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El hombre que siempre reía

Era simpático hasta el disparate, de esos seres humanos a los que la naturaleza creó para que susciten alegría en torno a ellos: sonrisas, carcajadas y bienestar. Su bondad era divertidamente contagiosa, despertando en cuantos se cruzaban con él la necesidad instintiva de que los elevara a la ilustre categoría de amigos suyos. Tenía un ojo fuera de combate, inutilizado desde jovencito, pero el otro, el sano, era penetrante, lúcido, agudo. No tenía nada de ingenuo en el sentido convencional y meapilas del término. Se burlaba de todos y hasta de sí mismo con un punto desvergonzado, pícaro, que acentuaba todavía más su encanto. Allí donde iba se convertía en centro de atención, congregando en torno a su humor, su risa, sus ocurrencias, a grupos de amigos, a oyentes fascinados y a camareros fieles que lo adoraban. Era, en esencia, un fenómeno social.

No había leído un libro entero en su vida —apenas algunos míos, porque hizo películas con ellos—, y todo le importaba un cojón de pato excepto el paquete y medio de cigarrillos diario, el White Label con coca-cola y el fútbol. Sobre todo el fútbol. Pero nunca veía los partidos en directo porque le subía la tensión y se ponía malo; así que los grababa y luego los veía cuando ya estaba seguro de que ganaba el Real Madrid. En cuanto a la salud, la tenía hecha trizas —el hígado maltrecho por una vieja cirrosis, los pulmones como chimeneas sin deshollinar— pero poseía un sistema asombroso para mantenerse vivo: nunca se levantaba antes de la hora de comer; y en cuanto un médico, dentista, urólogo, cardiólogo, lo que fuera, le decía que tenía algo mal, no volvía jamás a ver a ese médico ni a ocuparse del asunto. Y así aguantó hasta los 76 años, que tampoco es una mala cifra.

Vinculado desde jovencito al mundo del cine, lanzó en España películas como las de James Bond, Tiburón o La guerra de las galaxias —llevó en un Seat 600 a Harrison Ford ciego de uvas y a Carrie Fisher vomitando por la ventanilla—, produjo películas como El maestro de esgrima o La carta esférica y consiguió, con cuatro capotazos y media verónica, que Roman Polanski hiciera con Johnny Depp La novena puerta y Viggo Mortensen Alatriste, con las que ganó una pasta tremenda. Nunca le conocí un enemigo. Con sólo dos copas, un chiste y cuatro carcajadas se metía a la gente en el bolsillo, y durante los quince años que estuvimos yendo juntos al festival de San Sebastián, nuestra mesa del bar del hotel María Cristina, donde entre productores, directores y actores se congregaba todo cuanto el cine español tenía de mejor en ese tiempo, fue siempre el lugar más envidiado, frecuentado y disfrutado de aquellos días.

De joven tuvo varias novias muy guapas, algunas bastante famosas; pero con el tiempo se dedicó en exclusiva a la que fue amour fou de su vida: un bellezón rubio que lo trató fatal e hizo muy desgraciado en lo sentimental, aunque él siempre la justificaba y se lo perdonaba todo. Murió esa mujer en un accidente de automóvil y él nunca volvió a relacionarse con otra, pasando el resto de su vida rodeado de fotografías que tenía enmarcadas por toda la casa. Ella fue su único lado sombrío, la sola tristeza que le quebraba la alegría vital. A veces, con un whisky en la mano y un cigarrillo en la otra, me hablaba de eso: de lo que podía haber sido con ella, de lo que fue, de lo que era. Después se quedaba absorto, y tras permanecer callado un momento soltaba una carcajada, hablaba de cine o de fútbol y pedía otra copa al camarero.

