Si tuviéramos que definir la novela de Patricio Pron Mañana tendremos otros nombres, que se acaba de alzar con el Premio Alfaguara, podríamos caer en el error de presentarla como una novela de amor. Este último título del escritor argentino es un punto de vista sobre la manera en que pensamos sobre el amor.
Esta novela, fuertemente radicada en el presente, examina el modo en que vivimos y reflexionamos hoy día las relaciones amorosas. No es un tratado sobre el amor, ni un ensayo que enumere y explique modos de amar, sino que se acerca a la reflexión sobre la ruptura amorosa desde dos personajes cuyas vidas han orbitado la una alrededor de la otra, como satélites lunares. Quizá sea esta una novela satélite sobre uno de los grandes temas de la literatura. Mañana tendremos otros nombres también orbita sobre otra de las grandes cuestiones a las que se enfrenta un escritor, la identidad.
En este texto conviven ambas lecturas sobre el ser humano: cómo reflexionamos sobre el amor, cómo reflexionamos sobre la identidad, cómo estos dos grandes conceptos se condicionan mutuamente y cómo abordamos, desde la soledad y la fragilidad económica y política de nuestra sociedad, ambas materias. Huérfanos de referentes políticos y sociales, enmarcados en una civilización cambiante en todo lo tocante a las relaciones, el amor y la identidad pueden servir para construirnos.
Hablamos de estas cuestiones con Patricio Pron, que se enfrenta de nuevo a su texto y lo disecciona en esta conversación. Hablamos de separaciones, de librerías y de las asimetrías que a veces rodean el trabajo del escritor. Comenzamos.
—¿De qué trata esta novela?
—(Risas). Una gran pregunta, entre otras cosas porque en realidad las novelas tratan de lo que dicen que tratan, ¿no? Sin embargo, yo creo que el jurado del Premio ha estado muy certero cuando ha definido esta novela como una novela que, sin hacer referencia explícita a ellos, aborda los condicionantes económicos y políticos que afectan a las relaciones amorosas en este momento histórico. De forma explícita esta novela recorre la trayectoria de dos personas desde el momento en que se separan hasta el momento en que algo o alguien vuelve a reunirlas. Y la de un puñado de personajes que, al igual que ellos, está a la búsqueda de hacer pie en un contexto que ha cambiado aceleradamente en buena medida para bien, pero en el que cuestiones como el consentimiento, las asimetrías en el marco de las relaciones amorosas, las limitaciones y posibilidades en el marco de la seducción… está todo, como digo, cambiando aceleradamente. Así podría resumir la novela.
—De repente se publica una novela suya con un título corto, ¿qué ha ocurrido?
—¡No es tan corto! Esta pregunta es indignante [risas]. ¡Me alteras! Aquí terminó la entrevista, como diría Kureishi.
—Se va a perder todo lo bueno…
—Un día vi a Hanif Kureishi en el Hay Festival de Cartagena de Indias. ¿Estabas aquella vez en el teatro? —Patricio Pron se dirige al fotógrafo, Daniel Mordzinski—, y en la primera pregunta, que era una pregunta hasta donde yo recuerde normal, el tipo dijo: “Esto es indignante. Aquí ha terminado la entrevista”. Se levantó y se fue. Él era la estrella del festival, era la conclusión del festival, y nunca entendimos qué le había pasado.
—A mí me lo hizo en una foto también —interviene Mordzinski.
—¿Ah, sí? —pregunta Pron.
—Pero volvió a los 30 segundos. Sólo le pedí que salte —Mordzinski se ríe—. Y terminó aceptando. Pero ya le había metido en su cama en otra sesión…
—No sé —comenta Pron.
—Tiene mucho humor —continúa Mordzinski.
