Llevo un tiempo vaciando armarios, quemando papeles, ordenando cosas. Se trata de un antiguo reflejo, supongo. Del instinto del reportero que durante veintiún años fui. Cuando estabas en uno de esos hoteles que entonces eran tu hogar, sin cristales en las ventanas y sin agua en los grifos, y tenías que ir a algún sitio incierto, procurabas dejarlo todo en orden, las camisas dobladas, la ropa sucia en una bolsa, los papeles y documentos a la vista, por si eran otros los que tenían que recoger la habitación. Imagino que se me quedó clavado el asunto, pues a veces me siento de ese modo. Y entonces, pues bueno. Me pongo a ordenar cajones.
Ayer encontré a Murphy, el pequeño rinoceronte: un peluche de un palmo de longitud al que le falta una oreja, pues hace muchos años cayó en manos —o más bien colmillos— de mi perro Mordaunt; y aunque lo rescaté a tiempo no pude impedir la mutilación. El caso es que el peluche, bautizado así en honor a la famosa Ley de Murphy —si una tostada con mantequilla cae al suelo, siempre lo hará por el lado de la mantequilla—, fue la mascota del equipo de TVE durante la primera Guerra del Golfo, entre 1990 y 1991, y estaba sobre el salpicadero del Nissan con el que entramos en Kuwait junto a las tropas norteamericanas.
Casi nadie recuerda aquella historia. El Iraq de Saddam Hussein había invadido Kuwait y se esperaba respuesta norteamericana. Yo acababa de regresar de Mozambique, y Miguel Ángel Sacaluga, subdirector de Informativos, me envió a relevar al reportero que estaba en Arabia Saudí, que llevaba allí demasiado tiempo. Me presenté en Dahran, de donde saldría la ofensiva terrestre, y cubrí el asunto para los telediarios en espera de que todo fuera a mayores, como acabó yendo. El equipo de TVE destacado en ese lugar era numeroso, seis personas, y se alojaba, como de costumbre, en un hotel convertido en cuartel general de la prensa internacional. En aquel momento el cámara era mi amigo José Luis Márquez —después se fue a Bagdad—, y eso hizo más soportable aquel tiempo de espera.
Se acercaba la Navidad y llevábamos tres meses trabajando en condiciones difíciles, así que pedí a la dirección de Torrespaña que, dejándome a mí al margen, pagase un plus —cincuenta mil pesetas a cada uno— a mis sufridos compañeros. Se negaron a ello, los muy ratas, así que metí a todo el equipo en un avión, con pasajes de primera clase, y nos fuimos a pasar la Nochebuena con nuestras familias, lo que le costó a TVE más que la cantidad denegada. Regresamos el primero de enero a tiempo para informar sobre el comienzo de los ataques aéreos, pero hubo un problema: nuestras habitaciones del hotel estaban ocupadas por otros reporteros. Tuvimos que alojarnos en un hotelucho infame, lejos de todo. Pero yo llevaba muchos años en el oficio y conocía el percal. Así que le pedí al productor de mi equipo mil dólares, metidos en un sobre —no recuerdo cómo diablos lo justificamos luego, pero algo inventaríamos— y fui a ver al director del otro hotel.
Mientras fui reportero engañé, trampeé, soborné, vulneré tantos códigos penales españoles y extranjeros, que lo de aquel día en Dahran fue tarea de parvulitos. El director del hotel me recibió en su despacho, muy amable pero lamentando no poder satisfacer mi demanda. «Lo comprendo —respondí mientras dejaba con naturalidad el sobre en la mesa—, pero estoy seguro de que cuando haya algo libre se pondrá en contacto conmigo». Me miró muy serio y luego metió, sin abrirlo, el sobre en un cajón. «No le quepa duda», dijo. Una hora después, cuando llegué al hotel cutre, el productor dijo que habían telefoneado del otro porque esa mañana, casualmente, habían quedado habitaciones libres: un bungalow junto a la piscina y una habitación estupenda en el cuarto piso. Y en ella encontré una caja de chocolates y un rinoceronte de peluche con una tarjeta del hotel, firmada por el director, sujeta a una pata.
