El Ideal recupera la figura de Pedro Antonio de Alarcón, quizás el primer periodista español multimedia. Contó la guerra como nadie lo había hecho y se alió con el telégrafo para la “inmediatez” de sus noticias desde África, en 1859. Recibió más de 20.000 cartas de lectores. ¿Cómo habrían sido seguidas sus crónicas hoy en las redes sociales?
Una herida de bala en su pierna izquierda fue lo único que pudo separar al periodista y combatiente pacífico Pedro Antonio de Alarcón (Guadix, Granada, 10/03/1833 – Madrid, 19/07/1891) de la Guerra en África que se produjo entre 1859 y 1861. Un militar del ejército rebelde que luchaba contra los colonizadores españoles le disparó cuando intentaba resguardarse en una zanja cercana al batallón español. «No quería matar moros, solo contar hasta el más mínimo detalle», contaba Alarcón en ‘Diario de un Testigo de la Guerra de África’ (1859). En ese intervalo, al que algunos historiadores de Granada consideran como el ‘Cervantes del siglo XIX’ o el antecesor de Federico García Lorca en la visión literaria que se preocupa por la cotidiano o las costumbres más populares de la época, Pedro Antonio, un joven accitano que se alistó en el Ejército para demostrar su patriotismo, vio una gran oportunidad de escribir y relatar lo que ocurría. Era la primera ocasión en la que un reportero se implicaba en una guerra para enviar crónicas que acercaran a la gente a un acontecimiento que ocurría a a miles de kilómetros. Su familia, conservadora y conformista con los roles que se regían a finales del XIX en un pequeño municipio de diez mil habitantes, querían para su primogénito un futuro más propio que el habitual entonces en la ciudad, seglar o sacerdote, un cargo que le deparase un futuro más estable y próspero.
Pero Alarcón era un joven inquieto, un periodista vocacional, un cronista de raza y con apenas 20 años abandonó su Guadix natal para trasladarse a Granada y de ahí a Madrid para desarrollar su carrera literaria y periodística. «Fui a Madrid en busca de gloria y dinero; de gloria para mí, de dinero para los demás; de gloria para vivir en el mundo de los otros; de gloria para ser feliz, de dinero para parecerlo», reza Alarcón en ‘El Final de Norma’, recogido por José Montesinos en una obra biográfica. La transformación con el tiempo también se reflejó en su personalidad: de un joven crítico, rebelde y contrario a las grandes instituciones, a la de un escritor conservador y relegado por ciertas esferas sociopolíticas.
La primera gran decepción de Alarcón en sus aspiraciones de ser distinguido y reconocido por el público y la sociedad madrileña llegaron tras su dimisión como director de El Látigo en 1856, revista satírica que arremetía contra la reina Isabel II y otros grandes poderes del Estado. Su enfrentamiento con García Quevedo en 1855, director de El León Español, le llevaron a continuar con afición literaria y alistarse posteriormente con el Ejército español para combatir en el norte de África contra los rebeldes nativos de la zona. España se veía sumida en una profunda crisis y eso dificultaba mantener ciertas colonias asentadas en el continente vecino. «Alarcón se alistó por un arrebato, un impulso propio al de su etapa más juvenil y reivindicativa», explica el profesor e historiador Antonio Lara, autor de ‘Pedro Antonio y la Guerra en África: del entusiasmo romántico a la compulsión colonial’. Tras perder la dirección del periódico se marchó a Málaga el 22 de noviembre de 1859. Preparó su equipo, cámara incluida, y se subió a uno de los barcos del Ejército español para demostrar su patriotismo a pesar de las de críticas que había recibido por sus ataques a la corona española.
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