—Sus libros lo tienen, lo que pasa es que los escritores —Pron reanuda la conversación—, si alguna vez has tenido oportunidad de entrevistar o fotografiar a humoristas, o incluso ser amiga de alguno de ellos, habrás comprobado que en realidad son las personas más serias del mundo. Es una enorme frustración ser amigo de un cómico. Yo soy amigo de varios, les tengo mucho afecto y me lo paso bien con ellos. Pero admito que me lo paso mucho mejor viendo sus espectáculos porque el esfuerzo deliberado que hacen por no ser quienes son los singulariza. Ahora bien, respecto a la pregunta que me hacías, efectivamente, Mañana tendremos otros nombres parece un nombre, un título breve, pero en realidad, por una parte tenemos el antecedente de Nosotros caminamos en sueños, que creo que tiene casi la misma estructura y la misma cantidad de letras, y también el hecho de que, en unas épocas muy remotas y absolutamente desconocidas para el lector español, cuando yo era un joven escritor argentino que siguiendo la línea de quienes eran sus maestros, titulaba de forma muy breve y escueta. Mis libros se titularon Hombres infames, Narradores muertos, Formas de morir… en un intento por mi parte de titular de forma muy breve, imitando la forma de uno de mis maestros, que es Ricardo Piglia. Me marché a Alemania con la finalidad, con el propósito, de dejar de escribir. Pero volví a escribir, me otorgué la licencia de volver a hacerlo. Lo hice también bajo el presupuesto de que los títulos tenían que ser muy distintos. Y así lo ha sido. En cualquier caso, nunca he puesto a ningún libro mío un título que no creyese que le viene como anillo al dedo. Incluso aquellos títulos más atrabiliarios como La vida interior de las plantas de interior o No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles se entienden tan pronto como lees el libro. Mañana tendremos otros nombres es en realidad una frase que se me impuso desde el primer momento a la hora de pensar en este libro. Entre otras cosas, porque hace referencia a una de las cuestiones centrales del libro, que es la cuestión de la identidad, la cuestión de cómo los nombres a los que respondemos, y con los que nos reconocemos, no son solamente los nombres que nos han dado nuestros padres, los nombres que nos dan las otras personas, de tal forma que una separación amorosa también implica perder ciertos nombres y una nueva historia de amor encontrar otros. La promesa, tras toda separación, es la de que mañana tendremos otros nombres, pues habrá otros que nos nombren y nos digan quiénes somos, que es básicamente lo que hacen los otros.
—¿Sabía de lo que iba a escribir cuando se puso delante de la página en blanco?
—Sí, yo tengo siempre una especie de vislumbre, de un tono tal vez, de una especie de melodía. A veces no se trata de un tono o de una melodía, sino que es más bien una especie de situación narrativa de la que yo no sé demasiado, de tal manera que escribir el libro consiste en intentar averiguar qué les sucede a estos personajes o cómo se resuelve la situación en la que se encuentran. Al comienzo de Mañana tendremos otros nombres yo tenía el vislumbre de una pareja que, a diferencia de lo que sucede habitualmente en literatura, rompe sin ni siquiera darse cuenta que rompe, sin saber muy bien qué los ha llevado a romper. Y a lo largo de un periodo de tiempo que es aproximadamente un año se ven abocados a la tarea de descubrir por qué han roto, pero también cómo pueden reunir los trozos de una relación y los trozos de una identidad perdida para volver a contar con la solidez y la fortaleza suficientes para vivir unos tiempos que no son buenos, pero tampoco parecen mejorables. Su perplejidad y su desconcierto era, al menos inicialmente, el mío propio, también ante la tarea de escribir una novela contemporánea en español que, a diferencia de lo que es habitual en este contexto y con muy pocas excepciones, observaba las relaciones amorosas de una forma bastante, en mi opinión, anticuada. Había un intento por mi parte de actualizar el relato de las relaciones amorosas en el ámbito del relato contemporáneo en español, lo cual supone un gran desafío, que era dar cuenta de un montón de desarrollos políticos y sociales que, en buena medida y para mi gran alegría, están transformando la forma en que pensamos en esto. Posiblemente este sea el momento en el cual sea bastante difícil escribir novelas que tengan la experiencia amorosa como tema, debido a que son vistas de muchas maneras distintas en este momento. Y desde la complejidad y la diversidad que posiblemente disuada a algunos autores o el prejuicio de que las relaciones amorosas exitosas son en realidad aquellas que nos han dicho tradicionalmente que lo son. Precisamente por esa dificultad, precisamente por el desconcierto inicial y por la incertidumbre, pensé que valía la pena escribir esta novela.
—Los protagonistas a menudo comparan sus relaciones truncadas con la estabilidad de las relaciones mucho más duraderas de sus progenitores. ¿Qué cree que ha provocado la muerte de las relaciones hoy día?
