Fotos de portada y artículo: Eduardo Martínez Rico
He hablado muchas veces con Pedro Ruiz en muchas circunstancias, pero reconozco que no es lo mismo hablar para una entrevista. Creo que se consigue una profundidad mucho mayor que en una conversación normal y cotidiana, también se consigue una especie de síntesis de la persona, de sus ideas, de su forma de ser y de sentir.
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—¿En qué libro estás trabajando?
—Estoy preparando un libro de poesía. Son Veinte poemas de honor y una nación esperanzada, que saldrá con tapas de terciopelo, con cuadros que he elegido alegóricos a cada uno de los poemas, con los poemas impresos y luego escritos escritos a mano por mí. Va a ser un libro regalo con los poemas grabados por mí con un montaje muy espectacular. El libro irá con un pendrive y un audiolibro.
—Hay algo que me llama mucho la atención de ti, y es que siempre dices que no eres escritor, pero siempre te veo con un bloc y con un bolígrafo. Siempre.
—Toda la vida.
—Eso significa que tienes vocación.
—Tú sabes que yo en este mismo hotel escribo un poema cada día. Es un asunto que tengo con el conserje, que se llama Alfredo García, desde hace tiempo, años. Yo llego, me pongo en el mostrador, y él que ha leído más que todos los clientes del hotel juntos, es un lector empedernido, vive de leer prácticamente… me pone un título que se inventa: “Euforia pre-mortem”, por ejemplo, habitualmente con oxímorons, y yo escribo un poema en cuatro minutos. Los escribo mientras él le está dando los billetes de avión a unos chinos, o a unos clientes que dejan las maletas. Luego los firmamos. Yo he escrito toda la vida, mal o bien.
—Cualquiera que te viera diría: “Este señor tiene vocación literaria”.
—Tengo vocación literaria, tengo vocación musical, tengo vocación deportiva, de actor, de cineasta… Tengo diferentes vocaciones y a lo mejor algunas de ellas equivocaciones, porque entre vocación y equivocación depende de un factor X. Pero a mí me gusta tener planes, porque sin planes no estamos vivos. Hay que tener más planes que vida. Mejor tener más planes que años.
—¿Para ti qué es el éxito?
—Es ser uno mismo en paz. Todo lo demás se inscribe en esto. Si tienes mucho éxito exterior y poca paz interior, no tienes éxito: tienes un escaparate que brilla, pero no eres una persona sólida. Yo valoro mucho la coherencia, la bondad, un punto de hondura y no dañar. Creo que hacemos bastante en la vida si pasamos por esta experiencia de vivir ensuciando poco.
—Pero según lo que me has dicho tú puedes tener mucho éxito interior, digamos, y de cara al exterior no tener nada.
—Véase Van Gogh, véanse montones de escritores malditos y gente desconocida. Pero si eso lo llevas bien… Yo he tenido muchas épocas en la vida, unas de muchísimo éxito de popularidad (no es lo mismo el éxito que la popularidad) y lo he llevado siempre bastante bien, y conozco las crestas de subida y de bajada de la popularidad.
—¿Qué es la popularidad?
—La popularidad es sencillamente que meten tu personaje en un microondas, y entonces en el microondas se recalienta y subes, y la gente habla mucho de ti: eres una persona con cierta notoriedad, como yo. Pero la popularidad no tiene nada que ver con el prestigio, ni con la hondura, ni con la vocación. Por lo tanto la base fundamental de mi acción es que me interesa mucho por dentro lo que quiero hacer. Que luego eso repercute fuera… maravilloso. Que no… lo he hecho. Para mí eso es básico, porque luego te mueres y ya no puedes hacer más. Entonces se trata de hacer las cosas a gusto.
—¿Y qué sería el prestigio?
—No lo sé muy bien. Antes del prestigio para mí está la dignidad, o lo que tú consideres dignidad desde el punto de vista de no venderte, de no ensuciarte, de no dejarte adulterar, de no aceptar propuestas baratas. Soy de los que dicen que en la vida es muy importante saber estar, pero es más importante saber no estar. Y yo creo que es mucho mejor en los ratos en los que desapareces ser un buen recuerdo, mejor que ser una mala presencia. Porque el que se pierde por la popularidad se embadurna de porquería ajena, y de la propia también.
