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La guerra que todos perdimos

Artículo aparecido en XLSemanal a finales de los años 90 publicado hoy, 18 de julio, en Zenda.

Los niños. Eso es siempre lo peor, en cualquier guerra; pero todavía hoy, cada vez que veo las viejas imágenes en blanco y negro, o las fotos desvaídas de hace sesenta años, me remuevo incómodo en el asiento al verlos pasar ante mí, llorando de la mano de sus padres por la frontera camino del exilio, agazapados en un portal mirando hacia arriba mientras suena el estrépito de las bombas, haciendo colas con ojos grandes de hambre y miedo para conseguir un mendrugo de pan. El cadáver en la cuneta, el soldado que tiembla de frío en el frente de Huesca, el inválido ayudado por los compañeros que es empujado por los gendarmes franceses mientras se le cae la manta raída de los escuálidos hombros… Estos otros personajes son adultos; saben, o al menos deben saber qué diablos está ocurriendo. Por eso me producen menos compasión que esas docenas de ojos de críos que miran sin comprender. Que todavía hoy, medio siglo y una década más tarde, congelados en las sales de plata de la película fotográfica donde ya nunca envejecerán ni morirán, siguen mirándonos con ojos espantados que son una acusación, una denuncia, un insulto, un recordatorio de nuestro oprobio, nuestra vergüenza y nuestra locura.

Esa guerra civil no la viví; pero he vivido otras y sé que siempre son la misma. Esa guerra civil no la presencié, pero me la contaron cuando niño, mientras aún estaban frescas las heridas, la huella de la metralla en los muros de los edificios; cuando todavía había hombres y mujeres en cárceles y en el exilio y cuando el general Franco aún firmaba sentencias de muerte. De las veladas alrededor de la mesa de camilla de mi abuelo recuerdo historias de bombardeos, y de ejecuciones públicas para después, ante los cadáveres hacer desfilar a las tropas a fin de que tomases buena cuenta de ello. Historias de héroes y de gentuza, mezclados unos con otros; indiferenciados bajo el mono azul de miliciano, la boina de requeté o la camisa azul de Falange. Relatos escalofriantes de amigos, vecinos y parientes detenidos de madrugada, sacados de su casa en pijama mientras la mujer y los hijos imploraban en la escalera; juzgados en tribunales sumarísimos, torturados en chekas, fusilados ante un paredón bajo la bendición de un cura con el yugo y las flechas bordado en la sotana, o asesinados a la luz de los faros de un camión en cualquier carretera. Esas viejas carreteras españolas, las monótonas autovías, también nos borraron esa memoria, donde muchos años después aún me estremecía al ver los pequeños monumentos conmemorativos de lugares donde hombres de toda condición e ideología fueron asesinados con las luces del alba. Un nombre, una fecha, a veces una cruz. A veces flores secas.

Cada uno de nosotros tiene una, veinte historias familiares. Estúpidos aquellos jóvenes que no acuden a sus mayores a que se las cuenten, antes de que estas historias se extingan con ellos y duerman en el silencio sin aportar nada a las generaciones que no lo vivieron, haciendo imposibles la lucidez y la experiencia. Mis mayores han muerto, o están muriendo poco a poco, pero el niño curioso que fui logró arrancar un puñado de esas historias al olvido, y ahora lamento que no hubieran sido más. Lamento las horas perdidas sin preguntar a aquellos que ya no están conmigo.