—Yo no hablaría de la muerte de las relaciones, francamente. Creo que hay muchas personas ahí fuera que están teniendo relaciones amorosas que podríamos describir de forma general como exitosas o logradas. Más aún, diría que antes que hablar de una muerte de las relaciones amorosas, deberíamos hablar de efervescencia o de boom, en la medida que hay muchas personas en este momento explorando nuevas formas de unión: parejas que se componen de más de dos personas, parejas que no están compuestas por miembros de distinto sexo, parejas que incorporan las variantes que suponen unas nuevas alteridades, unas nuevas identidades sexuales que ya tienen, afortunadamente, una carta de ciudadanía en nuestras sociedades. Diría que hay una especie de efervescencia, y en esa efervescencia no está la muerte de lo que consideramos la pareja tradicional, la pareja monogámica de dos personas que se juntan en algún momento de su vida, se enamoran la una de la otra, allanan sus diferencias y tienen una larga relación monogámica cuya finalidad es (implícita o explícitamente) la reproducción. Este tipo de pareja desde luego no está muriendo por fuerza de los nuevos hábitos, que tampoco la cuestionan (no ha habido diatriba contra esto). Pero sí está, tal vez, dejando de tener la primacía, dejando de ser hegemónica, lo cual es un desarrollo que me parece positivo y saludable. Hay muchos condicionantes económicos y políticos que afectan a la forma en que nos estamos relacionando amorosamente en este momento. Desde luego, la intromisión de la tecnología en el ámbito de la subjetividad es muy importante (y hay otras cosas dando vueltas). Los personajes de la novela se enfrentan a ellas y tratan de pensar cuánto de ello pueden utilizar, lo cual significa también pensar en ellos mismos, pensar en quiénes son, cómo han amado y cómo desean amar. Casi todas las novelas que me interesan a mí, las que me parecen realmente relevantes, son aquellas novelas que nos obligan a pensar acerca de la forma en que pensamos sobre algo. En ese sentido creo que lo que los personajes hacen, y con ellos la novela, es pensar acerca de la forma en que piensan o han pensado hasta ese momento acerca de las relaciones amorosas y de su condición, sobre todo de refugio del mundo. Creo que es ese aspecto de la pareja el que está viéndose puesto en cuestión en este momento histórico. La pareja no parece ya constituir un refugio de la inestabilidad política y económica que vivimos en estos tiempos, sino más bien estar completamente atravesada por ella. Hay un dato que parece demostrar que siempre ha sido así, y es el dato de que en momentos de inestabilidad, lo primero que disminuye en las estadísticas generales es la tasa de divorcios. No digo, naturalmente, que las personas se divorcien o se separen menos que en el pasado (por el contrario, tienden a separarse más en estos momentos), sino más bien debido a que en estos momentos de inestabilidad política y económica las personas no cuentan con las herramientas económicas que les permitirían separarse. Lo cual, desde luego, muchas veces es trágico, sobre todo si consideramos la situación de las personas que padecen violencia doméstica, por ejemplo, que no pueden abandonar sus hogares o no tienen dónde ir. Pensamos en la vida privada como algo completamente escindido de la vida pública. Pensamos en nuestra vida íntima como algo aparte de nuestra vida pública y como un sitio donde podemos refugiarnos. Y sin embargo lo que estos personajes descubren, creo yo, es que no es posible refugiarse en la pareja. Más aún, que la pareja es un muy interesante ámbito de discusión —un campo de batalla, si deseas verlo así— de diferentes visiones acerca de la experiencia amorosa, de la identidad y de la sociedad y que lo más interesante, y los mejores argumentos para fundar una pareja, es que esa pareja sea ese ámbito en el que discutir esas cosas.
—Afectado por el movimiento Me too, el protagonista vive un proceso de reaprendizaje de lo que es o debe ser una relación amorosa. ¿Cree usted que se debe aprender a amar?
—Creo que se debe aprender en líneas generales, diría. Creo que la educación es, en muchos aspectos, desde luego muy necesaria. Quizá los miembros más jóvenes de nuestra sociedad no se vean obligados a desaprender determinadas cosas, como tenemos que hacerlo quienes somos algo mayores. Pero es evidente que la necesidad de esclarecimiento y el debate activo, la discusión sostenida acerca de estos temas que pueden llegar a resultarnos irritantes por su repetición en algún momento, son más necesarios que nunca. Basta pensar en el hecho de que buena parte de los miembros más jóvenes de nuestra sociedad está modelando su experiencia del mundo y aprendiendo a amar y a relacionarse a través de la pornografía que se consume en redes, de ciertas prácticas completamente cosificadoras y enajenadoras de la experiencia, como por ejemplo las ruletas de chat, las videoconferencias y demás y/o a través de programas que pueden parecer inocentes, pero que en realidad son formas de disciplinamiento, como por ejemplo Mujeres y hombres y viceversa, y cosas así. Estos programas que pueden parecernos inocuos, como digo, que pueden parecernos simplemente graciosos, son en realidad formas de adoctrinamiento, y constituyen una forma de resistencia a los desarrollos que se pueden producir en el ámbito de una mayor equidad entre hombres y mujeres en los últimos años. Es posible que los miembros más recientes de la sociedad, confrontados con la experiencia real de tener relaciones amorosas, de establecer relaciones amorosas, apelen a un vocabulario adquirido mediante estas prácticas que es completamente inútil llevarlas a cabo. Muy al contrario, es contraproducente. De acuerdo con algunos estudios recientes, por otra parte (pero al hilo de esto) muchos jóvenes están teniendo problemas sexuales, un tipo de fenómeno a partir de determinadas edades; problemas de inhibición del deseo sexual debido al hecho de que los estímulos de la vida real son menos fuertes o diversos que los que se producen en el ámbito digital. Esa clase de cosas. Hay una gran preocupación acerca de esto por parte de algunos médicos europeos, de algunos sociólogos, y han escrito varios libros sobre el tema. Mis libros tienen todos un proceso de documentación bastante extenso, que a veces aparece explícitamente y otras no. Este es un caso en el que no aparece explícitamente. Sin embargo, el libro se sostiene, entre muchas otras cosas, en la obra ensayística de algunos autores, muchos de ellos mujeres, pero también en una enorme cantidad de estadísticas que ponen de manifiesto esto: la forma en que está cambiando todo, la forma en que en realidad no hay prácticamente ningún desarrollo de los últimos años que no haya tenido una línea de sombra sobre la que no pensamos a menudo y sobre la que deberíamos pensar, que es el tema del libro.
