Cuando se combinan ignorancia y estupidez, los resultados son clamorosos. Y en España somos especialistas en eso. La última vez —aquí siempre es la penúltima— ocurrió hace poco en La Línea de la Concepción, junto a Gibraltar, donde en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial y desde una base oculta en el mercante Olterra, buzos de combate italianos lanzaron audaces ataques contra los buques fondeados en la base naval británica y la bahía de Algeciras. Aquellas incursiones submarinas, realizadas con asombroso coraje, merecieron la admiración de los propios enemigos, que rindieron honores póstumos a Licio Visintini, Giovanni Magro y Salvatore Leone, los tres buzos italianos muertos en ellas. Admiración puesta de manifiesto después de la guerra, durante la imposición de condecoraciones a los supervivientes de otro ataque similar realizado contra la base naval de Alejandría, cuando el comandante del acorazado inglés Valiant pidió ser él quien les pusiera la medalla «por el extraordinario valor demostrado al hundir mi barco».
Todo hasta ahí resulta natural: una guerra y quienes la libraban y en ella morían. No ratas de retaguardia, de ésas que tanto en Italia como en España se pasearon entonces con la camisa negra, o azul, o el mono de miliciano, ajustando cuentas particulares, robando y asesinando lejos de los frentes de batalla; sino de los que, voluntarios o a la fuerza, dieron la cara peleando y pagaron con su salud y su vida. Conozco la historia de aquellos buzos, pues sobre ellos escribí una novela: hombres de una pieza, soldados heroicos en el caso de Visintini, Magro y Leone, que desafiando el frío, la noche y las cargas de profundidad británicas cruzaban la bahía con sus maiales para cumplir las órdenes que recibían. Y que murieron silenciosa y modestamente, cumpliendo con su deber de soldados.
Pero, claro. El acto de recuerdo en La Línea, España, no podía transcurrir con normalidad. Y no faltó la contramanifestación de rigor: una treintena de individuos que, llevando banderas republicanas y pancartas adecuadas, protestaron porque el humilde homenaje violaba, en su opinión, un par de artículos de la Ley de Memoria Histórica y «blanqueaba y exaltaba el fascismo». Mezclando, ideológicamente, al grupo Orsa Maggiore con el insoslayable dictador Franco, la intervención italiana en la Guerra Civil española, los bombardeos de la carretera de Málaga y «las prácticas fascistas disfrazadas de pseudocultura». Todo eso, por supuesto, con el loable objetivo de conseguir «una comarca limpia de fascismo».
Así que me gustaría proponer a los antifascistas de La Línea un bonito ejercicio casi inverso. Imaginen, ya que nos acercamos al 90 aniversario de nuestra Guerra Civil, que se organiza un homenaje privado a los jóvenes que combatieron por la República —como mi tío Lorenzo, que empezó la guerra con 16 años y la acabó con 19—, recordando a quienes murieron en la batalla del Ebro, por ejemplo, y no de intoxicación etílica o de un sifilazo en los burdeles de retaguardia, como el abuelo de algún conspicuo antifranquista actual; y puestos a imaginar, imaginen también que treinta cantamañanas reventaran el homenaje agitando banderas con la gallina, cantando el Cara al sol y ensuciando el honor de los republicanos que de verdad se batieron el cobre, admirables y heroicos, al mezclarlos con la gentuza de retaguardia: los autores intelectuales y materiales —de Santiago Carrillo hacia los lados y hacia abajo— de las matanzas de Paracuellos, Bilbao y la base naval de Cartagena, por mencionar tres de las que hubo por ese lado… ¿Serían esos fulanos acreedores a los adjetivos de estúpidos e ignorantes que mencioné en la primera línea de este artículo?
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Publicado el 3 de enero de 2025 en XL Semanal.
Don Arturo, esto va de ovejas.
Esto pasa, en estos lares, desde el siglo XII, o quizás antes. Seguramente que antes también. Desde los benimerines, a los cuales les dio por traer a la Península a sus famosas ovejas.
Porque este tema es una cuestión viejuna y también ovejuna. Ovejuna en el sentido pastoril del término y también en el sentido figurado como persona imbécil, gente de rebaño, seguidores de dogmas y de ideologías fanáticas. Esto segundo, por supuesto, con respeto hacia las ovejas, ese animalito tan dulce y pacífico.
Ignorancia. Sí. Porque en el fanatismo y en el dogmatismo está implícita siempre la ignorancia.
Y, desde el siglo XII, o antes, hay sujetos y sujetas de características ovejunas, que no distinguen, en estos lares, entre las churras y las merinas. ¡Y se distinguen! ¡Vaya que sí! Y las mezclan.
Pero, bueno, después de este artículo, algunos determinarán que las ovejas son fascistas y las harán desaparecer aplicándoles la ley inquisitorial de la memoria. Leyes, comisiones, reuniones, gentes chupando de mamandurrias… Lo dicho es un tema pastoril. porque, al final, les pronostico a ustedes, cuando, pasados unos años, estemos todos, todos, todos, hasta las gónadas de este tipo de leyes, se legislará para establecer comisiones contra las manifestaciones de odio.
