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Paquita la del Barrio, bienvenida al Olimpo

Paquita la del Barrio, bienvenida al Olimpo

A finales de los años ochenta del siglo pasado se hizo popular entre las mujeres de la progresía mexicana asistir a un antro de la calle Zarco en la colonia Guerrero para darse un baño de feminismo salvaje, algo así como gritarle a los hombres a la cara que eran unos inútiles, cobardes, mantenidos, impotentes, cucarachas gachas y ratas de dos patas. Recuerdo haber asistido una noche a ese antro y ver cómo grupos de mujeres chillaban a voz en cuello desde sus mesas las canciones que Paquita la del Barrio dispensaba a la concurrencia con el temple de una diosa oronda que sin aspavientos despachaba un espectáculo que en cada tema provocaba una catarsis en aquellas señoras que copa tras copa, botella tras botella, se limpiaban el alma contagiadas por la rabia y la enjundia que les transmitían las letras que la gran dama vestida de largo y lentejuelas entonaba en la pequeña pista en el centro de la sala. Todas, arrebatadas, aplaudían, exorcizando demonios, buscando mitigar una decepción amorosa, mentando madres a los traidores o simplemente escupiendo al aire una ira que se les revolvía en las tripas cada vez que Paquita fruncía el ceño para atacar unos estribillos que recordaban a la concurrencia quién era quién en el juego del amor:

Y no canto de dolor.

Yo no busco quien me quiera

ni pretendo financiera

que me avale lo que soy (…).

Ay, me decepcionaste tanto

que ahí te dejo un cheque en blanco

a tu nombre y para ti.

Es por la cantidad que quieras.

En donde dice desprecio

ese debe ser tu precio

y va firmado por mí.

Poco después, doña Paquita se hizo muy famosa y comenzaron a lloverle contratos para cantar fuera de aquel antro de la Guerrero donde había nacido su mito, engrandecido por mujeres de toda clase y condición que cuando la escuchaban sentían de inmediato una identificación absoluta que iba más allá de la aprobación de lo que cantaba:

Tú, que me dejabas

yo, que te esperaba.

Yo, que tontamente

siempre te era fiel,

desgraciadamente,

hoy fue diferente.

Me topé con alguien

creo que sin querer.

Tres veces te engañé:

la primera por coraje,

la segunda por capricho,

la tercera por placer.

Y después de esas tres veces

no quiero volverte a ver.

Francisca Viveros Barradas, Paquita la del Barrio, falleció la semana pasada a los 77 años en su natal Veracruz. Quienes estuvieron cerca de ella la describen como una mujer de pocas palabras, que decía haber ganado más aplausos que dinero. A doña Paquita no le gustaba que la encasillaran y rechazaba ser icono del feminismo; le daba igual que la llamaran guerrillera del bolero, reina del pueblo o defensora de las mujeres. Doña Paquita había llegado a la Ciudad de Mexico a finales de los años 70 y, junto con su hermana Viola, formó un dueto, Las Golondrinas, que cantaba rancheras, pero una década después cada una siguió su rumbo y la enjundia de doña Paquita la llevó a encontrar un estilo propio cantando temas que escupían a la cara de los hombres su decepción, su despecho, su coraje, como tantos temas del repertorio vernáculo mexicano habían hecho con las mujeres. Así fue creciendo su popularidad. Acostumbrada a cantar con Viola y habiendo decidido separarse, doña Paquita se retira temporalmente de la música y pone una pequeña fonda donde vende antojitos mexicanos. Luego, junto con su esposo, se dedica a hacer banquetes y comidas para fiestas. En 1978, después de reunir algún dinero, compra un terreno en la colonia Guerrero, donde a falta de recursos para emprender una construcción formal, entre lonas, edifica lo que fue el restaurante llamado Casa Paquita. Y de repente se le ocurre la idea de pasar variedades y empieza a cantar como solista. En 1984 graba su primer disco. Ella misma lo pagó con sus ahorros, porque sabía que no siempre se corría con la suerte de que en una disqográfica aceptaran la imagen de una mujer que no fuera exhuberante y con grandes encantos, aunque se tuviera talento. Este fue el caso de Paquita, que tocó muchas puertas sin lograr que se abrieran al primer intento. La persona que la bautizó como Paquita la del Barrio, para grabar con la discográfica Musart, fue Emilio Jimenez, director de su primer LP, titulado El Barrio de los Faroles. Y es por entonces, el 20 noviembre de 1985, cuando le llega una gran oportunidad: acudir a su primer programa de televisión: un matutino llamado Hoy mismo, conducido por el periodista Guillermo Ochoa. Interpreta  la canción “Lámpara sin luz”:

Eres

una brujula sin rumbo,

un reloj sin manecillas,

una biblia sin Jesús.

