Un penny dreadful era una publicación británica, impresa en papel barato, que durante el siglo XIX costaba un penique (de ahí lo de penny) y contaba historias serializadas de aventuras, terror y espanto (de ahí lo de dreadful). Cogiendo ese título, el creador y guionista John Logan y el productor ejecutivo Sam Mendes hicieron en 2014 una serie de televisión ambientada en el Londres de 1891, centrada en un heterogéneo grupo de investigadores que se dedican a explorar una especie de demimonde («semimundo», en francés) que está entre el nuestro y el de los muertos, habitado por criaturas deformes y espeluznantes, mezcla de vampiros, zombies, monstruos de Frankenstein y otros horrores esclavizados con vínculos de sangre. Este semimundo está en lo más oscuro, húmedo y subterráneo de la ciudad, que los protagonistas patrullan en bombín, levita y bastón. Entre ellos tenemos a un antiguo Bond (Timothy Dalton) y a una antigua chica Bond (Eva Green), junto a un recuperado Josh Hartnett, el hombre que pudo haber sido otro Brad Pitt y nunca llegó a serlo.
Dalton, a quien con la edad se le ha puesto la misma pinta de maduro viril, dominante y con gran presencia en la pantalla que tuvo Sean Connery, su antecesor como 007, es aquí un explorador africano en busca de su hija secuestrada. Green, que está inmensa, tan dándolo todo como acostumbra, y que se come la pantalla con los ojos en un papel que podría haber resultado un tanto ridículo y exagerado, es una enigmática médium de mirada intensa, sonrisa de Gioconda y conexiones demonológicas. Hartnett es un robusto americano del aún existente Far West, que se gana la vida interpretando al general Custer en representaciones mezcla de circo, variedades y exhibición de tiro con revólver. Más tarde aparecen otros personajes cuya sorpresa, para quien no la conozca antes de empezar, es que son nombres muy famosos de la literatura británica de la época, incorporándolos a la trama al estilo de lo que hizo por ejemplo Alan Moore en su League of Extraordinary Gentlemen. Uno de estos apellidos es demasiado conocido como para mencionarlo sin ser un spoiler, pero el otro, el interpretado por Dalton, el de la hija perdida, es un tal Murray, cuya mencionada hija es más famosa que él (literariamente hablando) y cuando se case llevará otro apellido diferente. Y hasta ahí puedo leer. Quien lo haya pillado, pues enhorabuena, y quien no y no le importe saberlo, puede pasar al párrafo siguiente. Quien no tenga gusto por lo gótico-terrorífico debería darle una oportunidad, y quien ya venga convencido de antemano no quedará decepcionado. Un punto a favor también es el habérsele puesto punto final antes de que se le acabara el gas o se volviera repetitiva, como pasa a menudo con las series de la cadena Showtime. Esta vez, en lugar de siete o más temporadas, los creadores se plantaron en la tercera, sin avisar al público hasta que la serie hubo terminado, con un total de 27 episodios. En 2020 se hizo una segunda parte, sin conexión alguna salvo el creador y guionista, ambientada en Los Ángeles en 1938.
[Aviso de destripes a colmillo puntiagudo en todo el texto]
Sir Malcolm Murray es el padre de Wilhelmina «Mina» Murray, luego casada con Jonathan Harker, el hombre que fue a Transilvania a visitar al conde Drácula. El doctor de apellido reconociblemente famoso se llama Frankenstein, y la criatura con la que culminó sus experimentos sobre el famoso demimundo, frontera entre la vida y la muerte, anda por Londres ahora también. Y asimismo están por ahí Dorian Gray con su eterna belleza juvenil y más adelante el doctor Jekyll y ese amigo suyo al que nunca se le ve junto a él. La serie consigue hilar todos estos elementos logrando una criatura con vida propia, aunque hay que tener un poco de paciencia con alguna posesión infernal y alguna que otra profecía egipcia. La construcción de personajes, sin embargo, se antepone a la acción y los acontecimientos extraños, y todos los protagonistas aparecen como seres humanos con matices y complejidades en un mundo donde lo humano y lo sobrenatural borran las fronteras de la existencia y la monstruosidad. Estudiar a los monstruos era precisamente el interés principal de John Logan, el creador y guionista, tres veces nominado al Oscar (por Gladiator, El aviador y La invención de Hugo) que al ir creciendo como homosexual en los 70 y 80 se vio conmovido por sus características de soledad, rechazo social y búsqueda de ser aceptados. En resumen, «todos tenemos monstruos dentro, y cómo nos enfrentamos a ellos es lo que nos define». Y es por eso que aquí todos los personajes principales, sean humanos, «monstruos» o las dos cosas, tienen algo interior con lo que luchar, llegando a encontrarse en cada uno la humanidad dentro del monstruo y la monstruosidad dentro del humano. Logan, pues, quería mantener la espectacularidad de las historias de terror y de su esmerado diseño de producción, pero también tomarse en serio a cada uno de los personajes, convertidos en metáforas de la condición humana.
