«Esto no es un reportaje, ni una crónica». Jesús Ruiz Mantilla deja clara su intención en la primera página de su novela Papel (Galaxia Gutenberg). Pero matiza: «Aunque puede que acabe como ambas cosas a la vez, por ahora se trata de un testimonio íntimo y doliente, vivo y lleno de esperanza». Y aclara, a través de la voz del narrador: «Deseo que se tome como el relato de lo que hemos sufrido, gozado, defendido. De lo que hemos visto derrumbarse; de lo que otros, a partir de ahora, deben volver a levantar».
El autor, veterano periodista de El País y buen conocedor de los pormenores de la redacción, juega con el lector. ¿Qué es verdad y qué es ficción? Debemos deducirlo. Sí sabemos que los personajes «todos son reales —asegura el autor, a veces convertido en narrador—, todos existen, han existido y existirán. Pero no desearía mostrarme más indiscreto de lo que ya, de por sí, soy». Aun respetando la discreción, es difícil no rendirse a la tentación de identificar a los periodistas descritos en la novela.
Nos encontramos en la redacción de El Plural, un diario de pasado glorioso que ahora padece todas las calamidades de la profunda crisis del periodismo. El narrador nos describe la redacción como «ese hábitat donde bregábamos, nos sacábamos los ojos, nos apuñalábamos de frente y por la espalda y nos adorábamos al tiempo». Pero, a la vez, no puede evitar un recuerdo más cariñoso que nostálgico: «Ese lugar con pulmón propio en el que a cada paso dejábamos a un lado las rencillas, los mosqueos, los malos rollos y construíamos algunos días, en pocas horas, una obra maestra efímera.»
Rugama, así se hace llamar el narrador, reconoce que «una redacción rebotada» se convierte en un «nido de víboras». Pero el editor va más lejos en su diagnóstico, con palabras que todo aquel que haya vivido en un periódico ha oído alguna vez en boca del empresario, para el que la culpa de todos los males siempre recae en los periodistas: «Esta es una redacción enviciada, malcriada, atolondrada, anquilosada. Y muy soberbia».
Vivimos, según proclama uno de los personajes, «la historia incierta de un periódico y un oficio que naufraga, como síntoma de la crisis total en que se encuentra nuestra civilización». El momento presente no puede ser más aciago. El periodismo se enfrenta a «la guadaña de doble filo de los despidos y de la censura». El Plural se encuentra en pleno ERE, del que sólo se salvan los jóvenes y los dóciles. Y se ve también obligado a someterse a los poderes políticos y económicos para sobrevivir. El director independiente, David Lucas, está a punto de ser cesado y le pregunta al editor y presidente, Cimarro: «¿Hoy en día son los políticos los que deciden realmente quiénes dirigen los periódicos?». Todo indica que a muchos sí.
Rugama describe la penosa situación. «Los bancos no perdonaban y para apaciguarlos [el editor] debía mantener de su lado el poder político y económico sin que la élite sufriera demasiados quebraderos de cabeza, empezando por el Gobierno de turno». Y en esa tesitura, explica que «muchas veces, más de las deseables, casi por norma, había que renunciar al periodismo en favor de la mera comunicación. Y eso, en una redacción acostumbrada a ser incómoda, que había labrado su prestigio poniendo en jaque a gobiernos y poderes de otros ámbitos, no casaba bien».
Las continuas llamadas airadas de la vicepresidenta, Sandra Marañón (estamos en época conservadora), parecen demostrarlo. De hecho, llevan al editor a sustituir al director incómodo por otro «más razonable». Esta grave decisión, tomada en aras de salvar el periódico, es letal. El nuevo director, un tal Santillán, y los suyos eran «un escuadrón de certezas y eso es lo más dañino que le puede ocurrir a un periódico.»
¿Y eso qué supone en un periódico tradicional que intenta adaptarse a los nuevos tiempos? Según Rugama, esa sumisión a los poderes ajenos implica que «ya no somos un periódico; nos hemos convertido en una compañía de relaciones públicas, un soporte de eventos. ¡Con el Ibex 35! Manda huevos. Hace diez años no se notaba tanto. Pero ahora, con todos los medios digitales y alternativos que van surgiendo, nos sacan los colores a diario».
Eso nos lleva a la gran decisión a la que se enfrentan hoy los periodistas. ¿Hemos de mantener los firmes principios de los llamados legacy papers o hemos de someternos a las con frecuencia frívolas artimañas de los digitales? «Deberíamos reflexionar —propone el narrador, tal vez el autor— sobre qué diferencia a unos de otros, más allá de que la tinta y la celulosa hayan jugado un papel fundamental en su composición. Les separa, a mi entender, el prestigio. No debemos pasar por alto el hecho de que en los últimos tiempos no hemos guardado demasiado las esencias de nuestro oficio. La penuria destrozó la independencia; con ella cayeron algunos principios fundamentales. Y eso se paga».
Independencia, fiabilidad, rigor… principios sagrados que con frecuencia no hemos respetado. Nadie está libre de culpa. «¿Quién se fía —se pregunta— del desprestigio que han sufrido en el siglo XXI las más dignas cabeceras de periódicos en el mundo, cuando hemos cometido todos los pecados e infringido demasiadas normas?».
El problema no se encuentra solo en los periódicos. Es un problema que va más allá. Estamos en un mundo dominado por una «fábrica de mentiras globales» que lleva a contraponer «la credibilidad del periodismo frente a la credulidad de la sociedad actual».
La lucha por la supervivencia del periodismo de calidad que encarnaban los periódicos en papel acaba siendo titánica, pero infructuosa. «Los nuevos canales de información nos han pasado por encima —reconoce— y hacen su negocio con el dominio de los datos y las campañas en tromba de pura desinformación. Pero sus ventajas, su comodidad de acceso, su preponderancia, la audacia que sus inventores nos han contagiado como si un teléfono representara esa ilusión de necesidad irrenunciable, han arrasado los viejos soportes y dado alas a los bulos y la confusión hasta conducirnos al infierno imaginado por Kafka…».
La penosa situación lleva a los editores de El Plural a prescindir de la edición en papel y convertirse en un diario sólo digital. Como si de un responso corpore insepulto se tratara, el narrador entona un canto lírico en honor a una forma de periodismo que ha pervivido durante cuatro siglos. «Temíamos que —se lamenta—, a partir de entonces, el objeto de nuestra pasión, de nuestras vidas, perdiera el sentido del tacto y del olfato. En su dimensión concreta y metafórica. Uno se pringaba con la tinta húmeda sin fijar y blandía una serena o terrible música, según, en el baile de pasar páginas. El otro penetraba en nuestros pulmones a golpe de sus componentes químicos, a veces repelentes, pero casi siempre adictivos».
A pesar de todo, el veterano Benjamín Sarabia, protagonista de esta historia, no se rinde. Explica la única forma de salir del hoyo a la joven periodista Luz Perea, «un perfil con dominio de las herramientas de los nuevos tiempos y un instinto propio de los más veteranos»:
«—Nos hemos alejado demasiado de nuestra esencia, Luz. Necesitamos bombardear de alguna forma al lector con cosas de calado, que den que hablar y hagan ruido, si queremos recuperar pronto su confianza. Han huido de nosotros en estampida. Con razón. Necesitamos, poco a poco, que vuelvan. Para eso no tenemos opción: ante la duda…
—…Periodismo…», corrobora la chica, recogiendo el testigo.
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Autor: Jesús Ruiz Mantilla. Título: Papel. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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