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¿Perdió su honor Katharina Blum?

¿Perdió su honor Katharina Blum?

Una reflexión desde el presente sobre el periodismo amarillo a la luz de la novela de Heinrich Böll.

¿Qué?: Sensacionalismo, acoso, difamación…

¿Quién?: Werner Tötges, reportero de El Periódico.

¿Cuándo?: En la década de los 70 (y hoy mismo).

¿Dónde?: En Alemania (pero no solo).

¿Por qué? Porque los medios necesitan audiencia.

¿Cómo?: Con todas las prácticas del amarillismo.

Los titulares entre interrogantes, como el que encabeza este texto no son un invento de los nuevos técnicos del periodismo digital en su desesperada búsqueda  de clics y más clics. Hace muchos años que son utilizados por la prensa escrita y, más en concreto, por la prensa amarilla.

Ésta es una de las muchas lecciones que un periodista de hoy puede extraer de la lectura de El honor perdido de Katharina Bloom, de Henrich Böll (1917-1985), llevada al cine en por Volker Schlöndorff solo un año después de la aparición de la novela.

"No hay duda de cuál es la historia que quiere contar Böll. Más que ante una novela, estamos ante un gran reportaje de denuncia."

El título del escritor alemán (Nobel de Literatura en 1972) va acompañado de un subtítulo muy desconocido, pero de gran relevancia: “O cómo surge la violencia y adónde puede conducir”. Se trata de una reflexión a la vez sobre la Prensa y sobre la violencia. Que nadie se sorprenda. Aquellos que creen que las letras, que la información, que el periodismo son buenos e inocentes por naturaleza está muy equivocado. El periodismo es un arma poderosa y, dependiendo en manos de quién caiga, puede ser muy dañina.

Por si hicieran falta más explicaciones, una aclaración previene al lector despistado sobre lo que va a leer: “Tanto los personajes como la acción de este relato son imaginarios. Cualquier parecido con ciertas prácticas periodísticas del periódico Bild no ha sido intencionado ni casual, sino simplemente inevitable”. Este diario alemán, que entonces vendía más de cinco millones de ejemplares diarios, era el mayor de Europa y el tercero del mundo. Era un monstruo  gigante de la comunicación, más poderoso incluso que la televisión.

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Portada de El honor perdido de Katharina Blum, de Heinrich Böll

No hay duda de cuál es la historia que quiere contar Böll. Más que ante  una novela, estamos ante un gran reportaje de denuncia. Sí, es ficción, pero sólo hasta cierto punto. Estoy seguro de que esta novela sobre cómo las informaciones del Bild acabaron con el honor de Katharina resultó más eficaz en la lucha contra el sensacionalismo que el libro-reportaje El periodista indeseable, de Günter Walraff, donde el reportero de origen turco cuenta su experiencia como infiltrado en la redacción de la cabecera amarilla por excelencia. Otra vez el mismo dilema: ¿ficción o no ficción? Qué más da. El mensaje es el mismo.

La novela de Böll es descarnada a la hora de retratar a los periodistas, pero cualquiera que conozca un poco la profesión no lo verá tan descabellado. No se extrañará por ejemplo de cómo El Periódico —así se llama el Bild en la novela— se ocupa de la muerte de dos de sus reporteros:

“La excitación resultó casi excesiva —describe el narrador—: titulares, portadas, ediciones especiales, esquelas de tamaño exagerado, etc. Como si el asesinato de un periodista fuera algo especial,  más importante que el de un director, un empleado o un ladrón de banco.”

Böll explica que el diario se refiere a sus reporteros muertos como ”víctimas de la profesión, como si su profesión fuera la causa de su muerte, como si de ser panaderos o zapateros, aún seguirían vivos”.

"Lo que se cuenta en la última página es un buen ejemplo del uso de los interrogantes, tan frecuentes ahora de nuevo."

El autor resulta implacable con Werner Tötges, el periodista que investiga a Katharina Blum. Lo retrata como un hombre cuyo aspecto resulta “sucio” pese a conducir un ostentoso Porsche, un presumido que alardea ante sus compañeros de su astucia y su capacidad para engañar, un matón que amenaza a los testigos que no quieren hablar con convertirlos en sospechosos de encubrimiento.

