Inicio > Firmas > El bar de Zenda > Los últimos testigos
Los últimos testigos

Me telefonea un amigo, conversamos y dice que hace una semana murió su madre. No era, me cuenta, ni muy mayor ni demasiado joven, en esa edad en la que la vida nos sitúa ya en la franja de lo posible y lo probable. Charlamos un rato sobre eso, y al colgar el teléfono me quedo pensando en que hace sólo unos días otro querido amigo, al que conozco desde que íbamos juntos al colegio, me habló de lo mismo: también la suya acababa de morir; en este caso, felizmente centenaria. Recuerdo ahora las conversaciones y pienso en la mía, que tiene 96 años y hace tiempo se apaga como un pajarito cansado, lenta y dulcemente. Vive lejos de mí, en otra ciudad, muy bien atendida por mis hermanas. Tuvo una infancia perturbada por viajes turbulentos y por la guerra, pero después encontró el amor, la paz y la felicidad, y creo que ha tenido una vida afortunada, envidiable. Morirá pronto, supongo, de muerte natural: esa bella expresión que hemos desterrado del vocabulario, ‘muerte natural’, porque la estupidez creciente en que vivimos se empeña ahora en negar toda naturalidad a un hecho tan lógico, sencillo e inevitable como es la muerte.

Fui a visitar hace poco a mi madre y comprobé que la vida es generosa con ella hasta el final. Se extingue despacio y sin dolor, y la memoria también se le adormece entre las brumas del último ensueño. No reconoció al sexagenario de barba cana que sentado a su lado le apretaba una mano. Lo miraba con atención y sonreía dulcemente al escuchar sus palabras. A veces, un nombre, un lugar, una referencia, la palabra ‘mamá’, le hacían abrir un poco más los ojos y asentir, como si un filo de mi pasado penetrase en los restos de su memoria. Es duro para un hijo que su madre no lo reconozca, y de eso hablé con mi amigo de la infancia al telefonearnos el otro día. Cuando los padres olvidan o mueren, con ellos se borra parte de nosotros; incluso situaciones, escenas, momentos que tal vez desconocemos. Un padre, y sobre todo, una madre, poseen recuerdos que sólo ellos tienen, como un álbum de imágenes que guardan en el disco duro que les borrará la muerte: nosotros en la cuna, nuestras primeras palabras, pasos, miedos y pesadillas; nuestras primeras ilusiones o decepciones. Ellos fueron testigos únicos de aspectos de nuestra vida que tal vez nunca nos contaron. Los conservan en su recuerdo, el único lugar posible; y al morir se los llevan, perdiéndose en la nada. Con su muerte empezamos a morir nosotros; a desaparecer lentamente del mundo por el que anduvimos, como una vieja foto que pierda los contornos. A ser más lo que somos y un día no seremos, y a ser menos lo que antaño fuimos.

No solemos darnos cuenta. Sin embargo, a cada momento, alrededor, en nuestra propia familia, desaparecen testigos de nuestro mundo, el propio; y también de los mundos que no llegamos a conocer, pero de los que ellos fueron testigos. Medio siglo, un siglo de vida se esfuma llevándose con ellos el siglo anterior, el recuerdo de los padres y los abuelos que, a fin de cuentas, también es nuestro patrimonio y nuestra memoria. Dejarlos marchar sin extraerles la información es como vaciar un desván sin estudiar los objetos, no siempre viejos e inútiles, que en él se amontonan. Y no se trata de un gesto sentimental o romántico, sino de algo práctico; incluso necesario. Permitir que los últimos testigos se apaguen en silencio, dejarlos enmudecer para siempre sin sacarles antes todo el material posible para que sus recuerdos sobre el mundo en general, y sobre nosotros mismos en particular, se salven y permanezcan de algún modo es dejar morir también lo que nos explica, lo que nos narra. Lo que nos hizo y hasta aquí nos trajo. Y especialmente en tiempos confusos como éstos, resulta más peligroso que nunca resignarse a esa clase de orfandad. Permitir que un ser querido se vaya sin legarnos el tesoro de su memoria es ser doblemente huérfanos. Perderlo a él con una buena parte de nosotros mismos. Quedarnos más desorientados y más solos.