La serie toma un personaje de ficción nuevo, Vanessa Ives, y lo rodea de figuras clásicas de las historias de terror gótico. El incidente que da origen a la trama es la desaparición de Mina Murray y la desesperada búsqueda que monta su padre, sin arredrarse por que sus investigaciones empiecen a meterlo en temas de ocultismo, vampirismo y mensajes del más allá. Al contrario, lo que hace es formar un equipo con los mencionados pistolero y médium, junto a su sirviente negro Sembene, remanente de sus años de explorador africano, y al doctor Frankenstein, que a ratos parece más intensamente dedicado a la misión, o al menos a ciertos aspectos de ella, que el propio Murray. En este grupo solo Murray y Vanessa se conocen anteriormente (eran vecinos de casa), y todos guardan un secreto propio a la vez que trabajan juntos. Frankenstein, por ejemplo, oculta que ha sido capaz de revivir cadáveres. Sí, en plural. No uno, sino dos. Ya volveremos a ellos más tarde. Vanessa oculta que cada vez siente una presencia más cercana de una poderosa fuerza maligna, que acabará siendo el conde Drácula, quien ya se ha llevado a Mina y ahora apunta hacia ella. Y por último, el pistolero Ethan Chandler oculta que en ciertas noches se convierte en hombre lobo.
Frankenstein es el primero cuyo conflicto viene a visitarlo para cambiarle la existencia. En esta versión de la historia, el doctor abandonó a su criatura cuando, una vez revivida, apareció un trozo de carne de gran fuerza y alaridos aterrados que no se correspondían con su idea de superhombre primordial que fuese a traer una nueva era en la historia humana, así que al igual que en la novela original, la criatura sobrevive, aprende a hablar él solo a base de leer libros (tampoco se sabe cómo aprende a leer), y de ellos hereda una forma de expresarse basada en los poetas del XVII al XIX, como Wordsworth o Milton. Frankenstein, mientras, se ha ido a Londres, hervidero del conocimiento en aquel momento, convencido de que todas las demás ciencias, tan burbujeantes en este momento, son fruslerías comparadas con lo que él está intentando, y se ha hecho otra criatura, que esta vez le ha salido más calmada, obediente y ansiosa de aprender. Incluso le ha puesto nombre, y tras rechazar «Adán», por lo obvio y por lo religioso, abren al azar unas obras de Shakespeare y le cae Proteo, un villano de la comedia Los dos hidalgos de Verona, pero también anteriormente el nombre de un dios griego conocido por su habilidad para cambiar de forma, así que la conexión entre ambos está clara. Cuando la primera criatura los encuentra, despedaza a Proteo con sus propias manos, le canta las cuarenta a Frankenstein y le ordena que le haga una compañera.
Como siempre ocurre (o al menos debería), el monstruo de Frankenstein ha de acabar cayéndote bien, y en las manos de Rory Kinnear, el arma secreta de cualquier cosa en la que participe, se convierte en uno de los mejores personajes de la serie. Llegado a Londres por sus propios medios, encuentra refugio en una compañía teatral que se dedica a representar, precisamente, sangrientos penny dreadfuls del estilo del barbero Sweeney Todd, con mucha tramoya y litros de sangre. La criatura, fuertote y voluntarioso, puede trabajar tras el escenario, retirado entre las sombras, sin que importen sus repulsivas cicatrices. Además, por todos los cambios de esta serie, esta criatura responde exactamente a la descripción del libro: cabello negro y lacio, rostro blanco nuclear, ojos amarillentos y labios ennegrecidos. La pregunta que siempre acaba surgiendo en torno a su historia aquí, o incluso en torno al mito de Frankenstein en general, es: ¿la maldad nace o se hace? ¿La criatura habría usado su gran fuerza para la violencia y la venganza si no se la hubiera abandonado? Como él mismo dice, lo primero que vio al (re)nacer fue rechazo y miedo. Eso no fue algo natural, eso fue creado en él, y lo que continúa viendo a través de su ventana en ese cruel Londres victoriano de engendros mecánicos sin preocupación por la seguridad humana y de animales aún usados como bestias de carga, es más crueldad y violencia todavía. Este supuesto monstruo solo quiere lo que todos los seres humanos: cariño y amor, sobre todo hasta que aprenda a valerse por sí mismo, y no solo recibirlo, sino también darlo. Al final acabará encontrándolo, aunque muy brevemente, en una de las actrices del guiñol, que empatiza con él porque su hermano también quedó desfigurado por una de esas máquinas del progreso industrial.