Odio. ¡Ese sí es el principal problema! Odio. Además sin motivo. Odio ignorante. De los descerebrados manifestorros que menciona don Arturo, ninguno ha vivido realmente los años de dictadura para poder saber lo que era un fascista. Odian gratis. Hasta los más viejos, entre los que me incluyo, hemos vivido los años de dictadura más tenues. Pero sí sabemos. Y sabemos que hoy, por mucho que se empeñen, ya no quedan fascistas, pero, si se empeñan, los van a crear de nuevo. Pero, bueno, este país es, por naturaleza un país inquisitorial. Y a la inquisición nunca le ha hecho falta la inexistencia de culpables. Los fabricaba. Viven de eso. Torquemadas de diseño…
Vivir de las ovejas y no son pastores, esa profesión tan respetable.
Vivir como ovejas, esa actitud tan deleznable.
Declarar fascista a todo lo que se mueve.
Y la estupidez es tan amplia en este país de ovejas que llega hasta lo más alto. Mandatarios y exmandatarios que no saben distinguir, no solamente churras de merinas sino que tampoco lo saben hacer de higos duros de maduros. Porque esto también es una cuestión de higos.
Churras, merinas, higos maduros, estupidez, ignorancia. ¡Pobres ovejas! Estupidez e ignorancia juntas. ¡Vaya cóctel que tenemos en este país!
Cuestión de ovejas, don Arturo.
Saludos.
«Y a la inquisición nunca le ha hecho falta la inexistencia de culpables. Los fabricaba.»
Me gustó su frase, don Ricarrob. Y me permito agregar que las Inquisiciones actuales no son privativas de la Iglesia, sino que abundan en sectores políticos, universidades y el Arte…
Ni estúpidos ni ignorantes. Son algo mucho peor, son adoctrinados. Es el tipo de gente para quien la historia es el elemento constructor del odio, del revanchismo, de la negación del perdón, aunque pasen siglos, a quién vió las cosas con otro prisma en aquellos momentos terribles, confusos y convulsos. Los estúpidos ni piensan ni quieren pensar, su materia gris no les llega para ello. Los ignorantes ni saben ni saben que no saben, les basta con las emociones y conductas primarias para repetir sin más los estímulos que les hacen llegar los que, al menos, tienen media neurona, aunque ésta esté llena de maldad y prejuicios. Pero los adoctrinados piensan y podrían evolucionar al intento de objetividad, pero se han abandonado voluntariamente a la comodidad de las ideas delirantes y muchas veces homicidas que les presentan los líderes de cualquier tipo. Así, pueden seguir sin fisuras ni miramientos a líderes de opinión pagados por poderes en la sombra; tertulianos cuya opinión puede transmutar de un minuto a otro según les convenga a su interés; políticos revanchistas (todos sabemos sus nombres) que, al no conocer ni buscar soluciones a los problemas actuales, buscan en los odios y divisiones del pasado su propia supervivencia al coste que sea; economistas dogmáticos que mezclan la macroeconomía con la realidad de la vida de la gente sin importarle ésta; y, por último, pueden seguir también a cualquier iluminado, graciosillo o agitador y conductor de masas en redes sociales del tres al cuarto, con millones de seguidores telemáticos.
Todos, creo, hemos pasado en algún momento vital decaído o de tapadillo, para salir del paso, con la facilidad de seguimiento sin llamar mucho la atención del entorno, por la dulce sensación de pertenencia a un proyecto común de los adoctrinadores. Es tan fácil abandonarse y no pensar. Como ir al supermercado y comprar el envoltorio más vistoso y llamativo, da igual la porquería sin calidad alguna que contenga. Estás arropado por la masa, sin duda es cómodo y calentito.
Difiero con usted, sr. B., en esta ocasión pero solamente en su primer aserto, en el que dice usted que no son estúpidos e ignorantes. Yo creo, es mi opiniòn, que todo adoctrinado, sectario, dogmàtico o fanático es, por naturaleza, estúpido e ignorante, una oveja y, todos juntos, un rebaño. En todo lo demàs, estoy de acuerdo con usted.
Por supuesto, no es estúpido aquel que circunstancialmente se ha dejado embaucar por alguien o por algo. Los envoltorios atractivos y la demagogia nos llaman la atención a todos. Rectificar es de sabios.
Este año, precisamente, vamos a asistir a la mayor operación ovejuna y de rebaño de toda nuestra historia. Diseñada para juntar a todos los estúpidos y cretinos del país en un inmenso redil. Y se van a dejar esquilar sin resistencia, como imbèciles. A la momia la van a envolver en el atractivo envoltorio de la memoria. Ovejas. Rebaño.
Todos alrededor de una momia ya descompuesta. Rindièndole culto. Y al quincuagésimo año, resucitó.
Un abrazo.
Lamento corregirle: un adoctrinado es, por su naturaleza, un estúpido y un ignorante.
Mucho imaginar Don Arturo, para personas con tan pocas neuronas y tanto fanatismo. Mucho imaginar.