Así fue como Murphy formó parte del equipo de TVE. Durante los siguientes tres meses nos acompañó en las crónicas y los directos para la tele, y al fin participó con nosotros en la liberación de Kuwait, entrando un amanecer por el desierto, a través de los campos de minas, bajo un cielo negro de humo, hacia un horizonte rojo por los pozos de petróleo incendiados. Y ahora, treinta y cuatro años después, mientras tecleo este recuerdo, vuelvo a tenerlo delante, con la oreja chunga y el cuernecito de fieltro en el hocico, mirándome con sus ojos de cristal oscuro. Y le paso los dedos por el lomo como quien saluda a un viejo compañero.
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Publicado el 27 de septiembre de 2024 en XL Semanal.
Don Arturo, no sé si usted y yo estamos en la edad de la nostalgia o es que somos así, nostálgicos.
Hay gente que no lo sufre y que, por lo tanto, no lo entiende. Hay gente que sufre algún episodio y que lo detesta. Está de moda, ante ciertos escritores modernos y ante ciertos famosillos, de denostar la nostalgia.
No sé si usted detesta la nostalgia pero creo que no. Siendo un escritor de raza, de los buenos, aunque declare que no le gusta escribir, creo que es usted nostálgico por idiosincrasia. Todos sus escritos rezuman nostalgia. Y me gusta.
Porque yo, me regodeo en mi nostalgia, en la que me he instalado voluntariamente desde hace tiempo, sobre todo desde que los seres que iban acompañando mi pobre devenir por esta vida, han ido abandonándola y abandonándome.
Quizás la soledad asumida o no, sea de por sí nostálgica de forma irremediable. Pero esa nostalgia, los recuerdos que siempre la acompañan, hacen más fácil el triste deslizamiento hacia el no ser, en el que se convierte la vida.
Su peluche, el rinoceronte. Mi ballena, mi llavero de plata que me fue regalado hace 46 años, son anclajes del recuerdo que nos unen indefectiblemente al pasado. Son como puentes esotéricos en el tiempo y en el espacio, son objetos que desaparecerán con nosotros, destruídos o en manos de alguien que no conozca su significado.
Nostalgia. Hoy, para mí, ha sido este artículo el de la nostalgia.
Saludos a todos.
Ante mis palabras, leídas de nuevo, ante las palabras de don Arturo, tambièn leídas de nuevo, tengo que confesar, he llorado. La nostalgia hace llorar, làgrimas redentoras, lágrimas que oscurecen la visión del decadente presente, lágrimas por el desaparecido pasado. Làgrimas por el futuro que está esperàndonos. Tengo que confesar, sin verguenza, que he llorado.
Porque, aunque no me moví de España, de mi casa, de mi seguridad insegura, estuve con don Arturo, estuve en Irak, sufrí con aquel derrame de nuestra humanidad màs absurda, que hoy se repite en un nuevo ciclo de muerte y destrucciòn gratuitos.
Quizàs, hoy, sea el inicio del Armageddom que nos merecemos…
He llorado. Sí.
Llorar por nostalgia; es una buena actitud humana de los hombres que han vivido y viven su vida bien; como corresponde; o como Dios manda.
Un fuerte abrazo estimado amigo.
Gracias, sr. Brun, un furrte abrazo igualmente. Saludos.
Muy bien dicho. Las lágrimas nos hermanan, iluminan y nos hacen vibrar más que diez mil millones de discursos de necios políticos. Y nos recuerdan, a pesar de las atrocidades que el mundo nos obliga a presenciar y a sufrir, o a las inmensas alegrías y catarsis que también las hacen brotar, que somos personas, estamos bajo un mismo cielo y en una tierra común, con unos similares deseos de felicidad y amor en nuestra existencia. Y que nos matamos simplemente por cueldad e imbecibilidad supina…pero las lágrimas nos desarman.
Sr Ricarrob,
Su escrito me ha recordado al personaje barojiano Luis Murguia y Arellano.
Cordial saludo
No se avergüence por llorar, que parafraseando a Tolkien, no todas las lágrimas son malas, algunas limpian el espíritu, y a usted le honra y le hace mejor tener esa nostalgia y ese corazón
Amigo Ricarrob. No sé qué edad tenga usted, pero intuyo que algunos más que yo. Sin embargo, como usted, desde que hube acumulado suficientes recuerdos y kilómetros recorridos el Pasado y esa tan dulce y atractiva nostalgia que lo acompaña me han sido irresistibles y suelo pasar más tiempo en él que en el Presente o el Futuro. Llamelo vicio o defecto de carácter, no importa, pero no puedo dejar de hacerlo.
