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Pasión por la imagen teñida de sangre

Pasión por la imagen teñida de sangre

Pocos cineastas tienen el talento de Quentin Tarantino para tejer historias tan socarronas, disruptivas, violentas y cínicas como las que él consigue hilvanar con su estilo natural, cadencioso, nada forzado. Y en buena medida esto se debe a su vasto y profundo conocimiento cinematográfico, basado fundamentalmente en el (re)visionado constante y continuo de miles, centenares de miles, de películas. Su formación cinéfila, lejos de la académica y de las escuelas de cine, se construye a partir de ver cine sin parar. Seguramente, junto a Martin Scorsese, Tarantino sea el cineasta vivo con más películas vistas y guardadas en su memoria de toda la industria. Y es precisamente esta erudición la que le permite introducir referencias, guiños, homenajes, reivindicaciones de sus películas de culto, en cada una de las historias que escribe y dirige. Godard, Siegel, Boorman, Fulci, Peckinpah, Leone, Corbucci, Miike, Craven, Hooper y tantos y tantos autores que se deslizan de una manera más o menos subrepticiamente a lo largo su obra cinematográfica.

Sin embargo, Tarantino está en una etapa de su vida en la que desea abrir otros horizontes más allá del de la dirección o escritura de guiones. Mientras valora y acaba por decantarse sobre su siguiente película (la décima, con la que teóricamente se retirará definitivamente del campo de la dirección), Quentin Tarantino está penetrando en el mundo literario, primero con la publicación de la novela Érase una vez en Hollywood, que es una suerte de ahondamiento y desarrollo en las peripecias de algunos de los personajes del largometraje con el mismo título, y ahora se lanza con el ensayo en su última obra, titulada Meditaciones de cine. En él ofrece una extensa y pasional reflexión sobre las películas que le marcaron profundamente en sus primeras andanzas por los cines de Los Ángeles, en su infancia y primera adolescencia.

"Su amplísima formación cinéfila, gestada en repetitivos visionados, en análisis minuciosos y diacríticos, es mucho más potente y rigurosa que la de muchísimos académicos del mundo del cine"

Una de las peculiaridades del libro es que todo el análisis que estructura se conjuga con el aspecto biográfico. Es decir, sus reflexiones sobre el guion, puesta en escena, dirección, etc. partirán no tanto de un conocimiento teórico depurado y más o menos solvente, sino que se ejecutarán en términos histórico-subjetivos. Con ello, por un lado, se arrinconan cualesquiera tentativas de pedantería y, por el otro, consigue transmitir de una manera más directa la emoción ligada a cada uno de los análisis. Ahora bien, esto no significa que se deba desacreditar sus análisis calificándolos de faltos de rigor. Más bien sucede todo lo contrario. Su amplísima formación cinéfila, gestada en repetitivos visionados, en análisis minuciosos y diacríticos (es decir, a través de la comparación de las obras entre sí), es mucho más potente y rigurosa que la de muchísimos académicos del mundo del cine.

"Tarantino no cesa de reivindicar, sea en su obra cinematográfica como en la literaria y ensayística, aquel cine oculto, minusvalorado, denigrado, categorizado por la élite del gremio de bajo, horrendo o abyecto"

Por todo ello, no nos debe extrañar que cuando Quentin Tarantino acomete el análisis preciso, elocuente y contraintuitivo de obras como Bullit (Peter Yates, 1968), Harry el sucio (Don Siegel, 1971), Deliverance (John Boorman, 1972), La casa de los horrores (Tobe Hooper, 1981) o Teléfono (Don Siegel, 1977), su entusiasmo se hibride con la erudición de una manera indisoluble e inigualable. No se trata tanto de analizar los contenidos siguiendo teorías clave y dominantes, sino de hacer dialogar los diferentes elementos del guion, puesta en escena, pormenores de la creación… y así ver lo que resulta de ese choque de relaciones. Por ello, las lecturas que realiza de los elementos implícitos, velados, o poco ponderados de los guiones o la preproducción de La huida (Sam Peckinpah, 1972), Taxi Driver (Martin Scoresese, 1976), Hardcore, un mundo oculto (Paul Schrader, 1977) o Rolling Thunder (John Flyn, 1977) deben ser considerados como brillantes sin discusión, tanto por lo que exhuman de impensado en todas ellas como por los elementos críticos, relacionales y contrafácticos que es capaz de plantear.

Su pasión por todas las vertientes del exploitation es absolutamente arrolladora y contagiosa. Tarantino no cesa de reivindicar, sea en su obra cinematográfica como en la literaria y ensayística, aquel cine oculto, minusvalorado, denigrado, categorizado por la élite del gremio de bajo, horrendo o abyecto. La penetración en la violencia, la fascinación por lo perturbador y disruptivo (véase, por sólo citar un par de ejemplos, cómo describe y analiza la mítica escena de Deliverance, de John Boorman, o bien cómo se adentra detalladamente en los pormenores de la violencia psicológica y física que sufre el personaje de Charles Rane en Rolling Thunder)… Tarantino destila un entusiasmo encomiable en cada una de las palabras que traza para construir este maravilloso alegato, no sólo en favor del exploitation sino del cine, en general.

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Autor: Quentin Tarantino. Traductor: Carlos Milla Soler. Título: Meditaciones de cine. Editorial: Reservoir Books. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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