Murió hace un mes: una larga vida feliz y una mala última semana no es un mal resultado. Después de todo, ¿quién no tiene una mala semana en la vida? El caso es que fui a verlo al hospital de Marbella, donde vivía retirado; y aunque ya no podía hablar, me despidió con una última sonrisa cuando lo llamé —solíamos tratarnos así—, hijo de puta y maricona de playa por dejarme sin él. Murió un día después, y dudo que haya ido al Infierno, porque era demasiado buena persona; ni al Cielo, porque decía que es un coñazo estar todo el día en una nube, vestido con un camisón y tocando el arpa. Así que si me toca a mí palmar más pronto que tarde, que siempre toca, y puedo darme una vueltecita por el Purgatorio, sé cómo y dónde encontrarlo. Porque en algún rincón de ese lugar habrá un montón enorme de gente agrupada en un corro del que entrarán y saldrán benévolos camareros con bandejas llenas de copas, y en el centro se oirá la risa sonora, contagiosa, inolvidable, de Antonio Cardenal Palomares. Que durante treinta años fue casi mi hermano. Que fue mi amigo.

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Publicado el 14 de marzo de 2025 en XL Semanal.

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Jaime R. Morales
Jaime R. Morales
2 ddís hace

Qué maravilla de artículo, maestro. Pero qué maravilla. Ríase su amigo desde el Purgatorio de todo y que siga sirviendo copas a la clientela.
Y como adenda quiero decir que así debería ser la vida: Que todo nos importe un cojón de pato.

Paula
Paula
2 ddís hace

Qué bello retrato, qué bella persona. Qué privilegio para usted haber tenido este amigo y qué privilegio para él haberle inspirado este homenaje. Creo que -si acaso, quitando el glamour-, con poco de suerte, todos conocemos a alguien más o menos así. Yo estoy pensando en el “mío” en particular.

Ricarrob
Ricarrob
2 ddís hace

Don Arturo, me lo ha puesto usted muy fácil hoy. Porque hay días en los que, no por culpa de usted, autor de los artículos, sino por culpa mía, por mi zopenquez del momento, del día o de la semana, zopenquez casi, casi de ministro, no hay forma de que se me ocurra nada.

En un tiempo, este que vivimos, en el que nadie habla de la amistad, del amor, de la felicidad, del bien, de la belleza, de la verdad, poder leer algo sobre estos conceptos, sobre estos ideales de vida, es extraordinario.

Sorprende la facilidad con que la gente suele decir que tiene muchos amigos. Koldo y Ábalos, por ejemplo tenían muchísimos. Hoy quizás no tengan ninguno. La política es una fábrica de amistades y enemistades que duran días, horas, semanas o incluso una legislatura.

La amistad es uno de esos bienes humanos, virtud incluso, totalmente depreciadas. No es esta época de amistades verdaderas. Nunca se tienen muchos buenos amigos de los de verdad. La amistad es escasa, incluso , a veces, existe y no la sabemos apreciar. Compadreo sí, hay mucho, es abundante, prolifera e inunda toda la sociedad. La amistad, en contra de lo que puedan ustedes oír, no conoce de sexos, ni de géneros, como se dice ahora. Un antiguo profesor de cuando era yo joven, a algunos de mi generación para concienciarnos de la dificultad que entraña una amistad verdadera, nos decía que el resto de las personas se dividían en amiguetes, amiguitos y amigos y que buscáramos a estos últimos y dejáramos a los otros dos grupos.

Porque, a veces o siempre, es mejor tener un buen enemigo que un mal amigo. Miren ustedes a Trump y a Putin, son, ahora mismo, amigos del alma. No tardarán en lanzarse petardazos.

Con el amor sucede lo mismo: hay sujetos y sujetas que se quiere como nadie nunca en la historia se ha querido… hasta pasado mañana. ¡Es graciosísimo! Sobre todo haciendo apuestas de cuánto van a durar.

Desde las famosas vanguardias de principios del XX, desde Duchamp, por poner un ejemplo, la belleza no existe.

Hoy todo el mundo es feliz, la felicidad máxima impera… en una sociedad desnortada, desequilibrada, esquizofrénica. Felicidad a base de pastillas.

