No es la Atenas que recordaba, pero sigue siendo ella. Hace más de treinta años que no volvía a esta ciudad, escala frecuente por barco y avión en mis viajes profesionales. El lugar sucio y ruidoso que conocí nada tiene que ver con la urbe moderna, tan parecida a cualquier otra, llena de tiendas, bares y turistas, integrada desde hace tiempo en el parque temático en que se ha convertido Europa. Atenas es hoy una ciudad agradable, organizada para pasear y sentarse a tomar una copa o comer en sus innumerables restaurantes. Camino desde mi hotel en la plaza Syntagma hasta Plaka y Monastiraki, con la Acrópolis visible arriba, a mi izquierda, disfrutando de todo, de los comerciantes que ofrecen sus productos –los griegos siguen siendo listos y simpáticos– y hasta de los carteristas que se mueven entre nubes de turistas a la caza de incautos. Bajo el barniz de modernidad europea reconforta advertir, a poco que escarbes, la Grecia de toda la vida.
He llegado a Atenas en días de elecciones y eso me hace circular cosas por la cabeza: estudios, lecturas, dioses, filósofos, guerreros, democracia. Casi todo lo que somos y pensamos vino de aquí, de esta pequeña ciudad y sus alrededores. Lo de las elecciones me lleva, inevitablemente, a recordar las conchas marinas con que los atenienses votaban el exilio –de ahí la palabra ostracismo– para aquellos ciudadanos que no les eran gratos: como el político Arístides, castigado en una de esas votaciones populares, a quien un ciego que no sabía escribir ni lo conocía pidió que escribiera por él su propio nombre en la concha. «¿Y qué te ha hecho de malo ese hombre?», preguntó Arístides al ciego. «Nada –respondió éste–. Pero estoy harto de oír decir que es sabio y justo».
Las palabras sabio y justo retornan a mi cabeza en la suave cuesta que lleva a la Acrópolis. Allí, a la derecha del camino, entre olivos, está la cárcel de Sócrates: una doble cueva cerrada por una reja. Si fuera creyente rezaría un padrenuestro en memoria del hombre que más admiro en la historia de Grecia. Pero como en lo que creo es en los versos de Homero, en el Molón labé del espartano Leónidas («Venid a cogerlas», respondió a los persas que en las Termópilas exigían que depusiera las armas) y en el ¡Thalassa, thalassa! de los mercenarios griegos de la Anábasis, me limito a permanecer inmóvil, en respetuoso silencio, ante el lugar donde la tradición afirma que el filósofo se quitó la vida después de pasar las horas finales conversando serenamente con sus amigos. «Critón, le debemos un gallo a Asclepio –fueron sus últimas palabras–. Así que no te olvides de pagárselo».
Votaría por él, pienso ante su cárcel. Lo haría con conchas en las que escribiría el nombre de sus enemigos, o en las papeletas donde hoy, mientras estoy aquí, votan los griegos. Votaría por Sócrates, el filósofo pequeño, calvo y feo, educador de jóvenes, padre y abuelo de la ética y la filosofía, de quien sospecho que pocos políticos españoles –y no españoles, tal como andan los tiempos– hayan tenido noticia en su triste vida: el Sócrates que, ciudadano ateniense, combatió como hoplita en las batallas de Potidea, Delio y Anfípolis; el maestro de Platón y Jenofonte, amigo de Alcibíades; el pensador capaz de decir con suprema ironía: «Sólo sé que no sé nada, y eso me diferencia de los otros hombres». El ciudadano, en fin, que, tras hacer innumerables enemigos por su lengua libre, su libertad de conciencia y su mente lúcida, se negó a aceptar que las pasiones populistas agitadas por intereses políticos particulares, los arrebatos demagógicos que buscaban el apoyo fácil de las masas, estuviesen por encima de las leyes racionalmente establecidas. Eso le costó un juicio y una condena a muerte. Pudo huir, como aconsejaban sus amigos, pero prefirió ser fiel a las leyes y a sí mismo, asumiendo impávido una sentencia injusta. Y en este lugar en el que me encuentro, en esa cueva prisión donde lo imagino, bebió la cicuta y se quitó la vida.