Malcolm Murray es otro que tiene su miga. Él no es un personaje sobrenatural, pero tiene monstruosidades en su armario para pelear de igual a igual con ellos: en principio admirado y celebrado explorador (a la vez que explotador), se le puede considerar el culpable de la muerte de su hijo, Peter, y de la desaparición de su hija, Mina, o sea, de la destrucción de su propia familia. Como muchos machos alfa, se toma como un insulto que su progenie masculina no salga igual de machote que él, y se lleva a su frágil hijo a África cuando el chico quizá debería haberse quedado en casa cultivando su afición de disecar los cadáveres de animales exóticos que su padre le traía. Por su parte, Peter, de quien Vanessa estaba enamorada, también se asusta de las atenciones de ella, y las relaciones de gran amistad entre los Ives y los Murray se rompen el día en el que Vanessa ve a su madre follando con Malcolm en el jardín-laberinto de entre las dos casas, poniéndoles los cuernos a sus respectivos cónyuges. Ese es el momento en el que Vanessa cruza la línea de sombra de la niñez al mundo adulto. Cuanto más sabemos sobre Murray más se ve que sí, que es un hombre dispuesto a todo por conseguir lo que quiere, pero también que ese todo incluye utilizar y manipular a todos los de su alrededor, sobre todo a Vanessa como cebo para atraer al mal. Su personaje puede quedar definido rápidamente por el hecho de que en lugar de dedicar todos sus esfuerzos a encontrar a Mina, no deja de pasar la mayoría de las horas del día preparando su particular obsesión a lo Moby Dick: volver a África y ser el primero en encontrar las fuentes del Nilo (cosa que ni siquiera hoy está del todo clara). Será solo al compartir sentimiento de culpa con Vanessa (más que amor por Mina) cuando volverá a reconciliarse con ella para que entre ambos puedan redimirse rescatándola.
Dorian Gray es un poco el eslabón débil de la serie: interpretado por Reeve Carney como jovenzuelo etéreo, depilado, de cutis perfecto y mechoncillo sobre un ojo, da muy bien en primera impresión (Carney es músico además de actor, y se le da bien ese tono de mezcla entre Mick Jagger joven y líder de una boy band moderna), pero su sonrisilla y su glacial aburrimiento de todo (a pesar de que justo entramos en un periodo histórico de invención constante, desde la fotografía hasta los primeros cilindros de audio) no ocultan mucha profundidad de carácter, o al menos no tanta comparada con la de los demás personajes. Pronto perderá tiempo en pantalla, quedando rápidamente en los márgenes de la historia de Vanessa, que es el principal motor del relato. Deja una mayor impresión en mucho menos tiempo Simon Russell Beale como Ferdinand Lyle, el excéntrico, frívolo y relamido egiptólogo lleno de manierismos.
Chandler es el último de los personajes principales en revelar su secreto, aunque hasta que eso ocurre se han ido dejando pistas: una mañana se despierta con marcas de uñas en las palmas de las manos, en otra ocasión rechaza firmemente que Frankenstein le saque sangre, y desde el principio está claro que sus viajes con la tropa de recreadores del Lejano Oeste no son por turismo, sino por escapar de algo. Es un personaje lleno de dicotomías, más allá de la de lobo y hombre: por todo su virtuosismo con las armas de fuego, es letal en el ataque, pero opuesto a que se torture a indefensos. Por toda su capacidad para la violencia, es el principal protector de las mujeres de la historia, desde Brona hasta Vanessa. También es seguro de sí mismo, como el típico americano, pero perdido cual novato en Londres, a pesar de lo cual es capaz de moverse lo mismo por las mansiones de los Murray que por las tabernas del puerto o los sótanos llenos de demonios. Y el actor, Josh Hartnett, quería darle una dimensión más culta al personaje, como si fuera alguien que por todo su aire de solitario de las praderas luego admirara a los poetas románticos de la época e incluso se atreviera a escribir de vez en cuando. Incluso sabe el suficiente latín como para improvisar un exorcismo.