Eran —son— las historias de cada uno de nosotros: de nuestros padres y nuestras madres y nuestros abuelos. Así pude saber, así sé, del tío Lorenzo, que cruzó el Ebro con diecisiete años y el agua por la cintura, con dos cojones, un máuser en las manos y los dientes apretados, que recibió un balazo y volvió a casa de sargento republicano con dieciocho años, y que nunca cumplió los veinte. Así pude saber de cuando mi abuelo Arturo pasó cuatro horas bajo un bombardeo, pegado a la pared de un polvorín; o de cuando una noche unos milicianos quisieron llevárselo a dar un paseo porque había cenado a la luz de una vela y eso, decían, era señales para la aviación nacional. O de cuando sus antiguos compañeros de la Armada quisieron fusilarlo por haber permanecido fiel a la República. Así supe de mi madre con doce años llevándole comida a la cárcel a Pencho, mi otro abuelo, y cómo siempre pedía a los carceleros darle la fiambrera en persona, para así verlo un instante entre las rejas de un portillo y contarle a mi abuela que seguía vivo. O de mi tío Antonio que todavía, con setenta tacos largos, llora cuando recuerda el día en que le llevó, teniendo trece años, en bicicleta, una tortilla de patatas hecha por su madre a su hermano, cuya brigada pasó un día a treinta kilómetros de Cartagena. O de mi abuela María Cristina paralizada en mitad de la calle en mitad de un bombardeo alemán. O de mi tío Peque, que aprovechaba los ataques aéreos para ir corriendo por las calles desiertas, llenas de cristales rotos, y ponerse el primero en la cola del pan antes de que la gente saliera de los refugios. O de mi padre, caminando en una de las filas de soldados a uno y otro lado de la carretera, la manta al hombro y el fusil a la espalda, camino del matadero, salvado de casualidad porque un comisario se detuvo junto a él y preguntó quién de aquella fila tenía estudios y sabía escribir a máquina. O del tío de mi madre fusilado porque un vecino era militar, y los del piquete, que eran analfabetos, se equivocaron de piso. O la cajita de lata que siempre conservó, hasta su fallecimiento, mi abuela Juana, con las cartas escritas desde el frente por su hijo muerto, la bala que le sacaron en su primera herida, y el trozo de madera que, a falta de anestesia, apretó entre los dientes mientras le arreglaban el agujero que le hicieron en Belchite.

Cuántos muertos, y cuánto horror, y cuántos sueños, y cuánto heroísmo, y cuánta sangre, y cuánta mierda acumulado en sólo tres años. Curas santificando balas y justificando ejecuciones o siento torturados como animales, hasta morir. Generales, comandantes, soldados; heroicos y abyectos, y a menudo ambas cosas a la vez. Épica y barbarie, la mejor infantería del mundo contra la mejor infantería del mundo; Caín en plena forma, lo más hermoso y lo más miserable de nuestra tierra y nuestra raza maldita. Chusma acuchillando a los desvalidos, miserables aprovechándose del río revuelto, cambiando de chaqueta, congraciándose con el poderoso. Hombres honrados poniéndose en pie para pelear. Ojos de miedo y desesperación, balazos y bayonetas, casa por casa en Teruel, en la Ciudad Universitaria, monte arriba en Somosierra, Arriba España entre los escombros del alcázar de Toledo, Viva la República en el valle del Jarama. Moros, legionarios, milicianos, héroes y cobardes, vivos y muertos. El patio del Cuartel de la Montaña en esa foto terrible, el suelo lleno de cadáveres, España eterna que se repite a sí misma en el ritual de la muerte y la tragedia. Plaza de toros de Badajoz, barcos prisión, españoles fusilados por comisarios húngaros o franceses o por legionarios alemanes o fascistas italianos, por hijos de puta que ni siquiera sabían hablar castellano y vinieron aquí a mojar en la sangre y en la muerte que sólo era de nuestra incumbencia, sin que a ellos les hubiera dado nadie maldita vela en nuestro entierro. Mujeres rapadas al cero, hombres humillados ante sus familias y sus vecinos, pidiendo clemencia o escupiendo a la cara a sus verdugos. Y esa foto que tanto me impresiona, la del español bajito y moreno con camisa blanca, que acaba de rendirse y al que llevan a fusilar, y que levanta los brazos resignado, fatalista, con una colilla en la boca. Esa colilla, ya lo escribí una vez, que siempre tenemos en la boca los españoles cuando nos llevan al paredón.