Voto por él, decido al fin mientras arranco unas hojitas del olivo más cercano para llevármelas como recuerdo. Aunque yo no sea griego –pero en realidad también lo soy, o lo somos–, voto por Sócrates como si estuviera en el siglo V antes de Cristo. Incluso hoy, si tuviera derecho a hacerlo en este día de elecciones helenas, metería mi papeleta con el nombre de Sócrates escrito en ella. La introduciría en cualquier urna que la vida me pusiera delante: en Grecia, en España, en todo lugar de esta Europa miserable y desmemoriada que borra, cada vez más, los recuerdos del respeto que se debe a sí misma. Hoy, como siempre, voto por Sócrates el ateniense. Y quien no lo comprenda, que se vaya al carajo.
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Publicado el 14 de julio de 2023 en XL Semanal.
«Hoy, como siempre, voto por Sócrates el ateniense. Y quien no lo comprenda, que se vaya al carajo».
¡Qué remate, excelente señor Arturo!; si pudiéramos encontrar en este mundo el coraje de un hombre que dice y reafirma lo que dice con su propia vida; creo que estaríamos en presencia de un extraterrestre. No existe alguien así, sin duda los primeros ladrillos de nuestra civilización, se colocaron allí, en Grecia. Advierto, como muchos ya saben aquí, que no soy historiador, pero sí, muy respetuoso y admirador de aquellos que abrazan esta profesión, amplia, compleja y bella. Solo diré de mi administración por esos hombres que fueron arquitectos y constructores, (algo de mi tema) esas obras majestuosas, no se realizaron con intención mercantilista o del «Real Estate» , no, se realizaron para brindar ofrenda a sus dioses, allí en esas piedras se dejó esculpida su historia, su poder, su sabiduría, se dejó indicado un camino a seguir por el hombre del futuro que vendrá.
Lamentablemente, estamos defraudando tales esfuerzos, y la palabra, ya no se escribe en piedra, solo enviamos mensajitos con emoticones. Pobres padres de la humanidad, Dios quiera que nunca despierten.
No es necesario ser historiador para amar la historia. Y digo la historia no la memoria, sr. Brun. Hay muchos amantes de la historia que saben más que algunos licenciados independentistas. Como hay buenos economistas sin necesidad de ser doctores en economía (y no miro a nadie… o sí).
Comparto su gran admiración por los padres de nuestra cultura Occidental. Otro gallo nos cantaría si, con humildad volviéramos a sus ideas y a su inigualable ética. No como otros imbéciles que se quedan tan anchos declarando que el universo es infinito, queriendo emular a Einstein o a Hawking. Pensando en las diferentes teorías, desde la antiguedad, al respecto, siempre he dudado de su infinitud o no. Desde hace pocos días, ya no dudo: he decidido pensar que el universo es finito.
Saludos.
Comparto lo dicho por usted señor Ricarrob y quisiera traer a esta conversación a otro hombre posterior a Sócrates años 70 ac, 80 ac, Vitruvio, un arquitecto, el cual realizó un tratado que siempre me ha sorprendido; porque demuestra la preocupación de aquellos hombres por dejar por escrito lo aprendido, para los que vendrán.
Escribí esto al respecto: Leer el viejo tratado sobre arquitectura de Marco Vitruvio Polión, ¿tendrá sentido?, ¿será obsoleto? Tal vez, pero permítanme decir que no hacerlo es no respetar un pasado en el cual imagino a hombres trasladando y elevando piedras enormes, esculpidas con esmero, sin contar con equipos como los actuales, seguramente solo utilizando palancas y sogas, mezclando tierras y plantas para calentarlas después tamizarlas para conseguir colores, realizando solados de piedras o buscando agua colocado boca abajo en terrenos pedregosos, por esto, no tener presente aquellos comienzos indica solo nuestra soberbia como hombre «moderno», siendo en muchos sentidos nuestro actuar y pensamiento más anticuado que el mismo arquitecto romano Vitruvio.
A poco de leer el tratado Vitruvio comienza a contemplar el tema de las cloacas, la luz, arrendador e inquilino, les recuerdo año 70 antes de Cristo (ac), estamos hablando de un arquitecto que vivió hace más de 2000 años, y dejó un legado escrito, la historia de la arquitectura de aquella época.