Con el posmodernismo y la posverdad el bien y la verdad no existen. Una sociedad sin bien y sin verdad es una sociedad en descomposición.

Por eso, el artículo de don Arturo me ha congratulado por varias razones. La fidelidad a los amigos, incluso después de muertos, es una virtud. La alabanza de su vida y virtudes, también de defectos, es un bien que nos alimenta el espíritu a nosotros mismos, aunque el protagonista ya no pueda escucharnos… o quizás sí. Nos alivia de la pesada carga de no tenerlos ya.

Por eso me lo ha puesto usted fácil. Hasta he dudado de escribir, imitándole, por pura envidia, una elegía sobre mi mejor amiga, mi compañera del alma. En otra ocasión será. Hoy ya no puedo, las lágrimas llenan mis ojos y ya no distingo el teclado casi.

El amor, la amistad… … …

Saludos a todos.

Basurillas
Basurillas
2 ddís hace

Los amigos, los buenos, los de verdad, nunca desaparecen de tu vida ni de tus recuerdos. Como mucho se ensimisman o se diluyen una temporada, de días o de años; pero siempre están ahí y siempre vuelven como una flor descubierta en primavera. No hay muchos, cinco o seis a lo sumo a lo largo de una vida, pero ahí están en los momentos buenos, celebrando contigo, y en los no tan buenos, ayudando, riendo y haciendo más soportable la vida, ese tránsito al infinito plagado de lugares comunes y de otros mágicos, maravillosos y no esperados, sorpresivos, que se cuentan con los dedos de las manos en toda tu existencia.
Ah, los amigos, tan diferentes del amor, pues con ellos no te juegas nada, salvo el consejo, la calma, el agradecimiento y, también, la comprensión de tus fracasos y malas acciones. Perdonan hasta tus malas amistades.

ResPublicae
ResPublicae
2 ddís hace

El primo Toño (Antonio Cardenal Ugarte) en “El asedio”.

Mark
Mark
2 ddís hace

Ojalá el día (cada vez más cercano) que yo emprenda el viaje hacia esa Ítaca a la que todos vamos, quede alguien en la orilla que me recuerde como usted ha recordado a su amigo.
Dicen que eso es, precisamente, la inmortalidad.

Elena
2 ddís hace

Si me lo permites, el argot de perito calígrafo, que mano puño y letra tienes, bandido. Que envídia.

Última edición 2 ddís hace por Elena
Aguijón
Aguijón
2 ddís hace

La despedida

…Y pensar que no puedo, en mi egoísmo,
Llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja;
Que he de marchar yo solo hacia el abismo,
Y que la luna brillará lo mismo
Y ya no la veré desde mi caja.

Melancolía del desaparecer. Agustín de Foxá.

Junto a “La cama de piedra”,
“Sevillanas del adiós”,
“Adiós muchachos”… la voz,
Que por desgracia se quiebra.

Pues aunque el final no guste…
“Los amigos de Ginés”,
“Cuco Sánchez” y “Gardel”
Le dan a la vida lustre.

¿No es si no Literatura
Lo que describe esa suerte
Cuando se canta a la muerte,
Al amor o a la locura?

Aun no siendo de leer
Seguro fue de escuchar…
Que son dos veces rezar
Oír y cantar también.

“Algo se muere en el Alma
Cuando un amigo se va…”

“De piedra ha de ser la cama,
De piedra la cabecera…”

” … se terminaron para mí todas las farras,
Mi cuerpo enfermo no resiste más.”

Javier
Javier
2 ddís hace

Afortunado se puede considerar su amigo, allá donde esté. Yo, si alguien; un amigo, hablara así de mi, casi que daría por buena mi muerte, y mi vida, y daría con buen ánimo el paso, pues alguien, no un hijo, no un familiar, sino un amigo, habría visto en mi cualidades, que solo desde la amistad se valoran, y que son opacas a los ojos del pariente, del hijo, del hermano.
Ya que ninguno vamos a ser ajenos a ese último paso, yo, sólo le pido a Dios, que haya alguien, un amigo, que entone un canto, por mí, como el que ha entonado usted aquí hoy. Señal sería de que no lo he hecho tan rematadamente mal como yo pensaba. Lo estaría diciendo el tesoro de la amistad…

David Sepúlveda Pérez
David Sepúlveda Pérez
1 día hace

¡Así se despide a un amigo, mierda!

