también podemos verlo todo desde otra perspectiva, ajena a quejas y heridas de los escritores: el mercado ofrece siempre un reflejo realista de la relación de fuerzas. El director o directora de un suplemento cultural, de un festival literario, de una feria del libro, de una revista, de un periódico, sabe que hay miles de escritores deseando ser acogidos en su espacio. Hay unos pocos tan famosos que pueden volver dicho espacio particularmente atractivo, pero los demás son casi intercambiables. Y te están ofreciendo a ti, escritor de la clase media, la posibilidad de vender tu producto, que sí, es original, único, pero no tan valioso como para no poder cambiarlo por otro. Entonces, ¿además esperas que te paguen? ¿No deberías pagar tú por ser el elegido? Igual que cuando hay una gran oferta de mano de obra los salarios bajan, al haber pocos espacios para mostrar tu trabajo intelectual (por ejemplo, las páginas de cultura en la prensa son cada vez más exiguas), parece lógico que sólo los escritores más famosos, los que servirán de cebo al público, reciban un salario conveniente. En la industria es igual. Y en la agricultura. Quienes realizan la producción (agricultores, obreros) no son los mejor pagados. Y la cultura está dominada por los medios de distribución, no por quienes aportamos los contenidos (igualmente hay periodistas a los que no pagan sus colaboraciones).

Ya. Veo el paralelismo. Pero será que no me resigno a que la cultura sea un producto como cualquier otro. Y, sobre todo, no me resigno a que se desprecie de tal manera mi trabajo que ni siquiera se considere que merece una remuneración.

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