Interpretaba el debido respeto por la naturaleza incluyendo a los astros y por supuesto las matemáticas. De acuerdo a su pensar todo arquitecto debía de conocer amplios temas del saber de aquella época en profundidad, salud, orientación, clima, estructuras, mecánica de suelos.
Uno de sus principales objetivos era mostrar su tratado a Julio César, tal vez entendiendo que las principales obras de arquitectura por lo general han sido realizadas por poderosos.
Describe las plantas, alzadas y perspectivas (con un punto de fuga). También describe al orden Dórico (exento de lujo) al Corintio (delicadeza) y al Jónico (equilibrio a los dos primeros)
En el capítulo cuarto, desarrolla las consecuencias de fundar una ciudad en lugares malos e insalubres, pone de manifiesto la relación de la arquitectura y el emplazamiento de las diversas construcciones con la salud de la población. Es en este siglo XXI en el que la pandemia nos afecta, cuando justamente debemos los arquitectos replantear nuestras ciudades y sus espacios, sin duda la arquitectura cumple un rol fundamental en el impacto que posee para con la salud de los habitantes, si Vitruvio viviera hoy, mucho tendría para decirnos.
En el capítulo séptimo el arquitecto Vitruvio realiza una minuciosa exposición de los ladrillos, arenas, tierras y rocas, para construir, pero detengámonos e imaginemos que en aquellos tiempos para poder saber y conocer datos de materiales, solo era posible trasladándose seguramente por inhóspitos caminos y diferentes regiones y de este modo poder hablar y preguntar, para después asimilar experiencias que se aprendían solo por el método de la prueba y el error. Me pregunto, que hubiera podido llegar a hacer Vitruvio si hubiera gozado como nosotros de Internet.
Vitruvio contempla como algo perteneciente a toda obra de arquitectura la utilización de los «adornos», pero aquellos «adornos u ornamentos» no eran simples texturas coloridas, que nuestro actual minimalismo suele despreciar, o mejor dicho interpretar al muro despojado como una sensación onírica de nuestro subconsciente, aquellos eran en verdad obras de artes de profesionales de las formas escultóricas, representando personalidades, dioses, y escenas de todo tipo; si tuviéramos que compararlos con nuestro presente, bien podemos decir que estamos en presencia de relatos cinematográficos para un público ávido por conocer y asombrarse de aquellas historias deslumbrantes; por esto, bien podemos pensar que con herramientas escasas y mínimos recursos, el cerebro humano a podido deslumbrar y a la vez enseñar a otros seres humanos a los que no les era sencillo poder llegar a aprender historia o ciencias y menos aún el simple hecho de ir a una biblioteca y solicitar un libro, ni que decir de «googlear» el nombre de un dios.
Cuando se refiere a la proporción y simetría con que deben realizarse los templos, esta proporción y simetría corresponde a la misma que en apariencia nos brinda la naturaleza especialmente el cuerpo humano, resumida en la imagen de un hombre extendiendo sus extremidades quedando contenido en una circunferencia cuyo centro es el ombligo que a su vez es tangente a los cuatro lados de un cuadrado. Al referirse a las proporciones del cuerpo humano y la directa relación con la arquitectura, Le Corbusier las retoma con su modulor y yo agregaría que al modulor de Le Corbusier deberíamos de agregar un tratado sobre espacios psicológicos, me refiero a la realidad virtual, en donde ya estamos experimentado muchos de ellos que ni siquiera existen. No me pregunten a donde llegaremos, solo me preocupa que sea un buen puerto.
En su tratado este legendario arquitecto, despliega una extensa explicación de proporciones y dimensiones muy precisas indicando las diferencias para cada uno de los órdenes (dórico, jónico, corintio) y además destaca pequeños detalles para perfeccionar la visual del observador, son pequeños desplomes, o aumentos de dimensiones o diámetros de columnas, que evitan distorsionar aquello que nuestra vista nos engaña y desmerecen la belleza de aquellos templos y construcciones. Por todo esto evidentemente la intención de Vitruvio con su tratado era transmitir todos sus conocimientos a sus pares, en la búsqueda del buen hacer de la arquitectura.