Ema Granata
Ema Granata
1 día hace

Hermoso relato, no podía dejar de leerlo, tan bien pintado el personaje.

Francisco Brun
1 día hace

Hace un tiempo escribí este cuento pensando en la amistad; no me equivoco al decir que en la actualidad un verdadero amigo es algo así como encontrar una perla en la playa. Me tomo el atrevimiento de enviarlo al grupo…siempre existe la posibilidad de no leerlo; no me ofendo.

Cordial saludo

AMIGOS, SOLO SON LOS AMIGOS

—Este proyecto señor Gutiérrez, si usted lo analiza con cuidado, cambiará al mundo entero; es más, internet, y muchas de sus aplicaciones, quedarán obsoletas en cuanto la gente entienda este nuevo proceso de comunicación. —el señor Gutiérrez, después de ojear una vez más la voluminosa carpeta, sentado en aquel escritorio acorde con su cargo de gerente general de uno de los bancos privados más grandes de Argentina, y mirando sobre sus lentes a aquel pequeño hombre calvo, sentado frente a él, dijo en forma contundente.

—Señor…señor… —Edgardo García Iribarren, le recordó ese hombre.

—Si, señor Iribarren —dijo el gerente, cerrando la carpeta— Su idea me parece realmente ambiciosa, pero lamentablemente nuestro banco en estos momentos en el que se encuentra el país, no podemos otorgar créditos a proyectos tan riesgosos, lamento no poder serle útil.

Cuando García pretendió continuar exponiendo su proyecto para una última oportunidad, el gerente sin más, se conectó por el intercomunicador y le dijo a su secretaria que acompañara al señor García a la salida. García tomó su carpeta, y sin saludar al gerente se retiró del despacho, pero antes de irse, le dijo al gerente casi gritando.

—¡Ustedes, se lo pierden!.

Al salir a la calle un viento frío le golpeó la cara, después de levantarse la solapa de su sobretodo, se dirigió a la parada del colectivo para ir al único lugar que comprendían y animaban a todos sus proyectos de negocios, el único obstáculo era siempre el mismo; sus dos amigos del bar llamado “El asturiano”, tenían menos dinero que él.

—Que haces García, todavía estás suelto —le gritó desde lejos con voz socarrona, un hombre de impecable overol azul, que ostentaba un calibre de tornero en el bolsillo de su camisa.
García, después de mirar el salón y comprobar que solo había dos muchachos jugando al metegol, y otros dos al billar, se acercó a la mesa frente a la ventana y se sentó frente a su amigo.

—Vos siempre Julio con esos chistes boludos, un día voy a venir con alguien importante y me vas a hacer quedar como culo. —Le dijo García enojado a aquel hombre tirando la carpeta sobre la mesa.

—No te calentes García, si no hay nadie, bueno, nadie importante, ¿quién va a venir a este boliche de mala muerte?, te invito un café ¿querés?.

—Bueno —aceptó García mirando por la ventana— ¿y Lucio?.

—Lucio desde que se peleó con su señora no lo vi más, tenía ganas de irse a Brasil, —le dijo Julio, mientras levantaba su brazo indicando con sus dedos, un café chico, para que el mozo lo viera.

—¡A Brasil!…mira que bien, espero que me devuelva la plata que le presté antes de irse —dijo García molesto.

—Lucio es un muchacho decente, vos lo conoces bien pelado.

—Si, yo también soy decente, pero ahora necesito la plata más que él. —Dijo García con fastidio.

Julio, para cambiar de tema, agarró la carpeta y leyó el título principal que decía: Intercomunicación satelital, con base fija en la luna y 80 repetidoras flotantes en los océanos Pacífico, Atlántico y mar Mediterráneo.

