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Paseo por el amor y la muerte

Paseo por el amor y la muerte

Seguramente cualquier expresión artística (lo mismo da que se trate de una mano impresa en la pared de una cueva que de una música, una pintura o un poema) tiene que ver con la voluntad de ampliar el aquí y el ahora, de rebelarse contra los límites del espacio y el tiempo. Ese instinto es el que insiste en hacer de un sentimiento propio un mensaje capaz de ser compartido por los demás; en lograr una obra con la que la belleza pueda permanecer entre nosotros más allá del instante. En ese sentido, enfrentado a la distancia y la caducidad, el arte siempre tiene algo de paseo por el amor y la muerte. Y mucho más aún ante un libro como el que acaba de publicar Luis García Montero y que desde el mismo título, Un año y tres meses, se ve obligado a contabilizar el tiempo con precisión dolorosa mientras sus versos tratan de asomarse a los límites de un tiempo infinito: el tiempo sin medida de la desaparición de Almudena Grandes. Un pequeño libro de veinticinco poemas que, sin embargo, no tardará mucho en ser reconocido como uno de los grandes libros de todos los tiempos de poesía amorosa escrita en español.

"Es indudable que la obra poética de Luis García Montero, aunque empapada de literatura, no ha dejado nunca de estar inclinada del lado de la vida"

Está claro que la escritura ha tenido una importancia decisiva en las vidas, tanto de Almudena como de Luis. Sus respectivas obras abundan en referencias literarias y señas de identidad (a las que cabría añadir, en una pareja de escritores, el juego mutuo de citas, alusiones y dedicatorias) que, de un modo consciente y en busca también de la complicidad del lector, han servido para reclamarse como pertenecientes a determinadas tradiciones, no sólo literarias sino incluso culturales, puesto que no se trataba tanto de cuestiones estilísticas sino de valorar la función social del escritor, la actitud ante el contexto histórico, la elección de ciertos antecedentes, etc. Es más que sabido, por otra parte, que García Montero es el actual Director del Instituto Cervantes, que es Catedrático de Literatura en excedencia en la Universidad de Granada, y que tiene ya a sus espaldas medio centenar de libros entre poesía, ensayo y novela, además de ediciones críticas y adaptaciones de clásicos. Pero a pesar de todo lo anterior (y sin necesidad de recordar aquellas definiciones tan academicistas y tan remotas de la “poesía de la experiencia”) es indudable que la obra poética de Luis García Montero, aunque empapada de literatura, no ha dejado nunca de estar inclinada del lado de la “vida”, si es que a ese esquema literatura-vida todavía se le puede encontrar algún sentido

Todo esto viene a cuento de que siendo, quizás, Un año y tres meses el libro con un sentimiento más hondo —más jondo— de García Montero, parece al mismo tiempo su libro más repleto de literatura, o al menos —provisionalmente— de citas literarias más o menos veladas. Y a ese aspecto en particular es al que van dedicados estos comentarios.

"La sensación final es que lo que se percibe ya no son ecos aislados, hilos de procedencias distintas y reconocibles, sino más bien toda una trama, un coro de voces que acompaña y hace suya la dolorida canción de García Montero"

En la presentación pública del libro el propio autor se refirió a algunas de estas citas poéticas con nombres como los de Góngora, Manrique o Bécquer (y también —quizás— Juan Ramón Jiménez y el mexicano Jaime Sabines). Y tirando de esos hilos puede emprenderse una tarea de relectura de toda la obra con la sorpresa, sin embargo, de que las citas literarias pronto dejan de serlo —para empezar porque casi nunca son citas exactas— y que lo que podría plantearse casi como un trabajo de crítica o de historia de la literatura, con su inventario de notas y referencias, pasa de repente a mostrarse como la verdadera urdimbre de todo el poemario. Porque las citas de otros autores ya no es que resulten más o menos literales, oportunas o afortunadas, es que se trenzan de tal manera con el resto de los versos del poema que terminan por proporcionar un tejido distinto, con nuevos motivos y nuevos tonos. La sensación final es que lo que se percibe ya no son ecos aislados, hilos de procedencias distintas y reconocibles, sino más bien toda una trama, un coro de voces que acompaña y hace suya la dolorida canción de García Montero. Veamos unos cuantos ejemplos:

En el primer poema del libro ya sale al paso Góngora con un romance —de hace más de cuatrocientos años— y su muy conocido y sobrecogedor estribillo, que sin embargo no aparece como una cita textual sino más bien como una reverberación, como un recuerdo. La niña de Góngora (“la más bella niña”) pasea por el borde del mar y se lamenta por la marcha de su amor a la guerra: “Tan corto el placer / tan largo el pesar”…, “De quien hoy se va / y lleva las llaves / de mi libertad”…, “Tanta soledad / después que en mi lecho / sobra la mitad”…, y de ahí la repetida queja del estribillo “Dejadme llorar / orillas del mar”.