—Los personajes asumen una pérdida intangible deshaciéndose o transformando lo que es tangible de sus vidas. ¿Avanzar es ordenar cajones?
—Creo que sí. Creo que hay, en toda separación, una especie de ejercicio de desprendimiento que es el mismo ejercicio que los personajes llevan a cabo de formas muy distintas: como recordarás, “Él”, el personaje masculino de la pareja, comienza la novela arrancando una tras otra, las hojas de un libro…
—¡Eso es terrible!
—(Risas) Yo he pensado más de una vez que debería hacerlo, y diciéndose a sí mismo (el personaje masculino) que si tuviera la posibilidad se habría dedicado a cortar la mitad de todos los muebles, la mitad de todas las cosas, la mitad de la ropa que tenían ambos, como un intento de comprender qué significa vivir a partir de ese momento con la mitad de lo que tenía. Creo que, de formas menos extremas, todos hacemos una especie de ejercicio de ascetismo y de depuración con cada una de nuestras separaciones que es también un ejercicio de síntesis. Podríamos imaginar, en ese sentido, a Marie Kondo como una especie de santa laica de las separaciones en su invitación a desprendernos de cosas. Pero efectivamente hay un proceso de desprendimiento material que se corresponde, si la separación es útil y productiva, con un proceso de enriquecimiento personal. Lo que perdemos a nivel material lo ganamos a nivel personal y, desde luego, creo que toda separación nos hace mejores amantes y mejores parejas en el futuro. Es una experiencia que creo que muchos de nosotros hemos tenido: mujeres con las que he roto, mujeres que me han dejado o de las que me he separado por una razón u otra… son mujeres que me han hecho mejor, creo. En ese sentido hay también un intento en el libro de, no digamos morigerar o eludir los aspectos más escabrosos y más dolorosos de una separación, sino más bien de ponerlos también en contexto, dar cuenta del hecho de que hay otras cosas que suceden al mismo tiempo y que son muy interesantes, que no podemos ver cuando estamos separándonos, pero que, con el tiempo, podemos llegar a comprender y aprobar incluso.
—¿Por qué en sus novelas no hay nombres propios? ¿Quiénes son “él” y “ella”?
—Algunos escritores como yo, tras haber escrito un libro nos dedicamos a quitar todo lo que nos parece superfluo. En ese sentido mi impresión, después de la escritura del libro, era que estos personajes no necesitaban nombre, porque iban a adquirir otros sobre los que hasta el momento no sabían nada. También porque su experiencia es, en algún sentido, universal. Me parece que unos personajes sin nombre podían ser mejores espejos de los lectores, que es lo que los personajes en los libros son.
—En esta novela habla del futuro de las librerías —sus protagonistas viven frente a una— ante el auge de las plataformas de venta online. ¿Ve tan negro el futuro de la venta de libros como lo ven sus protagonistas?
—Sí, en algún sentido sí. Creo que son conscientes de que el negocio del libro se ha visto adelgazado en los últimos años, pero no son particularmente pesimistas, muy por el contrario, descubren en las librerías algo parecido a un refugio, que creo que es lo que todos encontramos en las buenas librerías. Las librerías que son importantes para nosotros (ya sean de cadena o independientes) son aquellas en las cuales encontramos lo que no es posible encontrar en aquellas librerías que tienen los días contados, librerías en las cuales (como dicen los personajes de la novela) los libreros son meros apéndices del ordenador que utilizan para buscar los libros. Hay librerías en las cuales, por el contrario, los ordenadores continúan siendo los apéndices de un librero que es exclusivamente un lector. Son las librerías que preferimos y son las librerías que no solamente a lo largo de la novela los personajes ven resurgir, sino que efectivamente están resurgiendo. De acuerdo con datos del negocio del libro en los Estados Unidos, las librerías que todavía prescriben son las librerías en las cuales la actividad de comprar libros está acompañada por la de conformar una comunidad, ser parte de una comunidad de lectores, aquellas librerías en las cuales la cuestión del posicionamiento estético y político de quien ha escogido qué libros hay en esa librería es importante. Son sitios que me parece que están prosperando en los Estados Unidos y que van a prosperar aún más en Europa en la medida en que, como decíamos hace un momento, quien desee libros de circunstancias puede comprarlos en otro sitio. Las librerías son para otras cosas.
