Como cada año por primavera, en sintonía con los castaños, florece la Feria del Libro antiguo y de lance. Hay una segunda vuelta en otoño, con el mismo formato y participantes; y está bien que madrileños y turistas esperen a la cita estacional del paseo de Recoletos con la seguridad de que los ciclos siempre se cumplen. En esta ocasión concurren 39 librerías y dura un poco más que de costumbre, por aquello de aprovechar las fiestas y los fines de semana.
Lo que sigue pretende ser una suerte de guía que sirva, sobre todo, al visitante accidental. El que vive en la capital y es devoto del libro, poco sacará de la lectura de estas líneas.
El entornoAunque incomprensiblemente algunos libreros reniegan de la zona, y hasta son capaces de explicártelo con cierta coherencia, pocos lugares parecen más adecuados para una feria de libros que este bulevar céntrico y bien comunicado, en la tradición urbana madrileña. A un extremo, la Cibeles, aunque ya ni mira, totalmente abducida por el trajín futbolero. Al otro, la Biblioteca Nacional, cuya sombra parece proyectarse hasta las casetas, y su venerable contenido inspirar a algunos a la hora de marcar los precios. Una especie de estanque paralelo al recorrido estrecha un tanto el espacio, hasta que desaparece y deja lugar a agradables terrazas donde se puede descansar del ajetreo, pedir una cerveza y echar con arrobo la primera mirada al ejemplar que acabamos de adquirir. Que la consumición venga a costar más que un incunable limita un tanto el placer del reposo, y uno se pregunta si la señora Carmena no podría obligar a estos hosteleros a ajustar los precios durante la feria o, cuando menos, a hacer alguna rebajilla en función del número de volúmenes adquiridos. Idea que proponemos a la organización del evento para próximas ediciones.
Los compradoresEstos, ¡ay!, han cambiado mucho. El primer día, cuando las casetas, vírgenes aún, abren sus persianas, una turba se lanza sobre los libros convenientemente colocados, y a codazos se los arrebatan unos a otros. La imagen recuerda a una bandada de buitres disputándose las tripas de un cristiano, y nada tiene que ver con la urbanidad y la cortesía que se supone son santo y seña del bibliófilo. Ya sabemos que uno puede –y debe– matar por según qué ejemplar, pero siempre con la discreción debida, y ahí está la famosa historia del librero asesino para ilustrarlo: una silenciosa puñalada en la oscuridad de un callejón es sin duda suficiente. Pero, ¿qué es eso de quitarse de las manos unos a otros los libros, dando voces, como ahora es moneda común ante cualquier lote interesante? Eso ocurre a diario, para nuestra vergüenza, en la caseta de Alfonso Ruidavets en la Cuesta de Moyano, y ocurre estas mañanas de abril en la caseta de Sánchez, la más solicitada de la feria.
¿Cuál es la explicación? ¿Quién tiene la culpa de este frenesí nunca antes visto? Pues lnternet. Feo está decirlo desde una página de ídem, pero las facilidades que da la Red para montar una librería online ha determinado que, quien más o quien menos, tenga (tengamos) una, con lo que ya pocos compran sólo para sus propias estanterías. Lo diremos con claridad: la mayoría de esos enloquecidos asaltantes son revendedores. Si a la pasión por el libro –la más absorbente- se superpone la codicia del mercader, el resultado es el caballo de Atila, la máquina de matar, un terminator.
Este espécimen, producto indeseado de la tecnología y la libertad de comercio, va arrumbando sin remedio al comprador tradicional, identificado por todos como un señor entrado en años, sombrero de fieltro y pañuelo al cuello, que gusta de departir amigablemente con el librero en el rincón más profundo de la caseta. Sic vos non vobis…
Finalmente, como lugar de paso que es, nunca falta en la feria el despistado que aprovecha para preguntar candorosamente por un libro que tenía su abuela y se perdió en una mudanza, del que recuerda poco del título y nada del autor. Aunque la mayoría son educadamente espantados por los libreros, otros los utilizan para remedar a Sherlock Holmes y sus artes deductivas, y se lanzan a un interrogatorio sobre editoriales, portadas, tamaños, colores, sin que las respuestas, que suelen añadir confusión a la confusión, les precipiten en el desánimo. Dicen que alguna vez se consiguió fijar el objetivo, e incluso que el libro en cuestión estaba en la caseta. Pero la operación no se cerró: al cliente le pareció caro.