Agradezco al universo haber podido leer sus palabras y encontrar en ellas un eco que nunca hallé en otras personas.
Un saludo.
Muy amable, muchas gracias. Saludos.
«UN ANTIGUO
REFLEJO»
«INSTINTO DEL
REPORTERO»
«ALGÚN SITIO
INCIERTO»
«PROCURABAS DEJARLO
TODO EN ORDEN»
«MIENTRAS TECLEO
ESTE RECUERDO»
«BAJO UN CIELO
NEGRO DE HUMO, HACIA
UN HORIZONTE ROJO
POR LOS POZOS DE
PETRÓLEO
INCENDIADOS».
CONTEXTO: «EL
IRAQ DE HUSSEIN
HABÍA INVADIDO
KUWAIT»
REVERTE
Foto de Murphy: https://x.com/perezreverte/status/1841734536649969722
Sr Pérez Reverte, recuerdo la caída de Sadam Hussein (no sé si es la misma época), la estatua derribada y la gente berreando, total para volver a otra cosa igual, pero me parece imposible que no le recuerde a usted como reportero, es algo insólito y me sigue pareciendo imposible.
Yo conocía a Rodicio, tenía una voz clara con un acentito gallego que me gustaba mucho, aunque no me interesaba dónde estaba ni lo que hacía y a Diego Carcedo que estaba en Portugal. Hermida me ponía nerviosa con su forma de mover la cabeza. Y ese es todo mi conocimiento sobre los reporteros.
Su comportamiento durante esa época era el que le correspondía tener. Hace tiempo me jactaba de que mi generación española no había tenido ni participado en ninguna guerra.
Este año, que el mundo anda revirado pienso en cómo me conduciría yo en época de guerra.
Pues haría lo que fuese necesario para proteger a los míos, pero sé a ciencia cierta que no soportaría una tortura y tampoco sé si podría ocultar a alguien como en el caso de los judíos ( quizás estando sola pudiera, pero con mis allegados en casa no rotundo).
No le conozco, pero sí me lo imagino preocupado por los demás y sobornando al empleado para conseguir acomodar a sus amigos. Creo que ha emulado el proceder de los héroes de sus libros y se ha convertido en uno de ellos, valiente y veraz. Enhorabuena por sus hazañas Capitán!
Julia, lo que tu recuerdas es la segunda guerra de Irak, con Bush hijo y el habla de la primera, con Bush Padre, que liberó Kuwait y nada más.
La guerra y los golfos
Yo, de esa guerra recuerdo
Mayoritario consenso
Entre el partido de Pedro,
Algún facha y mucho «menso».
Sin embargo, la siguiente
Puso en claro quienes son
Los que cuando les conviene
Siempre cambian de opinión.
La guerra es el resultado
De una infeliz situación
De locura intransigente
Con sangre muerte y dolor
Siempre se conoce el comienzo
Jamás cómo será el final
Quien se ufana ganador
Solo muestra su crueldad
Porque nadie gana en la vida
Por solo matar personas
Como una macabra broma
Sin sentido ni piedad
Buena letra para un tango don Francisco…
Larga vida para Murphy y para usted Arturo
Sí señor Pérez Reverte… Nunca le han faltado tablas al viejo estilo . Casi parece que lo estaba viviendo, pero qué asertivo el director del hotel, lo he celebrado como el triunfo de Alcaraz en Pekín y no es broma. Desde luego aunque es un eufemismo, yo eso no lo llamaría nada más que previsión con clase.
Bueno al menos Murphy conserva un cuerno, hay gente que no pierde nunca los que les han puesto. Siempre lo he sabido—-es usted un maldito sentimental. Pero en mi opinión, las personas creativas están expuestas a todo tipo de sentimientos y sensaciones, así que muy bien por querer al viejo Murphy. Espero Rumba… No lo pille por banda. España no es un país para peluches mutilados.
Un fuerte abrazo.
