El desconocido es un tipo de quien nada sabemos, salvo que pertenece a la alta sociedad y se hace pasar por criado de Orlov, hijo de un importante hombre de estado ruso a quien el narrador desea espiar, por considerarlo “serio enemigo de su causa”. ¿Y cuál es esa causa? Da igual, porque la causa es solo el macguffin, la excusa argumental de la que nace Relato de un desconocido, nouvelle de Antón Chéjov que traduce Joaquín Fernández-Valdés para la colección Pequeños Placeres. Su editora, la barcelonesa Blanca Pujals, afirma que desea eliminar las barreras entre lectores y clásicos gracias a nuevas traducciones de calidad, tanto en castellano como en catalán. De este modo, ha incorporado ya a su catálogo obras de Balzac, Turguenev, Stevenson, Colette, Pirandello, Somerset Maugham; traducidas por Marta Rebón, Carlos Mayor, José Ramón Monreal, Juan Carlos Gentile Vitale, Isabel Llasat y Marta Sánchez-Nieves.
La actualidad de Chejov tal vez se deba a su ausencia de idealismo romántico y su proximidad, en cambio, a la materialidad de la vida, a los hechos clave que marcan la existencia de todo ser humano: el nacimiento, la clase social, las relaciones de pareja, la maternidad. Todo ello mirado por un observador impasible que no da respuesta alguna, que no toma partido por los personajes, como si de un documental se tratara.
Ante la ausencia de desenlace y de moraleja, al lector le queda un papel esencial: el de interpretar la vida, ese misterio que nos rodea y al cual no encontramos explicación. En el caso de Relato de un desconocido, el enigma comienza por el mismo narrador, ese desconocido del que nada sabemos, salvo que pretende espiar a Orlov y, en su papel de criado, convertirse en la cámara que filme su vida: sus partidas de cartas con los amigos, sus tejemanejes funcionariales y su reciente aventura con Zinaida Fiodorovna.
Zinaida encarna la difícil situación de las mujeres bajo la tutela de los hombres. Ha abandonado al marido y se ha ido a vivir en concubinato con Orlov, un hombre que no la ama. La relación entre ambos se va deteriorando ante la mirada del desconocido, que es nuestra propia mirada, llena de vacíos de información, de sobrentendidos que intuimos pero no sabemos… Hasta que el desconocido decide tomar partido y convertirse en el protagonista del relato. En este punto se inicia una nueva novela, que incluye también un cambio de escenario y un desenlace que no es tal, sino que es la vida misma, o más bien su continuidad.
Chéjov nos sigue sorprendiendo con cada lectura, descubrimos matices en los que no habíamos reparado. Nos deja callados frente a la ventana otoñal donde se encuentran la lámpara y el sillón de lectura, mirando al patio de manzanas, o a la gran avenida, o a esos campos sobre los que empieza a caer una ligera capa de niebla. Y nos da por pensar si nuestras vidas tendrán alguna moraleja.
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