Marguerite Duras afirma, en su libro Écrire, que «escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos». En este sentido, la última obra publicada por Esther García Llovet (Málaga, 1963), Cómo dejar de escribir (Editorial Anagrama, 2017), es una suerte de manifiesto narrativo en el que se pone en valor la búsqueda frente al efectismo. Aunque la sombra de Bolaño es alargada, la autora se sirve de su amplio abanico de recursos cinematográficos para retratar de una manera muy personal otra búsqueda: la del personaje principal, Renfo, que persigue su propia identidad, aún indefinida, a través de la literatura de su padre. Sin dejar de ser, por tanto, una novela de formación, el aprendizaje aquí presenta dos modos diferenciados de ser. Por un lado, destaca la fidelidad del retrato de una generación perdida, la de aquellos a quienes la crisis nos cerró casi todas las puertas tras nuestra etapa universitaria y tuvimos que aprender, a marchas forzadas, a transitar entre la precariedad y el olvido de unas aspiraciones truncadas; por otro, y de un modo más particular, sorprende el foco que García Llovet pone sobre aquellos individuos, incapaces de adaptarse a una sociedad enferma, que en sus años de madurez enarbolan la bandera del cinismo ante un vacío identitario forzado.
El relato, lejos de una fluidez no pretendida, es tan rápido, crujiente y brusco como un puñetazo en la boca. A esto no sólo contribuyen la agilidad lingüística o la oscuridad enrarecida de un humor tan sutil como afilado, sino también la propia geografía urbana sobre la que se desarrolla la trama. Así, la coyuntura actual de Madrid se perfila como un escenario idóneo para situar una acción en la que, al igual que en la ciudad, no suele ocurrir nada especial, pero en la que el tiempo transcurre en una mezcla perpetua de vértigo y emoción fugaz por la novedad. El Madrid de García Llovet es sórdido y amanerado a partes iguales, y la autora es capaz, sin detenerse en descripciones pormenorizadas y tediosas, de capturar en sus fotogramas narrados la esencia de una capital europea que se resiste como gato panza arriba a la toma, por parte de la nueva burguesía urbana y del turismo de masas, de sus barrios más simbólicos, por mucho que el inexorable proceso de gentrificación le vaya ganando la partida.
Hay novelas que, más por el modo en que están escritas que por la historia concreta que se narra entre sus páginas, son capaces de transportarte a otro lugar. Cómo dejar de escribir es, independientemente de su ubicación espacio-temporal contemporánea, el equivalente literario de una versión de Bowie a cargo de Parálisis Permanente en el Madrid del 83: un engranaje extraño, efímero y cutre, pero sofisticado en su propia rotundidad, que funciona de forma autónoma e íntima con respecto a la agitación circundante. La definición del yo, el tránsito hacia la madurez o la verdad de la ficción contenida en lo onírico no son más, en definitiva, que las herramientas de las que la obra se sirve para generar una atmósfera de crudeza y desarraigo que entronca a la perfección con lo que de contracultural tuvo el movimiento punk. Y si el punk mató a la música y la industria mató al punk, este libro propone un meta-asesinato: en sus poco más de 100 páginas de tensión destilada, García Llovet destruye su propia novela a través de una apuesta por la vida y la libertad, y su búsqueda, paralela a la del protagonista, culmina cuando éste descubre cómo dejar de escribir. Esperemos que ella aún no haya encontrado el modo de hacerlo.
Autora: Esther García Llovet. Título: Cómo dejar de escribir. Editorial: Anagrama. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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