Qué bonito. Pero siempre hay la cara fea. Quitarse el recuerdo y morir; o, vivir con ese recuerdo y morir todos los días recordando algo que ya no es. Porque esos recuerdos se tienen, como una memoria de todo lo que se vivió; es como haber existido. Por eso siempre se dijo que usted escriba «aquello que vió y oyó: como San Juan en el Apocalipsis. Sobre las guerra. Pero ni caso. De esa forma sería aún más joven y aún más renovado. Pero ¿Quién quiere vivir?: ¡ yo no quiero morir !. Panda de vejetes mentales, son ustedes viejos internamente. No estoy queriendo decir que quiero volver a ser niño, Dios me libre. Hasta la libertad es una obligación; rara vez se es feliz… siempre hay una docena de hijos de puta… dispuestos a acabar contigo. Pero es una tristeza y un drama esta vida. No tener memoria. Escriba usted lo que vió y oyó. Amén.
Hay cosas, objetos, reliquias para nosotros, que son como un reproductor de deuvedés para conectarnos inmediatamente y de forma diáfana con grupos de recuerdos de situaciones, de experiencias y vivencias de nuestro paso por este mundo en el pasado. Basta reencontrarnos con ellos, incluso tocarlos y olerlos para que desplieguen en nuestra mente y en nuestro corazón las imágenes, sonidos y sentimientos que nos embargaron en aquellos momentos, nos revivan los lugares donde sucedieron, y nos juntemos otra vez las personas que nos acompañaron. Ese rinocerontito medio sordo de don Arturo es uno de esos objetos. Y por eso lo guarda, como guarda probablemente un mechón de pelo o un dientecito o un libreto de notas escolares de su hija de pequeña, o un dibujo que le regaló ésta en alguna Navidad o cumpleaños.
Es cierto, no podemos revivir el pasado sentimental y globalmente a placer; pero en el momento, lugar y disposición adecuada un objeto nos abre en canal la fuente de los recuerdos y nos vemos transportados por unos instantes a aquel momento mágico e impactante en nuestra vida. Son como un jalón de experiencias que nos permite vernos nuevamente allí y, de paso, conectar esos instantes con la realidad actual y comprender los acontecimientos y causalidades que unen ambos momentos como una larga cadena.
Yo atesoro de forma avara esos objetos y cachivaches, para desesperación de mi mujer, con el fin de atrapar un poco de la esencia de mis vivencias. Tengo, aún en funcionamiento, una cajita de música en llavero -mi primer recuerdo- que mis padres colgaban en mi cuna para dormirme con algo menos de dos años; la saco cada 31 de diciembre y me la pongo junto a la capa de mi abuelo para asistir con mi familia al concierto de fin de año de esa tarde. Me ayuda a recordar, con agradecimiento, de donde vengo, de quienes desciendo y que puedo empezar otro periodo vital sin pesadas mochilas pero con mucho cariño. Y también conservo a «Conejín», un peluche con el dormía abrazado hasta los, creo, cinco años y me quitaba el miedo a la oscuridad, a lo desconocido de mi habitación cuando se apagaban las luces. La vida es -sigue siéndolo- un misterio sobrecogedor muchas veces, y ciertos objetos y ciertas compañías, no siempre humanas, velan en silencio nuestros sueños.
Leyendo lo que usted ha escrito estimado amigo, me propongo encontrar algo que me permita atesorar algún recuerdo y no es precisamente un objeto, es una música en particular, más precisamente el tango. Mi padre era un apasionado coleccionista de discos de esta temática, creo que los conozco a todos, han quedado grabados en mi mente de adolescente y cuando escucho uno, lo veo a él en el minúsculo estar de mi casa, con su combinado, y ese sol brillante del domingo que entra por la ventana, y ese placer de escuchar un tango me transporta a ese tiempo y lugar de un momento que ya no volverá.
“Yo puedo contar mi vida
en una letra de tango
se me escaparon los años
sin darme cuenta jugando.
Yo supe aprender la vida
como la letra de un tango
de gira me iré algún día
a cantar la melodía
que siempre quise cantar”.
Cordial saludo
Buenísima la letra del tango… como siempre.
Ahora que intenten uno en verso libre de esos que premian…
Todos comenzamos la vida jugando. Y la terminamos jugando y recordando que hemos jugado y… perdido (la mayoría).
En medio, jugamos a ser mayores, a ser adultos. Serios y disciplinados, amantes de nuestro deber (la mayoría).
Mis saludos para los que vamos perdiendo todo por el largo o corto camino, jugando al gran juego de la vida… … … los eternos perdedores de la humanidad… … …
Un perdedor que se congratula en ello.
