Ocurrió a principios de 1979. Acababa de regresar del Líbano y Chema Pérez Castro, redactor jefe de Internacional de Pueblo, me preguntó si quería cubrir la guerra civil de Nicaragua. Tres semanas después estaba allí, en una región llamada Nueva Guinea, acompañando —ahora llaman a eso ir empotrado— a una compañía de las fuerzas especiales del dictador Somoza. Ya había estado con los guerrilleros sandinistas; y gracias a un coronel borrachín, putero y simpático del que me hice amigo tomando copas en el hotel Intercontinental de Managua, un avión Aviocar —fabricado en España— que llevaba tropas y armamento a esa zona me había transportado allí, para ver la cosa desde el otro bando. Lo del avión tiene su puntito de gracia, porque a mi regreso a España un mes después, Chema Sanmillán, el director de comunicación de la empresa fabricante, que también era amigo, me pidió por mi madre que no publicara las fotos del avión español manejado por los somocistas, y creo recordar que publiqué una, o ninguna.
Y, bueno. En Nueva Guinea había combates serios, porque una fuerte formación guerrillera se había infiltrado por allí, o intentaba hacerlo, y todos se andaban arrimando candela. Fueron unos días ásperos, y recuerdo que alguno lo pasé muy mal porque tenía fuertes dolores de cabeza, se me habían acabado las cafiaspirinas y sólo me quedaban dos supositorios de Optalidón que tenía reservados para emergencias. Pero cuando fui a usar uno, el calor —que era espantoso— lo había derretido hasta convertirlo en líquido. Así que, desesperado, con ayuda de un trago de la cantimplora, me bebí el otro supositorio. Amargo de morirse, oigan. Pero durante un rato funcionó.
A los que ya no les dolía la cabeza ni les dolía nada era a los catorce cadáveres que estaban tirados en el suelo, uno junto a otro, en un lugar llamado Paso de la Yegua. Los rangers que se los habían cargado me dijeron que eran guerrilleros, y tuve que creerlos bajo palabra, porque estaban tan estropeados que era difícil averiguar lo que de verdad habían sido. Es cierto que alguno llevaba prendas militares, pero otros parecían simples campesinos. Había entre ellos una mujer joven a la que una granada le había dejado el torso desnudo y salpicado de agujeritos de metralla. Y cuando me vio la intención, el capitán somocista al que apodaban El Gringo, un fulano chupado, con bigote y la cara picada de marcas, idéntico al actor Edward James Olmos —el de Corrupción en Miami—, me dijo alto y claro que no fotografiase a la mujer. Respondí que no lo haría, por supuesto, y en cuanto volvió la espalda, con la cámara a la altura de mi cintura, disparé tres fotos seguidas. Entonces el capitán las oyó, y regresó hacia mí.
Ahora, háganme el favor, imaginen la cara de un tipo como aquél a dos palmos de la mía. Llevaba el tal Gringo unas gafas Rayban —que no olvidaré jamás— y cuando lo tuve enfrente se las quitó muy despacio, descubriendo unos ojos tan negros y duros que parecían basalto pulido. Me miró así un momento, muy quieto y muy fijo; y después, con una voz tranquila que parecía hecha de ácido sulfúrico, con una calma y cortesía tan heladas que me erizaron la piel, pronunció estas palabras inolvidables: «Amigo, no perdamos la dulzura del carácter».
Me va a matar, comprendí. Estamos en el quinto carajo, no hay más testigos que sus hombres, en cuanto pueda me pegará un tiro y luego dirá que me apiolaron los guerrilleros, que caí en un tiroteo y tal. Llevo tiempo en este oficio y conozco el truco. Pensé eso atropelladamente —después, cuando reflexioné sobre aquello, concluí que no había pasado tanto miedo en mi vida—. Así que hice lo único que podía hacer: en vez de negar, protestar y otras milongas que no habrían servido de nada, abrí la tapa de la cámara, saqué el rollo fotográfico y delante de sus ojos, bien a la vista, lo estiré todo hasta velarlo expuesto a la luz. Y el Gringo, o como se llamara aquel hijo de puta, esbozó una fría sonrisa de aprobación, me palmeó benévolo un hombro y volvió a ponerse las gafas de sol.
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Publicado el 5 de julio de 2024 en XL Semanal.
Ocurrió en el 79 pero, por favor asignen este hecho, este relato de don Arturo, al pasado. Cosas parecidas e incluso peores pueden estar sucediendo ahora mismo.
