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Paris, Shepard

Interrumpo la escritura de la novela que estoy escribiendo. Literalmente. Acabo de enterarme del fallecimiento de Sam Shepard, escritor del libreto de Paris, Texas (Wim Wenders, 1984), una de mis películas favoritas. Recuerdo que no hace mucho le dediqué unas palabras en esta misma casa. Sí, fue a propósito de Raymond Carver, Guillermo Arriaga y otros grandes. Sí, fue a propósito del minimalismo narrativo. Ya me acuerdo.

Como digo, ya no puedo seguir escribiendo mi propia novela. Te veo venir: «¿Y cómo me enteré de su muerte si estaba escribiendo?», vas a preguntarme. No os mentiré, y menos contando con vuestra complicidad desde el principio. Fue un error de aficionados [Sonrisa triste]: abrí Twitter para comprobar que el mundo seguía igual y descubrí que no. Faltaba uno de mis autores de referencia. Gran actor, sin duda, y hombre de vida fascinante, pero, sobre todo, un contador de historias insuperable.

"Devoré con fruición las Cronicas de motel, El gran sueño del paraíso y Cruzando el paraíso. Y quedé cautivado del óxido, la arena y los moteles que salpican la geografía estadounidense."

Cruzo unas palabras con mi gran amigo Luis Endera, cineasta para más señas. «Escribe un pequeño post», me dice. Me consuela saber que Twitter sigue teniendo espacio para pequeñas conversaciones ajenas al odio. Cierro Twitter. Empiezo a escribir lo que estáis leyendo ahora mismo. Empiezo a escribir.

Sam Shepard

A mis alumnos y alumnas de Narrativa Audiovisual siempre les pongo un ejemplo de cómo con muy pocas palabras se puede describir un personaje, un universo interior, una situación y cómo todo puede cambiar en apenas un párrafo. Si se me permite, me gustaría transcribirlo. Es un fragmento de Crónicas de motel  (Anagrama):

Recuerdo cuando intentaba imitar la sonrisa de Burt Lancaster después de haberle visto con Gary Cooper en Veracruz. Durante muchos días estuve practicando en el patio de atrás […]. Después de practicar esa sonrisa durante unos cuantos días intenté utilizarla ante la chica de la escuela. Ellas no parecían ni enterarse. Forcé mi interpretación hasta que empezaron a producirse extrañas reacciones entre mis compañeros. Miraban fijamente mis dientes, y asomaba a sus ojos una expresión asustada. Ya no me acordaba de lo feos que eran mis dientes. De que uno de ellos lo tenía podrido, de color pardo […]. De hecho había llegado a estar convencido de que era poseedor de una hilera de perfectos y perlados dientes como los de Burt Lancaster. Como no quería asustar a nadie, dejé de reír en cuanto me di cuenta de lo que pasaba. Sólo lo hacía cuando estaba solo. Poco después dejé de hacerlo incluso a solas. Volví a mi cara vacía. 

No es mi intención llevar a cabo un análisis sesudo de su obra, de sus diversas facetas, de los Pulitzer. Faltan unas horas para que llegue agosto y estoy en el sur de España. Hace mucho calor. Tanto como en ese «paraíso» desértico y abandonado que Shepard cruza de manera estoica una y otra vez.

Me parece mucho más honesto en estos momentos dedicar unas sencillas palabras, escritas en caliente, que honren su memoria. Creo honestamente que el mejor modo de honrar a un autor o autora es dejar un pequeño testimonio de la huella que ha dejado en uno.

"Sam Shepard realiza un retrato de esa otra Norteamérica: la de la white trash y el «insomnio americano». La de los cowboys cuyos fantasmas se resisten a abandonar esa Comala plagada de barras y estrellas."

Sam Shepard llegó a mí antes de saber que era Sam Shepard. Lo hizo a través de una historia, un guión concretamente. Me refiero a Paris, Texas. Comprendo que la mayor parte del público suele recordar al director, pero la inevitable inercia del escritor le lleva, me lleva, nos lleva, a interesarse por el autor del libreto. Con independencia de la maestría del director (que valoro enormemente), en mi mente quedan grabados nombres como Arriaga, McCarthy, Gifford, Pizzolatto… Y, cómo no, Shepard. Sin ellos no habría historia, no habría película. Recuerdo quedarme sobrecogido por ese viaje de Ulises contemporáneo y descarnado que repite Travis Henderson —interpretado por Harry Dean Stanton—. La crudeza del relato me desarmó.

Luego supe que era actor, de su matrimonio con Jessica Lange (otra mujer impresionante) y por último que tenía publicadas varias novelas y relatos.

Devoré con fruición las Crónicas de motel, El gran sueño del paraíso y Cruzando el paraíso. Y quedé cautivado del óxido, la arena y los moteles que salpican la geografía estadounidense. No pude evitar que a mi mente acudieran Raymond Carver, Barry Gifford , William Faulkner y Guillermo Arriaga —quien insertó Cruzando el paraíso en la suprema 21 gramos—.

Sam Shepard realiza un retrato de esa otra Norteamérica: la de la white trash y el «insomnio americano». La de los cowboys cuyos fantasmas se resisten a abandonar esa Comala plagada de barras, estrellas, gasolineras y sueños rotos. La del desarraigo y la esperanza.

Mientras escribo esto, Sam Shepard todavía no ha terminado de marcharse. Y no tengo muy claro que alguna vez llegue a hacerlo.

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