Querido don Francisco. Mis padres eran también, aún siendo españoles, unos forofoadictos del tango. Recuerdo a mi padre en el salón de casa escuchando con placer, en un grabador y reproductor Hitachi, tangos del gran Gardel. Y lo bailaba magníficamente con mi madre -el baile más sensual que existe- en ocasiones especiales en Navidades, bodas y salones de baile de hoteles a los que íbamos en vacaciones. Recuerdos se unen a recuerdos, y ellos muestran cosas en común de las personas que las unen de forma maravillosa. Conservo unas cuantas de esas cintas de cassette de los tangos favoritos de mi familia, que aún se escuchan perfectamente tras más de medio siglo de existencia. Mi preferido, recordado con y en la nostalgia descrita al principio por nuestro amigo el señor Ricarrob, es ese «Adios muchachos» maravilloso, una de las mejores despedidas vitales que se han escrito…y cantado.
Un gran abrazo para ambos.
Ahí les dejo la canción:
https://m.youtube.com/watch?v=bMu-Qik986g
Señor Perez Reverte, no sé si usted lee o no nuestros comentarios en este sitio, yo quiero creer que sí, y debo decirle que usted tiene la virtud de contar y describir con esos pequeños detalles, esas grandes historias con el clima de momentos de su vida que me dejan pensando, y abren la puerta para otros sentimientos. Haber sido corresponsal de guerra, no es para cualquiera, en donde el día a día debe ser, imagino, un nuevo comienzo de la vida, la cual se puede terminar en un instante.
Esa necesidad que muchos tenemos de tener que dejar todo acomodado; en orden; incluso la ropa sucia, y tal vez nuestra consciencia. No por actos inmorales, me refiero a esas cosas que hemos hecho mal, sin querer hacerlo. Una palabra, una frase mal dicha, en un momento que no correspondía, pudo haber provocado un dolor en alguien que no lo merecía; pero resolver la situación pudiendo pedir perdón, ya no sirve, es demasiado tarde.
Usted nombra un objeto, “un peluche” que trae a su mente un recuerdo imborrable; puede ser cualquier cosa a la que tenemos esa costumbre de cargarla de emotividad.
Yo últimamente me he propuesto no dejarle a mis hijos nada que ocupe un lugar que se convierta en algo inservible. Para eso están los museos, no las casas.
Por último, debo mencionar; la ausencia; ese sentimiento que se nos presenta cuando perdemos a alguien querido; es esa voz, esa risa, esa mirada, ese beso en la mejilla que ya no está, ni estará jamás. Sólo queda un profundo y silencioso vacío, de ese alguien que ya no nos pedirá nada, ni tampoco le podemos pedir perdón.
Por esto a los jóvenes les digo, que por las noches al acostarse, traten de dejar acomodadas y limpias todas su prendas, y si algo quedó mal planchado, resuelvanlo, si no es posible a esa hora, a primera de mañana estará bien.
Cordial saludo
Debe haber algún cronista tan bueno como Pérez-Reverte. Pero no mejor. Cuando le da por ser genial, queda a la altura de las crónicas de García Márquez. No exagero.
