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Un niño valiente

Sentado en mi apostadero habitual de la Plaza Mayor de Madrid, en la terraza del bar Torre del Oro, leo un libro de relatos de Elmore Leonard —El tren de las 3:10 a Yuma— y de vez en cuando levanto la vista para observar el paisaje y el paisanaje. Ha llegado el verano con todo lo suyo, pero a esta hora el sol se encuentra bajo, hay sombra en este ángulo de la plaza y la temperatura es agradable. Estoy rodeado de guiris por todas partes, aunque no faltan los españoles. Vienen y van en densos grupos, detrás de sufridos guías que caminan banderitas en alto, modalidad del asunto que antes no era frecuente en Madrid, donde el turismo era menos masivo; pero que desde hace un par de años se ha vuelto habitual.

Todo eso, lo que observo cuando levanto la cabeza, me lleva a pensar en dos cosas. Una, que lo que está matando a la vieja, culta y hermosa Europa no es la inmigración moruna y morena, sino el turismo masivo, depredador como plaga de langosta, que obliga a este infeliz lugar —convertido en parque temático vacío de contenido— a adaptarse a él. Y lo otro que pienso, o me pregunto, es si de verdad los abuelos sexagenarios, y de ahí para arriba, son tan felices como parecen paseando por el centro de Madrid a las ocho de la tarde en calzoncillos, chanclas, camisetas y leotardos, o como se llame eso, oprimiéndoles el cuerpoescombro. Lo que me lleva, con nostalgia propia de quienes nacimos en los años 50 del siglo pasado —qué solo me dejaste, Javier Marías—, a recordar aquellos honestos vestidos estampados de señora mayor, y aquel pantalón largo, camisa remangada o polo de manga corta que vestían señores de pelo gris a los que podías llamar caballero sin descojonarte de risa. También me hizo gracia, sobre eso, el desconcierto de un amigo que hace unos días, al verme con chaqueta y sombrero panamá, preguntó por qué no iba más cómodo, cuando le respondí: «¿Y por qué diablos debo ir más cómodo?».

Pero lo que hoy quiero contarles es otra cosa. Estoy sentado, como digo, leyendo mi novela de Elmore Leonard —cuando escriba relatos del Oeste quiero ser tan bueno como ese cabrón—, y cerca, en otra mesa, hay una señora joven con un niño pequeño, de unos cuatro años. La mujer bebe un tinto de verano y el niño juega con un cochecito que hace pasar una y otra vez sobre la mesa mientras come patatas fritas. No les presto atención hasta que un hombre de mediana edad se detiene delante de la mesa y le habla a la mujer. Lo hace en tono poco simpático, recriminándole algo. No alcanzo a oír bien de qué va la cosa, pero ella responde desde su silla, sin levantarse. Lo hace al principio de mala gana y después con aspereza, y al fin creo entender que viven en algún edificio cercano y hay entre ellos un contencioso referido a la escalera. Algo de una bicicleta que araña la pintura de la pared y que ella encadena en la barandilla de un rellano, lo que al parecer no es procedente. En fin, ya saben. Querellas de vecinos.

El hombre, exasperado por la indiferencia con que la mujer responde a sus recriminaciones, sube el tono. Una denuncia, repite. Algo sobre una denuncia. Ella se encoge de hombros, bebe un sorbo de su vaso y hace un gesto despectivo. Eso parece calentar al interlocutor, que alza la voz hasta casi rozar la grosería. Y en ese momento, el niño, que entre las patatas fritas y el cochecito de juguete parecía ajeno a todo, como si no le importara de lo que hablaban su madre y el vecino, levanta al fin la cabeza. Está sentado, colgando las piernas que no tocan el suelo. Es pequeñajo, tirando a rubio. Los ojos que clava en el hombre adquieren de pronto una concentración especial, una seriedad que no estaba en ellos hace un instante. Y con esa mirada, sin apartarla en ningún momento del individuo, se echa hacia delante, baja de la silla y camina con lenta decisión los cuatro o cinco pasos que lo separan de él. Y una vez allí, mirándolo desde abajo, dice desafiante: «¿Por qué le hablas así a mi mamá?».

Hay momentos en la vida, ya saben ustedes. Y este es uno de esos momentos. El hombre mira al renacuajo y cambia su expresión. Después alza la vista, no a la madre, sino hacia mí y al camarero que está junto a mi mesa, observándolo. De pronto parece avergonzado: se trasluce en la sonrisa que nos dedica, semejante a la nuestra. «Tiene pelotillas el crío», parece decir. Alarga una mano para acariciarle la cabeza; pero la expresión del enano, que sigue mirándolo duro e impasible, lo disuade. Mientras la madre llama a su hijo, él da media vuelta y se va. Y a mi lado, mirando al niño, el camarero comenta: «Ojalá nos crezcan muchos como éste».

