Los rojos no usaban sombrero, afirmaba un anuncio —genial de puro eficaz— de la sombrerería madrileña Brave en la posguerra española. Y, bueno. Sin que sea esa la razón, hace quince años que uso sombrero a diario, tanto en invierno como en verano: fieltro con los fríos y panamá cuando llegan el sol y el calor. Aunque la costumbre viene de mis tiempos de reportero dicharachero, cuando solía cubrirme con sombreros de lona del ejército británico, raros entonces, pero que inspirarían los sombreros de caza y pesca hoy tan habituales. En realidad mi primer sombrero de verdad fue un Stetson clásico que compré hace dos décadas en San Juan de Puerto Rico; y luego, poco a poco, fueron llegando otros. Considero que los sombreros son útiles por varias razones: hace tiempo que entré en la edad adecuada, me agrada su uso, abrigan en invierno y protegen del sol cuando a los setenta tacos, que acabo de cumplir, el pelo clarea y conviene andarse con ojo.
Ya escribí otras veces sobre eso. Los lectores lo recuerdan, y a veces me preguntan. Ahora, con la proximidad del invierno, algunos piden consejo sobre cómo utilizarlos o dónde comprarlos. No soy especialista en sombreros; pero, como digo, los uso a menudo. Así que hoy les cuento lo que sé de ellos. Y lo primero de todo, aparte su utilidad, es la necesidad de cubrirse con el modelo adecuado. En materia de sombreros, la línea que separa lo correcto de lo ridículo puede ser sutil. Uno debe buscar modelos que encajen con su aspecto físico y su forma de vestir. A alguien de baja estatura, un Fedora —fieltro, alas de más de seis centímetros de ancho— puede sentarle tan mal como a alguien rollizo un Porkpie —copa baja, ala muy corta vuelta hacia arriba, frecuente en músicos y gente del espectáculo—. Y no es lo mismo llevar un sombrero determinado cuando paseas por el campo que cuando vistes de ciudad (donde, a partir de cierta edad, la gorra de beisbol más elegante es la que no llevas puesta). Mis favoritos con lluvia o para viajes son los clásicos de gabardina, cada vez más difíciles de encontrar. Para el campo, blandos de tweed. En verano, los panamá Montecristi con ala de seis centímetros como máximo. Y en ciudad, el modelo Trilby, preferentemente Borsalino con copa alta y ala no mayor de cinco centímetros y medio —a las señoras esos sombreros masculinos les sientan muy bien, sobre todo con el pelo recogido en trenza o coleta—. Detalle importante: ningún sombrero de hombre debe verse nuevo, sino ligeramente usado (y atención a la talla, pues encogen un poco con el uso). En cuanto a calidad, mejor uno bueno que varios baratos. En Madrid recomiendo tres lugares: Casa Yustas, Medrano y La Favorita. En Barcelona, la tradicional tienda Mil. Y en clásicos extranjeros, las mejores que conozco son Bates o Lock en Londres, Simon en París —también Marie Mercier para las señoras—, Azevedo Rúa en Lisboa y la pequeña y bien surtida Luciana de Génova.
Dicho lo cual, vamos a lo importante. Mientras que una señora no ha de quitarse el sombrero casi nunca, los varones sí deben hacerlo. Eso es lo que marca la diferencia entre un usuario habitual y un aficionado o alguien con mala educación. En cuanto a lugares, hay una regla básica: quitárselo siempre bajo techo, sobre todo en iglesias y lugares o momentos de respeto, excepto en eventos deportivos, transportes, ascensores y edificios públicos como aeropuertos, estaciones de ferrocarril y grandes galerías comerciales. En cuanto al saludo a otras personas, la tradición exige quitárselo al saludar a una señora, a un amigo muy apreciado o a una persona mayor. Para pedir disculpas, agradecer algo o saludar al paso de un conocido, un ademán adecuado —que observé a menudo en mi padre y mi abuelo— puede ser tocarse con el pulgar y el índice el ala del sombrero.
Pero es al descubrirte cuando te juegas el prestigio de usuario. Quitarse un panamá de buena calidad, doblarlo y metérselo en un bolsillo, aparte de que es una gilipollez propia de esnobs y de pijos cantamañanas, acorta la vida del sombrero. Fieltro o panamá, el sombrero debe tenerse en las manos sostenido por un ala o dejarlo en el guardarropa, colgarlo en el lugar idóneo e incluso, si no hay otro sitio en un bar o restaurante (toque de estilo donde se la juega un profesional del asunto), ponerlo con toda naturalidad bajo la silla, vuelto hacia arriba con la copa apoyada en el suelo si está razonablemente limpio. En realidad, y esto también lo decía mi abuelo, que los usó toda su vida —mi padre sólo hasta principios de los años 70—, lo importante de un sombrero no es tanto llevarlo en la cabeza como saber cuándo quitártelo y qué hacer con él si te lo quitas. Un sombrero es todo un ritual. Casi una liturgia. Y de ahí su encanto.
Publicado el 27 de noviembre de 2021 en XL Semanal.
Excelente comentario.
