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El caso del traductor recalcitrante

El caso del traductor recalcitrante

Aquel escritor no se lo explicaba. El misterio le hacía crujir la cabeza. Le quitaba el sueño. Era un novelista de éxito y sus obras se vendían en todo el mundo. Cada nuevo título era un best-seller que reventaba las listas de más vendidos. Cuando viajaba allí donde publicaba, las colas de gente en las firmas eran enormes y los medios informativos le prestaban mucha atención. Salía en la tele y en todas partes. Era un triunfador halagado por críticos literarios, seguido por cientos de miles de lectores, envidiado por sus colegas. Sin embargo…

Ahí estaba, precisamente, el drama que lo desasosegaba. En Uredakke, un  pequeño país báltico, caso único entre los cuarenta y siete que publicaban sus novelas, las ventas eran mínimas. Allí eran indiferentes a su obra. Los críticos literarios locales, hostiles al principio, habían acabado por ignorarlo. La editorial que lo publicaba era pequeña, modesta. Los anticipos por derechos de publicación resultaban mínimos, y aun así la venta de libros nunca cubría aquéllos. De una tirada de quinientos apenas se vendían pocas docenas. En resumen, el novelista no se comía una paraguaya. Económicamente era un desastre sin beneficio, pero le gustaba que sus novelas fuesen publicadas allí. Por eso las cedía casi gratis. Era un poco esnob, incluso un poquito gilipollas, y le satisfacía que en la extensa lista de países donde lo publicaban traducido –Taiwán, Birmania, Egipto, Croacia, Kazajistán– figurase Uredakke. Ni siquiera Vargas Llosa, Marías, Allende, Pérez-Reverte o Gómez Jurado publicaban allí. En eso les mojaba la oreja a todos.

Pero el misterio persistía. Su última novela, La sexadora de pollos de Auschwitz, había sido un éxito mundial y Netflix preparaba una película. Sin embargo, al año de publicada sólo había vendido en Uredakke treinta y siete ejemplares. Al escritor se lo llevaban los diablos, pues no podía establecer la causa del fracaso. Juraba en arameo. Al recibir el ejemplar de cada edición uredaka contemplaba la bonita portada y abría el libro con avidez, intentando descifrar el enigma, pero era imposible. Podía leer las traducciones en inglés, francés, italiano y otras lenguas; pero aquel extraño idioma nórdico, vagamente emparentado con el finlandés, el sueco y el ruso (Tiveden ytterjödgal skäkerkfallen ulvsjo plasjvpòda, empezaba su última novela) era incomprensible para él. Tampoco conocía a nadie que lo hablase. En cuanto al traductor, un tal señor Vikavïskis, era otro misterio. A diferencia de otros traductores, nunca le consultaba ninguna duda. No tenían ningún contacto.

Un día, el novelista conoció a un uredako: un inmigrante que trabajaba como fontanero y fue a su casa para una chapuza. Al advertir el acento extranjero preguntó de dónde era, y la respuesta le hizo dar un salto de alegría. Llevó al fontanero a la biblioteca, le sirvió una copa de coñac y un cigarro habano y puso en sus manos La sexadora de pollos de Auschwitz. «Le pago cien euros la hora si me lo traduce leyendo en voz alta», dijo. Aceptó el fontanero, encantado. Frente a él, en otro sillón, el novelista seguía la lectura con la edición original en español; y a medida que escuchaba y comparaba, la vista se le iba nublando. Tres horas después dijo «pare» al fontanero, le pagó trescientos euros y se echó a llorar.

