Aguardo a Pedro al pie de la estatua de Augusto que hay en la sala que el Museo del Teatro Romano de Cartagena dedica a la arquitectura del mismo. Lo escucho a lo lejos bromear con alguno de sus compañeros en la empresa Cartagena, Puerto de Culturas, para la que trabaja como guía. Su risa cristalina es atronadora, inconfundible. Tanto como su recia figura y la indomable barba que le hace de mascarón de proa. Se detiene a hablar con una conocida, lo que me permite volver a observarlo con más atención. Tiene columnas, de las dóricas, como brazos y piernas. Tatuadas con nombres de las musas en griego y otras figuras emblemáticas de la Antigüedad. No oculta su pasión por Grecia y Roma, salpimentada con su querencia por Etruria e Hispania, No me cabe duda: es, en todos los sentidos, un coloso.
Lo he llevado a mi instituto con la Legio Prima, dedicada a la recreación histórica y a la arqueología experimental, centrada sobre todo en el período de la Guerra de Anibal, en la que precisamente milita también Ginés, al que tuve la suerte de tener como pupilo décadas atrás en mis aulas. Pedro se ha ganado a un auditorio de adolescentes en plena ebullición hormonal empezando a hablarles de no sé qué rapero famoso que en sus composiciones toca temas relacionados con la Antigüedad. Luego, como buen pastor, se los ha ido llevando hasta el redil de las legiones romanas en el siglo III a.C. con la ayuda de los uniformes y armamento que empuñan sus conmilitones y las exhibiciones que realizan. El aplauso ha sido entusiasta. Interesar hasta ese extremo al auditorio que puebla hoy en día las aulas patrias es francamente complicado. Una tarea hercúlea.
Pero mi amigo no se conforma con evangelizar a los visitantes de su ciudad ni a los centros que lo inviten, sino que hace uso del púlpito que le ofrece la revista Descubrir la historia y otras de tirada nacional, donde ha escrito artículos rigurosamente documentados, pero contados de una forma amena, sencilla y fresca a fin de hacerlos más accesibles al público no iniciado. Lo mismo hace en su sección que tiene en el Proyecto Itinera, en esta prisión de Zenda Libros, que a ambos cobija. Invito a los lectores a visitar su celda.
Recientemente ha publicado con Principal de los Libros Coronas de Laurel, un caballo en el Senado y la nariz de Justiniano, una obra fresca en la que Huertas, a la manera de un Montanelli o un Graves redivivo en el siglo XXI, nos cuenta de manera informal, cuajada de su característico gracejo, pero sin renunciar a una exhaustiva documentación, la vida de algunos de los emperadores romanos. A través de su pluma nos vuelven a hablar Tito Livio, Tácito, Suetonio o Nepote. Lo cual ya debería ser un aliciente para su lectura,
Hablamos con Pedro Huertas sobre esta obra y su trayectoria.
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—Mi admirado y tocayo tuyo Pedro Olalla ha colgado en YouTube un fabuloso vídeo llamado ¿Por qué Grecia?, con el que pretende dar a esta sociedad materialista, adocenada, desmemoriada e ingrata un toque de atención para que recapacite sobre la gran deuda que tiene con la cultura griega. Tú te has convertido en un ferviente paladín del mundo romano, sin desatender del todo a Grecia, ¿por qué Roma? ¿Qué te ha llevado a consagrar tu vida al mundo antiguo?
—Es curioso, porque llegué a la Antigüedad casi de imprevisto. Cuando comencé la carrera, mi intención era especializarme en historia medieval, pero con el paso del tiempo, el venir de los años de instituto realizando teatro grecolatino y comenzar a moverme en el mundo de la arqueología con prácticas en excavaciones y demás, mi atracción hacia la antigua Roma fue en aumento. Y aquí estamos.