—¡A la pelota García, vos sí que no te andás con chiquitas! —dijo Julio con voz retórica.

García, sacándole la carpeta de las manos le dijo a su amigo, mirándolo con aire de superioridad:

—Si puedo encontrar el inversor que necesito este proyecto no me puede fallar, tengo todo previsto, incluido la base lunar.

—En serio García, ¿y como harías?

—Conseguí un contacto de un tipo que tiene un pariente que trabaja en la NASA, y en cuanto salga otra misión lunar me dejan lugar para enviar el aparato y dejarlo allá, después, solo me resta organizar las repetidoras flotantes, le digo Julio, que si esto me sale, me lleno de guita. —le dijo García a su amigo con cara de entusiasmo.

—Pero García, ¿vos sabes algo de aparatos de telecomunicaciones, de repetidoras flotantes?. —le dijo julio después de terminar su café.

—No —le dijo García tajante.

—¿Y entonces?, —le preguntó su amigo con cara de asombro.

—Yo soy empresario Julio, lo mío son los negocios a gran escala ¿entendés?

—Si te entiendo campeón, querés que te diga algo, vos estás más loco que una cabra loca. —Le dijo su amigo mientras llamaba al mozo.

—vos reite Julio, cuando me salga esto, me vas a ver pasar por acá con un Mercedes Benz descapotado, cero kilómetro, ya vas a ver. —le dijo García pidiendo otro café al mozo.

—Fenómeno pelado, cuando tengas el Mercedes, traelo al taller que yo te hago el service. —cuando Julio terminó de decir esto, sonó su teléfono.

—Hola Don Antonio, cómo está usted —dijo Julio tapando con su mano el celular para que no se escuchara el sonido de fondo del metegol— ya tengo terminada las dos camionetas y el camión va estar para el viernes… porque no me están entregando un repuesto, pero calculo, que antes de la cinco, se lo llevo yo a la fábrica, perfecto, perfecto, de paso me traigo el auto…de acuerdo. Ahh, me olvidaba Don Antonio, si el viernes me puede dejar unos pesos, se lo agradecería, bárbaro, excelente Don Antonio, nos vemos. —cuando Julio colgó se quedó mirando a García, y este le dijo:

—¿Cuánto tiempo hace que trabajas para Don Antonio Julio?

—Y… déjame pensar… hace treinta años que me casé, si… y casi catorce años.

—¿Y nunca pensaste en agrandar el taller, buscar otros clientes, contratar más personal, que se yo, progresar?. —le dijo García.

—Y para qué pelado, si así estoy bien, Don Antonio es un buen hombre, puntual con los pagos, para que me voy a agrandar, después, si contratas gente se cansan, y te meten un juicio que podes perder hasta la casa, así estoy bien, con Laura siempre nos arreglamos, en el verano nos vamos unos días a Santa Teresita, a la casa de mi suegro; somos felices pelado. —García se quedó mirando a su amigo unos instantes, y después le dijo:

—Sabes una cosa Julio, haces bien, los negocios no son para todos. —después de decir esto, cuando iba a sacar la billetera, su amigo le dijo, ¿que haces pelado?, yo te invité, la próxima pagas vos.

García salió del bar con su carpeta debajo del brazo, y comenzó a caminar para su casa que estaba a cuatro cuadras; cuando entró a su departamento su señora que se llamaba Nora, lo estaba esperando sentada en la mesa del comedor, rodeada de papeles, y su cara demostraba que no era uno de sus mejores días; después de darle un beso García se quitó el saco, lo acomodó en la silla y se sentó frente a ella.

—Por dónde querés que empiece, —le dijo su mujer sin quitar los ojos de una factura de la luz.

—Si, ya sé, la luz se fue por las nubes, —le dijo García.