A partir de ahí fue fácil reconstruir los hechos. Bastaron unos mensajes intercambiados con los editores de Uredakke y un rastreo minucioso en las redes sociales para averiguar que todo era asombrosamente simple. El traductor, o sea, el señor Vikavïskis –profesor de literatura en un pueblecito de la costa báltica, por lo visto– profesaba un odio mortal al novelista. La causa de ese odio pertenecía a los secretos del corazón humano; pero lo indudable era que lo detestaba con toda su alma, y por eso procuraba destrozar deliberada y minuciosamente, con traducciones infames, todas y cada una de sus novelas. El resultado era un estilo literario rancio, casposo, adornado con resabios machistas y hasta homófobos, que convertía cada página en una sarta de disparates intragable. A modo de ejemplo, el comienzo de La sexadora de pollos de Auschwitz, que en español era: El día que sexó su primer pollo, la luz del alba iluminaba su feliz sonrisa –tampoco el novelista era Flaubert– aparecía así en la traducción: Hizo ella, con el pollo en la mano, una rimbombante mueca de femineidad matutina pero falsa aunque tal vez no pero quizás. 

(Igual creen ustedes que se trata de un relato inventado, pero les aseguro que es casi real. Ya lo señala el viejo dicho: Traduttore, traditore. El que más o el que menos, entre los escritores internacionales que conozco, se las ha visto alguna vez con un cabrón como el señor Vikavïskis).

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Publicado el 26 de marzo de 2022 en XL Semanal.

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David Sepúlveda Pérez
David Sepúlveda Pérez
2 años hace

No se preocupe, Maestro: las traducciones que llegan a Latinoamérica son excelentes. (Risus infallibilis remedium)

Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Bueno, esta vez don Arturo, creo que se está «quedando» con nosotros. Independientemente de que el relato tenga reflejos de verdad sucedida, creo que está en clave. Y no me apetece ahora mismo desentrañarla, si la hay, independientemente del traductor y bebedor de wisky de un país diurético.

Mado Sato
Mado Sato
2 años hace

Como lectora le puedo decir que ha habido libros traducidos al español que no he sido capaz de acabar por la mala calidad de la traducción. Me pasó por ejemplo con El Principito, que lo leí por primera vez en francés y al querer hacerlo en castellano para mi prole, como lectura de mesita de noche cuando eran pequeños, tuve que renunciar y traducirlo yo porque era una abominación. Posteriormente adquirí otro ejemplar, obviamente después de haber constatado que la autoría de la traducción no era de la misma persona, y esta vez acerté y lo regalé a mis hijos, ya adultos.

Bixen
2 años hace
Responder a  Mado Sato

‘Chapeau!’ (¡chapó!). Yo de niño, al ver los primeros dibujos, ya me dieron tanto no sé qué, que paré de leerlo. Hoy día es el libro, junto al de Rimas de Bécquer, que más he comprado y regalado.
«L’essentiel est invisible por les yeux.»
«L’essentiel est invisible aux yeux.»

Pepe Cuervo
Pepe Cuervo
2 años hace

Jaaaaaaaaaaa, menudo hijo de perra el nórdico.

Pepehillo
Pepehillo
2 años hace

Hay novelas que ganan mucho en su idioma original, sobre todo si el lector no lo entiende.

Manuel Hernández
Manuel Hernández
2 años hace
Responder a  Pepehillo

Que razón tienes amigo!!!!

Rafael
Rafael
2 años hace

leí Memorias de Adriano en francés y luego en la traducción de Cortázar al español. Sin lugar a dudas la versión de Cortázar era mucho mejor que la original de Yourcenar.

Nicolás
Nicolás
2 años hace
Responder a  Rafael

Rafael, no puedo estar más de acuerdo con su aseveración. Increíble trabajo el de Cortázar, que en su rol de traductor también hizo algo maravilloso con Poe: estuvo a su altura.

Leonardo Guzmán
Leonardo Guzmán
2 años hace

Arturo es mi maestro. Yo escribo y su magisterio me ayuda a pulirme. Lo admiro tremendamente. Tengo varios de sus libros que para mi son libros de texto. Gracias maestro!

Francisco santos
Francisco santos
2 años hace

….no se comia una Paraguaya'»
Que significa eso?
No soy de España…
Eso de comerse a «una Paraguaya'»
Resulta un de dudoso significado
En este lado del mar.