—Una vez me dijiste una frase que luego creo que he visto en alguno de tus escritos: “El libro es la comunicación más íntima que existe”.
—Sí, lo explico de un modo sencillo. Si yo hago teatro el espectador viene, se sienta en la butaca y de un modo divertido pero un poco pasivo te ve, te escucha lo que cantas, lo que dices. En el cine es lo mismo, en la música grabada también es lo mismo, en el concierto igual, en la música sinfónica, igual. Pero el libro te reúne con la otra persona, te reúne de un modo muy interesante, por una razón, porque en el libro tú has hecho el esfuerzo de escribirlo, y el otro hace el esfuerzo de leerlo a solas, cuando él decide, en el momento en el que se quiere reunir contigo, y pasa las páginas, y se pone las gafas o se las quita, depende de su condición visual del momento.
—¿Cómo es ese encuentro?
—Es un encuentro a medio camino: hemos quedado tú y yo en Zaragoza, y yo voy de Madrid y tú vienes de Barcelona, y nos encontramos a medio camino, con lo cual los dos esfuerzos suman un esfuerzo general mucho más interesante que los otros. No sé si tú lo has visto así alguna vez.
—No, esa disertación interior, digamos, no la había hecho, pero me parece muy interesante.
—Cuando te ven en televisión, o en el teatro, o en una película, sencillamente ponen en marcha la energía de sentarse y verte, que ya es bastante. Pero con un libro tienen que poner en marcha la energía de sentarse, de ponerse las gafas, de pasar las páginas… leerlo, que no haya ruido y reunirse contigo en la misma situación en que lo has escrito.
—Me parece también muy interesante que el escritor hace su esfuerzo y el lector hace su esfuerzo.
—Eso es, y nos encontramos cada uno a la mitad de nuestros esfuerzos, o en el final de nuestros esfuerzos completos, según, pero en un punto. Y sobre todo, es una cita en soledad, y eso no tiene parangón. No es tampoco el mundo virtual, no son las gafas ésas que te llevan al Metaverso: es una cosa muy decidida…
—Tú siempre escribes a mano.
—A mí me gusta mucho escribir a mano, como sabes. Si puedo no dejaré que me lo quiten, porque me encanta la relación que hay entre lo que pienso, mi pulso, el corazón, la mano y la grafía que yo tenga. Y eso me relaciona muy bien con mi interior. Creo que al lector le pasa un poco igual: escoger un rincón, ponerse una luz, o salir a la calle, o ponerse junto a una ventana, y decirse: “Ahora me reúno aquí con Vargas Llosa, o con Pérez-Reverte, o con Carmen Posadas.”
—Has publicado 16 libros, si no estoy equivocado.
—El de poesía que sale ahora es el 17. Estoy preparando también otro, de pseudomemorias, ya veremos quién me lo publica.
—¿Cuál es que más te gusta? A lo mejor no es la pregunta más adecuada para un escritor.
—Un amigo mío, Eloy Arenas, que es un tipo muy ingenioso y además muy lúcido, dice que yo no escribo libros, que me los quito de encima. Yo no soy ni un minucioso ni un perfeccionista, tampoco soy una persona hiperculta, para nada. Pero escribo a borbotones, y entonces, como escribo a borbotones, unas cosas me salen bien, otras me salen regular. De los que tengo hay tantos estilos distintos…
—¿Cómo son esos libros?
—El Estado y la madre que la parió es un libro que vendió muchos miles de ejemplares, y lo escribí prácticamente en dos o tres días. Venía en un vuelo de México y lo escribí a borbotones. El Ruiczionario está escrito en 17 días. La novela de La última carta está escrita en un par de meses escasos, haciendo un capítulo cada tres días, porque primero lo pensaba y luego lo escribía. Al hijo que no tengo, que es también un libro que vendí mucho, está escrito en cinco semanas, en la Navidad del año anterior a publicarlo, que fue el 2009, el año que murió mi madre.
—¿Por qué haces esta reflexión?
—Digo todo esto para que conste que en mi caso más que la vocación de crear, que también está, porque también escribo otras muchas cosas (guiones, películas, canciones), es que reunirme con la escritura a mí me consuela mucho. Me viene muy bien para vaciarme, para sacarme asuntos de dentro que luego ya no me pesan. Sostengo, y termino esta respuesta, que los problemas hay que tenerlos por fuera pero no por dentro. Todo lo que vomitas… tú también eres escritor, y cuando escribes las cartas a tu padre hay una parte de ti que te despesa.