El título de este primer poema de García Montero (“El misterio y el secreto”) alude seguramente al momento en que la pareja ya sabe que la enfermedad ha hecho su aparición. Y como en el romance de Góngora también hay un paseo al borde del mar (“Qué difícil andar con los pies descalzos / y miedo a lo que corta. Qué difícil / saber lo que se esconde en esta caracola”). Pero aquí los enamorados no han llegado a separarse, se trata de un paseo de los dos, en plural (“nuestra orilla”, “nuestras conversaciones”). Por eso el estribillo no puede ser el mismo de Góngora: no es una queja en singular (“Dejadme llorar”) sino una esperanza en plural, una especie de conjuro dicho en nombre de dos que están juntos: “Orillas del mar / dejadnos soñar”.

"Cabe, por supuesto, pensar de inmediato en Machado cuando pasea por la ribera del Eresma en Segovia y busca inútilmente sus gafas en busca de ese andamio de mis ojos / mi volcado balcón de la mirada"

El siguiente poema, titulado “Lectores”, está dedicado precisamente a la íntima e irresistible presencia de lo literario: se habla de faros, de encender y apagar la luz, de una “cama que parece un puerto”, de “la ciencia ficción que es cualquier cuerpo”, de “carga y descarga de palabras”, de que “mi mesita de noche es una dársena”… Inútil perseguir las citas porque es toda una multitud la que sube por la pasarela (y además con destinos cruzados en Madrid, Nueva York, París o México): Ulises, Fortunata, Baudelaire, Federico, Machado, Cernuda, Galdós…

Más adelante veremos reverberar un sentimiento de extrañeza. Si García Lorca titulaba “De otro modo” y concluía escribiendo que “Entre los juncos y la baja tarde / ¡Qué raro que me llame Federico!”, García Montero también se extraña y titula “No me salen las cuentas” para terminar diciendo que “Todo es raro y difícil como llamarme Luis”.

Y con el título “Amor de siempre”, de García Montero, es casi imposible no pensar en Quevedo y su “Amor constante más allá de la muerte”. Y lo mismo ocurre con el poema titulado “Conversación con las ausencias”, que no puede sino remitir también a los versos iniciales del soneto de Quevedo “Retirado en la paz de estos desiertos / con pocos pero doctos libros juntos / vivo en conversación con los difuntos…”.

"De nuevo, por tanto, otra cosa que citas literarias: más bien sombras, versiones, paradojas, preguntas"

En “Otro tipo de memoria” habla el poeta (en realidad la que está hablando en el poema es Almudena Grandes) de “cuando las gafas se escondían / como un búho callado para jugar conmigo”. Y cabe, por supuesto, pensar de inmediato en Machado cuando pasea por la ribera del Eresma en Segovia y busca inútilmente sus gafas “en busca de ese andamio de mis ojos / mi volcado balcón de la mirada”. Aunque puede que la evocación venga también de Muñoz Rojas que escribió más de un poema con ese mismo motivo: “Señor que me has perdido las gafas / por qué no me las encuentras /… Y no vemos, Señor, no vemos / no vemos Señor” o también “Hasta que un toque en el hombro y una voz diga / ‘No busques más lo que tienes delante’”.

Aparecen igualmente otras varias referencias —¡cuando menos!— a Calderón, por ejemplo, con un poema titulado casi como una réplica: “La muerte es sueño”. O a Cervantes: “De la triste figura”. Y también a Bécquer, al que García Montero estudió profundamente. Pero mientras Bécquer se duele en su Rima de una traición y un abandono románticos “… impávida ¿y por qué? / porque no brota sangre de la herida / porque el muerto está en pie”, García Montero se pregunta en cambio “…, si es peor  / la suerte del que muere o del que permanece / aquí sin más sentido que la nada. / Uno de los dos muertos debe seguir en pie”. De nuevo, por tanto, otra cosa que citas literarias: más bien sombras, versiones, paradojas, preguntas.

Y a punto de concluir el libro, como cierre del segundo apartado, hay un poema titulado “Las escrituras” (¿las escrituras? ¿así, en plural?…) que quizás represente el ejemplo más significativo de ese juego de reflejos de toda la obra. En el poema, ciertamente, puede encontrarse una alusión casi textual a Manrique: “mientras meto la mano en el agua del río / que corre hasta la mar del cementerio”. Pero además se tiene la impresión (o esa fue al menos mi primera lectura) de que sobre todo el poema planea otra presencia, que pareciendo evidente no puede sin embargo demostrarse con ninguna cita literal, con ningún “papel”.

