“Todo aquello que era necesario saber en la vida no lo aprendías hasta que ya habías tomado tus decisiones”, lamenta Grace en uno de sus desahogos interiores. Pero no siempre queda claro si todos los personajes de esta novela han llegado a la misma conclusión. Porque por un lado está Isaac, teórico protagonista, que siempre había sido un poco raro, es decir, “listo y estúpido al mismo tiempo”. Y por el otro está su amigo Billy Poe, que acaba resultando mucho más fascinante, porque aunque sabe que una norma básica de la cárcel es elegir a tus enemigos él decide elegirlos a todos. Nunca está claro si Isaac y Poe llegan a tomar sus propias decisiones. O si, simplemente, actúan. Lo que sí está claro es que ambos eran los mejores en lo suyo en el instituto. Y que ambos han fracasado.
Es ésta pues una novela que avanza veloz a lomos de unas cuantas decisiones equivocadas, las de media docena de fantasmas que deambulan por un paisaje postindustrial de la boscosa Pensilvania recreado con maestría distópica. Grace vive en una autocaravana con su hijo Poe porque ambos desaprovecharon todas sus opciones. Después del suicidio de su madre, a Isaac le ha tocado quedarse en casa cuidando de su padre, lisiado por un accidente laboral. A esa situación de postración les ha llevado a todos el cierre de las grandes acerías de la comarca. Ya sólo quedan cursos de reciclaje profesional para los hombres y tareas de ayuda a domicilio para las mujeres. Por eso ambos, Isaac y Poe, comparten la creencia común de que más allá del valle les irá mejor. Pero no acaban de irse. Y cuando se van, les sucede lo peor que podría sucederles. ¿Es el valle el que ha destruido todas sus opciones o han sido ellos mismos? Los viejos tienden a pensar que es el valle; ellos conceden pero también intuyen que han sido ellos mismos.
Esta tensión dialéctica es la que en gran medida propulsa la novela con la que debutó en 2009 Philipp Meyer, el autor de El hijo, con la que fue finalista del premio Pulitzer en 2014. La narración se nutre de profundas catas en la psique de los personajes, unas veces, tal vez las más brillantes, mediante magnéticos monólogos interiores; otras, tal vez las más escalofriantes, a partir de las decisiones desacertadas que van improvisando. Envuelta en una atmósfera postapocalíptica de fábricas a medio desmantelar y villorrios gastados, ofrece, sin embargo, momentos de gran belleza, como cuando los protagonistas, de repente, son conscientes de la naturaleza que les rodea. El tono general, sin embargo, es de gran desolación, es el despertar resacoso, una vez más, de lo que allí llaman el sueño americano pero que hacía décadas que venía siendo también el sueño de una generación de españoles. Porque, después de todo, ¿qué quincemayista de primera hora no suscribiría las siguientes palabras que uno de los personajes pronuncia hacia el final de la novela?: “Como nación estamos retrocediendo, quizá por primera vez en la historia, y no es por los chicos esos con el pelo verde y huesos incrustados en la nariz. A título personal no me gusta, pero esas cosas son inevitables. El auténtico problema es el ciudadano medio que no tiene un trabajo en el que ser bueno. Si pierdes eso, pierdes el país.”
Autor: Philipp Meyer. Título: El valle del óxido. Editorial: Penguin Random House. Venta: Amazon y Fnac
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