En las actuales sociedades occidentales en las que todo rezuma de buenismo hasta desbordarse, en las que todo es aséptico, todo parece estar bajo el paraguas de las constituciones y el derecho, en las que todo es civismo y cacas de perro recogidas en bolsitas, creemos que estas cosas no existen. O que existieron en otros tiempos.
Ahora mismo, la única diferencia es que ya no hay periodistas de raza. Ya no hay nadie que exponga sus pelendengues para dar una noticia o sacar unas fotos que sean reales. Y, quizás, hacen bien, qué coño. El periodista de guerra igual que el periodista de investigación, prácticamente han desaparecido.
Y sin periodistas, las guerras son más ruines que nunca y los corruptos están más inmunes que nunca. Sin periodismo, sin periodistas, somos menos libres que nunca, incluso diría que no somos libres.
Los tres poderes, la Constitución, el Parlamento, todo ello configura nuestras sociedades teóricamente democráticas. Pero, sin el cuarto poder, libre e independiente, no hay ni democracia ni libertades.
¡Defendamos la libertad y la independencia del cuarto poder! ¡Defendamos nuestras libertades!
Con el periodismo maniatado, la gente irá a votar teledirigida.
Bueno, don Arturo, perdimos un buen periodista pero ganamos un buen escritor. Hoy, de periodista, creo que usted no tendría trabajo…
Saludos.
Es consustancial al oficio del reportero de guerra, del periodista en general: hacer lo contrario a lo que te mandan los que imponen, por la fuerza bruta o sibilina, su voluntad en un conflicto. No hay otra forma de destapar, para que lo conozca el mundo, la arbitrariedad, la violencia, la brutalidad, la falta de civilización de los asesinos, de los torturadores y de los que los dirigen, militares o políticos o ambas cosas a la vez.
Y al otro lado del oficio también, siempre en la línea o la frontera de la sensatez, está el espíritu de supervivencia, el darse cuenta que te has pasado de la raya, que el enemigo se ha apercibido de tu osadía y corres el peligro de que te apiolen también. Y tú decides: la exclusiva o tu propia vida, ahí esta la apuesta. Los hay que asumen el riesgo y son asesinados sin contemplaciones, y los hay que tienen suerte y reciben el Pulitzer o simplemente el cumplido entusiasmado del redactor jefe y una palmadita en la espalda. Es una forma de vida, mercenaria muchas veces, llena de tretas, de peligros, de contactos conseguidos a través de lisonjas, de borracheras compartidas o de mordidas pagadas. No vale cualquiera, hay que tener estómago para saber lidiar con las mayores bajezas del ser humano, con la escoria de los individuos y con la certeza de que ese día puede ser también el último. Aunque esa forma de vivir al límite te puede atrapar y ya no consigas dejar de convivir con la muerte hasta que ésta te alcanza. Otros, con suerte, consiguen seguir describiendo la maldad del alma humana en una novela desde el sillón en su biblioteca. Se lo han ganado.
Excelente reflexión, sr. B.
Un abrazo.
Muchas gracias, querido amigo. Hablamos de lo mismo, de que hacen falta como el agua estos periodistas valientes y de pura zepa, para mostrar sin velos ni remilgos la dura realidad; y de que, nos parece a ambos, ya escasean. Y creo que escasean (entre otros motivos de prudencia y posible falta de liderazgo y de la pérdida de la chispa de locura aventurera de otros tiempos) por los grandes grupos de poder y presión financieros que hay detrás de los negocios informativos, en especial prensa y televisión, cada vez más etéreos y abrumadores.
Creo que ahora, como una lacra de autocensura, pesa más que antes la maldita «linea editorial» de la publicación o del medio, como ahora acostumbran llamarse: cuidadito con lo que dices, como lo dices, que imágenes muestras y a quien culpabilizas de los hechos porque, a lo mejor, hieres profundas susceptibilidades de anunciantes, de accionistas o, peor aún, de quienes están tras de ellos y conforman esa realidad que rebelas o criticas. Y pasas, te avisan con mirada de hiel, de la prestigiosa página de internacional a la sección de sociedad o información local de un día para otro, sin mediar palabra. Y eso si no te encuentras en la calle sin carta de recomendación que valga, para que te busques la vida en adelante de reportero por libre. Ahí hay más peligro que con el Gringo de las Rayban. De eso hablamos.