"Y cuando me quise dar cuenta, la verdad es que ya no leía los versos, sino que los cantaba con la inolvidable melodía que les dio Paco Ibáñez"

García Montero repite en el poema que “busco y toco palabras”, para a continuación iniciar una especie de burla desengañada consigo mismo, con su oficio de escritor y hasta con la tradición de la lengua y sus equívocos: “mis palabras se meten en un charco, / o se van por las ramas, / o tienden a llover sobre mojado”. He hablado de mi primera lectura y en realidad eso es mucho decir porque, en mitad de esos versos, el plural de “escrituras” me hizo pensar en el plural de “palabras”. Recordé entonces que el granadino Luis García Montero había sido muy amigo del gaditano Rafael Alberti, y que además había hecho una edición crítica de su poesía y escrito diversos ensayos y dado varios recitales juntos. Y recordé naturalmente el “Nocturno” de Alberti. Y cuando me quise dar cuenta, la verdad es que ya no leía los versos, sino que los cantaba con la inolvidable melodía que les dio Paco Ibáñez: “Manifiestos, escritos, comentarios, discursos / humaredas perdidas, mentiras estampadas / qué dolor de papeles que ha de llevar el viento / qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua / las palabras entonces no sirven, son palabras”.

Y este es quizá el momento de hacer una recapitulación: Alberti escribió “Nocturno” en plena Guerra Civil, y el estribillo de su poema original alterna “bala, bala” con “… son palabras”. Y Paco Ibáñez (cuyas canciones —a mi juicio— deberían oírse una y otra vez en las escuelas como parte de los programas de formación ciudadana) fue censurado y perseguido por la dictadura. Y la Guerra Civil y la dictadura fueron el escenario al que incesantemente regresaban las novelas de Almudena Grandes. Y García Montero incluye en Un año y tres meses un poema titulado “La resistencia” donde, buscando un taxi con Almudena en la puerta del hospital, escribe que “… el cielo de Madrid nos mira triste / una vez más nos faltan aliados / en las trincheras últimas de nuestros corazones”. Y es entonces cuando parece comprenderse que el plural de “Las escrituras” (con una polisemia tan libre como es propio de la poesía) no se refiere sólo al plural de “palabras”. Que con “Las escrituras” se habla en plural porque se está hablando de un grupo. Se está hablando de actitudes, de trayectorias, de complicidades, de la prolongación de una cierta tradición cívica y literaria de la que este libro cargado de referencias es quizás, por el momento, un último enlace.

En el último poema del libro (titulado como todo el volumen) hay una cita más, en este caso una cita textual del propio García Montero que dice: “comprendí la factura de querer / de un modo tan completamente viernes”, antes de concluir que: “este año y tres meses, / estos días finales que ya son, / ahora, recordados, los más felices de mi vida” (repitiendo la idea y las últimas palabras de unos versos de Joan Margarit que figuran como encabezamiento de este poema final).

"Si, por supuesto, no puede ni pensarse en notoriedad, ni en demostración de virtuosismo con citas casi a escondidas, ni en un ejercicio de erudición libresca..., ¿qué significa entonces esa larga serie de nombres?"

Efectivamente Un año y tres meses es, hasta en el título, como la otra cara de Completamente viernes. Con casi 25 años de diferencia, se trata de dos libros dedicados a Almudena Grandes; de dos libros que hablan del calendario (en un caso desde la plenitud del presente —viernes—, en el otro desde el recuento de un tiempo roto —un año y tres meses—); de dos libros que, verdaderamente, no dejan de ser un paseo por el amor y la muerte. Un paseo al que el poeta Luis García Montero —en lo que constituye hasta ahora la cima más asombrosa y conmovedora de toda su obra— ha sido capaz de darle un sentido.

Una última consideración, lejos de la historia de la literatura: Ya se ha señalado que Un año y tres meses está compuesto de veinticinco poemas agrupados en dos bloques idénticos de doce poemas cada uno, más un poema final. El primer poema de la primera parte incluye la referencia a Góngora. El último de la segunda parte la referencia a Alberti. El poema final la cita del propio García Montero. En todo caso, en el libro hemos visto, cuando menos, las hebras coloreadas de Góngora, García Lorca, Quevedo, Machado, Calderón, Cervantes, Bécquer, Manrique, Alberti, Margarit y el propio García Montero. Una decena larga de nombres —seguro que ampliable— en una colección de 25 poemas. Todas las referencias son alusiones indirectas menos la del propio autor, que obviamente es exacta: “completamente viernes”. Si, por supuesto, no puede ni pensarse en notoriedad, ni en demostración de virtuosismo con citas casi a escondidas, ni en un ejercicio de erudición libresca…, ¿qué significa entonces esa larga serie de nombres? En mi opinión no se trata de historia de la literatura. Ni siquiera se trata de historia. Se trata de memoria. Y al entrelazar sus versos con los versos de algunos de los poetas mencionados, seguramente algunos de sus poetas preferidos pero además poetas más allá del olvido, lo que García Montero está haciendo es poner lo mejor de sí mismo y juntarse además con los mejores para asegurar el objetivo por el que escribió este libro: que la memoria de Almudena Grandes perdure.

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Autor: Luis García Montero. Título: Un año y tres meses. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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