Chapó sin signo alguno
Quitémonos el sombrero ante los artículos y las novelas de don Arturo. Solamente una apreciación: cuando se refiere que, a partir de una edad, la gorra de beisbol más elegante es la que no llevas puesta cuando se viste de ciudad, se refiere a partir del nacimiento, ¿no? Si hay algo antiestético total es ver de traje y corbata a cualquier personaje político, tocado con una gorra de este tipo. Y no me refiero a nadie concreto. ¿O sí? Porque, en cuanto a políticos, ¿por qué ninguno usa sombrero? ¿Quizás porque no hay nada que proteger?
Yo, que soy un salvaje de la pradera, voy vestido como me gusta y no como mandan los «Cánones» establecidos, respeto la forma de vestir de los demás, siempre que no vayan de payasos del circo Price, lo que me provoca hilaridad y bochorno ajeno. Por mi aspecto, un sombrero me caería como a un cristo dos pistolas, habitualmente uso gorra, una vez pillé un insolación, por culpa de mi calva y me dije que nunca mas. Es curioso, hace unas décadas todos llevaban gorra o sombrero, ahora es raro verlos, yo fumo en pipa y es otra cosa que veo poco. Jefe, vista usted como quiera, que el resto haremos lo propio.
Un descabezado como yo poco puede aportar al tema sombreril. Si se diera el caso de tener que cubrir mi nevada azotea, seria con una bacia de azófar.
Magnífico artículo y divertido para los amantes del sombrero, al menos.
Me saco el sombrero ante tan completa guía para su uso. Un saludo.
Todo un tratado. Me encanta! En guatemala de donde soy, conservadora como es, todavía viví el sombrero de mi tío Luis Felipe; solterón empedernido con medio centenar de novias, que lo llevaba un poco de lado, a lo valentino
El papá de mi amiga Milagros, español, tenía una fábrica de sombreros: Tardán se llamaba y traía las pastas y los moldeando aquí
Todavía se usaban los sombreros para las jóvenes y con las pastas sin moldear hacíamos maravillas con flores y listones.
Usted seguramente es un caballero señor Perez Reverte.
Solo los caballeros de muchas generaciones saben usar sombrero.
Todo lo que escribe Don Arturo es literariamente bonito y además, pertinente. Tengo varias sombreros, todos ellos de baja calidad. El único que tengo, que me hicieron a medida, en un sombrero cordobés. El sombrero que siempre llevaba puesto Julio Romero de Torres. Y me hubiese gustado haber leído alguna referencia a éste olvido sombrero de Córdoba.
Por no hablar del que se sienta a comer con el sombrero encasquetado hasta las orejas.
Respecto a la Chapela, qué aconseja usted?
¡Ah, la chapela, la boina, antigua tradición de este país! Mi abuelo la llevaba como algo consustancial, como una segunda piel. Y las había de domingo y de diario. Tradición perdida que habría que recuperar. Propongo que sustituya a la anglosajona de beisbol. Y artesanos habia que maravillas hacían. De arte, obras. Propongo, don Arturo, un articulo sobre la boina española.
Mis dos abuelos llevaban boina, es verdad, su uso estaba muy extendido en nuestro país.
Gracias por los consejos
Maravilloso, muy bueno, como siempre Don Arturo. Por cierto feliz cumpleaños y que cumpla usted 100 más. Hay un dicho que mi papá me trasladó de su abuelo: «el nudismo empieza con el sinsombrerismo». Siempre me han gustado los sombreros y sobre todo sus artículos. Un fuerte abrazo
Me encantan los sombreros y tus cuentos más!!!
Pensaba yo esta mañana que era un buen día hoy para quitarse el sombrero y así le leo esta noche.
Elegante como siempre. Quizás demasiado sutil. Elegante.
Un abrazo.
El sombrero no conviene cogerlo por la parte anterior de la copa. Queda marcado por la suciedad, más por lo asiduo que por la propia suciedad de los dedos.
Lo de descubrirse en los interiores es más de los militares, pero es un detalle de buen gusto sea cual sea la condición. Por supuesto no es el caso en la mujer, que suele tener más pelo y se despeina.
En cual quier caso, no debe llamarse «gorro» a un sombrero.
Una gorra viste menos generalmente. Y despeina más.
Y es llamativo y, muchas veces inexplicable, que el mismo sombrero sienta estupendo a una persona y «machaca» a otras.
Un saludo, con la mano en el ala.
Desde que la gabardina, la capa y el sombrero fueron sustituidos por el paraguas y el anorak con capucha la civilización no ha dejado de dejar paso a la barbarie. Su artículo tiene más importancia que la que parece.
Por supuesto. Razón tiene usted.
Buen artículo, el arte de saber llevar un accesorio distinguido.
Si
-Me voy.
-¡Irse!
Luego me quedó la cosa de añadir ¡Suerte, Don!, pero como que para qué, si lo acompañan los cuatro vientos; aun sin boina, diría Gila.
Esto no es un simple artículo, es un ensayo en toda la regla. Para no desentonar, chapó, mi Capitán.