Dios. Cómo amo y cómo detesto a este país nuestro, cada vez que miro esas fotos. Cómo me enternecen esos rostros que son el rostro de nuestra tragedia, de nuestra desgracia. Pobre gente y pobre España. Qué guerra tan atroz, y tan española, o tan atroz por española. Una guerra civil como Dios manda, guerra civil de la buena, la que enfrenta a hermano contra hermano, a hijo contra padre, a vecino contra vecino. En ninguna guerra como en ésa, la que tuvimos, las que tuvimos antes, y las que a unos cuantos desalmados e irresponsables no les importaría que volviéramos a tener, aflora toda la ruindad que albergan los rincones oscuros del corazón del hombre. Los viejos rencores, la envidia, el odio vecinal tan propios de la condición humana y tan nuestros; tan españoles. Tú me quitaste la novia, tú desviaste el agua de la acequia, tú mataste un conejo en mis tierras, tú me negaste el pan, tú publicaste aquel libro, tú fuiste feliz y yo no. Delaciones, chivatazos, ajustes de cuentas, canallas que medran con el dolor, y el sufrimiento de los otros, desgraciados que se humillan para comer, o para sobrevivir. Cárceles, campos de batalla, cementerios, exiliados, Machado muriéndose enfermo de pena en el extranjero, Max Aub, Sender, tantos pobres hombres, mujeres y niños anónimos, perdidos. Españoles detenidos en Rusia y enviados a Siberia, niños de la guerra que luego morirán peleando en Stalingrado, franceses miserables que humillan a los vecinos, a los fugitivos, en la frontera, y que después los entregarán atados de pies y manos a los carniceros nazis…

Cielo santo. Cómo nos dio por el saco todo Dios, todo el mundo, toda Europa, estrangulando a este pobre, entrañable, desgraciado y viejo país. A esta pobre, entrañable, desgraciada y vieja gente nuestra. No es cierto que nos ayudaran; déjenme de milongas pamperas, de camelos retóricos, de demagogia. El arriba firmante se cisca en la solidaridad internacional de las derechas y las izquierdas, en los discursos y en la mandanga. Aquí a la España en guerra, se asomó todo Cristo a ver qué podía mojar en la salsa, a fumarse nuestro tabaco y a quemarnos los muebles. Comprendo que fuéramos un espectáculo apasionante: sangre, vino, mujeres guapas, guerra, romanticismo, intereses estratégicos, barbarie ancestral. Pero que no me vengan con historias de hermandades solidarias. Yo he pasado veintiún años yendo a guerras que no eran mías, y sé de qué iba Hemingway. Por eso me cisco en Hemingway y en la madre que lo parió.

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mario
mario
1 año hace

Que triste, y que miedo ver que viene otra ola igual.

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Impresionante. Emotivo. Me deja sin palabras. Totalmente. El mejor escrito breve que he leído nunca sobre nuestra guerra civil. Todo cierto, todo veraz. Esta es la verdadera memoria.

Y coincido en la opinión sobre Hemingway y la madre que. Vino aquí a divertirse y a emborracharse, a comer y a disfrutar de nuestros atavismos, de nuestras peculiaridades, de nuestras miserias, de nuestra barbarie ancestral, como bien dice don Arturo. Su paso por España fue una total fantasía etílica. Porque luego nos da o les da por mitificar a personajes inmerecidamente. Como Alberti y sus fastuosas fiestas en el Madrid republicano. Etc.

Y cuando ya no quede nadie, ni siquiera quedemos los que hemos escuchado los relatos de primera mano, que cada vez somos menos, saldrán de nuevo (ya lo hacen) los que se apropien de todo ello y lo tergiversen y lo enmierden todavía más hasta conseguir un nuevo enfrentamiento caínico que quizás llevemos en nuestros celtibéricos genes. Sueños utópicos revolucionarios y anárquicos, utopías trasnochadas. Malditos sean, por siempre todos estos que, para colmo, siempre ven los toros desde la barrera.

Genial artículo, don Arturo.

Miguel
Miguel
1 año hace
Responder a  Ricarrob

Y genial colofón por su parte.
Gracias a los dos.

Juan
Juan
1 año hace

Como siempre: Fabuloso. Gracias y buenas tardes.

Silvia Alzaga Herrera
Silvia Alzaga Herrera
1 año hace

Que fuerte, me llego muy hondo. Ojalá los jóvenes te lean. Gracias Arturo.