Un abrazo.
Me contesto, me reprendo mas bien, a mi mismo, por dos, como poco, faltas imperdonables en el texto, a saber: es «realidad que revelas» (en lugar de rebelas) y es «de pura cepa» (en lugar de zepa). No se en que estaría pensando, estoy consternado.
Quien dice empotrar?, no será la RAE.
Sr Pérez Reverte:
La frase del Gringo es magnífica, el contenido abarca mucho más de lo expresado en sus palabras.
Como sucede en los países sudamericanos excepto Argentina, cuyas expresiones como ‘boludo’ soy incapaz de descifrar, hablan todos, incluidos chavales, un estupendo y cadencioso español.
Capitán, lo que me sorprende es la naturaleza aventurera y desprecio del peligro que poseía usted, o todavía lo tiene? Yo no habría intentado ni sacar la cámara; bueno, nunca se me habría ocurrido ir a un nido de guerrilleros.
El otro día vi ‘El mundo en sus manos’ de Gregory Peck y Anthony Queen sobre cazadores de focas en el Ártico. Incluso ellos, ya se quejaban de los depredadores que mataban a las hembras y a las crías.
Viendo aquellas olas gigantescas zarandeando barcos como cáscaras de nuez, llegué a la conclusión que navegar debe ser como una droga. Los nautas no tienen miedo al mar, lo aman a pesar del peligro que supone, imagino que deben sentir como un reto poder enfrentarse a las fuerzas de la Naturaleza y vencerla.
Ahora que he vuelto a resurgir como el Ave Fénix, sé que no tendría futuro como aventurera, periodista de guerra o capitana de barco, pero puedo admirar su valentía.
El mundo en sus manos: qué gran película, yo la volví a ver hace no mucho, y como si fuera la primera vez.
Una cosa que matizar solamente. Nicaragua no es sudamérica.
7Hola Julia… no le de tantas vueltas al asunto. no es difícil saber que es un boludo o un pelotudo…solo tiene que estar atenta y vigilante y pronto se dará cuenta que esta rodeado de ellos…pero tomando un atajo le diría que boludo aquella persona que leyó un texto y el comentario que le dispara es más largo que el propio texto, siempre!!!….o aquella persona que hace sentencia como se habla en un determinado lugar solo porque no conoce el significado de una palabra.
Saludos cordiales.
La magistral escritura de P Reverte no puede esconder la dureza de este artículo.
El mejor Pérez Reverte, narración in crescendo. Un gustazo admirar sus artificios de estilo. Y su denuncia de esos asesinos, que hoy recicla Ortega como homenaje a Somoza.
Este artículo del señor Pérez Reverte posee para mí dos aristas, una de ellas es el coraje de un periodista arriesgando su vida por una fotografía y otra es poner sobre la mesa la presencia inalterable de la muerte por sobre las palabras.
En el primer caso si colocamos blanco sobre negro, no son muchos las personas que arriesgan su vida solo para informar, es una desproporción enorme; pero la información cierta es extremadamente valiosa, no para vender más, pero si para poder entender y corregir la realidad, debería ser el objetivo. Si no supiéramos que está ocurriendo en el mundo, tanto lo malo como lo bueno, para los no informados no existiría un mundo, o mejor dicho, solo existiría el pequeño mundo que nos rodea.
Lo curioso, es que es muy difícil entender este mundo, porque todos los días suceden cosas injustas.
Ayer sin ir más lejos, aquí en mi país Argentina, en el conurbano bonaerense, en un tiroteo entre cuatro malvivientes y un policía, mataron a un chico de diez años que salía acompañado por su madre de un club; los médicos no pudieron salvarle la vida; cuatro hijos de puta que no sirven ni para carnada de bagres, truncan la vida de un joven, un sueño, una ilusión que no será posible.
Estos hechos ocurren todos los días, son en mi opinión los síntomas de una sociedad en descomposición, y aunque parezca mentira los responsables de estas atrocidades, aún gobiernan; las sutiles ingenierías de los sistemas de votación, permiten que aunque no los voten más de la mitad de los ciudadanos, ganen de todos modos estos promulgadores de las garantías de los asesinos…los asesinos tienen garantías; las víctimas ya no las necesitan porque están muertas.