Inténtenlo, porque vale la pena. O eso creo. Ahora que aún es posible, siéntense junto a ellos y háganlos hablar, si pueden. Tengan la inteligencia, la astucia si es preciso, de que el nieto, el adolescente, la jovencita a quienes nada parece importar, se interesen por esa memoria familiar que pronto va a desvanecerse como humo en la brisa. Porque un día, tengo certeza de eso, ellos se alegrarán de haber escuchado. De conocer de dónde vienen y quiénes los hicieron posibles. De saber que los testigos de su memoria no pasaron sin dejar huella por este lugar extraño, triste, bello, peligroso, fascinante, al que llamamos vida.

____________

Publicado el 26 de julio de 2020 en XL Semanal.

4.7/5 (1601 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
  • Las últimas cartas del Requeté: Tinta y papel de corazones carlistas

    /
    marzo 16, 2025
    /

    Dios, Patria, Fueros y Rey habían sido las consignas entre las que habían nacido. Por ellas habían luchado sus abuelos y los padres de sus abuelos, con lo cual afrontar esta nueva confrontación suponía un deber moral, casi ancestral, como lo había sido combatir en las tres lides del siglo anterior. Se movilizaron 60.000 voluntarios en 42 tercios, de los que 6.000 nunca volvieron, y tuvieron una actuación decisiva desde el primer momento. En la guerra dieron el todo por el todo, y ellos considerarían que más que una guerra civil, era su cuarta guerra carlista. La llamada División Azul, presencia española…

    Leer más

  • H. R. Giger, el creador del Bicho de Alien

    /
    marzo 16, 2025
    /

    Culminación de su interés por la biomecánica —que idolatró hasta el fetichismo—, y siempre atento a esa entomofobia que el común de los humanos padecemos, este artista suizo —cineasta tangencial, alucinado y maldito—, creó un nuevo paradigma —un modelo de Pickman, por llevarlo al universo de Lovecraft, una de sus primeras influencias—: el de la bestia del espacio exterior, que viene asolando el cine de terror y ciencia ficción —fantástico en definitiva— desde que el Bicho arrambló a dentelladas con la tripulación del Nostromo, el carguero espacial de vuelta a casa, en el que, allí donde nadie podía oír los…

    Leer más

  • Rita Barberá, la “eterna” alcaldesa de Valencia

    Su hermana María José se trasladó con urgencia a Madrid, porque Rita le había dicho el día anterior que no se encontraba bien. Fue ella quien avisó a los servicios sanitarios al detectar que su hermana respiraba con dificultad. Cuando llegaron los efectivos del SUMMA, la encontraron en parada cardiorrespiratoria. Tras certificar su muerte, también se desplazó al hotel un equipo de la policía científica. En torno a las 10:00 de la mañana, el juez de guardia abandonaba el establecimiento, decretando el levantamiento del cadáver y el traslado del cuerpo de la fallecida al Instituto Anatómico Forense, donde se le…

    Leer más

  • La semana en Zenda, en 10 tuits

    /
    marzo 16, 2025
    /

    La última semana del invierno arranca con la lluvia deteniéndose y dejando paso a los primeros rayos de sol de una primavera que comienza a florecer. Como cada domingo, te proponemos un resumen de nuestra semana. Todo lo que dio de sí en solo 10 tuits. Una selección comprimida y que esperamos te anime a leer más artículos en nuestra web. La semana en Zenda, en 10 tuits 1 ¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz? ¿Se puede ser alemán después de Auschwitz? Preguntas que me hago en mi último artículo para @zendalibros.https://t.co/iDb6b125SD — Juanjo Lara (@JuanjoLara01) March 14, 2025…

    Leer más