Si tuviera que explicar, por otro lado, el por qué divulgar la historia de la antigua Roma, creo que me quedaría con que formó parte de un todo llamado Mar Mediterráneo. Muchas veces, a lo mejor nos centramos —y me incluyo— en idealizar a la cultura romana. Como todas, tuvo unos puntos que podemos considerar positivos o negativos, dependiendo del punto de vista actual con el que los miremos. Siempre hay que tener en cuenta que todas las sociedades viven en un momento, ya sea temporal, ideológico, histórico o social diferente. Con esa premisa debemos partir para tener en cuenta que la Historia debemos entenderla para entendernos a nosotros mismos y nuestras circunstancias. De esta manera, la civilización romana, que tan importante sustrato ha dejado en la cuenca mediterránea, fue una más de las que nos han llevado al ahora. Pienso que debemos abrir siempre nuestra mente y ver qué se estaba haciendo en la Edad Antigua en otros puntos para, de esa manera, también conocer mejor a los romanos. Su seda llegaba de la actual China a través de una ruta comercial inmensa y que ha funcionado durante milenios. Por poner un ejemplo.
—En los más de 20 años que llevo enseñando en estas tierras cerca de una decena de alumnos han estudiado Historia Antigua en la Universidad de Murcia y de una manera u otra han ligado su vivir a la antigüedad como enseñantes, arqueólogos, recreadores, divulgadores o un totum revolutum como es tu caso. ¿Qué os da la Universidad de Murcia para atraparos así?
—En mi caso particular, a Don Antonino. El antiguo catedrático de Historia Antigua, del que tuve la inmensa suerte de ser alumno. Por suerte, algo nos queda de él con José Antonio Molina, profesor de la misma facultad, actual decano y al que conozco creo que desde hace más de quince años. Por otro lado, en cuanto rascas un poco te das cuenta de que el patrimonio histórico y arqueológico de la región es inmenso. En todos los municipios hay yacimientos de diversas épocas que nos hablan de la importancia que este territorio ha tenido para quien lo ha poblado, durante miles de años. Desde la Bastida de Totana o la Almoloya de Pliego, al teatro romano de Cartagena, el hisn Yakka de Yecla, las barcas fenicias de Mazarrón, la Encarnación en Caravaca. Es una suerte el poder vivir y desarrollar nuestra labor en una tierra en la que tantas culturas se han fijado.
—Mantienes una especie de blog, Roma no se hizo en un día, en el que te muestras muy activo. ¿Qué pueden encontrar en él los lectores de Zenda si se animan a conocerlo?
—He de decir que lleva un tiempo en barbecho, básicamente por la falta del mismo. Pero sin ese blog, que comencé primero en una plataforma llamada blogspot y que años más tarde migré a wordpress, no habría proyecto. De ahí pasé a las redes sociales, Descubrir la Historia, que fue la primera revista en formato papel que me dio la oportunidad de soltar mi rollo sobre romanos. Y desde esta, a Historia Hoy, Zenda, Historia National Geographic. Está siendo un viaje muy bonico.
En una de sus canciones, Sharif, uno de mis raperos favoritos, dice algo así como “a mí no es el ego lo que me empuja a escribir, sino el miedo de morir sin haber dicho nunca nada”. Escribo por descargarme, como una vía de escape a los pensamientos que me rondan en la cabeza. De pequeño, aprendí a escribirlos en una especie de diarios más o menos cortos. Y bueno, de no tan pequeño me dejan expresarlos. Creo en la música, en la escritura y en cualquier otra forma de arte como las maneras de liberar nuestras expresiones. A esa libertad, siempre desde mi punto de vista, se llega desde una educación que nos dé las bases para desarrollarnos. Mucha gente no sabe el inmenso poder y libertad que nos da la educación.
—Acabas de dar el gran salto a una editorial nacional con tu última obra, Coronas de laurel, un caballo en el Senado y la nariz de Justiniano, ¿a qué se debe tan curioso nombre?
—Realmente, fue un cambio de última hora que me sugirió quien era mi editora, Cristina Mestre. En un principio, el libro tenía el nombre de De la locura y sus emperadores, pero estuvimos dándole una vuelta y al final se optó por dejar entrever lo que se puede encontrar una persona que se disponga a leer el libro.
