Guardo con mucho cariño una edición del Edipo Rey de Sófocles, publicada por el CSIC, que me dedicó Luis Alberto de Cuenca tiempo ha. Ya conocen la historia: una terrible epidemia de peste se cierne sobre Tebas, y su rey, Edipo, decide perseguir un crimen, detonante de la enfermedad que, por castigo, los dioses han desatado. El asesino termina siendo, en terrible paradoja, él mismo. Sus tres verdades lo destruyen por dentro: asesinato, incesto, mentira. En la edición de Consejo, del texto de los investigadores se desliza que la tragedia de Sófocles tiene un sustrato existencialista: Edipo busca la verdad, porque gracias a esa búsqueda camina. La comunidad que ahora se confina, esa a la que pertenecemos usted y yo, tras unas semanas de terrible incertidumbre, de asquerosa búsqueda, por fin ha encontrado, como Edipo, la verdad: esta pandemia ha llegado, cuenta sus muertos por miles, y la única manera de detenerla es permanecer en casa rompiendo la cadena de contagio.
Estas tres verdades son difíciles de digerir, como las tres verdades de la célebre obra, y lo nuestro nos ha costado, en semanas y en vidas. Durante días abundó el alarmismo, con artículos crudos, fatalistas (yo mismo, en esta misma tribuna, más por experiencia propia que por una videncia que no quiero practicar) que intentaban imponerse a esas terrazas de los bares que seguían tirando cervezas a mansalva. Pero parece que el apocalipsismo ha dejado de ser necesario. Hemos digerido esas verdades de las que hablaba, y lo hemos hecho admirablemente. El civismo con el que muchos aguantan estoicos el encierro, con el que muchos lloran en silencio a sus muertos, con el que tantos viven en vilo por familiares y amigos, es tan elogiable que espero que la pobre opinión que tenemos de nosotros cambie.
Así que entramos en abril y la resistencia moral es otra. Ancianos con ataques de ansiedad al ver cómo las noticias no salen del bucle catastrofista, enfermos que no encuentran una gota de optimismo entre el cuñadeo de las tertulias, población de riesgo que tiembla frente al todólogo de turno que pontifica desde sus cinco minutos de televisión. Espero que el catastrofismo en las tribunas dé paso al optimismo que poco a poco sale a flote. Leo, por ejemplo, que Juanjo Salazar-González, médico residente de Endocrinología y Nutrición en el hospital de La Paz, cuenta en redes que el lunes fueron dados de alta cinco pacientes en su UCI con 83, 82, 71, 60 y 58 años respectivamente. Se suceden más altas, más mejorías, más extubaciones, y sobre todo se producen multitud de imágenes de alegría y tranquilidad en torno a estas escenas. Propongo que se hagan tan virales como se hicieron las secuencias trágicas, que esos mismos que ahora sufren ataques de ansiedad y pánico intenten colocarlas como contrapeso. En el mismo Edipo Rey, Sófocles dejó para siempre una frase definitoria por boca de Corifeo: «Para quien tiene miedo, todo son ruidos». Pues eso, toca pasar del miedo a la voluntad, y del ruido a las buenas noticias. Por el bien de todos.
El.miedo es muy sutil hay gente q le teme a un pequeño ratoncito y se sube a una mesa horrorizado , y otros q van al frente de una batalla con arrojo y gran valor !!!?