Daniel
Daniel
2 años hace
Responder a  Francisco santos

Es un tipo de fruta

Pepe Cuervo
Pepe Cuervo
2 años hace
Responder a  Francisco santos

Aquí la Paraguaya es una fruta, no seáis mal pensados.

Carlos
Carlos
2 años hace
Responder a  Francisco santos

Fruto del paraguayo, variedad de melocotón, comestible, de forma redonda y aplastada, piel vellosa de color verdoso, pulpa dulce y jugosa y hueso duro.

Jorge
Jorge
2 años hace
Responder a  Francisco santos

Estimado Francisco, en España (o al menos en ciertas regiones) se le llama paraguaya (o también paraguayo, en masculino) a una fruta similar a un melocotón achatado, con la pulpa más parecida a la de la nectarina. Según Wikipedia parece ser una mutación del melocotón que se originó en China por el s. XIX o antes.

El nombre científico de la fruta en cuestión es P. persica var. platycarpa.

Un saludo.

Bixen
2 años hace
Responder a  Francisco santos

-¿Para qué?
-Paraguayo.
Broma de España sin animadversión.

Koldo Osoro
Koldo Osoro
2 años hace
Responder a  Francisco santos

Quiere decir que no tenía ningún éxito a cuenta de su novela. En España, además del nativo de cierto país del cono sur, un paraguayo es un fruto surgido de la mutación de un melocotón (durazno), Prunus persica var. platycarpa.

anónima
anónima
2 años hace
Responder a  Francisco santos

Don Arturo ha escrito paraguaya con minúscula porque se refiere a la fruta (variedad del melotocón).

Antonio Villalba
Antonio Villalba
2 años hace
Responder a  Francisco santos

La paraguaya en España es una fruta, semejante al melocotón pero achatada. En todo caso Pérez Reverte habla de comerse «una paraguaya» no «a una paraguaya», con lo que en mi humilde opinión da a entender que no se refiere a una persona del Paraguay.

Fran López
Fran López
2 años hace
Responder a  Francisco santos

Cómete una paraguaya, también es un temazo de nuestro david bowie nacional, Ramoncín.

basurillas
basurillas
2 años hace

¡Que angustia!¡Que prurito nocturno más horrible me ha entrado! ¿Cómo se sexa un pollo? ¿Y una gallina? Por favor una explicación detallada. Un sin vivir

Carlos
Carlos
2 años hace
Responder a  basurillas

Pues si tiene tanta angustia, apúntese usted a la escuela de sexadores de pollos de Nagoya, Japón. Y no es cachondeo, pagan una pasta…

Bixen
2 años hace

‘Animal Farm’ de 1984 (M. Gorbachev).

Ana Esther
Ana Esther
2 años hace

Cuántos señores (y señoras) Vikavïskis hay por el mundo!
Muchos y muchas, por un odio de esos irracional (no sé cuál es el racional, todo sea dicho) abusan de su estatus, condición u otros, para ensombrecer al genio.
Carla, mi hija, conoció una señora Vikavïskis. La odiaba desde que conoció a la nena. Como era su profe, podía traducir como quería, así, en cada hoja de su cuaderno le escribía: MAL, en rojo y con mayúsculas.
La nena con 3, 4 y 5 años fue creyéndose que sus producciones estaban mal, porque con esa edad te crees lo que dicen los adultos. Al tiempo, al comparar dos percepciones, preguntó: oye mamá, por qué tú me dices que esto es una genialidad y la señora Vikavïskis me dice que es un bodrio. Y la mamá la miró y lo supo: tengo que explicarle lo que es el odio a alguien que ni tiene edad para saberlo ni corazón para sentirlo.
Y se lo expliqué.
Y desde entonces hasta hoy, esa nena fue creciendo sabiendo que es de mediocres odiar y de genios amar.
Y es que, de señores y señoras Vikavïskis nos encontraremos algunos por el mundo, sabiendo que, por no moldearse a sí mismos, se dedican a destrozar las esculturas de otros que no dejan de moldear.