—Convence a nuestros lectores para que lo conozcan adelantándoles a modo de aperitivo las delicatessen que hallarán en él.
—No sé si esta cosa de la publicidad se me da muy bien, pero ahí vamos. Básicamente, es un compendio de noticias curiosas sobre emperadores romanos, desde el propio Augusto hasta la creación de lo que llamamos Imperio Bizantino. A través de las mismas, he intentado plasmar varias cosas, pero que se pueden resumir en que muchas de las afirmaciones sobre emperadores romanos son clichés creados por escritores de su época que, muchas veces no se corresponden con la realidad.
He intentado usar un lenguaje claro, que se pueda entender fácilmente y esto es por un motivo crucial: muchas veces, quienes nos dedicamos al estudio de la Historia no nos damos cuenta de que a la inmensa mayoría de quienes nos rodean no les tiene porqué gustar el patrimonio, la arqueología y demás. Nuestra labor es hacer que, a quien le gusta, quiera conocer más.
—Te ganas la vida como guía en los espacios que tiene el consorcio Cartagena, Puerto de Culturas en la ciudad portuaria. Invita a nuestros lectores a conocer tu ciudad descubriéndoles las joyas que hallarán allí.
—He tenido la inmensa suerte de nacer, crecer y vivir aquí. Incluso durante unos años me pude dedicar a la arqueología, e iba de solar en solar participando o dirigiendo alguna excavación. Cartagena es una ciudad en la que merece la pena perderse por sus pequeñas y húmedas calles del centro. Puedes ir caminando por la Calle Cuatro Santos y, de repente, un atisbo de luz te dirige a una planicie inmensa en la que se sitúa el teatro romano de la ciudad. Puedes también pasear por la Calle de la Serreta, en cuyo final se abre la plaza de Risueño, que en parte de su subsuelo alberga lo que en otro tiempo fue una domus —casa— con ricas pinturas y mosaicos. Ahora tenemos también el nuevo Museo del Foro Romano-Molinete, en el que, nada más entrar, te topas de sopetón con una serie de pinturas de Apolo con dos de las musas de la mitología que, por sus medidas son casi únicas en el mundo. Y eso solo en el centro, porque tanto en los barrios como en las pedanías cercanas hay todo un mundo patrimonial que espera la visita de todos cuantos quieran pasarse por allí. Tenemos construcciones borbónicas impresionantes, el modernismo inunda tanto el centro como la periferia; en fin, es un no parar de ver y admirar.
—En esta misma línea, ¿qué tiene que ver Cartagena con Aníbal, Escipión, el Africano, Julio César, Pompeyo, Augusto, Galba o san Isidoro?
—Que todos han pasado por aquí. En la antigüedad, la ciudad llamada primero Qrt-Hdst y luego Cartago Nova, fue un punto crucial tanto en la Segunda Guerra Púnica como en el inicio de la romanización de la península. No olvidemos que Aníbal salió desde aquí con sus elefantes, decidido a devolver a Roma el estacazo que les había dado en la primera contienda unas décadas antes. Escipión sería el encargado de arrebatarle la ciudad a los púnicos de aquella manera que Tito Livio narrara de forma tan épica y novelesca a la vez. Cartago Nova fue una de las ciudades de Hispania que apoyaron a Pompeyo en la guerra contra César y por eso, tras la batalla de Farsalia y la muerte del primero, sus hijos llegaron a la misma buscando refugio. Más de un siglo después y tras la muerte de Nerón, Galba se proclamaría emperador de Roma en el foro de la ciudad, si damos por buena la explicación de Suetonio. Finalmente, San Isidoro, uno de los grandes cronistas de la tardo-antigüedad, era oriundo de la ciudad junto con sus hermanos, formando los llamados Cuatro Santos. Las calles por las que paseamos hoy en día, albergan un subsuelo lleno de piedras que han visto pasar a algunos de los personajes más importantes de la antigüedad. Invitado queda todo el mundo a descubrirlas.
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