Pero Vanessa es sin duda el personaje central, y más aún cuando va avanzando la serie en temporadas siguientes. Vanessa es el personaje a quien todos más acaban temiendo cuando está poseída, porque a través de su vínculo con Drácula conoce todos sus secretos, desde las poco modélicas expediciones de Murray hasta los flirteos homosexuales de Ethan. Decir que es el personaje que más sufre de todos quizá es un poco arriesgado, pero desde luego es quien más lo muestra en pantalla. La voluntad de Eva Green de dejarse la piel, la garganta y lo que sea ante la cámara es aprovechada por todos los directores de los episodios, desde los dos primeros con el barcelonés Juan Antonio Bayona hasta el último, dirigido por el sevillano Paco Cabezas. Y es cierto que se ve poseída por fuerzas más allá de su control, pero también tiene su parte monstruosa propia, como demostró acostándose con el prometido de Mina el día antes de la boda de esta, provocando la separación de ambas y el odio de Malcolm… al menos hasta que Mina desaparece y las extrañas habilidades de Vanessa le son útiles. Y desde luego, su interés sensual y sexual por la gente con quien se encuentra será una de sus principales características: todos se sienten atraídos por ella, y ella lo sabe, lo disfruta y lo utiliza mientras le conviene. En el flashback más antiguo que tenemos de ella, reta a Mina a meterse en el mar donde no cubre, y Mina es quien lo rechaza. Vanessa, pues, es la que se muestra más rebelde, en el sentido de ir contra las normas sociales aceptadas, de las cuales se irá encontrando varias: se la destina a casarse con Peter Murray, se la encierra en asilos y sanatorios, rodeada de hombres que dicen saber lo que de verdad les pasa a las mujeres, y muestra en público su interés por lo oculto, echando cartas del tarot y celebrando sesiones de espiritismo. No es difícil ver aquí la metáfora de a lo que puede llevar una gran apertura en la personalidad: por un lado a la posibilidad de romper las cadenas de las injusticias de tu entorno, y por el otro a ser vulnerable a influencias definitivamente perniciosas. Una escena importante es cuando un también poseído Ethan le dice: «Vanessa, por favor, tú siempre has sido libre de elegir. Tú permitiste que todo esto te ocurriera. Qué demonios, incluso lo fuiste a buscar y te lo follaste».
Uno de los trucos que la serie usa para aumentar el interés es hacer que un personaje sirva para dos cosas diferentes: por ejemplo, la criatura de Frankenstein, en lugar de ser un anónimo cadáver, había sido antes el guardián en el asilo donde estuvo encerrada Vanessa, lo cual les da a ambos una conexión extra. Otro ejemplo es el de Brona Croft (Billie Piper), que tampoco es un cadáver anónimo cuando se la revive para ser la novia de la criatura, sino la amante con la que estuvo liado Chandler al llegar a Londres. El trenzado que acaban teniendo algunas de las tramas provoca situaciones que enunciadas sin más podrían resultar ridículas, pero que el guion se toma su tiempo y su trabajo para hacerlas cuajar y resultar no solo plausibles, sino sorpresas emocionantes. ¡La criatura de Frankenstein mata a Van Helsing! ¡El Hombre Lobo y Dorian Gray mantienen relaciones sexuales! ¡La novia de la criatura fue antes amante de Dorian y del Hombre Lobo! Van Helsing aquí era el mentor de Frankenstein, y justo cuando el primero está dándole valiosa información al segundo acerca de lo que siente cernirse sobre Londres, la criatura lo mata repentinamente, impaciente por que el doctor se ponga ya con su encargo de buscarle novia y demostrándole que puede quitarle todo y a todos si él quiere. Lo del Hombre Lobo y Dorian Gray viene tras compartir ambos sus batallitas, narradas entre alcohol y absenta, al menos de cara externa, como personajes que buscan algo y no saben qué. Gray, que es inmortal, está harto ya de todas las experiencias posibles, y en temporadas siguientes experimentará con transexuales y con una sorprendente Brona. Brona, por su parte, es una prostituta norirlandesa, enferma de tuberculosis, a la que Chandler ha animado los últimos días de su vida, pero que muere demasiado joven y resucita de una forma sobrenatural, pasando de ser posiblemente el único personaje sin secretos (ella es lo que es, y nunca lo oculta) a tener uno tan tremebundo o más que los del resto.