Pedro
Pedro
2 años hace

Este negocio de la literatura, como casi todo lo que es tocado, pulsado por dedo humano, es susceptible de MANIPULACION. Hay por tanto que avanzar, progresar y lograr alto grado personal en el dominio de lenguas, primero habladas y después escritas que permitan controlar el proceso divulgativo de la obra. O tener al traductor sujeto, por donde más pueda doler hasta que termine su labor.

Última edición 2 años hace por Pedro
Lejos
Lejos
2 años hace

Jajaja es usted un fenómeno

javier
javier
2 años hace

Johny got his gun. Traducción para España de María Susana Eguía: Johny cogió su fusil. El título para Hispano América se cambió a (tomó su fusil). Hasta ahí todo me parece correcto. Excepto la última traducción de José Luis Piquero: Johny empuñó su fusil. Mejor ejemplo de romper una novela simplemente con la mala traducción del título es muy difícil de encontrar.

Dedalo
Dedalo
2 años hace
Responder a  javier

Pues no lo pillo. Para mí las tres traducciones son válidas y muy similares.
Incluso parecen seguir la intención del autor en su título (oponerse al «Johny get your gun»)

Alpispa
Alpispa
2 años hace
Responder a  Dedalo

siempre pensé que el sentido de ese «GOT» era que le dieron el fusil, más que que él lo hubiera tomado por si mismo. Que se lo pusieron en las manos, vaya. Según eso, una traducción correcta sería «Y a Johnny le dieron su fusil»

Epaminondas
Epaminondas
1 año hace
Responder a  javier

Ya que menciona ese libro (por cierto: el nombre es Johnny, no «Johny»), lo estoy leyendo ahora y me he encontrado con un fallo de traducción clamoroso.
Es en el capítulo en que el protagonista recuerda la Navidad con su madre y hay fragmentos del celebérrimo poema «A Visit from St. Nicholas» (o «‘Twas the night before Christmas»), tal vez el poema más famoso escrito por un estadounidense.
Allí, cuando aparecen los versos en los que St. Nicholas (o sea, Papá Noel) apremia a sus ocho renos llamándolos por sus nombres, la traductora María Susana Eguía, desconocedora del poema y sin atinar el contexto, ha intentado una traducción literal que resulta un sinsentido.
El original era:

«Now Dasher now Dancer now Prancer and Vixen—on Comet on Cupid on Dunder and Blitzen—to the top of the porch to the top of the wall now dash away dash away dash away all…»

Y en la edición en español ha quedado:

«Ahora enérgico ahora danzarín altivo y sereno —en cometa en Cupido con apremio tempestuoso— de lo alto del soportal a lo alto de la pared ahora salpica salpica lo salpica todo…»

Ni hablar de la traducción de «dash away» (el imperativo «corred») por «salpìca».

Alpispa
Alpispa
2 años hace

Pillín…. Me parece que la segunda versión es original de Javier Marías (ese «tal vez no pero quizás» le delata) y la primera es cómo le han traducido al alemán.

Julia Garzón Funes
2 años hace

Las traducciones hechas en Suramérica, Argentina, siempre fueron de gran calidad, quizás por ser un país de inmigrantes y por el excelente sistema de educación que supimos tener. Con respecto a los traductores, la palabra traducción deriva del latín «traditio» que significa («breviatis causa») entregar con la mano. La palabra traidor deriva del latín «traditor» . Julia Garzón Funes, traductora.

Julia Garzón Funes
2 años hace

Aclaro. El traductor efectúa una entrega o «traditio» al traducir un texto. La frase «traduttore, traditore» debe entenderse como «aquél que entrega algo». Lo de traidor, es simplemente un error, que según Borges, es quizás lo mejor que puede hacer un traductor: traicionar el original para hacer una creación , quizás mejor, en el idioma de destino. De tomas maneras, la traducción es algo mágico, cuando está bien hecha. Julia Garzón Funes, traductora.