—¿Y usted ha hecho esto de pedir libros con nombres inventados en librerías?
—[Risas] En alguna ocasión sí he preguntado por libros para fastidiar. Lo que el personaje de la novela hace preguntando acerca de ese libro cuyo autor no recuerda, pero que el tema es más o menos conocido, y de cuya editorial no sabe el nombre pero sabe que es verde, que si le pueden decir algo, si está o no está… es algo que he hecho a veces para fastidiar a amigos libreros. Los libreros son, sin embargo, muy pacientes y generalmente acaban encontrando algo que ni siquiera sabía que existía. Esa es una de las razones por las cuales uno va a las librerías. Yo nunca voy a comprar un libro específico. Creo que, como todos los clientes de librerías, voy a asistir a una serie de descubrimientos. A veces la excusa es la de un libro específico, pero siempre acabo llevándome eso y más cosas. O algo que creía que no iba a necesitar y que descubro que resulta esencial para mí. Esas son las librerías que a mí me gustan, y creo que son las librerías que les gustan a los lectores de verdad. Creo que son las librerías que prosperan y van a continuar prosperando en los próximos años en detrimento de otras en las que los libros pueden ser reemplazados y, de hecho, han sido ya reemplazados en algunas por cuadernos, libretas, fundas para móviles…
—Para olvidar, su protagonista vive un proceso de desprendimiento de lo material. ¿De qué ha tenido que desprenderse Patricio Pron a la hora de escribir esta novela?
—Muy buena pregunta. Bueno, creo que en primer lugar tuve que desprenderme de un cierto orgullo que creo que todos tenemos. En particular en relación a situaciones en las que nos hemos sentido heridos. Este libro no es autobiográfico, no es una autoficción, pero inevitablemente al hablar de algo tan próximo como la intimidad de los personajes, he tenido que apelar a mi propia intimidad, a mi experiencia, a mis reacciones ante determinadas situaciones. Creo que lo que tuve que hacer para escribir esta novela fue precisamente desprenderme de cierto pudor y de cierta vergüenza a la hora de hablar de algunas cosas. A su vez también me desprendí de algo a lo que muchos escritores se aferran, el repertorio de lo que consideran sus temas y su estilo. Hay, por supuesto, continuidades temáticas y estilísticas entre este libro y los anteriores, pero también había por mi parte, a la hora de escribir el libro, un enorme interés de ir hacia sitios a los que yo no había ido: aceptar el desafío de escribir acerca de la experiencia amorosa, que creo que es un desafío que todo escritor debe enfrentar en un momento u otro. Me parece que es uno de estos ochomiles literarios, por decirlo así. Tuve que desprenderme de la seguridad de escribir acerca de cosas de las que uno ha escrito previamente y de las que sabe. Ahora bien, esa seguridad yo nunca la he añorado especialmente. Siempre me ha parecido mucho más interesante la posibilidad de fracasar, por lo que tiene de exploración, que la de recorrer una y otra vez el mismo camino tan transitado. En ese sentido tampoco me preocupaba tanto la existencia de otras novelas contemporáneas en español centradas en el tema, porque me parecía evidente que ese era un territorio tan relativamente inexplorado que escribir esta novela era también acceder al placer del descubrimiento, al placer de la conquista, de algo que no sabías que había, que estaba allí.
—¿A dónde cree que nos conduce el fracaso?
—Por supuesto al aprendizaje. Eso es algo que nos sucede a todos como lectores y como autores y que nos sucede también en el ámbito de la experiencia amorosa. Es evidente que estos personajes acceden a un conocimiento de sí mismos y de la época en la que viven, de las luchas en las que participan, a través de una experiencia que podría ser denominada como fracaso. Ahora bien, hay en ese fracaso, como es evidente, una enorme ganancia. Hay una frase muy hermosa de Gesualdo Bufalino, un escritor italiano, que dice: “Los ganadores no saben lo que se pierden”, y en ese sentido podríamos, extrapolando esta afirmación al ámbito de las relaciones amorosas, pensar que aquellos que presumen de tener una vida amorosa exitosa, lograda y cumplida, se pierden una parte importante de la experiencia.
