He reunido, en El fruto de la vida diversa, todo lo que he escrito hasta la fecha sobre autores norteamericanos, con una salvedad: dejo fuera lo correspondiente al contenido de La pasión incontenible: Éxito y rabia en la narrativa norteamericana, que apareció en el año 2013 en la editorial Pre-Textos: un libro compuesto de una larga introducción y una serie de textos en los que emparejaba a autores por su cercanía personal o artística. Así, hablé de Herman Melville y Nathaniel Hawthorne, William Faulkner y Thomas Wolfe, Francis Scott Fitzgerald y Dorothy Parker, Dashiell Hammett y Patricia Highsmith, Ernest Hemingway y William Saroyan, John Fante y Budd Schulberg, William Burroughs y Jack Kerouac, Carson McCullers y Flannery O’Connor, Saul Bellow y Philip Roth, más Paul Auster, al que dejaba solo para que el lector le buscara un colega actual concomitante con su literatura.
Con todo, desde la primera página, se asomaban también la vida y obra de otro buen número de escritores de forma más o menos extensa: Edgar Allan Poe, Ray Bradbury, Truman Capote, Raymond Carver, Budd Schulberg, Chuck Palahniuk, Robertson Davies, Edward Lewis Wallant, Henry James, John Kennedy Toole, Washington Irving, Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau y Walt Whitman (de estos tres últimos he hablado además profusamente en mis recientes libros de la editorial Ariel El triunfo de los principios: Cómo vivir con Thoreau y El dios más poderoso: Vida de Walt Whitman).
Ahora bien, de muchos de estos autores, naturalmente, he seguido escribiendo a raíz de algunas novedades editoriales u onomásticas significativas, de modo que este caudal de textos sí que los he incorporado a El fruto de la vida diversa, tratando en lo posible de evitar redundancias con respecto a mis trabajos anteriores. Por eso, en algunos casos, me he permitido revisar los textos para ampliar algún dato, evitar repeticiones debidas a la publicación de diferentes artículos de un mismo autor, o en alguna ocasión fusionar diversos textos para dar con uno más homogéneo.
Todo partió de Carmen Manuel, profesora universitaria y traductora de la prosa de Whitman, entre otros autores, y de su amabilísima invitación a formar parte, dentro de Publicacions de la Universitat de València, de la Biblioteca Javier Coy d’Estudis Nord-americans. Así pues, preparé este libro recopilatorio que aúna mi interés por las letras americanas durante los últimos veinte y pico años, y que acoge artículos y ensayos que he ido publicando, en su mayor parte, en el periódico La Razón, desde el año 2000, pero también —los más largos— en revistas como la asturiana Clarín y Cuadernos Hispanoamericanos. De ahí que su enfoque y extensión obedezcan a las características por las que nacieron: crítica literaria corta o mediana, o extensa en caso de que abriera el suplemento de Libros del diario citado; artículo de prensa sobre un autor determinado a raíz de alguna noticia; reportaje para la sección de Cultura a partir de un libro nuevo de tal escritor; textos necrológicos; más páginas que, a veces, lindaban con la información viajera, como algunos que vieron la luz en el suplemento El Viajero de El País.
Para todo este maremágnum de lecturas que tratan sobre una gran cantidad de escritores de muy diversas etapas, me decanté por una estructura basada en el orden alfabético, para un más directo y rápido hallazgo de cada autor, descartando la idea de colocarlos, como suelo hacer en este tipo de trabajos, por orden de año de nacimiento. He pretendido, en definitiva, con estilo ameno y apasionado, hablar de un centenar de autores norteamericanos que abarcan doscientos años de literatura americana, desde Washington Irving hasta autores que están publicando en este mismo tiempo: un enorme y diverso caudal artístico visto, además, con conciencia desmitificadora. Y es que, por el simple hecho de venir del país de donde vienen, muchos autores estadounidenses ya traen desde los medios de comunicación y el mundo editorial un halo de sofisticación, alabanzas hiperbólicas y mercadotecnia que he tratado de cuestionar en pos de ofrecer una mirada honesta, justa y cercana tanto al lector de a pie como al especializado.
El porqué del título lo podrá hallar el lector en el epígrafe que coloco al inicio del libro: “Para nosotros, lo esencial es lo estético. En los Estados Unidos, como en Inglaterra, los grupos y cenáculos literarios son menos importantes que el individuo. Las obras surgen como fruto natural de vidas diversas. Hemos preferido, pues, dejarnos guiar por la atracción que ejercieron sobre nosotros las obras mismas”. Palabras que forman parte del prólogo a Introducción a la literatura norteamericana (1967), de Jorge Luis Borges y Esther Zemborain.