Se dice que las relaciones y dimensiones indicadas por Vitruvio no se han podido corroborar en el estudio de lo que aún queda en pie o se puede observar en los cimientos de aquellos magníficos edificios, y que su tratado ha sido tantas veces traducido e interpretado por diversos arquitectos que quizás lo que llega hoy a nuestros días no sea todo tan cierto. No soy yo alguien que pueda poner luz a estas viejas historias, pero permítanme decir que si creo que Marco Vitruvio Polión imaginaba un mundo con edificios luminosos, amplios, bellos, bien construidos, para habitantes que pudieran gozarlos con salud y en contacto con la naturaleza. ¿No es acaso esa la misión primera de todo buen arquitecto/a?, Me ánimo a decir que muy pocos son los arquitectos (mujeres u hombres) que logran proyectar y dirigir obras a las que denominamos «deslumbrantes», pero se debe entender que una pequeña vivienda que albergará a una familia y la misma pueda vivir allí, feliz y dignamente, basta y sobra para satisfacer nuestro orgullo de una de las profesiones más nobles y bellas que existen y existirán por siempre, la arquitectura.
Cordial saludo
Sr. Brun, compartimos admiración por la arquitectura antigua y por Vitruvio. Lo de hoy no tiene nombre. Casi nada se salva y casi nada quedará para la posteridad. La arquitectura calatraveña será olvidada y sus obras desguazadas o descompuestas por el tiempo. Pero, ahora mismo, se admiran y se ponderan: bodegas que parecen montones de chatarra esparcidos por el campo, museos que se caen a pedazos ya desde su inauguración, edificios públicos insulsos, grises y artificiosos que parecen monumentos al asfalto… El exceso de metal, como el exceso de cemento, atentan contra nuestra sensibilidad…
Hay que darse cuenta que si nos quedáramos sin tecnología, sin energía, sin máquinas, si tuviéramos que volver a comenzar, tendrìamos que recurrir de nuevo a Vitruvio.
Nuevos materiales, si, nuevas formas, si. Pero con estética, con arte, como usted dice con equilibrio, con simetría, con medidas.
Saludos.
¡Ah, Atenas! Nuestra Atenas, de todos. Como siempre, excelente artículo, don Arturo. Excelente en lo exquisitamente real, histórico y cultural y en lo que intuyo, no sé si equivocadamente con el riesgo de que usted me mande al carajo, que es alegórico, dada la semana, alegórica, en la que estamos.
Compartimos el placer de Sócrates y su obra. Ese personaje feo, nada atractivo, que hacía arte del discurso, arte de la mayéutica, haciendo reconsiderar a los demás sus convicciones y demostrarles lo equivocados que todos solemos estar.
Falta haría un Sócrates en nuestra sociedad. Mucha falta. Quizás tenemos algunos intelectuales socráticos y no les hacemos caso, no los leemos. Y, votar, lo que se dice votar, aquí hacemos como el ciego. Así como en su otro artículo, de hace ya tiempo, el de «La guerra que todos perdimos», describe usted, don Arturo, la odiosa idiosincrasia del español, añadiendo algo más diré que otra característica es la profunda atracción que ejercen sobre la ciudadanía los sinverguenzas, los jetas y los infinitamente imbéciles, infinitesimales neuronales para los que la respuesta a todo está en el viento.
Votar, votemos. Pero no por la imagen, por el guaperismo y la sonrisa fácil pero sardónica. Ya sé, ya sé que está muy difícil. Pero, como dice don Arturo, votemos por Sócrates y… mandemos al carajo, al ostracismo, todo lo demás: lo fatuo, lo superficial, lo retocado estéticamente, el «relato»; y desconfiemos de aquellos que siempre se ríen ya que, al final, lo están haciendo de nosotros, de todos.
Gracias, don Arturo, por este relato alegórico o no, simbólico o no, en su sincero simbolismo y en su acidez corrosiva. A pesar de las dudas, yo votaré por Sócrates.
Gracias. Saludos.
Comprendo mejor su decisión de votar a Sócrates, que la mía de votar el día 23 a un partido (el que sea) en el que no tengo fe, porque al final, todos iguales. Quieren escaños, sentarse en el sillón y… dejar todo como está. Nadie va a cambiar nada y no sé si dar las gracias por ello, no vaya a ser que los cambios sean a peor, conociendo el percal.