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Publicado el 21 de junio de 2024 en XL Semanal.

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Ricarrob
Ricarrob
2 ddís hace

Aleccionador relato, don Arturo. En sus dos partes: en el preámbulo respecto al malvestir y en la historia del niño-héroe.

Respecto al ridículo vestir, a mi me asombra. Casi ha descrito usted el modelo que hace furor desde hace años en señores mayores (como si yo no lo fuera) y que provoca todas mis diatribas. Se trata de lo que yo llamo el modelo talibán. consiste en ir de esta guisa: enormes pantalonarros cortos, que parecen hechos con las cortinas sobrantes del salón de casa, metros y metros de tela alrededor de la cintura. Y, flotando entre tales inmensidades de tejido, las dos ridículas canillitas que los mayores tenemos por piernas. La parte superior o una camisolona enorme o una camisetorra inmensa, llevada por fuera del absurdo pantalón y colgando hasta la rodilla. Las chanclas son obligadas y la ridícula gorra americana también. El conjunto es espeluznante. El disfraz, diseñado por sus peores enemigos o enemigas (suele haber sido elegido todo por la insigne consorte; la primera regla en todo matrimonio es que ninguno se deje vestir por el otro; es garantía de continuidad y éxito). Si a esta imagen se le une el que el individuo sea bajito y gordo, el horrendo cuadro ha sido completado.

Las piernas de los hombres son antiestéticas. No hay nada más horrible y menos elegante que un tío en pantalón corto. Antiestético. Antes, no serìa cómodo el vestir (aunque dudo mucho que el modelo talibán sea cómodo), pero se vestía con dignidad. Hoy, esta, ha desaparecedo.

Respecto al niño, mi aplauso más sincero. Madera de héroe. Y defendiendo a una dama que, además es su madre. Para las descerebradas podemitas este niño es materia de escarnio: un niño homófobo, machista al que habría que reeducar en un cursillo trans, intensivo. Y, además, ¡anatema!. ¡Jugando con un cochecito! A ese niño hay que obligarlo a jugar con muñecas y aleccionarlo en los interminables laberintos indescifrables del GENERO.

La determinación, la autoridad, el heroismo, la claridad de ideas, siempre imponen, como se impusieron al señor del ejemplo, que seguro que iba vestido con el modelo talibán. Recio caracter, como buen hispano de antes, el de este niño. Honor y loa para él. De mayor no tendrá a quien votar.

Rememorando una vieja película: «tal como éramos». Que triste.

Saludos.

Javier
Javier
2 ddís hace
Responder a  Ricarrob

«Las piernas de los hombres son antiestéticas» ¿Y las piernas de las mujeres son estéticas?

David Sepúlveda Pérez
David Sepúlveda Pérez
1 día hace
Responder a  Javier

¡Oh, sí!

Ricarrob
Ricarrob
1 día hace
Responder a  Javier

Por supuestísimo. Evidentemente, todo ello, en general. Pero no digo nada que no se pueda comprobar fehacientemente. Solamente constato hechos.

David Sepúlveda Pérez
David Sepúlveda Pérez
1 día hace
Responder a  Ricarrob

No pierda Ud. la esperanza: en una de esas, votamos por ese niño valiente devenido en hombre honesto. Sería una novedad.

Mark Dos
Mark Dos
1 día hace
Responder a  Ricarrob

Hablando de piernas…las generalizaciones son malas siempre.
Un servidor no llega a las famosas piernas del Capitán Good de «Las Minas del Rey Salomón», pero no están mal, pese a mi edad.

Ricarrob
Ricarrob
1 día hace
Responder a  Mark Dos

Pues, las mìas son horribles. Y llenas de pelos…

Pablo Pumares
Pablo Pumares
2 ddís hace

“lo que está matando a la vieja, culta y hermosa Europa no es la inmigración moruna y morena,”

Falta de sinceridad, exceso de buenismo, o sencillamente vive en un barrio muy muy pijo donde los morunos portan tijeras de podar en vez de machetes. Sinceramente espero que sea lo último, que nadie le va a negar una vejez tranquila en un sitio tranquilo, que se lo ha ganado.

“sino el turismo masivo, depredador como plaga de langosta, que obliga a este infeliz lugar —convertido en parque temático “.

Querido Señor Reverte; no se tome café en la Plaza Mayor, la Gólgota para guiris.

Nando Astiz
Nando Astiz
2 ddís hace
Responder a  Pablo Pumares

Tú mismo te has contestado con tu última línea, dándole la razón.