—¿Cuánto pesa en sus novelas la mochila de la memoria? ¿Y la de la familia?
—Tienen un peso muy importante. Nunca he soslayado el hecho de que hay en nuestro presente mucho pasado. Sin embargo, es evidente que esta es la primera novela de las que he escrito en la que me he atrevido a hablar del presente sin recurrir a esa pesada mochila a la que haces referencia. No niego el pasado de los personajes, pero me interesaba más narrar un presente en el cual ese pasado tan solo se pone de manifiesto, no como, por una parte, un estado de cosas que algunos pretenden modificar y, por otra parte, como unos ciertos valores tradicionales a los que algunos apelan en este momento en nuestra sociedad como reacción nefasta y dañina a unos progresos en materia de relaciones entre géneros y de adquisición de libertades, de responsabilidades que no deberían ser echados atrás. La discusión acerca de cuestiones claves como el consentimiento, las asimetrías entre hombres y mujeres en el ámbito laboral, pero también en el ámbito de las relaciones íntimas, la cuestión de lo que constituye una pareja, la cuestión de la monogamia o la posibilidad de prescindir de ella, la cuestión de la maternidad, que ya no es vista como inevitable sino más bien como una opción vital entre otras… Todas estas cuestiones producen naturalmente un quiebro con los valores tradicionales, al tiempo que un periodo de incertidumbre. Pero son procesos de los que, en mi opinión, todos somos beneficiarios, de tal forma que no deberíamos echarlos por tierra en nombre de unos valores tradicionales que en realidad nunca han existido.
—¿Por qué contar historias?
—Uno de mis maestros, Fogwill, el escritor argentino, decía que él escribía para que no lo escribieran. Él escribía para no ser escrito por los grandes escritores de nuestra sociedad, que son el Estado y las estadísticas, la economía… Yo podría decir algo similar. Pero diría en general que la razón por la que yo escribo (creo que es la razón por la que también lo hacen algunos de los personajes del libro) es porque, en primer lugar, pensamos mejor cuando escribimos. Si los libros son buenos son siempre mejores que los autores, o, por lo menos, si no son más inteligentes que sus autores, al menos no son tan tontos (sería mi caso). Luego está la cuestión de que creo que hay en la escritura, cuando uno la hace con las premisas con las que la hacemos algunos escritores, entre los que me incluyo, esa escritura constituye un intento de recuperar una soberanía sobre uno mismo que es puesta todo el tiempo en entredicho por las instituciones económicas y políticas y por los condicionantes que afectan a la vida en sociedad. Escribir es una forma de, en algún sentido, ofrecer resistencia ante unas instituciones que parecen muy difíciles de derrotar y que, sin embargo, retroceden al menos parcialmente mientras uno está escribiendo. Yo escribo para que al menos durante la escritura, y sin que esta deje de estar sometida a los condicionantes habituales de época, en la práctica los mensajeros, las cuentas pendientes y demás, para que en ese momento se instale, en el sitio donde estoy, una especie de sociedad ideal.
—¿En qué está trabajando ahora?
—Como ves, estoy conversando con los periodistas, que sois los primeros lectores de esta novela, y aprendiendo acerca de ella. Creo que las primeras entrevistas siempre son las más difíciles pero, a su vez, las más interesantes, porque yo nunca sé bien qué voy a decir acerca de mis libros, excepto lo que he contado en ellos. Y son estas primeras entrevistas aquellas en las cuales mediante un intercambio de preguntas y respuestas yo aprendo de qué trata esta novela. Es un trabajo muy absorbente al que me dedico en estos momentos. Hay pendiente la gran gira del Premio Alfaguara que, como sabes, supone visitar 11 países en el transcurso de prácticamente un año, a excepción de dos meses en los que estaré casi liberado, pero no tanto. Creo que estaré todo el año saliendo varias veces al mes a algún sitio. Pero esto es algo que sabía que iba a suceder y me interesa ir donde mis libros son leídos. Hay algo paradójico en el hecho de que un premio de literatura que viene a celebrar la capacidad de un escritor para escribir ciertos libros tenga como consecuencia involuntaria el alejarlo por completo de la posibilidad de escribir libros durante aproximadamente un año. Quizás es por eso que me han otorgado el premio: lectores deseosos de que no volviese a tocar un papel durante algún tiempo. Pero el hecho es que este tipo de cosas (conversar con los lectores, participar en las conversaciones en las que los lectores participan, hacerlo mediante libros en los que uno cree), es también una parte muy satisfactoria de mi trabajo. También lo de viajar, con todos los condicionantes irritantes que supone: las esperas en los aeropuertos, los vuelos cancelados, los hoteles, etc. Es parte de mi trabajo y es parte de un trabajo que yo deseo hacer, de modo que tampoco puedo decirte mucho en qué estoy trabajando, porque estoy trabajando en esto. Sabía que iba a tener que trabajar en esto durante aproximadamente un año —hasta el 3 de diciembre, cuando termina la Feria de Guadalajara (o al menos mi participación en ella)—, de tal manera que el día del fallo del premio, cuando hasta las once o doce de la mañana no me habían avisado todavía, yo pensé sencillamente que no había ganado. Esperaba que hubiese ganado una novela buena, soy lector del premio. Pero estaba ya abriendo en mi ordenador una carpeta de materiales pendientes y proyectos y demás, porque había dejado el año libre para el premio. No obtener el premio suponía ponerme a hacer otra cosa. Poco después de que abrí la carpeta y empecé a hurgar borradores, me llamaron para avisarme de que había ganado el premio. Fue una gran alegría y un gran alivio, a pesar de que a partir de este momento lo que tengo es una deuda pendiente con estos proyectos. ¡A ver cuándo consigo llegar a ellos!
