El matrimonio formado por los escritores suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö cambió radicalmente el rumbo de la novela negrocriminal contemporánea.
Sjöwall y Wahlöö estaban marcando el camino de cómo serían en adelante los investigadores de crímenes y convertirían las novelas negras en algo más que un mero entretenimiento.
Ha pasado más de medio siglo de aquella publicación. La sociedad ha cambiado, pero los postulados del matrimonio sueco siguen estando vigentes. En este contexto, el escritor italiano Gianrico Carofiglio ha alumbrado a la investigadora Penelope Spada. Lo ha hecho con una novela escrita en primera persona, La disciplina de Penelope (Duomo Ediciones, 2022).
Penelope es una exfiscal milanesa que hace labores de investigadora privada, «un trabajo irregular, sin licencia, al margen de Hacienda», que cobra «a ojo». Abandonó la magistratura por algo que calla y que le ha abierto profundas heridas psicológicas.
Penelope Spada es un personaje alejado igualmente de cualquier estereotipo: es contradictoria, y por eso tan atractiva literariamente hablando. Cuando va al supermercado compra «alimentos biológicos y sanos, pero también dos botellas de vino blanco, dos de tinto y una de bourbon». Fuma un paquete de cigarrillos diario, pero es muy deportista. Tan fuerte y decidida como frágil. Vive atenazada por una «rabia descontrolada», el estadio más elevado de la ira.
Me aventuro a decir que —quizá— Carofiglio decidió llamarla Penelope, como la mitológica esposa de Odiseo, por la relación de ambas con los hombres. «No confío en los hombres, supongo que porque en el fondo les tengo miedo», confiesa la investigadora.
Gianrico Carofiglio, magistrado y fiscal antimafia, conoce muy bien el terreno que pisa: abandonó la judicatura para dedicarse a la escritura.
Se dio a conocer en Italia en 2002 con Testigo involuntario, que Umbriel publicó en España en 2007. Era la primera novela de una serie protagonizada por Guido Guerrieri (un alter ego del autor), un abogado romántico y melancólico de Bari, que quiere ser escritor. Una revista femenina italiana llegó a decir que muchas mujeres italianas estaban enamoradas de Guido Guerrieri. Quizás esto fuera así porque el abogado barinés presentaba muchos rasgos femeninos en su personalidad. En Penelope Spada sucede lo contrario: es fuerte y dura, y bebe en exceso, rasgos que tradicionalmente se han considerado masculinos.
Como abogado que era, Guerrieri no hacía investigaciones, solo actuaba ante los tribunales. Pero en el cuarto libro de la serie, Las perfecciones provisionales (La Esfera de los Libros, 2010), rompe con su máxima y se deja llevar por sus «veleidades de investigador»: acaso estaba poniendo la primera semilla de Penelope Spada. Y quizás una segunda: Las perfecciones provisionales —una excelente novela, muy filosófica— es un canto a las segundas oportunidades. Aunque, conociendo a Penelope, puede que pusiera voz a uno de sus pensamientos recurrentes y me dijera: «No estoy del todo convencida de que esta afirmación sea cierta».
Penelope es una mujer que duda; por eso pregunta y se pregunta. Repetidas veces se interroga sobre si lo que hace «es correcto» o no. Está obsesionada, «como una maldición o una condena» por lo que ella llama la «mediocridad moral» en la que vivimos: el intento de justificar nuestro comportamiento echando la culpa a los demás. Reflexiones éticas lanzadas a la cara del lector.
En La disciplina de Penelope, la exfiscal acepta un caso, un desafío más por retomar aquella «época en que tenía un trabajo de verdad», que porque crea que hay algo que descubrir. Será a lo largo de la investigación, mientras pregunta y —sobre todo— escucha las historias de los demás, cuando Penelope reflexione sobre su propia vida. Aunque no sea consciente de ello, se está investigando a sí misma: el auténtico misterio por resolver. Aprende a poner nombre a sus emociones y sentimientos: «El psicofármaco más potente es un buen vocabulario», le había dicho su psiquiatra. Y vive una catarsis.
En este proceso de interrogación y duda encontramos a Penelope al comienzo de la segunda —y hasta ahora última, también en Italia— novela de la serie, Rencor (Duomo ediciones, 2023), en la que se funden pasado y presente. Penelope ha madurado: está preparada para contar su historia, reconstruyendo su sentimiento de culpa; una culpa dolorosa por unos hechos irreparables. Es la mejor de las dos novelas, con una estructura narrativa diferente a la primera.
El poder salvador de las historias es una idea central en la literatura de Gianrico Carofiglio.
«Las historias son lo que tenemos», escribe Carofiglio en el prefacio de El arte de la duda (Marcial Pons, 2010). Es este un libro muy curioso. Iba dirigido en primera instancia a abogados y magistrados para instruirles en técnicas de interrogatorio a testigos, basadas en procesos reales. Pero ocurrió algo que «no era esperable»: el libro comenzó a circular entre los lectores como una colección de relatos. Así que el exfiscal eliminó la parte jurídica y reescribió el libro.
No resulta extraña, por tanto, la belleza y concisión de los diálogos en la literatura de Carofiglio. En los dos libros protagonizados por Penelope Spada, los diálogos están limpios de acotaciones y apostillas, seguidos o precedidos en algunos momentos de reflexiones interiores de la investigadora, personales o profesionales.
La concreción no está solo en los diálogos. Carofiglio hace muy buena literatura con un estilo muy definido. Escribe con precisión y con una más que notable economía de lenguaje (son muy buenas las traducciones de Montse Triviño). En estas dos novelas, premeditadamente cortas pero intensas (224 y 252 páginas, respectivamente), hay escasas descripciones —salvo las estrictamente necesarias— de personas y lugares. Sí hay continuas alusiones al cambiante estado del tiempo en Milán, porque afecta al estado de ánimo de la protagonista. La crudeza de los inviernos suecos influía también en el carácter de aquellos policías suecos de mediados de los sesenta del siglo pasado, que la combatían veraneando en Mallorca o las Canarias.
Resultaría muy fácil encasillar a Gianrico Carofiglio (solo) como autor de novelas negras. Eso equivaldría a reducir su literatura a la sucesiva resolución de enigmas criminales para pasar el rato, aquello contra lo que lucharon Sjöwall y Wahlöö hace sesenta años.
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