Alberto Lopez Valle
Alberto Lopez Valle
2 ddís hace
Responder a  Pablo Pumares

Bien dicho Pablo, coherencia por bandera y efectivamente «ójala nos crezcan muchos como éste», pero para defender sin complejos nuestra cultura.

Francisca Uris LLoret
Francisca Uris LLoret
2 ddís hace
Responder a  Pablo Pumares

Es todo lo que se les ocurre decir sobre el arti de Pérez Reverte? El niño ha defendido a su madre como habría hecho cualquier otro porque dan ganas de contestar a ese vecino de una manera menos delicada, suerte que se ha topado con una pequeña criatura que aún no destila la maldad de ese vecino, en cuanto a la ropa, no vamos desnudez con estos calores de puro milagro o la poca educación que nos queda en comparación con mi admirado Pérez Reverte, que puede ir hecho un señor «de antes» aunque se axfisie

Julia
Julia
2 ddís hace

Buenos días Sr Pérez Reverte.

Cómo visitante de Madrid por unos días, que ya deseo finalizar, suscribo todo lo que ha escrito sobre los turistas invasores.
Cruzar la Plaza de España y pasar delante del Palacio Real y la Almudena, en medio de unos raros vehículos motocarros, turistas de toda clase y condición, cambio de guardia y policías a caballo, resulta agobiante.

Reconozco el derecho a viajar del ser humano, pero creo que se ha convertido en una obligación para,al regreso a la residencia habitual, comentar y enseñar fotos del móvil a los conocidos y saludados.
He viajado a sitios escogidos, visitando aquello que tenía más interés para mí, por poco tiempo y deseando regresar a mi casa.
No quiero decir que mi forma de viajar sea la correcta, es la mía, pero me parece que no he molestado mucho en los países visitados.

En cuanto al vestuario, es un desastre.
El mundo de la moda está en auge, todos jóvenes y maduros entienden de ropa y al ver a jóvenes y ‘jóvenas’ y su lozanía juvenil disfrazados con pantalones rotos, tatuados, aros en la nariz y semi desnudos, pienso que quieren crear la antiestética.
Qué diferencia con el guapo muchacho de la foto en X y sus calcetines blancos, llamado Arturo Pérez Reverte, eh?

Me parece enternecedor que añore a Javier Marías, no sé porqué me influyó tanto a mí que no lo conocía de nada, salvo por sus libros.
Hoy leí un artículo sobre él de una periodista?, apellidada Cullell y me gustó mucho la manera de describir su encuentro y saludos posteriores, sólo con la cabeza, entre ella y Marías. También decía que era un gruñón, supongo que tendrá razón, pero yo lo imagino como un niño grande.
Aunque debo reconocer que los cascarrabias me encantan, son inconformistas y poseen muchísima gracia.

Ricarrob
Ricarrob
1 día hace
Responder a  Julia

Lleva usted razón doña Julia. Y concretamente en su tercer párrafo decirle que existe una tipología humana que muchos tenemos que sufrir. Se trata del sado-foto-obsesivo. Es aquel que nunca disfruta en sus giras turìsticas ya que se pasa todo el tiempo tomando fotos o vídeos. Para luego, sádicamente, hacer sufrir a sus familiares, conocidos y amigos, las interminables sesiones de fotos de su móvil, enseñando unas imágenes, una y otra vez, que ellos no han visto, que no han disfrutado.

¡Por favor, un llamamiento a todos ellos! Tus fotos son solamente tuyas, para tí mismo, para recordarlas tú solito y no se las hagas sufrir a nadie.

Lord Jim
Lord Jim
2 ddís hace

Qué bueno eres, capitán

Tom
Tom
2 ddís hace

“lo que está matando a la vieja, culta y hermosa Europa no es la inmigración moruna y morena,”

Don Arturo, lo que mata Europa es casi 0 natalidad en nuestros paises. ¿No se entera usted de este problema? Déjese de moros y cristianos, esto va de procreación.

David Sepúlveda Pérez
David Sepúlveda Pérez
1 día hace
Responder a  Tom

Pero es que os moros procrean más que los cristianos… y con frecuencia en la cristianas.

Basurillas
Basurillas
1 día hace
Responder a  Tom

En un mundo con superpoblación creciente y desbordada, me parece que el problema, al contrario, no es el de la bajísima natalidad de España (curiosamente lider en desempleo juvenil en Europa: que contrasentido desear más población para destinarla al paro; en todo caso dígase toda la verdad: que se necesita más población «cotizante», on sueldos dignos, suficientes y sin economía sumergida). El problema, más bien, es el exceso abismal de natalidad en África, suicida casi por no poder permitírsela en sus países de origen, y que desemboca en una emigración ilegal de una buena parte de esos países con los cuales, precisamente, no nos liga relación alguna de antiguas colonias y de los que, en el pasado, no hemos obtenido beneficio alguno, que justifique su llegada a nuestras fronteras. Que sean sus verdaderas potencias coloniales las que carguen, vital, moral y económicamente, con la cuestión.

