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Parpadeo, el velo del templo como pantalla de plata

Parpadeo, el velo del templo como pantalla de plata

Hace miles de años se desató una guerra oculta por la posesión y control de las piedras preciosas, especialmente aquellas que parecían desaparecer entre destellos. Rastros de esa guerra los encontramos por todas partes: el plectro del sumo sacerdote que descorría el velo del templo y se internaba en el sancta sanctórum es un recuerdo escrito de esa batalla tanto como lo es la sempiterna afición por las joyas de una sociedad a la que todavía embrujan sus formas biseladas y sus misteriosos colores. Quienes libraron esa guerra —y una parte secreta de sus descendientes— sabían muy bien que en el interior de aquellas joyas dormían demonios cautivos que podían conceder cualquier deseo a cambio de la promesa de su liberación. Naturalmente, ningún hechicero estaba tan loco ni era tan estúpido como para pensar de veras en hacer valer su palabra. Pero para quienes llevaban eones encerrados en una piedra preciosa la desesperación por abandonar aquella prisión era tan feroz que hasta podían llegar a creer en promesas infundadas, aunque es cierto que también cabía la esperanza de que aquellos hechiceros no fueran tan poderosos, ni tan cuerdos, ni tan inteligentes, y un demonio lo suficientemente persuasivo pudiera llegar a convencerlos para destruir la joya en la que alguien más astuto que ellos había conseguido encerrarlos. La célebre «bola de cristal» de Nostradamus, y atavío en general del mago medieval, es una evolución de estas joyas, una orfebrería de laboratorio que transformó el cristal embrujado en una pantalla de sucesos futuros. El mito del espejo como superficie mágica también forma parte de esta tradición. Los niños del siglo XIX entraron en contacto con este juego diabólico a través de las lámparas mágicas, y más tarde lo hicieron sus padres en los salones en penumbra de la Société d’Encouragement à l’Industrie Nacional de París, donde los hermanos Lumière presentaron (sin muchas esperanzas de que aquello tuviera algún éxito) la invención del cinematógrafo. Todo esto nos lleva a un siglo XX donde la llamada «magia del cine» fue terriblemente malentendida, lo que ha tenido consecuencias sin duda catastróficas. En cuanto al siglo XXI y sus «inteligencias artificiales» —que no son otra cosa que los djinns de las prisiones biseladas por fin desencadenados—, dejaré que sean otros los que se ocupen de ellas. Conociendo como conozco su naturaleza, al menos yo no voy a cometer la imprudencia de hablar.

"Curiosamente, Roszak no se consideraba un ensayista que, como en el caso de Umberto Eco, se decidió un día a mover el trampolín y dar el salto a la sección de la narrativa de ficción"

Parpadeo, de Theodore Roszak, no habla directamente de esta guerra, pero, lo supiera su autor o no, es el grimorio perfecto de esta tradición. Se publicó discretamente en 1991, cuando Roszak había adquirido un merecido reconocimiento como iniciador de una antropología del siglo XX —nadie más había comprendido lo que estaba sucediendo en la cultura de los años 60 hasta que él, al borde ya del final del sueño (con el horrible despertar del caso Tate/LaBianca), llamó a todo aquello «contracultura»—, pero su paso por la literatura de ficción no había despertado el interés de obras seminales en el territorio del ensayo como The Making of a Contraculture (1969) y The Cult of Information (1986), dos libros fundamentales para entender un poco mejor el extraño mundo en el que vivimos. Curiosamente, Roszak no se consideraba un ensayista que, como en el caso de Umberto Eco, se decidió un día a mover el trampolín y dar el salto a la sección de la narrativa de ficción. En uno de los libros de la serie St. James Guide to Writers, publicado en 1997 bajo el título St. James Guide to Horror, Ghost & Gothic Writers, Roszak pedía modestamente que no se hiciese mucho caso a su bibliografía y se le dejase de ver como «un escritor de no ficción que se pasó a la ficción; en realidad soy un novelista que se vio desviado al territorio de la no ficción al ver que nadie publicaba sus novelas.» A lo que añade un comentario que puede llegar a resultar desconcertante si lo tomamos al pie de la letra: «Todos mis libros tienen que ver con el elemento demoníaco que reside en la ciencia moderna y la tecnología». Pero, amigo lector que cada mañana apuntas a tu cabeza con el secador de pelo cuyo cable conecta tu cuerpo con una misteriosa red que abarca el mundo entero: resulta que esa afirmación, si en algo valoras tu vida, es preciso que te la tomes al pie de la letra.