—¿Qué está aprendiendo de esta entrevista?
—Varias cosas, diría yo. Una de las cosas más singulares que creo que esta entrevista nos deja a ambos es el descubrimiento de que las aplicaciones para ligar, de las que tanto me preguntan en esas entrevistas, no son necesariamente motivo de discusión cuando se habla del libro. Me alegra mucho que no las hayas mencionado, no porque me moleste hablar de ellas sino más bien porque no ocupan tanto lugar en la novela. Y por otra parte son sencillamente una metáfora de otra cosa, que es la mercantilización de las relaciones amorosas, la imposición de una cierta economía en el marco de la cual hombres y mujeres son productos a consumir, sometidos a una cierta optimización e incluso un packaging determinado que se pondría de manifiesto en la forma en que las personas se presentan a sí mismas en plataformas como Tinder o Grindr, pero no creo que constituya el centro de la novela, a pesar de lo cual se me ha preguntado mucho sobre ello, sobre todo por parte de personas que no las utilizan o no tienen una relación muy estrecha con ellas. Me parece que algunas personas más jóvenes, como tú y como yo, ya vemos este tipo de cosas como parte del paisaje.
—Yo nunca he usado.
—Vale, de acuerdo (risas). Pero conoces a mucha gente que las ha usado, te han explicado… Son algo por lo que estamos todos atravesados aunque no las utilicemos regularmente. Yo mismo no soy usuario. Me he abierto una cuenta para investigar, como parte de la investigación del libro, pero no he recurrido a ella para buscar pareja. Creo que esto que estamos hablando pone de manifiesto una vez más lo que me parece que son las claves de la literatura, que es que los lectores son espejos de los libros. No estaría mal algo así. Lo que iba a decir es que los libros son espejos de los lectores, pero al revés no me parece nada desdeñable. Efectivamente, los lectores tienen algo de espejos para quienes escribimos los libros, nos traen los libros que hemos escrito rehabilitados, cargados de un sentido que desconocíamos que tenían. Siempre menciono una experiencia muy formativa que tuve en un momento en que era muy joven. Recuerdo que había publicado un relato en una antología en Argentina, cuando todavía vivía allí, y uno de mis maestros, Elio Gandolfo, me llamó para felicitarme por el cuento porque le había gustado mucho. Esto me emocionó, me alegró mucho. Y conversando con él, me dijo que lo que más le había gustado del cuento era la simetría. Le pregunté a qué se refería con la simetría. Me dijo que era obvio que el cuento terminaba como comenzaba pero al revés. Yo nunca había pensado en esto. Es un relato que se llama “Dos huérfanos”, que yo tenía sencillamente la impresión de que funcionaba, pero no sabía por qué. Tenía un conocimiento más intuitivo o sentimental de cuándo tenía que comenzar y cuándo tenía que terminar y cómo. Pero no sabía mucho más acerca de él. Fue el hecho de que Elio me lo devolviese de esa forma que me hizo volver sobre el cuento, releerlo y comprender que él tenía toda la razón del mundo. Los lectores nos devuelven los libros de esa forma. Y creo que uno de los argumentos a favor de la publicación de libros es que los libros vuelvan a quienes los escribimos dotados de un sentido, que quizá nosotros intuíamos, pero que no conocíamos del todo.
—Se cumple un año de la publicación de su libro de cuentos Lo que está y no se usa nos fulminará. ¿Qué le condujo a presentarse al Premio Alfaguara?