Lo de que todos son iguales, lleva usted razón. Pero siempre, entre ellos, la profesión escatológica, están los que tienen el culo más gordo, todavía más que los otros y necesitan las aposentaderas públicas más que los demás, sobre todo los que no han sido capaces ni de confeccionar una tesis doctoral y se la han tenido que hacer. Lo que siempre se dice, son todos iguales pero unos son más iguales que otros.
Y, lo de cambiar algo, mucho o poco, le doy también la razón salvo teniendo en cuenta que las cosas, a veces, se han puesto tan mal, tan extremadamente mal, que los cambios, cualquiera que sean, solo puden mejorar. Mire usted, por ejemplo, la situación, hoy en día, de ser hombre, heteroxesual y de raza blanca: la discriminación, la culpabilización gratuita, el desprecio y el ser tratados vomo desechos, a veces ni siquiera humanos, está ahora a la orden del día.
Y, bueno, para ser sinceros, completamente, a ver si alguien, entre esa panda, esa escoria, es capaz de mantener en la cárcel a los violadores.
Saludos igualitarios y cordiales.
Don Arturo, este artículo, quizás como todos los suyos, tiene mucho que comentar. Sería largo pero no tedioso. Voy a ser corto e impreciso como todas las imperfecciones de los que no dominamos la pluma de ganso, la tinta y las palabras.
Estuve en Atenas al final de la década bochornosa, la del 2000. Sí, en aquel momento en el que Europa, la de Merkel y su austericidio, habían traicionado a los griegos. Protestas, restos de incendios, caras de pesimismo, de frustración y de abandono, fueron el germen de los movimientos casoplonistas y antisistema. Aquí y allí.
Pero, dentro de todo ello, dentro de ese infinito desánimo, descubrias la gran hospitalidad de ese pueblo, su bonhomía y su mediterraneidad. Descubrías que ellos son nosotros, que somos iguales. Hasta tuvieron, después de la IIGM, su propia, caínica e indigna guerra civil. Las putas ideologìas.
La Plaka es un submundo aparte. Dar un paseo curioso, indagador, observando y empapándose del ambiente y de las cosas que dan multiformidad a nuestra sociedad a nuestra idiosincrasia, es huir del informe mundo de nuestros hipermercados y centros comerciales, todos ellos insustanciales. Quizás nuestro Rastro se parece; quizás se parecía más hace 50 años. La Plaja, un viaje sl pasado…
Y bajar caminando desde la Acrópolis es una delicia. Si además te paras a tomar una helada cerveza griega y unas exquisitas aceitunas de kalamata en uno de los típicos bares, en uno de los recodos del camino, sentado entre flores, has cumplido el viejo deseo de estar, por un rato, en el Olimpo.
En este país, estamos a punto de un gran ajuste presupuestario y a unos enormes recortes a causa de la enorme y desmedida deuda sanchiana-compravotos. Por favor, ¡que no nos traicione Europa!
Por favor, necesito un cartucho de ostras para la burro-cracia cubana, ancianos viudos del 68 incluídos.
Queda un regusto a vino resinoso, casi agrio, en la garganta tras la lectura del artículo. Una pesadumbre de suicidio compartido por todo un continente desde tiempos remotos hasta el día de hoy, ahogado en sangre, pasiones, y buitres que descienden sobre despojos de humanidad.
Yo votaria por Platón y no por Sócrates. Por el recuerdo de ese Timeo y Critias y su Atlántida destruída por el desafío a los dioses. Por esos atlantes que sostienen, aún, la maravilla y la ilusión del mito de la civilización excelsa destruida en su momento de gloria.
Pero si voto por la cicuta, por el poder de decidir el fin cuando y como nos de la gana al ver un mundo aborrecible. Una planta que debería cultivarse en cada casa desde el nacimiento de un niño, para mantener alta la autoestima, la dignidad, el honor y el amor por la verdad. Incluso en un ventitrés de julio si vuelve a ganar la mentira y el desprecio de la realidad y el anticipo de la miseria futura. Espero encontrar ese día el Aleph de Borges o el Macondo del olvido.
Sr. B., escupa el vino, escúpalo, aunque suene feo y desagradable. Y si tiene cerca un cartel electoral, o varios, hágalo sobre él o ellos. Y vote por Platón o por Sócrates, al fin y al cabo Patón fue su discípulo y si conocemos sus enseñanzas fue por él, ya que Sócrates no escribió nada.