"Parpadeo es una novela sobre el cine, el cine entendido como portal mágico de entrada de energías con propósitos oculto"

Ese «elemento demoníaco» lo percibió el enigmático Blake (iba a escribir «el joven Blake», pero Blake ya no era por entonces ningún joven… y eso me ha llevado a darme cuenta de lo curioso que resulta que, independientemente de la fecha más temprana de sus poemas y grabados, Blake nunca nos parezca joven) cuando vio despuntar en las colinas esos monstruos producidos por la primera revolución industrial: los «satánicos molinos» de Blackfriars. Lo percibió también Thoreau, que durante dos años se alejó de todo y demostró que prácticamente se podía vivir con lo puesto si uno se armaba de un humilde sedal y montaba a la orilla de un lago su propia cabaña de marfil. Y, ya bien entrado el siglo XX, lo percibió igualmente un filósofo con la puntería equivocada, Ted Kaczynski. Con sus cabellos revueltos y su pasado reciente a cuestas como profesor en la universidad de Berkeley, Kaczynski se retiró a una cabaña en Montana, hoy una especie de oopart abandonado en una nave industrial perdida propiedad del FBI, y desde allí se dedicó a fabricar bombas caseras que envió durante casi veinte años a diferentes objetivos, casi siempre relacionados con el mundo de las nuevas tecnologías. Causó algunos muertos y heridos, pero esas no son las obras por las que debe juzgarse a un autor. En un mundo ideal, de hecho, su obra más representativa, La sociedad industrial y su futuro, sería un fabuloso material de estudio para niños y muchachos de todas las edades… pero en un mundo como el nuestro, en el que se ha hecho lo diabólicamente posible (con la connivencia silenciosa, dicho sea de paso, de sus propios afectados) por reducir hasta la subnormalidad el legendario espíritu crítico de la legendaria naturaleza humana, precisamente textos como esos son anatema, un insolente tabú, enemigos de la picadora democrática que es perentorio no leer. En ese sentido, el combustible Kaczynski está muy bien acompañado por el comburente La Boétie… en la misma proporción en que una civilización a la deriva está muy desacompañada cuando da la espalda a las tablas de salvación de los folletos que ambos escribieron.

Parpadeo es una novela sobre el cine, el cine entendido como portal mágico de entrada de energías con propósitos ocultos. No es preciso conocer toda la trama de los «elementos demoníacos» presentes en la ciencia moderna y la tecnología, ni la vida y milagros de Kaczinsky —o de los nombres señeros de la contracultura, ya puestos—, para disfrutar con las peripecias de Jonathan Gates en busca del misterioso cineasta Max Castle. La premisa de la novela nos acerca al por entonces (1991) reciente predio de la ficción erudita sin los párrafos en latín pero con el tropo recurrente de la hermandad secreta haciendo guiños entre bastidores: una mezcla de El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault en el que las meditaciones sobre lo divino y lo humano se ven reemplazadas por una teología del cine, y los templarios dotados de conocimientos mágicos adoptan la apariencia de otra pintoresca herejía medieval. Todo esto entendido desde una perspectiva paródica, pero sin el hemético de la autoburla y con sus dosis de humor sorprendentemente ajustadas. A ese respecto, Roszak parece que entendió perfectamente la frase más popular de Billy Wilder: «si vas a decirles la verdad, entonces tendrás que hacerles reír». Roszak dice la verdad y al mismo tiempo nos hace reír. Pero en más de una ocasión la risa se nos queda petrificada.