Nací en una fecha histórica, mayo del 68, por lo que soy quinto de S.M. el Rey Felipe VI, recuerdo como si fuera hoy el día: acababa de echar 1.000 pts. de súper en mi viejo 124 de segunda mano, que pagué con 2 monedas de 500 ¡qué tiempos! y al arrancar el coche dice la radio que Irak acababa de invadir Kuwait, mi primer pensamiento de un joven de 22 años recién cumplidos, era que nos suben la gasolina, ahora que estaba más o menos barata. Finales de los 80 y principios de los 90: aterrizaje de una avioneta en la Plaza Roja de Moscú, caída de El Muro de Berlín en 1989 (hicimos apuestas de tapa y cerveza con nuestro profesor Roberto Valenzuela, un profesor que, además de dar clases en la Escuela de Empresariales de Zaragoza, diseñaba baterías para submarinos para una empresa llamada Tudor, que iba bien hasta que un tal Mario Conde la incluyó en su corporación, el «káiser» Beckenbauer, paseando sólo en el centro de estadio olímpico de Roma, tras ganar a Argentina 1-0 con el penalti que marcó Andreas Brehme, casado entonces con una zaragozana, que el año siguiente fichó el Zaragoza de Víctor Fernández (entonces en primera división, y ahora en segunda con el mismo entrenador), el 90, operación Escudo del Desierto y nuestro viaje de fin de carrera al país de los helenos, que acababa de perder su candidatura a los JJ.OO. en favor de Atlanta (luego se descubrió el pastel), el 91 operación Tormenta del Desierto, Marta Sánchez cantando «Soldados del amor» en la fragata Numancia, pero sobre todo le recuerdo a usted D. Arturo, con sus enormes gafas y su micro de TVE, en sus reportajes siguiendo a la coalición internacional, diciendo lo ¿fácil? (ninguna guerra lo es) el avance por el desierto a la espera de la, creo que definía como Temible Guardia República de Sadam Husein, y que los helicópteros Apache (nombrados así por la tribu del gran Jefe Jerónimo (que hablaba español) en los territorios que perdió México contra los EE.UU. se encargaron de «derretir» como un cuchillo caliente en mantequilla, recuerdo la entrada triunfal del General Jefe de la coalición internacional, apodado «el Oso» por su gran estatura, y alli estaba usted, micro en mano delante de la cámara de TVE (a la que «quién ha visto y quién la ve, sobre todo en Informativos). No sé si es nostalgia o sólo (yo siempre acentuada) algo más importante: ¡que estamos vivos, y podemos contarlo a las siguientes generaciones, no como «el abuelo cebolleta», sino como protagonistas del tiempo que nos ha tocado vivir. Saludos a todos los seguidores de Zenda y a usted D. Arturo, como decimos en Aragón:¡sin reblar!. Desde la bimilenaria Zaragoza, .
Magnífica memoria y relato secuenciado de la historia vivida recordada, señor Serón. Con parte de ella se la revuelvo y se la cuento según lo que yo recuerdo de una faceta que me es bastante conocida:
Efectivamente en un día de mayo de 1987, un joven piloto alemán llamado Mathias Rust ganó una apuesta de los pilotos alemanes, consiguiendo aterrizar sorpresivamente y sin permiso su pequeña avioneta Cessna 172 en plena Plaza Roja de Moscú, junto al Kremlin, el centro de poder la antigua Unión Soviética. Había volado desde Helsinki en Finlandia a baja altura demostrando que, en determinadas circunstancias, el sistema de radar de detección soviético era absolutamente vulnerable con un avión de escasa firma radárica. Lógicamente el joven Rust fue detenido y encarcelado unos años, pero fue uno de los causantes de que cayera, en mi opinión, la URSS. Efectivamente los soviéticos cayeron en la cuenta de que, para evitar este tipo de agresiones aéreas, deberían gastarse un increible dineral (mucho más elevado que lo que la empobrecida economía soviética podía permitirse) para construir innumerables nuevos puestos de radar que, intercalados entre los ya existentes, pudieran detectar estas intromisiones en su territorio.
Los ingenieros aeronáuticos norteamericanos, que ya habían estado dando vueltas a esta misma idea desde los años setenta, probada en ese momento por el piloto alemán, estaban trabajando secretamente en un modelo de bombardero de ataque que pudiera irrumpir en el cielo enemigo sin ser detectado por el radar y destruir objetivos estratégicos esenciales. Efectivamente construyeron ese aparato, filtraron mínimamente datos y esbozos ficticios del mismo a determinados periodistas, montando una cortina de humo ante un supuesto «proyecto Aurora» de ciencia ficción, con unas supuestas características rozando la magia. El aparato realmente construido fue probado en la invasión de Panamá por los EEUU. Algún tiempo más tarde, en los años 90, al principio de la operación «Tormenta del Desierto» para liberar Kuwait de los invasores iraquíes y su castigo, los norteamericanos introdujeron antes de los ataques aéreos iniciales a una serie de comandos navy seals en territorio iraquí para balizar y señalizar importantes objetivos estratégicos iraquíes. Entonces actuaron los aviones furtivos F-117 multifacetados, para disminuir la detección de los radares enemigos, despegando desde aeródromos como el de King Khalid cerca de Riad en Arabia Saudi. Casi todos los puntos importantes de comunicaciones y estaciones de radar fueron destruidos por esos aviones «invisibles», para dar la supremacía aérea a los aviones de la coalición internacional.