—Creo que todos los escritores tenemos una gran responsabilidad para con los libros que escribimos. Creo
que esa responsabilidad es ofrecerles la caja de resonancia más importante que esté a nuestra disposición. Desde luego no hay una caja de resonancia en español más importante que el Premio Alfaguara. Sabía que iba a ser muy difícil, sabía que las estadísticas estaban en mi contra, que son muchos manuscritos los que se presentan y que, desde luego, posiblemente una gran cantidad de ellos tienen una enorme calidad y que, también, este año el jurado es un jurado muy importante compuesto por muy buenos lectores. No era fácil, pero confiaba en el libro, confiaba en mi voluntad y mi deseo y tal vez en mi capacidad de escribir un libro que abordase la experiencia contemporánea, la experiencia amorosa en este momento histórico, que se permitiese a través de la ventana, del ojo de buey que supone una novela, el hablar de algunos temas de los que no se estaba hablando habitualmente. Me vi muy beneficiado por el hecho de haber obtenido una de las becas de la Fundación BBVA para poder escribir este libro con tranquilidad y con una disponibilidad total. El hecho de haber conseguido la beca ratificó mi convencimiento de que había un libro detrás y que había que escribirlo. Y a eso me dediqué. En algún sentido, la escritura supone un triunfo en sí mismo. En particular si se ve sometida a los condicionantes que han atravesado mi vida, que tienen que ver con el sitio del que yo vengo, la forma en que vivo y las posibilidades e impedimentos que he atravesado en los últimos años. Pero al margen de que la escritura en sí misma constituya una forma de éxito, a veces uno siente como escritor que tiene que darle a los libros un poco más, y el premio se lo ha dado. Se lo ha dado en una medida absolutamente desmesurada, excesiva para mí. Cuando uno publica un libro y tiene el éxito que tiene este libro desde su comienzo mismo, con la obtención de un premio como el Premio Alfaguara, se produce una enorme asimetría, porque muchas personas prestan atención a lo que uno hace pero uno es uno solo y le gustaría responder a todas las peticiones, a todas las cartas de felicitación, a todos los mensajes y los tuits. Y no es posible. Y esto me deja en una situación bastante… Nos deja a los escritores en una situación bastante inapropiada. Mi proyecto y mi expectativa es la de compensar a todos aquellos que me han escrito en los últimos tiempos al menos con mi presencia en los sitios en los que están.
—¿Qué legado dejó Claudio López Lamadrid?
—Claudio dejó un legado muy importante, en primer lugar en todos aquellos que le conocimos y que fuimos sus amigos, interlocutores y autores. Yo tuve una relación muy estrecha con Claudio, en ocasiones enormemente amistosa, en otras ocasiones no tanto, pero todas las veces profundamente enriquecedora. Creo haber aprendido a hacer este trabajo gracias, entre otras personas, a Claudio. Él deja un enorme vacío entre quienes le conocimos y le frecuentamos. Hay días en que me resulta muy difícil creer que no voy a poder contarle una cosa que me ha sucedido, o conversar con él acerca de un proyecto. El legado, que es más importante por ser más general, tiene que ver con su obra como editor. Ha sido una figura muy importante en la historia de la edición reciente en español. Su literatura construye un puente muy singular entre las pequeñas empresas en las que él comenzó y los grandes grupos en los que acabó, sintiéndose como pez en el agua. A su vez es una trayectoria que ha sido funcional para que muchísimas personas, muchísimos lectores, conociésemos a un puñado de escritores norteamericanos, a un puñado de escritores latinoamericanos también. Creo que ambos ámbitos, el de la literatura norteamericana reciente y el de la literatura latinoamericana reciente, los que constituyen los dos grandes legados de Claudio. Claudio nos ha descubierto en los dos ámbitos un puñado de grandes escritores sin los cuales no podríamos imaginarnos como lectores. En ese sentido, entre las muchas cosas que le agradezco es el descubrimiento de Foster Wallace, el descubrimiento de autores como Saunders (Claudio fue el primero que publicó a Saunders en español), y su apuesta decidida por autores como Virginie Despentes, su muy entusiasta y muy decisiva labor de difusión de textos como los de Chimamanda Ngozi Adichie, los esfuerzos hechos para popularizar en todo el ámbito de la lengua a autores como Emiliano Monge y muchos otros… han enriquecido mi vida como lector y también como escritor. Ese es el legado que deja y creo que va a adquirir más importancia con el tiempo, en la medida en que empecemos a añorar que ese legado se amplíe. Su legado queda en buenas manos, al margen de lo cual, quienes hemos sido sus autores lo llevamos siempre con nosotros. Un escritor y un editor son también los libros que han escrito, y esos no perecen. Y a esa constatación me aferro para pensar, todas las mañanas, qué es lo próximo que le contaré o cuál es la próxima pelea que tendremos o cuándo nos reiremos juntos de nuevo hablando de algo o alguien.
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