Pablo Simonetti es uno de los escritores más leídos en su país, Chile, y su éxito se ha extendido desde hace años por muchos otros países de Latinoamérica. En España también tiene lectores fieles y entusiastas. Su primera novela, Madre que estás en los cielos, es ya un clásico de la literatura gay, aunque trasciende con mucho el ámbito homosexual. Sus grandes temas son la sexualidad disidente, la familia (y sus perversiones) y, al fondo, la naturaleza dulce y la naturaleza bruta, la jardinería y los terremotos.
La dedicatoria es ya una declaración de intenciones: “A mis amigos muertos”. Y la cita de Marguerite Yourcenar que abre el libro también está elegida con precisión: “Mi vida tiene contornos menos definidos. Como suele suceder, lo que no fui es quizá lo que más ajustadamente la define”.
El protagonista, Guillermo Sivori —trasunto del propio Simonetti—, vuelve a una casa en la que vivió y en la que ahora se están saldando muebles y obras de arte pertenecientes al dueño posterior de la casa, que acaba de morir. Ese simple escenario ya ofrece la modulación nostálgica de la novela.
La nostalgia, sorprendentemente, tiene una pésima prensa en literatura, porque a menudo se la confunde con una debilidad sentimentaloide. También el llanto: una obra que hace reír es inteligente; una obra que hace llorar es ñoña y blandengue. A la luz de novelas como esta de Simonetti convendría revisar esos estereotipos, que en el fondo forman parte del sistema de valores machistas que lo siguen inundando todo. La nostalgia, como demuestra Simonetti —y no por primera vez en Los hombres que no fui—, es una materia muy fructífera cuando va acompañada del debido talento literario.
Como han dicho ya sobradamente los poetas de todas las épocas, la vida consiste en ir perdiendo. Ir perdiendo objetos, sueños, capacidades y a personas. Pero también, y sobre todo, ir perdiéndose a uno mismo, ir desbastando nuestra identidad hasta dejarla en los huesos. Si a los quince años podemos tener mil vidas posibles, en las vísperas de nuestra muerte podemos tener ya solo una, y muy breve.
Simonetti hace lo que Miguel Ángel decía que hacía con los bloques de mármol: quitar lo que sobra para ver la figura que está dentro. Cada uno de los capítulos lleva como título uno o dos nombres propios que marcaron una época o una etapa vital del protagonista. Carmen, Javier, Julián o Lucrecia, entre otros, son esos personajes secundarios que definen lo que el protagonista fue —lo que el autor fue— y a la vez lo que dejó de ser.
¿Qué habría sido de mí si nunca hubiera roto con aquella persona? ¿Qué habría pasado si hubiese seguido siendo amigo de aquel amigo? ¿Habría llegado a ser feliz si no me hubiera separado de ese novio o esa novia? Son preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez al repasar nuestra vida, al recordar esos senderos que se bifurcan y que nos obligan a elegir el camino, antes de saber incluso que estamos haciendo una elección decisiva sobre el rumbo de nuestra vida.
Este es el espacio en el que se mueve la novela de Simonetti: lo que dejamos de ser cuando elegimos ser otra cosa. O aún peor: cuando nos vemos obligados a ser otra cosa; cuando nos abandonan, cuando el destino nos pone deberes o cuando jugamos a la ruleta rusa sin saber dónde está la bala y sin saber siquiera que nos estamos disparando en la sien.
Como muchos de los libros de Pablo Simonetti, Los hombres que no fui habla continuamente de relaciones homosexuales, pero no es un libro sobre la homosexualidad ni solo para lectores LGTBI. Sus temas incumben a cualquiera: el amor, los celos, las rivalidades personales, la intensidad de la vida en la juventud, la traición, el agotamiento sentimental y por supuesto la pérdida. Una novela de paladar amargo, de mirada larga, de silencios y de memoria. Una novela en la que el autor de Madre que estás en los cielos, de jardín o de Desastres naturales vuelve a su mejor voz.
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Autor: Pablo Simonetti. Título: Los hombres que no fui. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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