En la actualidad, casi 30 años más tarde, tanto Rusia como China pretenden conseguir una semejante ventaja estratégica y armamentìstica sobre EEUU y sus aliados, mediante los llamados misiles hipersónicos de dificil o casi imposible localización y destrucción. No lo olvidemos.
Los recuerdos se esconden en los peluches, se esconden en los llaveros, se esconden entre cualquier objeto evocador. Se esconden. En los dibujos, en una moneda vieja, en el último rincón del último de los cajones. Se esconden, agazapados, esperando, al acecho. Se esconden entre las nubes. Se esconden.
Hay un niño, está ante la mesa de la cocina, no hay otra, dibujando. Está copiando una lámina del colegio. Tiene siete años. Es un bulevar flanqueado de árboles frondosos de hojas perennes que se agitan fuertemente con el viento, o eso le parece al niño. Es al atardecer, o eso le parece al niño, y el cielo está cubierto de nubes negras y espesas, de lluvia. Se ve la pequeña figura de un hombre que camina por el centro del bulevar, sin prisa, o eso le parece al niño, con una gabardina con el cuello levantado. Está solo.
Tengo setenta años. Camino, en un día de tormenta, con las nubes negras, los árboles no han perdido sus hojas, por un bulevar. Estoy solo. Comienzan a caer algunas primeras gotas de lluvia. Camino sin prisa, como no queriendo llegar nunca al final. El fuerte viento acaricia mi cara y mi cabeza. Es un viento reconfortante. Quiero caminar eternamente por este bulevar.
Veo todo a mi alrededor como en una imagen de realidad aumentada, mis sentidos no dejan escaparse nada. la sensación es reconfortante. Y también me veo desde fuera de mí, observándome, como en un dibujo, avanzando lentamente por el bulevar, sin tiempo. Soy yo pero soy un viejo dibujo de sesenta y tres años de antigüedad.
El dibujo, el bulevar, el hombre, el niño, todos son uno en una misma trampa temporal en la que, a veces, nos vemos inmersos… por la nostalgia.
El niño que fuimos, el dibujo que somos, el bulevar infinito, el niño que somos… … … el recuerdo, la vida.
Bonita palabra, la nostalgia. Aunque muchas veces, cada vez más, es hermana de otra: la congoja.
Un abrazo.
La verdad, sr. B.,estimado, que, en este momento, y por cuestiones tanto de carácter particular como generales, no sé distinguir si estoy acongojado o acojonado… quizás ambas.
Sr Pérez Reverte:
Esto no tiene nada que ver con el rino Murphy, pero ayer vi un reportaje en Informe Semanal de la niña Rodicio y me acordé de usted.
Continúa teniendo una voz muy agradable y se conserva bastante bien; no sabía que era tan joven entonces, ahora según decían, tiene 61 años.
Después leí unos cuantos artículos sobre ella y madre mía!, era una joven arpía.
Una compañera entrevistada contaba que tenía inteligencia y hacía buenos programas, pero era egoísta y poseía la rara habilidad de llevarse mal con todo el mundo.
Parece que la Rodicio comentaba que los periodistas decían a los soldados que disparasen unos tiritos para que pareciese batalla real, qué feo! , y ella se merecía todo porque le dieron un premio a la reportera más joven y guapa (esto me hizo gracia). Demuestra que iba de diva, vaya con la gallega!
También leí que un reportero estaba decidido a denunciarla por atentar contra su honor.
Recuerdo haber oído que fue expulsada de RTVE por falsear compras en Gucci y otras firmas diciendo que eran para el trabajo. Vamos, que era una joyita.
También encontré un artículo suyo que, como siempre, ponía los puntos sobre las íes. Muy bien Capitán, así se hace!
Una persona con bonita voz no significa que sea buena persona. Soy exageradamente objetiva, puedo reconocer cualidades en una mujer y al mismo tiempo comprobar que posee muchos aspectos negativos que la definen más, como es el caso de la Rodicio.
En cambio Pérez Reverte es admirado por todos.
Me gustan los libros de usted -los que he leído que no son todos- pero mi lectura preferida, siempre, son sus artículos. Los empapa de tanto trasfondo que cuentan una historia mucho más larga que la página que ocupan. Es como un eco, muy humano y, curiosamente, muy español. Gracias por compartirlo.