—Yo estoy muy de acuerdo contigo en eso que dices de liberarte.
—Hay que despesarse, porque si no tienes un atasco en las entrañas, o en la tripa, que no sabes si es bueno, malo o regular, pero hay que descargarse de ese peso y renovar el espacio para que entren otras cosas.
—Y además es curioso porque todo eso que te libera a ti, al lector le puede interesar o nutrir. Para el lector puede ser beneficioso y enriquecedor.
—A lo mejor le pasas el peso a él. No es mi intención.
—Yo diría que lo contrario, que puede ser enriquecedor.
—Como la lectura, y nada en el mundo del arte es una imposición, el que lo elige lo elige, y corre la suerte de que le guste mucho, poco o regular. Yo procuro escribir cosas que, como he dicho antes, me aligeren. Sea una novela, que tengo dos o tres novelas escritas, o unos cuentos. Los relatos breves me gustan mucho. Es decir, no me considero un escritor en el sentido profundo de la palabra, pero sí me considero un escribidor. Aparte de bajito y otras cosas (sonríe).
—En una entrevista que te hice tiempo atrás me dijiste que lo que más valorabas era la bondad y el talento, por este orden.
—Lo digo hace mucho tiempo, y siempre que me preguntan una cosa parecida lo sostengo, porque después de darle muchas vueltas sigo pensando lo mismo.
—¿Qué es la bondad para ti?
—Prácticamente, no sé si te lo he dicho antes, pasar por el mundo sin ensuciar. Tú te puedes equivocar, y puedes hacer una buena casa si eres arquitecto, una buena gestión si eres político, una buena cura a los demás si eres enfermera, o misionero. Pero no ensuciar. Todos emitimos desde dentro de nosotros una serie de mensajes, o de dudas o de cuitas, y las echamos fuera. Hay que procurar que todo eso que echamos fuera no ensucie. Y puede que un libro tuyo puede no gustar, o la casa de un arquitecto, pero lo que no puede haber es la voluntad de dañar.
—Y eso sería la bondad.
—Eso creo que es la bondad. La bondad es dañar lo menos posible, ayudar lo máximo posible… esto no se consigue nunca al cien por cien. Pero no querer el mal de los demás a través de ninguna actividad tuya. Por eso en el terreno estricto del humor, yo, que paso por ser una persona bastante incorrecta, y lo soy de un modo deliberado, cuando quiero, procuro no entrar en temas humanos y personales. Y cuando una persona no me gusta nada, o no le gusto yo a él, o a ella, recuerdo siempre que tiene madre. Fíjate qué tontería, pero lo recuerdo. Y que lo que yo diga de Pepe, o de Manolita o de Luis, lo verá su madre, y eso siempre me frena, aparte de la consideración de que el otro tiene derecho a ser distinto a mí.
—¿Y el talento qué es?
—El talento es explicar las cosas de la vida con una perspectiva que los demás no distinguen hasta que las ven escritas por ti o dichas por ti, que no es que sea muy original pero que al menos es un punto de vista.
—¿Y el ingenio?
—Yo siempre digo que el ingenio es la bisutería del talento.
—De hecho el ingenio parece tener menos prestigio que el talento. Es como un talento de segundo grado.
—Un día de éstos hablando en la radio con mi amiga Julia Otero, ella me recriminaba divertidamente: “Es que tú siempre tienes frases para todo, es que tienes mucho ingenio…” “El ingenio es la bisutería del talento”, le contestaba. “¡Lo ves, ya estás con una frase!”. Me paso la vida haciendo eso porque aunque no sea verdad lo que digo, aunque no sea riguroso, ahorra mucha conversación. Decir una frase cerrada, que a lo mejor no es muy atinada, te alivia de un largo párrafo.
—No sé si conoces Elogio y refutación del ingenio, de José Antonio Marina. Es un libro sobre el ingenio.
—Me lo encontré el otro día en la puerta del cine. Fue un gusto encontrarnos y tomar un café juntos. ¿Y qué dice sobre el ingenio?
—Tiene todo ese libro sobre el ingenio.