Las casetasSánchez (38). Como cada temporada, es la estrella de la feria. Ya hemos descrito el pandemónium que se organiza cada día en la apertura; también en cualquier otro momento de la jornada atrae a un número sustancialmente mayor de visitantes que los puestos adyacentes. Las razón de su éxito es una mesa impresionantemente bien seleccionada, y a unos precios más que correctos. Se encuentran allí muchos libros de historia, biografías, novelas de los últimos quince o veinte años que por alguna razón en su momento uno no compró, aunque bien lo merecían, y ahora reaparecen como en una segunda oportunidad a un coste inobjetable. Y en el fondo de la caseta, ejemplares de mayor fuste, igualmente elegidos con sabiduría bibliográfica y cordura comercial. Los libreros, señor y señora, son la amabilidad personificada, conocen su oficio y calibran con ojo experto y cariñoso a los clientes, siempre dispuestos a apuntalar con una pequeña rebaja una venta interesante para las dos partes. Un Anacarsis de 1811, nueve volúmenes en dieciseisavo, que honra la biblioteca de quien esto escribe, es uno de los múltiples ejemplos de su buen hacer.
Tunicia (35): librería de las tradicionales, con dos casetas en Moyano, presenta aquí entre otras cosas un saldo de la editorial Atenea y de La Nave, interesante pero, como casi siempre, a precios poco atractivos. Al librero, que es de los mandamases de la feria, le llaman Paco sus amigos, y nosotros no le llamamos de ninguna manera desde que le vimos el feo gesto de negarle una venta a un cliente por un error en el precio.
Vitorio (34): otro clásico madrileño, hemos reparado enseguida en los muchos Joyas que ha traído, pero al momento la vista se nos ha ido hacia un Orlando Furioso de finales del XIX, con los grabados de Doré, algo fatigada la cubierta, y marcado en 200 euros que, sin duda, los vale. Volveremos.
García Prieto (33): una de las librerías de calle más bonitas de Madrid está en Alcalá 123, y es de los García Prieto. El patriarca falleció sorpresivamente hace pocos años, y ahora reinan sus dos hijos, Laura y José, encantadores jóvenes y estupendos libreros. Aunque las estanterías del fondo contienen una cumplida selección de hermosos ejemplares, su caseta está principalmente orientada al coleccionismo, incluyendo estampas, revistas, etc. Araluces bien conservados siempre se pueden encontrar allí, aunque en esta ocasión nos hemos fijado sobre todo en una preciosa selección de cuentos ilustrados por Salvador Bartolozzi que se te metían solos en la bolsa.
Romo (28): los domingos, cuando damos la vuelta por el Rastro y pasamos por delante de la librería, nos quitamos el sombrero. A la feria lleva una de las casetas mejor abastecidas y más gratas de contemplar. Pero hay que entrar y fisgar.
Salvador Cortés (25): de El Escorial, nos ha traído un completo muestrario de los distintos formatos de Aguilar, esa clase media de la bibliofilia.
Pasamos rápidamente por Argileto (23); Muñoz (20), con saldos de los Gredos de kiosko; Renacimiento (19), donde, repasando las muchas novedades de sus propias ediciones, sorprendemos al gran José Esteban, el pregonero de esta edición; Blázquez (15), Luis Llera (13) y Lucas (10), con la tercera generación al frente del negocio. Y nos detenemos, es obligado, en Arenal, 21 (9) a charlar un rato con José, un lince en esto del libro usado, que tantas veces ha traído lotes espectaculares. Acorde con los tiempos, esta vez es un saldo de filosofía.
Las dos primeras casetas, aunque últimas para los que nos orientamos por la posición de Sánchez, son Gulliver (1), con Avelina, como siempre, al frente, y la Librería del Prado (2), en la que María José Blas es la estrella. Durante muchas ferias, la pregunta era obligada: María José, ¿cuándo sacas el libro? Y la respuesta, recurrente: pronto, estoy metiendo unas fotos nuevas que he encontrado… El libro en cuestión es una estupenda historia de la editorial Aguilar, salió en 2012 y desde entonces nuestra conversación se ha resentido. Esta vez, afortunadamente, la señora de Blas, madre, estaba al quite y nos ha hecho compartir su orgullo por haber participado en todas y cada una de las cuarenta ediciones que con ésta cumple la feria. Por menos se dan medallas al trabajo. Señores organizadores, ¿qué mejor pregonera para la siguiente? Petición que humildemente sometemos a su consideración, etc., etc.
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