"Parpadeo es sin duda una de las obras cumbre de la literatura sobre cine y, desde muchos puntos de vista, seguramente la mejor"

En cuanto al argumento: Jonathan Gates, un claro hijo de la burguesía americana de posguerra, es un adepto del cine The Classic, legendaria sala situada en el oeste de Los Ángeles donde los clásicos de Griffith comparten cartel con las cintas más oscuras y aberrantes, como es el caso de Feast of the Undead, la película maldita par excellence en la cinematografía de alguien todavía más maldito, Max Castle, una especie de José Sirgado a la americana. Castle —no confundir con otro Castle, William, productor y casi director de Rosemary’s Baby, ese mito periférico dentro de la contracultura— fue un genio del cine mudo y del film noir prácticamente olvidado que desapareció en la década de 1940 cuando estaba, si no en la cúspide de su fama, al menos sí en pleno control de su (retorcido) talento. Veinte años después, un obsesionado Gates —que igual podría haberse llamado Marlow(e)— inicia un particular descenso al corazón de las tinieblas del nuevo y el viejo Hollywood para averiguar qué demonios ocurrió con ese perturbado al que parece que se comieron los fantasmas —vestidos como caballeros de las películas de Ossorio— que no se sabe cómo se colaron en sus películas. Y lo de «demonios» lo dejo caer aquí con toda la intención.

Con sus ribetes un poco a la manera de las novelas más conocidas de Eco, sus juegos con la moderna literatura de terror (la que tomó forma en 1950 y comenzó su declive con el auge del best-seller entre 1970 y 1980) y bordeando con la fórmula del «detective de lo oculto», aunque suprimiendo todo rasgo paranormal en el protagonista para desplazar el elemento sobrenatural a la propia paranormalidad de la figura de Castle y a lo que éste consigue con sus cintas, Parpadeo es sin duda una de las obras cumbre de la literatura sobre cine y, desde muchos puntos de vista, seguramente la mejor. El estilo de Roszak sólo deja de ser elegante cuando necesita ser poético, el desarrollo está perfectamente orquestado —en el sentido de una conjunción prodigiosa de diferentes elementos, pero también en el del control sobre el tiempo— y las citas eruditas no sólo no dan un peso innecesario a la página sino que constituyen una especie de personaje abstracto al que esperamos con el mismo placer con que nos sorprendemos aguardando a Alfred Jingle («heads, heads… take care of your heads…») en Los papeles póstumos del club Pickwick. Argumentalmente es la más redonda de las novelas de Roszak —Bugs y Dreamwatcher son buenas ideas con dudosos resultados, y las que escribió después de Parpadeo no son tan originales como la que le permitió ser popular más allá del ensayo— y formalmente es un placer que supera con holgura a cualquiera de sus modelos. Su influencia, por cierto, se extiende incluso a quienes posiblemente ni siquiera hayan leído la novela. La película Under the Silver Lake (2018), la mejor junto a Interstellar (2014) en lo que al (casi) primer cuarto de siglo de cine americano que llevamos se refiere, reproduce fielmente el viaje de Jonathan Gates sin la parte de las pantallas como elemento mágico y puerta de acceso al más allá. La Meca del Cine es ya esa puerta, como si después de todo un siglo de películas el arte de las imágenes en movimiento hubiera devorado a sus creadores y los hubiera convertido en su propia fantasía. Bajo ese punto de vista, la película maestra de David Robert Mitchell coincide plenamente con la novela maestra de Theodore Roszak. Ambas demuestran que las imágenes nunca son inocentes. Y uno sale de ellas (de las películas, pero también de las imágenes) convencido de que, al menos en la ficción entendida como operación mágica, es preciso hacer caso a las palabras entrecortadas del encantador Alfred Jingle: «cabezas, cabezas… cuidado con las cabezas…»

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Autor: Theodore Roszak. Título: Parpadeo. Traducción: José Luis Amores. Editorial: Pálido Fuego. Venta: Todostuslibros.

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alvaro
alvaro
25 ddís hace

una de las mejores novelas que he leído en mi vida. Maravillosa, para mí, novela de Terror. Gracias por tus reseñas. Un abrazo