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Angela Winkler interpreta el papel de Katharina Blum

Es igualmente implacable con la forma de escribir del reportero, de la que ofrece extensos ejemplos en la novela. Por ejemplo, este en el que El Periódico da noticia del suceso en torno al que gira la novela:

Titular: Katharina Blum, la querida del bandido, se niega a hacer declaraciones sobre las visitas que recibía en su domicilio.

Texto: “El delincuente y asesino Ludwig Götten, perseguido por la policía desde hace un año y medio, pudo haber sido detenido ayer si no hubiera sido por su amante, la empleada de hogar Katharina Blum, que borró sus huellas y le ayudó a escapar. La policía sospecha que la señorita Blum lleva mucho tiempo implicada en la conspiración. (Más información en la última página, bajo el título Visitas de caballeros)”.

Lo que se cuenta en la última página es un buen ejemplo del uso de los interrogantes, tan frecuentes ahora de nuevo. Cada una de estas frases podrían ser titulares de una web de hoy en día: ¿Era el piso de la señorita Blum un centro de conspiración, un lugar de encuentro de criminales, un depósito de armas? ¿Cómo una asistenta de 27 años logró comprar un piso valorado en 110.000 marcos? ¿Participaba en los botines de los ladrones?”  Y, cómo no, todo sazonado con una pizca de auto exaltación, tan propia del oficio: “Como siempre El Periódico sigue en la brecha”.

Difunde sospechas que algo queda. Así, el diario va publicando artículos con titulares que también nos resultarán muy actuales, del tipo “Los misterios del ‘caso’ Blum”: “¿Seguía las instrucciones de un grupo de izquierdas? ¿Debemos seguir mostrándonos humanos ante estos seres inhumanos?”

Entre las justificaciones más frecuentes de los medios, se encuentra ésta utilizada por El Periódico: “Es que Katharina ya se ha convertido en un personaje de actualidad” y, por tanto,  todo lo relativo a ella, todo, pasa a ser “de interés público”. Además, se excusa, siempre tiene la posibilidad de denunciar al periódico por calumnias y difamaciones.

Es propio de muchos periodistas, y así lo recoge la novela, cambiar las palabras de las declaraciones para hacer la lectura más comprensible e impactante. Así el intrépido Tötges convierte la descripción de la chica como “inteligente y cautelosa” en  “fría y calculadora”.  Mucho más “periodística”, dónde va a parar.

"A uno le queda la duda de si Henrich Böll está justificando la muerte del periodista Werner Tötges."

En la misma línea es tergiversada la declaración del antiguo profesor de instituto de Katharina. Su declaración textual fue: “Si Katharina es radical en algo es en su disposición a ayudar y en su trabajo planificado e inteligente. Si no fuera así, yo estaría muy equivocado”. El periodista lo resume con un lenguaje más claro para el lector: “Es una persona extremadamente radical que consiguió engañarnos astutamente.”

Para entrevistar a la madre, hospitalizada muy grave —“no hay nada más eficaz que entrevistar a una madre”, proclama— , el periodista utiliza “el truco más sencillo de todos”, enfundarse en un mono para hacerse pasar por un operario. Le suelta a bocajarro los “crímenes” de su hija. La pobre mujer no acierta más que a decir: “¿Por qué ha tenido que terminar así?” Y, claro,  el periódico lo transforma en “Era inevitable que algún día terminara así”.  Y es que, confiesa el propio Tötges,  “como reportero estoy acostumbrado a ayudar a las personas con dificultades de expresión.”

Las informaciones van subiendo de tono hasta el punto de convertir a Katharina en una criminal o en “una putita”, como la define uno de los lectores deEl Periódico. Al final la chica, ya con su vida arruinada, accede a verse con el periodista.

—“¿Por qué me miras con esa cara de tonta, florecilla? ¿Qué te parece si empezamos por joder?”, pregunta el reportero.

Así la trata el periodista, suficiente, crecido, dominante. Y ella le dispara. No es ningún spoiler,  la novela comienza así. Se queda en paz. No siente arrepentimiento.

—“Él quería joder y eso fue lo que hice, ¿no?”

A uno le queda la duda de si Henrich Böll está justificando la muerte del periodista Werner Tötges. Cuanto más lo pienso, más convencido estoy de que así es.

Si el lector encuentra en la historia de El honor perdido de Katharina Blum alguna coincidencia con las prácticas periodísticas actuales, ya sabe, “no es casual, sino inevitable”.

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