A la literatura de Elvira Lindo (Madrid, 1962) la ha caracterizado siempre su vocación de situarse a pie de calle. Desde que sus libros se fueron volviendo más confesionales, esa determinación a prestar ojos y oídos a cuanto ocurre alrededor para transformarlo después en palabras se ha hecho no más firme, pero sí más evidente, por cuanto resulta más fácil percibir cómo la autora aleja el foco de su figura y lo sitúa sobre aquéllas por las que, debido a distintas razones, se siente interpelada. Se vio en su peculiar diario neoyorquino, Noches sin dormir, y se ve cada semana en sus artículos de prensa. Se ve también ahora —y es una asociación pertinente, porque de algún modo se puede entender que este nuevo libro bebe de ambas cosas— en 30 maneras de quitarse el sombrero (Seix Barral), un volumen en el que Lindo recopila semblanzas de veintinueve mujeres que han atraído su atención y las remata con una suerte de autobiografía mínima en la que da noticia de sí misma y de la poética (o poéticas) a las que ha venido dando cuerpo a lo largo de su trayectoria.
He escrito que esto es una recopilación, y quizá no sea esa la palabra adecuada. No es este libro una simple suma de textos desperdigados a los que sólo la presentación bajo un título común otorga ahora unidad y consistencia. Es, más bien, una suerte de puzle en el que cada pieza enriquece y complementa la anterior, perfilando los contornos de lo que tal vez podríamos llamar una historia universal de la inconveniencia, en el sentido de que todas las elegidas para protagonizar estas páginas son mujeres que en algún momento de sus vidas se caracterizaron por ese no acabar de estar del todo en sintonía con el mundo que las rodeaba. Algunas son conocidas porque tienen bien afianzada su presencia en los imaginarios conocidos, como Ana Frank o Gloria Fuertes, y otras han sido reivindicadas en los últimos años como voces a las que acaso no se llegó a prestar la atención que verdaderamente merecían, como Lucia Berlin o Adelaida García Morales. Hay descubrimientos recientes, como el de esa Vivian Gornick cuyos Apegos feroces no conocimos en España hasta hace muy poco, y sorpresas estremecedoras como la que encarna Marjorie Eliot, una mujer negra que cada domingo ofrece un concierto de piano en su domicilio de Harlem para recordar a su hijo muerto. No son las únicas. A lo largo de un volumen que se lee con tanta atención como deleite, la mirada de Elvira Lindo se detiene en las peripecias artísticas, culturales y vitales de Grace Paley, Olivia Laing, Nelle Harper Lee, Patricia Highsmith, Carson McCullers, Louisa May Alcott, Elena Fortún, Alice Munro, Mary Beard o María Guerrero, una gran desconocida pese a que lleve su nombre uno de los principales teatros madrileños. Es un recorrido ecléctico y polifónico que no sólo reclama atención hacia mujeres que fueron valientes y lucharon para saltarse los márgenes en los que la sociedad las había confinado, sino que también viene a marcar sutilmente una declaración de principios por personas interpuestas. «Los textos de Elvira saben a puritita verdad en cada retrato», escribe Elena Poniatowska en el prólogo, y si es así se debe a que ninguna de esas mujeres forma parte del libro de forma casual. Todas, cada una a su manera, acaban tejiendo una red en la que el lector va descubriendo aristas compartidas y vasos comunicantes que convierten 30 maneras de quitarse el sombrero en un gran fresco colectivo que nos habla de las mujeres creadoras y de las dificultades que encontraron para abrirse y abrir camino en un territorio donde el femenino singular, no digamos ya el plural, constituía una gran inconveniencia.
En el colofón final, en cuyo pórtico la autora se dibuja a sí misma con sombrero y una nariz de payaso, ese repaso de inconveniencias ajenas encuentra el contrapunto de la inconveniencia propia. Es un texto muy relevante porque en él Elvira Lindo se adentra en dos trastiendas, la de su vida y la de su propia obra, que pocas veces ha frecuentado, justamente por esa querencia suya a fijarse en los demás antes que en sí misma. Relata allí el nacimiento de Manolito Gafotas y los problemas que le acarreó en sus traducciones a otras lenguas, y también las reacciones que causaron sus célebres Tintos de verano cuando lecturas malintencionadas incurrieron a propósito en ese error nefando de confundir a su narradora con su autora. Repasa la escritora su propia biografía y la pone en relación con todo cuanto ha salido de su pluma y queda en última instancia un pellizco de tristeza, por cuanto pone en evidencia la pacatería rampante en ámbitos donde cabría esperar más amplitud de miras, pero también la sensación reconfortarte de estar ante una autora que no sólo escribe, sino que reflexiona mucho sobre su propia posición en el mundo y encuentra flancos por los que escabullirse de lo que se espera de ella para dar curso a su propia voz y componer con ella piezas como este libro ante el que cualquier lector medianamente sensible sólo puede quitarse el sombrero.
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