Otra cosa que la serie renueva es la mitología antigua, en especial todo lo referente a los dioses de la vida y la muerte y los cultos de la resurrección. Egipto se parecía a la Inglaterra Victoriana en su mezcla de superstición y ciencia: los antiguos egipcios eran capaces de hacer maravillas técnicas como las pirámides, las esfinges o las momificaciones, pero al mismo tiempo tenían una muy desarrollada mitología de los vivos y los muertos, de los dioses y los mortales. De la misma manera que el Renacimiento se obsesionó con la Roma y Grecia antiguas, Inglaterra también tuvo su fiebre egipcia (la propia Eva Green es muy aficionada al tema), acompañada de los últimos coletazos de explorar paraciencias y charlatanerías como el mesmerismo, el espiritualismo, la fantasmagoría y los médiums, antes de que eso pasara de moda y se continuara por el camino de la secularización. La serie propone que todo eso era verdad, que los demonios físicos existen (y los interiores mucho más), y que algunos de ellos pueden ser derrotados físicamente también, cual bestias de las que Murray encontraba en África. Una de las creaciones de la serie es la Madre del Mal, un demonio todopoderoso capaz de destruir a toda la humanidad y al Cielo judeocristiano. Esta Madre recibe diferentes nombres en diferentes culturas (Amunet, Lilith, Hela, la Meretriz de Babilonia), y con ese ADN común se crea aquí esa divinidad ficticia con su propio mito alrededor. Su forma de manifestarse es encontrar los receptáculos adecuados para desencadenar a las principales criaturas del Mal con mayúscula, en este caso Lucifer y Drácula, cuyos objetivos humanos, los más receptivos a sentir y captar este tipo de «señales», son personajes como Vanessa, Mina o el propio Ethan.
Al final de la primera temporada todos los personajes parecen llegar a una crisis que les trae, si no claridad absoluta, sí al menos una firme decisión sobre qué hacer después. El rescate de Mina acaba con su padre, Malcolm, matándola para salvar la vida de Vanessa, ya que Mina está completamente poseída, sin salvación posible, por ese Amo en las sombras que aún no tiene nombre. Justo antes, Malcolm había reconocido a Vanessa que la estaba usando para encontrar a Mina y que cambiaría la vida de su hija por la de Vanessa sin dudarlo, y que, es más, ojalá eso fuera posible. Pero Mina estaba ya más allá de toda ayuda. Malcolm también descuelga de las paredes sus mapas de África y renuncia a volver de expedición, centrándose ahora en proteger de verdad a su nueva «hija». Frankenstein decide matar a su criatura, pero cuando este reflexiona sobre la maldad que le ha pasado de fuera adentro, de su físico a su corazón, se arrepiente y acepta hacerle una compañera, que será… Brona, a la que él mismo remata en su lecho de muerte mientras Ethan está fuera. Ethan, mientras tanto, acosado por dos agentes de la famosa agencia Pinkerton enviados por su padre desde América, deja salir al lobo de dentro y los mata en la Mariner’s Inn. Vanessa pone fin a su relación con Dorian, que por fin se había ilusionado con algo tras tantos años de meh, y pide a un cura galés que le haga un exorcismo. «¿De verdad que quieres ser normal?», le pregunta él. Y es que una vez que uno ha sido tocado por una fuerza tan poderosa, aunque sea maligna, puede no querer renunciar a ella.
El leitmotiv de la muerte piadosa reaparece al final de la serie. En la segunda y tercera temporadas Ethan y Vanessa consolidan una relación, todo lo torturada que el género requiere, en medio de apariciones de personajes ficticios de otras obras, como Renfield, los doctores Seward y Jekyll, y Justine, la del marqués de Sade, junto a otros creados para esta serie, como las Poole (madre e hija, fabricantes de muñecas de vudú), la alienista Florence Seward o la mujer transgénero Angelique, que atrae la atención de Dorian. La acción incluso se da un paseo por América explorando el pasado de Ethan, para después volver a Londres. Y cuando al final aparece el Amo, Drácula, la única solución es que Ethan, como había hecho Malcolm con Mina, la mate, de acuerdo también con las convenciones del terror gótico. Sin embargo, y sobre todo hoy en día, tanta muerte femenina a mano masculina resulta más problemático de justificar, especialmente cuando se usa de manera recurrente, pero hay que recordar que ya en el episodio siete Vanessa le había pedido a Ethan que la matara si la situación llegaba a requerirlo. Veinte episodios después, tras aquella promesa, Ethan estaba obligado a usar esa pistola de Chéjov.
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