—Seguro, porque José Antonio es un sabio bondadoso. Volvemos a lo de antes: bondad y talento. José Antonio Marina, que el otro día me contaba sus experiencias en el teatro y en el mundo de los egos, donde estuvo muy metido en el tiempo de la inicial Transición, pues es una persona que nunca habla mal de nada, y cuando lo hace lo hace con muchísimo cuidado. Eso es talento con la previa bondad.
—¿Qué papel crees que juegan los libros en la sabiduría, en la mejor sabiduría? No ya en la erudición, sino en la sabiduría.
—Yo, Eduardo, con la confianza que nos tenemos, y yo no estoy ya para fingir nada. Hace mucho tiempo que no finjo, y si algunas veces he fingido era por vanidad en el momento de la popularidad. Yo he leído mucho menos de lo que la gente cree. Sin embargo he escrito más de lo que la gente sabe. Los libros como todo, y como el piano… aparte de que es un gusto, mi madre leía mucho, con ocho años había leído Los miserables, de Víctor Hugo… No sé de dónde sacó el libro, porque mi abuelo tenía una jaca y un carro, y era pescatero. En la casa no había estanterías.
—¿Cómo has leído tú?
—Yo he leído siempre a trozos, pero me ha gustado mucho siempre observar, y en la observación he tomado notas. Hay obras importantísimas que no he leído, y tengo unas lagunas que no me importa nada reconocer. Pero a cambio he practicado una observación que me ha servido para mucho, aunque no haya leído mucho. Por ejemplo, si alguien supone que yo he leído, por ejemplo, 5.000 libros, se equivoca. Habré leído 800, por decir algo.
—Además, las lagunas las tenemos todos, los más cultos y los menos cultos.
—Sin duda. De las novelas largas habré leído bastantes, pero me cansan. Admiro mucho los libros cortos. Un libro que he regalado muchas veces, más de 20 o 25, es un libro de David Trueba, pequeñísimo, que se llama La tiranía sin tiranos. De amplitud tiene la mitad de lo que es una cuartilla, y de extensión unas 80 páginas, mínimas. Tiene un talento y una brillantez que no he visto nunca, tan reducido y tan bien contado.
—Yo sé, porque lo citas en algún libro que te gusta mucho Sicario, de Vázquez-Figueroa, por ejemplo.
—Del género novela yo tampoco he sido un aficionado grande, pero sí, de Vázquez-Figueroa he leído cuatro o cinco novelas. Y Sicario, que lo leí en algún momento de mi vida, que sería un verano, me impresionó en ese momento, claro. No es una gran literatura, Alberto lo sabe. Alberto es un hombre estupendo que tiene una biblioteca propia, ya sabes que es de los más vendedores…
—¿Qué recuerdas de ese libro?
—Recuerdo un momento de un muchachito de donde él narra la historia, Colombia, un gamín, que llaman allí, “un chaval” significa en francés, que vive en las alcantarillas, que se gana la vida como puede… tiene doce años más o menos. Y en un momento lo detiene la policía. La policía, según lo ha retenido, le pide que presente un papel para demostrar quién es. Y el chico les dice que no tiene papeles de ninguna clase. Pero la policía le insiste: “Necesitamos un papel para saber que existes, un libro de familia, un carné de identidad…” Y el muchacho coge un folio y se suena. Entonces le da a los que le interrogan el papel con los mocos. Y dice: “¿Les parece poca prueba de que existo?” Esas cosas a mí se me quedan mucho en la cabeza, las pequeñas.
—¿Qué te gustaría hacer en el futuro, Pedro?
—Todo. La respuesta es así de corta. Todo lo que he hecho antes, mejor hecho. Todo lo que no he hecho antes y me apetece. Y cosas que no haré. ¿Qué te falta por hacer?, me preguntan muchas veces. Todo. Me falta por saltar 6.20 con pértiga; me falta por cantar con Pavarotti si estuviera vivo; me falta por escribir una película como El buen patrón.
—Tienes muchas cosas que te gustan…
—Tengo muchas cosas que me gustan y si tuviera 1.500 años de vida haría muchísimas. Ahora mismo soy consciente, con 75 años, con una salud que casi me da miedo porque realmente no he tenido nada nunca en la vida, soy consciente de que de lo que tengo escrito en casa, sea bueno o malísimo, no podré hacer ni el cinco por ciento. Y me gustaría hacerlo, porque cuando estás en camino estás vivo, cuando te detienes estás muerto. Como te dije antes, hay que tener más planes que vida.
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