Calles las conoces metro a metro

y bajo ese pavimento

tienes una tumba y la cruz.

Cuentan que después de salir de los estudios regresó en el Metro, definiendo poco a poco la fama que brinda la televisión, pues desde ese momento la gente le hacía mención de que la habían visto en el programa. A partir de entonces advierte que a dos manzanas de su negocio se forman filas larguísimas de gente que espera entrar a verla cantar. Su lugar se transforma en un punto en el cual lo mismo pasa gente del pueblo, un sector popular de los barrios con el que empiezan a mezclarse políticos, escritores, pintores y sobre todo artistas de la farándula de la época: Lucha Villa, Amparo Montes, La Tariácuri, Yolanda del Río, Chelo Silva, Daniel Santos, Silvia Pinal, y más tarde Verónica Castro, Ana Gabriel, Cristian Castro, Salma Hayek, Carmen Salinas, incluso Joaquín Sabina y en una ocasión el mismísimo Luis Miguel, que pasó a saludar a Paquita. Allí nace la famosa frase: “¿Me estás oyendo, inútil?”. Pues se dice que una ocasión en que su marido llevaba dos días sin llegar a casa, mientras Paquita se encontraba pasando la variedad, lo vio entrar y se le salió decirle desde la pista en tono interrogativo: “¿Me estás oyendo, inútil?”. El público la ovacionó. Desde ese momento fue una de las frases más célebres de su carrera, aunque la propia Paquita contaba que no hacía canciones en contra de los hombres. Su cuestión era puro despecho. A doña Paquita sus dos maridos le habían roto el corazón. Se dice que uno la pegaba. Y que el otro, después de que un detective que doña Paquita había contratado porque algo olía mal y le encargó que lo siguiera, descubrió que la engañaba. En 1995, después de estar 25 años con Alfonso Martínez, supo que su esposo tenía una amante desde hacía 15 años, que llevaba una doble vida e incluso tenía una hija secreta de 15 años. Fue un duro golpe, una angustia que la motivó a cantar aún con más dolor y sentimiento. Doña Paquita lloraba pero su música triunfaba cada vez más. En 1992 visita España, país al que regresará consecutivamente una decena de veces más. En la discografía de Paquita la del Barrio se acumulan 33 discos grabados con acompañamiento de banda, trío, sonora, grupo norteño y mariachi, de los cuales se han vendido más de 20 millones de copias. Entre sus temas más famosos destacan “Tres veces te engañé”, “Rata de dos patas” , “Las rodilleras”, “Las mujeres mandan”, “La última parada”, “Me saludas a la tuya”, “Soltero maduro, chiquito”, “Hombres malvados”, “Que me perdone tu perro” y “Viejo rabo verde”, entre otros. En enero de 2021, el partido Movimiento Ciudadano la convenció para que se metiera en política. Quería “ayudar a la gente, en especial a las mujeres”, declaró ella misma. Perdió esas elecciones, pero doña Paquita siguió siendo símbolo de las mujeres. Recordaba “épocas donde el hombre se sentía muy fregón”, pero ahora, afirmaba, “les estamos dando clases” y, aludiendo a sus canciones, lanzaba: “¿No que no tronabas, pistolita?”, “¿Me estás oyendo, inútil?, “Me saludas a la tuya” y “Bueno para nada, pa’ puras vergüenzas”. Al final se retiró a su Veracruz natal debido a una serie de padecimientos físicos, hasta que se apagó su voz. Y Francisca Viveros, Paquita la del Barrio, volvió a Casa Paquita, a su barrio en la Ciudad de México, donde le han rendido un gran homenaje y ha sido despedida con honores. Ahora los dioses la acompañan.

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Ana
Ana
1 mes hace

Me ha parecido un artículo increíble como todos los de Carlos Rubio Rosell, siempre interesantes.

Óscar Ramiro
Óscar Ramiro
1 mes hace

Carlos Rubio, como siempre, un grande de la comunicación.

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