Diego desde Uruguay
Diego desde Uruguay
1 año hace

y si la leen, que la puedan entender, porque esa batalla también la estamos perdiendo …

Chema
Chema
1 año hace

Nunca había pensado en Hemingway de esa manera. Gracias por resolver mi vieja desazón.

ALBERTO
ALBERTO
1 año hace

Esa es la mierda de todos los días, de todos los años, de todas las edades… y siempre por desgracia desparramada por los políticos de mierda que saben bien como acomodar el discurso en el pueblo, para dividirnos, para ponernos en contra….. en España, en México… en el Mundo entero. Me quito el sombrero de respeto. Que lástima que no todos seamos escritores como tú y podamos con esas palabras y ese realismo, dibujar lo peor del ser humano… No quiero ser fatalista, pero la guerra del día a día, la de los malos contra los buenos, la siguen ganando los malos….al amparo siempre de malos y perversos políticos, en España, en México, en el Mundo entero….

Última edición 1 año hace por ALBERTO
biry ceballos
biry ceballos
1 año hace

NO HAY GUERRAS JUSTAS .Es ignominioso y un atentado a la inteligencia cualquier guerra, los niños siempre seran las victimas mas inocentes , , pero si bien se piensa los soldados los asesinos, los mercenarios han sido niños, si no queda mas que pensar que la humanidad esta lejos de ser la especie inteligente, Inteligentes son los animales…la humanidad acabará con la humanidad y se llevará puesto a todo el planeta…

Raulmanny
Raulmanny
1 año hace

Muchos y entre ellos Hemingway usaron la guerra como caja de resonancia arrimando la sardina a su braza, hasta Jawaharlal Nehru!. Y me trae al recuerdo una opinion (de quien no recuerdo) «que hubiera sido de Hemingway si hubiera nacido en Uruguay?» Tal vez comparandolo con Horacio Quiroga.

Paula
Paula
1 año hace

«(…) Estúpidos aquellos jóvenes que no acuden a sus mayores a que se las cuenten, antes de que estas historias se extingan con ellos (…)» – A veces, nuestros mayores han quedado tan traumatizados por esos sucesos, que no son capaces de mencionarlos; para sobrevivir y preservar algún vestigio de cordura… deben desterrar esos recuerdos o al menos archivarlos en un cajón de la memoria bajo siete llaves… La psicogenealogía explica cómo un trauma al que no se hace alusión alguna… sigue «vivo» en las generaciones futuras, hasta que alguna tome la posta y decida sanar el legado para las siguientes. Muchos problemas psicológicos, e incluso psiquiátricos se explican por el trauma de un ancestro que no ha podido poner su dolor en palabras…

Paula
Paula
1 año hace

«(…) Cómo nos dio por el saco todo Dios, todo el mundo, toda Europa, estrangulando a este pobre, entrañable, desgraciado y viejo país.» – Si algo enseña la guerra… es que cada pueblo, cada comunidad, debe ser capaz de velar por su propia seguridad. En el concierto de las naciones no hay cabida para la empatía ni para la solidaridad: cada cual cuida sus propios intereses… y mira con indiferencia (o finge no ver) la desgracia ajena. Por qué habría de ser diferente el caso de España?

Martin
Martin
1 año hace

Mi abuelo en un pueblo de a Toledo estaba cortándose el pelo y se lo llevaron. Y encerraron en la iglesia . Mi abuela le llevó comida y le dijeron no le va a hacer falta. Le fusilaron y dejaba 3 niños pequeños . Hoy mi hermana está casada con un nieto del conductor que les llevó . No era de ellos le obligarían .
Mi suegro estuvo en el Ebro y en Barcelona donde le hirieron . Tuvo una bala en la rodilla 50 años sin saberlo hasta que le supuró

Sergio
Sergio
1 año hace

Por dios, que grandes verdades, me han saltado las lágrimas…

Jaime Clavijo
Jaime Clavijo
1 año hace

Miserables, de antes, de hoy… De siempre! Hoy llevan ventaja, la ignorancia ya no se esconde, no avergüenza. Es arrogante, se exhibe sin pudor. Confiere estatus… Y solo en ella buscaran refugio cuando la historia pase factura. Y lo hará!
No pude una sociedad ser tan imbécil impunemente

Sergio
Sergio
1 año hace

Alguien sabe si la foto es del cuartel del Teniente Ruiz en Ceuta?