Interesante considerar en política la correspondencia, la adecuación, entre el mundo de las ideas y el mundo material. Es un tema que , precisamente, está ausente de la política actual. Eso siempre presuponiendo que estos sujetos tengan ideas, alguna. Quizás platón pensaba en ellos cuando describe su caverna: viven entre sombras, entre fantasmagorías, proyectadas en la pared por las vidas de los ciudadanos.
Saludos.
Seguiré su buen consejo Sr. Ricar. Lo malo es que tengo cerca muchos, demasiados, carteles electorales de todo tipo y condición, de multitud de colores y cientos de siglas que no significan cosa alguna salvo, como siempre, ingentes actos de fe mundana y consecuentes quítate tú para ponerme yo. En ninguno se habla de compartir las tareas de gobierno, de unirnos en lo bueno y en lo malo con objetivos, los que sean, comunes. Menos aún los que hablan de renuncias voluntarias y necesarias de todos, en especial de los que nunca renuncian a nada. Todos van, cada uno, como creo que diría don Arturo…a su puta bola.
Miedo me da confiar en Parménides y Heráclito, pensando en que se mueva todo para descubrir que nada se ha movido, como casi siempre. Les escupiré pues a todos, así seguro que no fallo. Y además lo haré con fuerza y lo más lejos posible, como el protagonista másculino de la película Titanic. Tal vez el pecio vuelva a hundirse con todos ellos a bordo y luchando infructuosamente por un último rincón en los botes salvavidas. Pero esta vez nada de las mujeres primero, sólo los niños. Ellas ya forman parte de la igualdad del pasaje por derecho y decisión propia. Se han ganado a conciencia mi respeto.
Por cierto, sr. B., la cicuta que se la tomen los que pierdan las elecciones. Favor harían al país y… menos sueldos. Pero bueno, me conformaría con que se les llene la boca de excrementos por cada mentira que han dicho. Y que lo viéramos todos.
24 de julio, España, en la madrugada. Desgraciadamente, Sr, R., vistos los resultados donde, nuevamente, dependerá el gobierno de partidos nacionalistas, estoy pensando que la la tisana con que se nos fue Sócrates mejor me la tomaría yo.
Y yo, igualmente. Nunca había visto este país, esta sociedad tan polarizados como ahora. El desastre en los próximos años se masca… no hay palabras ante tamaño dislate.
Al carajo nos vamos todos… Y Sócrates, o sus enseñanzas, permanecerán en barbecho hasta que otra época más adecuada las vuelva a tomar de referencia…
Estimado Don Arturo, vengo leyendo sus obras y disfrutándolas hace 30 años.
Me permito señalar que ostracismo (segun entiendo) viene de ostrakon, las pequeñas piezas de ceramica en las que se escribia para escribir el nombre de quien se pensaba condenar.
Por el resto, ojala pudiesemos votar a Socrates en Argentina. Un abrazo afectuoso. Gracias por tamta magia (como decimos acá )
Yo pensaba así, hasta que viví siete años en Grecia. Es periodista que fue de Interviú quién te habla. Fui admirador de Grecia ya en los años 70 por mor de la historia del Arte y de la Filosofía que estudié en COU. De hecho me emocionó ver la Acrópolis por primera vez. Y te digo, después de haber vivido siete años allí, que Grecia actual se parece a la Grecia clásica y que tu admira como yo, a un huevo a una castaña. Los griegos actuales tienen más de cultura griega que la clásica de toda la vida. Y Atenas, que me la conozco al dedillo es una ciudad sucia. Y los griegos actuales más chapuzas en nosotros, que ya es decir.
excelente!!! gracias
Gracias APR por recordarnos a quien «prefirió ser fiel a las leyes y a sí mismo, asumiendo impávido una sentencia injusta». Que nunca se borren «los recuerdos del respeto que nos debemos a nosotros mismos..»
«¿Y qué te ha hecho de malo ese hombre?», preguntó Arístides al ciego. «Nada –respondió éste–. Pero estoy harto de oír decir que es sabio y justo».
Desde tiempos de la Grecia clásica, las personas somos bien mala lecha para votar.
QUE SE VAYAN …
Hoy también yo voto por él. Gracias, Don Arturo. Siguen, usted y él, siendo geniales.