—La luz, el gas, la comida, las expensas, los impuestos, la prepaga, el transporte; pero, ¿sabes una cosa?, todo esto no es nada…hoy vino el de la inmobiliaria y alegremente me dijo que nuestro contrato de alquiler caduca a fin de mes, es decir dentro de una semana, y para renovarlo tenemos que aceptar un aumento del ciento por ciento, es decir que de los ochenta mil pesos que estábamos pagando, ahora pagaremos ciento sesenta mil, cuando le dije que estaban locos, sabes que me dijo… me dijo, tómelo o déjelo, ¿¡entendes!?, ¡tómelo o déjelo!. —Nora terminó de decirle esto a su esposo, con sus ojos rojos y llorando.

—Pero Nora,cómo puede ser, si hace diez años que les alquilamos, y siempre fuimos puntuales, jamás le fallamos —le dijo García a su esposa, acongojado—, mañana voy a ir a hablar yo.

—No se Edgardo, no se, yo llegué a mi límite, si vos no generas ingresos, con mi sueldo de la oficina no nos alcanza; tus negocios no se concretan, hace meses que no traes plata, ya no se trata de una mala racha.

—Solo necesito un poco de tiempo, si consigo el inversor que necesito, nos salvamos Nora, ¿me entendés?. —Le dijo García a su esposa tomándola de la mano afligido.

—No Edgardo, esa historia ya la conozco, siempre lo mismo, el inversor, el negocio, el permiso, el préstamo; estoy cansada Edgardo, siempre te he querido, pero esta vez estoy abrumada; estamos fundidos Edgardo, fundidos. —le dijo Nora retirándose del comedor.

A algunas personas les cuesta, o no quieren reconocer el fracaso de sus proyectos; A Edgardo ni uno solo de sus negocios prosperó, solo se quedaban en esas carpetas vistosas pero nada más, sus proyectos eran producto de ideas desbordantes y alocadas, que nadie medianamente razonable podría aceptar. Siempre tuvo la curiosa capacidad de convencer a su esposa, o quizás ella se dejaba convencer para no afrontar la realidad; los recursos económicos los brindaba ella con su esfuerzo y su trabajo de empleada administrativa, en tanto Edgardo soñaba con negocios inverosímiles.
Las relaciones suelen llegar a su fin cuando está mal distribuido el esfuerzo en un hogar, y entre Nora y Edgardo el fin de su relación era previsible hacía ya varios años, solo que tal vez, ambos no lo querían reconocer.
Ella recurrió ir a vivir con su madre, y él con su padre; cuando transcurrieron dos años de su separación, Edgardo aún no podía con su genio, continuaba con sus locas ideas, a pesar de pedirle dinero a su padre jubilado que lo alimentaba y le daba el dinero para realizar sus carpetas y cargar su tarjeta el transporte.
Una mañana que estaba en la cocina planchando su camisa; su padre al levantarse empezó a gritarle como si fuera un desconocido; el Alzheimer se desencadenó de pronto y fue fulminante. En el entierro Edgardo se encontró con Nora que estaba acompañada por un hombre… lamentablemente su relación con ella se había terminado para siempre.
Cuando se agotaron los escasos ahorros que había dejado su padre, subsistir para Edgardo se convirtió en una situación muy difícil. La casa familiar no era grande y estaba muy descuidada como para poder alquilarla, y con ese dinero el ir a vivir a una pensión y poder comer, por lo cual debía encontrar otra solución. A todo esto ya estaba retrasado el pago de la factura de luz, de gas, y de agua, ni que hablar de los impuestos municipales.
Una mañana al levantarse, fue a la cocina a prepararse el desayuno y al abrir la heladera no quedaba nada; entonces pensó en ir al bar, pero tampoco le quedaba ni un centavo.
Cuando se dirigió al baño, al mirarse en el espejo, vio la cara de un hombre barbudo y terminado, era su cara; y entonces, lloró amargamente frente a ese viejo espejo, que solo le devolvía la absoluta verdad de su existencia.