Toda esta diversidad la apreciará el lector en el extenso índice, desde el lirismo hermético de John Ashbery hasta el “nuevo periodismo” de Tom Wolfe. Hablo, por ejemplo, de Louis Auchincloss y de su “caduca Nueva York”, dedico siete textos a Paul Auster, incluida una entrevista, que titulé «Nada en el trabajo está planeado», y un acercamiento al barrio en el que vive y al Prospect Park de Brooklyn. Atiendo autores emergentes como Nicole Krauss, la joven Elif Batuman o alguno que en su día me pareció muy destacable en su debut, como Arthur Bradford. Autores norteamericanos que hablaron de tierras lejanas a la suya, como Paul Bowles o la china Pearl S. Buck. Poetas como Wallace Stevens, en referencia a sus aforismos, Charles Bukowski y su “cierto encanto detestable”, Emily Dickinson y su “mente fúnebre”, y el William Faulkner que también se dedicó a los versos. O aquellos cuyas obras son pura sociología de los Estados Unidos de los siglos XX y XXI, como T. C. Boyle, Lionel Shriver o Emma Cline…
La literatura de género tiene cabida de forma pormenorizada; es el caso de algunos clásicos de diversa naturaleza: la literatura infantil, con L. Frank Baum, en “La vigencia del mundo de Oz”, o la ciencia ficción con Ray Bradbury, en “Escribir para no morir”, y Philip K. Dick, con todas “sus paranoias”, o el terror de Stephen King o H. P. Lovecraft, “El maestro de la locura”; desde luego, el suspense psicológico de Patricia Highsmith o la novela negra de Sue Grafton. Asimismo, la narrativa breve tiene un gran protagonismo, en los pasajes dedicados a Truman Capote, en “La maestría de un niño”, a “Raymond Carver con los perdedores anónimos”, o también mediante una antología preparada por Richard Ford que atravesaban dos siglos de short stories, o en referencia a los cuentos reunidos de E. L. Doctorow.
Ningún formato literario o de escritura vivencial ha escapado a mis lecturas. Por ello, también están las cartas de John Cheever y Henry Miller, y aquellos narradores que llegaron a mí sobre todo en su aspecto de ensayista o periodista, como Jonathan Franzen, o aquellos clásicos que yo aprecio más en su faceta como articulistas que como autores de literatura de ficción, caso de F. S. Fitzgerald. También, textos que remiten a páginas biográficas, de visión de todo un mundo y una época, como queda reflejado en los párrafos consagrados a Martha Gellhorn, “La antifascista americana”, y a Lillian Hellman, “Homenaje a Dashiell Hammett”.
Y naturalmente, hay aquí autores veteranos de prestigio inmenso, aún en activo o recientemente fallecidos, como Philip Roth, Cormac McCarthy, Don DeLillo y Joyce Carol Oates. Autores relevantes de la pasada centuria como John Dos Passos, T. S. Eliot, Ernest Hemingway y Harper Lee, a la que dedico tres textos, por ejemplo tras haber sido hallada una novela oculta maravillosa que complementa Matar a un ruiseñor. Y otros que, como pasó con Hemingway, se interesaron por el boxeo en sus artículos, relatos o reportajes, como Jack London, en “El round del racismo”, Norman Mailer y W. C. Heinz, “Un periodista frente al ring”.
También las letras canadienses tienen su lugar, con Marian Engel, Margaret Atwood y Alice Munro. Autoras de obra que siento lejana en su estética y argumentos que contrastan con todos los que me hacen sentir cerca de su escritura: por supuesto el trío fundador del pensamiento y el sentir norteamericanos: Thoreau, Emerson, Whitman, más el Nathaniel Hawthorne de su natal Salem, “Herman Melville y el afecto desigual con Hawthorne”, y cómo no, Edgar Allan Poe, pero desde su faceta de crítico literario, y de lo más exigente, además de Mark Twain, alrededor del cual reviso tanto su obra como el hogar donde nació su personaje Tom Sawyer.
Nueva York, como se supondrá, tendrá una gran presencia en el libro, así como California, con John Steinbeck y Hunter S. Thompson; se podrá conocer de manera muy extensa a Ring Lardner, “Un idealista desilusionado en Manhattan”, o el grupo Beat, con Jack Kerouac, Allen Ginsberg y otros, y O. Henry y sus cuentos neoyorquinos. Y novelistas y cuentistas menos conocidos pero que me atraparon enseguida y a los que admiro sobremanera, como John Fante, John O’Hara. William Saroyan y Budd Schulberg, sobre el que también aporto una entrevista en relación con su experiencia en Hollywood y una novela que salió de todo ello.
John Irving, Toni Morrison, Eugene O’Neill, Chuck Palahniuk, Katherine Anne Porter, Annie Proulx, Thomas Pynchon, J. D. Salinger, James Salter, Upton Sinclair, Susan Sontag, John Kennedy Toole, Dalton Trumbo… Me es difícil seguir destacando más autores dentro de un listado que incluye frutos de vida tan diversa como Donna Tartt, Paul Theroux, John Updike, Gore Vidal, Kurt Vonnegut, David Foster Wallace, Eudora Welty, Edith Wharton u otra de mis debilidades, Thomas Wolfe, ese poeta en prosa que fue capaz tanto de escribir novelas inacabables que su editor tenía que acortar como novelas cortas perfectas, llenas de emoción, amor y nostalgia en torno al tiempo que se escabulle a cada paso.
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Autor: Toni Montesinos. Título: El fruto de la vida diversa: Artículos sobre literatura norteamericana. Editorial: Universitat de València. Colección: Biblioteca Javier Coy d’Estudis Nord-Americans. Venta: Amazon
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