Jesús
Jesús
1 año hace
Responder a  Sergio

No, la foto es del Cuartel de la Montaña en Madrid el 19 de julio de 1936.

canuto
canuto
1 año hace
Responder a  Jesús

Conocí estrechamente a una persona que formó parte del pelotón de fusilamiento del general Fanjul, que sublevó el cuartel de la Montaña.
Era de derechas, católico practicante, buena persona, pero le tocó el lugar que le tocó y no pudo hacer otra cosa, disparó a ciegas pero toda su vida le persiguió ese hecho.
Guerra civil totalmente, a disparar aunque no te guste ni lo quieras hacer, no sea que los «listos y enteros» que tienes detrás te peguen a tí el tiro

Cosme
Cosme
1 año hace
Responder a  Sergio

No, es el patio del Cuartel de la Montaña.

Adela
Adela
1 año hace

¡Qué gusto leerte! Voy corriendo a preguntar al único que puedo ahora. Gracias

Carmen F
Carmen F
1 año hace

Es lo que a mis 75 años he oído a mi abuela con marido fusilado por Franco, a mi tía abuela corriendo con una manta tras el carro en el que los milicianos llevaban a fusilar a su hermano, a viejas criadas que fueron nuestra querida familia aunque no se llamaran asistentes del hogar, rencores pueblerinos que conducían a la muerte, rencillas y odios que volvemos a ver en los discursos de algunos políticos pretendiendo medrar y vivir con lujos enfrentando españoles contra españoles, hombres y mujeres fríos, egoístas, sin dolor por el dolor ajeno, con almas de pedernal y vidas de lujos. Ojalá seamos sensatos para acabar con esto.

Francisco Brun
1 año hace

Que se puede decir…nada, absolutamente nada.
Pero si se puede escribir; y usted, señor Pérez Reverte, ha nacido para poder dejar escrito, y describir como corresponde, al mundo entero, todo el drama de su pueblo.

Victor
Victor
1 año hace

En Rpsario, Argentina, en 1982, otros ilustrísimos empezaron otra guerra. Mi vecino, un escritor exiliado español — que de muy joven había sido maestro de García Lorca — escuchó la noticia. Su cara desencajada, de horror, contrastaba vivamente con de la algarabía general de nuestros patriotas. Una cara, una expresión de muerto que nunca vi antes. Su esposa nos había contado cómo entraron a su casa de Andalucía buscando a su padre, como no estaba se llevaron en su lugar a su hermano adolescente, que había viajado a España un poco antes desde Argentina para reponerse de una enfermedad. Nunca más lo vieron.

Carlos Santovenia Pérez
Carlos Santovenia Pérez
1 año hace

Deberían leer esto los estúpidos que a éstas alturas todavía no entienden que la guerra es la mayor estupidez humana

Canuto
Canuto
1 año hace

Casualmente estoy releyendo Banderas en la niebla, de su tocayo de apellido, Javier Reverte, y me pone los pelos de punta y me nace un sentimiento simultáneo de dolor y mala leche comprobar lo atroz que puede llegar a ser el hombre con sus coetáneos y consigo mismo
Genial como siempre, o casi siempre, don APR
Seguro que mamelucos de derecha e izquierda coinciden en denigrar este artículo. Son dignos herederos.
Pd.- leí hace días un artículo diciendo que lo primero que aprende un pamplonica al nacer es…odiar eternamente al dichoso Hemingway, tal cual

Rufino Rueda
Rufino Rueda
1 año hace

Lo mismo que me contaba mi padre, que le tocó en el bando de los nacionales, y a quien le pregunté, cuando yo tenía unos ocho años, que si hacía estado con los buenos o los mejores me decía: casi todos están buenos en cualquiera de los dos bandos, solo habia unos pocos malos en cualquiera de ellos.