Excelente toda su digresión, sr. Brun. Pero me voy a referir solamente al último párrafo. El síntoma de que no tenemos realmente democracia, ni allí, ni aquí, es la baja participación ciudadana en las elecciones. Les debería dar verguenza a los políticos, a todos ellos. Aquí, además, los posibles votos de los que no han ido a votar se los asigna siempre la izquierda gratuitamente como votos suyos.
Un abrazo.
«Amigo, no perdamos la dulzura del carácter»… hasta entre los hijos de puta somozistas se hacia variaciones del hay que endurecer, pero perder la ternuera jamás del’otro hijo de puta que que todos conocimos…
Don Arturo, y el dolor de cabeza… ¿se le quitó?
Hizo bien, don Arturo: después, la maldita foto ni se la publicaban por aquello de «imágenes muy duras» (Otro artículo del Maestro) y terminaba arrumbada en un rincón, deshecha la impresión, velado el negativo…
La Palabra, sin embargo, perduró.
Caminar en Nicaragua, en lugares y junto a personas es así: uno se topa con una fulana bonita, carita impecable o «un fulano chupado, con bigote y la cara picada de marcas,» hay paraísos guardan realidades tenebrosas; los tiempos cambian, los gobiernos, uniformes, banderas, ideologías, pero la presencia de ojos, tras lentes oscuros, de ventanas y móviles inteligentes prevalecen; los guardias «rangers» son camaleones de adaptación natural. Pero hay diplomáticos, políticos e intelectuales encima de esos Rangers. Todos tenebrosos.
Ostras, Pérez-Reverte. Cuando pienso que ya lo ha contado usted todo, siempre le queda una historia que me pone los pocos pelos que tengo de punta.
Felicito a los estimados españoles que aquí comentan por el destacado desempeño del plantel de fútbol de su país; ha sido un triunfo muy merecido.
Se suma el hecho de haber ganado jugando, no se llegó a los penales, y esto marca la contundencia deportiva del equipo.
Cordial saludo
Exactamente Don Arturo, si usted no llega a exponer el carrete a la luz demostrando su fiabilidad profesional, a pesar del fallo cometido, lo más probable es que no hubiera podido vivir para contarlo. Le habrían tomado por un periodista o un espía enemigo y el resto de lo que podría pasar lo ha detallado perfectamente. Lo suyo fue mucho sentido común.
Es decir, en casi medio siglo sólo hemos aprendido a matar de otras maneras.
Salud, Maestro.
Ya usted había mencionado Nicaragua como uno de los sitios en que ejerció su oficio de corresponsal de guerra, Arturo, pero hasta ahora leo una historia suya en la que la acción transcurre completamente en mi patria. Y se nota el íntimo conocimiento que tuvo de ella, comenzando por su descripción de la situación que se vivía en esa región, al punto que le puedo decir el mes exacto en que ocurrieron los principales combates: mayo de 1979. Yo mismo recorrí ese territorio algunos años después, mientras participaba en la nueva guerra que se abrió después que los sandinistas derrocaran a Somoza.
Personajes como el Gringo me los encontré varias veces en el curso de mis propias vivencias en la agitada vida de mi país: asesinos conscientes y convencidos. Tan acostumbrados a matar y tan seguros de su razón para hacerlo, que sus ojos lo reflejan y no necesitan ostentar su violencia. Y la frase que él utiliza es, en efecto, de uso común en Nicaragua, aunque usualmente la pronunciamos en contextos menos trágicos y peligrosos. Me gustaría conversar con usted alguna vez sobre sus experiencias e impresiones acerca de esa, mi tierra, de la que ahora me encuentro ausente, obligado por esos vaivenes y conflictos que parecen ser la vida cotidiana de nosotros los nicas. Saludos.
Años después, pasé una temporada en la zona, concretamente en Yolaina. Aquella guerra había dado paso a otra, quizá la misma, donde los actores habían invertido los papeles. Ahora los gubernamentales eran del FSLN y a los guerrilleros los llamaban «Contras». Estaba, la guerra, en fase de liquidación, pero quedaban personajes que podían parecerse al Gringo, entre los restos del Frente Sur. El mismo Frente que, se decía, mantenía contactos con Edén Pastora. Sí, el «Comandante Cero» del asalto al Congreso somocista, que residía plácidamente en Costa Rica. Hijos de puta hay en todos lados, con guerra o sin ella; el conflicto armado les dota de cobertura para no tener que disimular.
Estuvo en mi ciudad