Pedir ayuda no está mal, todo lo contrario, pero a muchas personas les pasa que su orgullo les bloquea esta posibilidad, y se hunden en el abismo de la desesperación.
Los verdaderos amigos son aquellos que saben cuando su amigo está desesperado, y le cuesta pedir ayuda, y entonces solo se la brindan sin preguntar, sin esperar nada a cambio; porque es su amigo.

Cuando Julio vio la cara y el aspecto de su amigo, no necesito saber nada más.

—¿Que haces pelado tanto tiempo?, ¿ya no me das pelota?, ¿qué estás tramando campeón?. —Le dijo aquel hombre, corpulento y rubio, algo bromista, pero con la condición de ser de esas personas que se preocupan si ven a su amigo mal.

—Estuve ocupado con lo del viejo, que se yo, me dejó un montón de deudas, pobre viejo.

—Che, vos sabes, hoy no almorcé, mi señora se fue a pasear con unas amigas, y yo para cocinar no se ni hacerme un huevo frito, ¿me acompañas con un sándwich y una cerveza, pelado?.

—Bueno —dijo García tratando de cambiar la cara y sabiendo que no había comido nada en todo el día—. —Lo único, te aviso que me olvidé la billetera.

—Pero si el que invito soy yo García, otro día pagas vos. —dijo Julio llamando al mozo—. Te quería hablar de una cosa pelado, en el taller estoy necesitando a una persona de confianza para ir a buscar los repuestos, como hay escasez, conseguirlos te lleva un tiempo precioso, ¿conoces a alguien que se quiera encargar, yo le pagaría un sueldo, y la comida, pero tiene que ser de confianza porque viste, no podes contratar a cualquier, el vehículo y los gastos correrían por mi cuenta.
García conocía muy bien a su amigo y sabía que era un buen hombre, incapaz de dejar a nadie de a pie, y también sabía que el taller solo contaba con un muchacho aprendiz que Julio le enseñaba como si fuera ese hijo que nunca tuvo.

—A qué hora voy Julio. —le dijo García a su amigo sonriendo.

Cuando García entendió como trabajaba su amigo, se dio cuenta de muchas cosas. El taller de Julio, parecía un laboratorio por lo limpio, todas las herramientas estaban en su lugar, y tanto su aprendiz como su amigo, vestían un overol que parecía recién lavado, ambos trabajaban con guantes y anteojos de seguridad. Pero lo más sorprendente para García fue observar que tanto su amigo como su joven aprendiz, trabajaban felices, el ambiente de trabajo en el taller de Julio era como estar en familia. Para el almuerzo, la señora de Julio colocaba un mantel blanco sobre una pequeña mesa debajo de la galería y almorzaban todos en un ambiente de cordialidad. Julio hablaba sobre temas de mecánica, y también sobre asuntos de la vida, dirigidos a aquel joven que escuchaba con atención. García comprendía que en ese taller no había lugar para él, porque no sabía distinguir una llave inglesa de una francesa; a los pocos meses, por fin, García encontró su vocación, y su destino.

Existen muchas personas que poseen cualidades sobresalientes que otros no tienen y no saben que la tienen. García poseía algo importante para los negocios, saber vender, pero con la debida aclaración, que lo que pretendía vender él, eran productos desastrosos, creados por su imaginación; pero cuando por casualidad se vinculó a una empresa de autopartes que lo contrató como vendedor de su producto estrella, su capacidad de convencer le brindó muchísimas satisfacciones, porque esta vez, el producto era confiable; y su vendedor de primera.

Mónica Sans
Mónica Sans
1 día hace

Un magnífico retrato de un ser único. Esas amistades que se llevan siempre en la memoria y el alma. En mi caso lo perdí hace algo más de un año y lo recuerdo con una sonrisa aunque lo extraño cada día. Abrazo enorme Don Arturo, desde Buenos Aires.

MARIA MARTA SCHANG
MARIA MARTA SCHANG
1 día hace

Triste y maravilloso a la vez.

Carlos
Carlos
16 horas hace

Un abrazo don Arturo

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