Yo entonces no lo entendía. Y ahora lo veo por mis propios ojos.

Excelente artículo Arturo

Javier
Javier
1 año hace

En la siguiente delatarán y fusilarán al vecino por ser del equipo rival, por no dar un me gusta, por no decir niñes, por poner acentos y los dos signos de exclamación e interrogación…

Mari
Mari
1 año hace

Un tío de mi padre, que era republicano muy famoso en la zona, se escapó al monte y mi abuelo iba en bicicleta a dejarle comida en un lugar preestablecido. Dejaba la comida y recogía los papelillos que hay en las cajetillas de tabaco todas escritas con lápiz. Contó toda su experiencia hasta que lo mataron. La familia hizo un libro con sus notas y todos teníamos nuestro ejemplar, pues, en principio, solo era un libro para los miembros de la familia. Se decidió ponerlo a disposición del público porque ciertos grupos políticos y sociales se pusieron a tergiversar su historia para hacer su política, diciendo cosas que no son.
Tuve la oportunidad de leer ese libro siendo niña hasta que mi padre lo perdió. Conseguí recuperarlo para que las generaciones posteriores puedan tener la misma oportunidad que yo.
Por otra parte, mi abuelo por parte de madre, refugió en su casa a uno de estos hombres perseguidos, que pudo salvar su vida. Todavía las familias de ambos están unidas por ese lazo de amistad. Mi madre me enseñó el lugar donde lo escondieron en la casa, es increíble. Una habitación secreta entre la primera planta y el bajo, dónde nunca entraba la luz y que era casi imposible de localizar.

Andarin
Andarin
1 año hace

Sr. Reverte, sé que no se sorprende de la ferocidad humana; eso pasó en España como ha pasado y pasará en cualquier otro lugar del mundo. En todas partes habitan psicópatas en espera de su oportunidad a la par que los ingenuos ignorantes necesarios que se la acabarán dando. Cada vez me gustan más las plantas.
Muchas gracias por sus artículos, me hacen sentir que no estoy solo y que llegado el momento otros conmigo también les dirán «Molón labé» y que sea lo que tenga que ser.

Raúl Pablo
Raúl Pablo
1 año hace

Maravilloso relato y con tanto de real que conmueve y convence de la inutilidad de las guerras

Maria Beatriz Bacariza

Comparto todo el cisco del autor en toda forma y en todos los aspectos. Yo queria decirlo mejor y no puedo. Gracias don Arturo por poner las palabras que no salen de mi boca, pero expresan mi pensamiento.

Jesús
Jesús
1 año hace

Muchas gracias Sr. Reverte, se me han saltado las lagrimas leyendo el artículo

Celia Manteca
Celia Manteca
1 año hace

no he podido contener las lagrimas

Trulymay
Trulymay
1 año hace

Que pena, que desgracia, que en nuestro país, no haya más Arturos y menos lamentables Pedros. Gracias señor Reverte.

Ricardo
Ricardo
1 año hace

Gracias

Hector Jorge Djivaris
1 año hace

Leo con respeto y emoción .

Jose
Jose
1 año hace

Un día hace mucho tiempo, cuando todavía no era capaz de afeitarme el bigote (me faltaban habilidad y vello), mascullé que el ser humano me parecía «escoria» (creo recordar que esa fue la palabra utilizada). Para entonces, como comprenderán, no había conocido todavía mucho del mundo que me rodeaba, pero sí de la naturaleza humana y su proverbial crueldad y egoísmo. Mucho después, escuché a Reverte decir aquello de que el ser humano es, «en general y salvo honrosas excepciones, un hijo de la gran puta» (repito también de forma aproximada, como en mi propio caso). Al fin y al cabo sólo hace falta tener ojos en la cara y algo de libertad en el espíritu, porque el ser humano, que tiende a masacrar a sus iguales (de la forma en que el contexto se lo permita), bien puede identificar en esas apetencias la putrefacción de las vísceras que todos compartimos.
La civilización no es más que un acicate a los instintos que, mientras haya recursos y cierta seguridad, permanecen latentes. Cobardes, ladinos, carniceros, egoístas o traicioneros; cada uno a su estilo. Animales venidos a más cuya inteligencia no ha hecho sino afilar las «habilidades» primarias.
Tal vez exista la bondad en su forma más pura, pero desde luego no es mayoritaria o habitualmente desinteresada.
Vivamos en paz mientras podamos y defendamos lo conseguido, porque cuando nos olemos el miedo (y ello sucede en cualquier tiempo y lugar), siempre se nos llena la boca de saliva.

Jorge Luis Sánchez
Jorge Luis Sánchez
1 año hace

Desde hace casi 16 años disfruto la ‘pluma’ de Arturo, pero nunca un texto suyo me conmovió tanto como éste. No hay parte del cuerpo que no te duela mientras lo lees, pero vale la pena poder acceder a tan extraordinaria narrativa de hechos tan dolorosos. Gracias Arturo!!!

Julia
Julia
1 año hace

Sr Pérez Reverte, produce emoción su manera de transmitir a los lectores, los horrores de la guerra.
Me hace recordar a Orson Wells con La guerra de los Mundos.

Nací diez años después de finalizada la Guerra Civil, aunque tuve cartilla de racionamiento.
Durante mi niñez no se hablaba de la guerra, sólo en petit comité y dentro de casa podían comentar algún episodio.
Galicia fue zona nacional muy pronto, pero en mi zona rural, hubo familias que perdieron a sus hijos jóvenes en el frente.
Uno de ellos, que vivió para contarlo, trabajaba en el país Vasco, fue reclutado y hecho prisionero. Cuando su padre, argentino, consiguió su traslado a Galicia fue obligado a luchar con los nacionales, y enviado al Jarama. Con sólo 18 años tuvo que luchar en los dos bandos, careciendo de ideología política.

En la retaguardia lo pasaron mal, tenían miedo a la guardia civil que abofeteaba a los adolescentes por cualquier cosa. Eran frecuentes las requisas de alimentos, y para que los falangistas no se apropiaran de ellos, solían esconderlos bajo el altar de la iglesia del pueblo.
Algunas mujeres sufrieron el corte de pelo al cero, por criticar a los nacionales.
El cura llevaba pistola y clausuraba los escasos festejos con unos disparos, más tarde se incorporó al ejército. Al quedar sin sacerdote, una mujer se encargaba de cantar los responsos en la comitiva fúnebre de los fallecidos en el pueblo. Los cuerpos de los que murieron en el frente nunca regresaron.

Decían que no habían llegado a pasar hambre real, por el minifundio existente en Galicia, pero tenían carencias básicas. En la posguerra, se produjo un éxodo importante de gallegos hacia Sudamérica.
Todo el bienestar que puede haber en Galicia, se debe a nuestros valerosos emigrantes en América y Europa.

Juan Jose Ramos Sánchez
Juan Jose Ramos Sánchez
1 año hace

D. Arturo, gente como usted, son necesarias que se conviertan en activistas de la justicia justa, para que no volvamos a cometer semejante barbarie, como usted bien relata. Saludos

M. Paz Arrugaeta
M. Paz Arrugaeta
1 año hace

Mi padre luchó con la república. Mi madre acabó en un campo de concentración en Francia. En casa era habitual hablar bajito, eso sí, para que no escuchara nadie fuera de nuestra casa, lo que había supuesto la guerra del 36. Tristemente pienso que volvería a ocurrir, viendo la ira y rabia en las manifestaciones de estos días.
No hemos aprendido nada. Me han dicho últimamente que esta de moda ser facha.
Ahí es nada. La juventud ignorante.

Gonzalo S
Gonzalo S
11 meses hace

Señor Arturo, no había viejos rencores y rencillas. Había un odio muy profundo contra las clases populares y la democracia. Y unos generales del ejército que traicionaron a su patria poniéndose del lado de un cacique dictador.
Hablar de novias quitadas y acequias es romantizar unas peleas de pueblo que siempre han existido y nunca provocaron una guerra civil.