Ricarrob
Ricarrob
17 horas hace
Responder a  Basurillas

Los contrasentidos. Lleva usted razón, sr. B. Hay muchos. Muchas incongruencias. Como la de que hagan falta emigrantes para cotizar, tengamos un alto nivel de parados, se critique todo esto socialmente y nuestras insignes y bienaventuradas empresas dirigidas por los inteligentísimos empresarietes de mierda, no quieran a nadie mayor de cuarenta y tantos años. Y, además, esas mismas empresas pidan alargar más la edad de jubilación: cabrones. Por lo que tenemos que pagar necesariamente una subvención extraordinaria para la pobre gente mayor de 52 a la que nadie quiere.

El sacrosanto mercado de trabajo, que yo llamarìa mercadete. No se quiere a los más jóvenes ni tampoco a los más mayores. Buscan siempre mirlos blancos. En este país, ese empresario agresivo, formado por los más altos academicismos neoliberales, y en las más altas teorías de la productividad, el control de costos, y la subcontratación, se apoltrona en los cargos directivos y en los consejos de administración hasta avanzada edad y se permite pontificar desde su alto púlpito.

Incongruencias.

Un abrazo.

Pablo75
Pablo75
2 ddís hace

Es incontestable que el mundo se está idiotizando y «chabacaneando» (si se me permite el neologismo) cada día más. La vulgaridad, la estupidez y la fealdad aumentan por todas partes (basta ver la TV para darse cuenta de ello). Pero lo esencial no es constatarlo (cosa fácil) sino preguntarse por qué. Yo personalmente no encuentro respuesta a esta pregunta. Si alguien tiene hipótesis sobre el tema, le agradecería las compartiera.

Basurillas
Basurillas
1 día hace
Responder a  Pablo75

Sencillo: cuesta mucho menos esfuerzo y es más económico ser chabacano en aspecto exterior y formas de comportarse, que practicar la elegancia, los buenos modales y obtener buena educación y cultura en general. En miles de comentarios leera usted que estamos, en general, en una sociedad del mínimo esfuerzo, donde lo único que se desea es la fama gratuita y disponer del minuto de gloria en las redes sociales. No creo que haya mucho más que explicar

Ricarrob
Ricarrob
17 horas hace
Responder a  Basurillas

El costo, sr. B. es relativo. Yo diría quizás que es un poco de esfuerzo personal. A veces se encuentra más elegancia en las gentes de un entorno agrìcola, en el que se puede observar cierta dignidad en el vestir, que en un aeropuerto internacional en el que se puede ver salir de los vuelos a gente en chanclas y bañador. Es falta de respeto a tí mismo y a los demás.

Un abrazo.

Isabel
Isabel
2 ddís hace

Uf, ese niño lo que ha tenido que vivir. Vida poco fácil, me temo

Gloria
2 ddís hace

Muy bueno. Lo leeré en mi transmisión radial, hoy, 27/6/24 en Tiempo de escuchar, 89.3 MegaBerisso, Argentina.

Mark Dos
Mark Dos
2 ddís hace

Coco Chanel dijo una vez que «La moda es lo que pasa de moda, la elegancia es lo que nunca pasa de moda».
Servidor, por eso de haber pasado los 60 quizás, es de los de sombrero todo el año, entiende muy bien D. Arturo.
Este invierno paseaba yo por las calles de mi ciudad en mi habitual indumentaria: sombrero fedora, camisa, chaleco, pantalones, pajarita y un estupendo abrigo inglés de color azul que compré en una sastrería en Alemania (si, parece algo raro comprar sastrería inglesa en Alemania)…y entonces observé que mucha gente me miraba o se giraba a verme.
Dado que es improbable que fuera por mi natural beldad, deduje que era por mi atuendo.
Le pregunté a un amigo, y me contestó: «Es que es raro ver por la calle alguien tan elegante que no va a una boda»…
Se ha perdido el concepto de elegancia, que no es vestir ropa cara o de marca, sino saber vestirse…
Mi padre afirmaba con toda razón que coges a dos hombres, les vistes con el mismo smoking y uno parece un caballero y al otro le pides que te sirva un gin tonic.
La elegancia está maridada con la educación del caballero, eso creo yo. No puede ser elegante el zafio ni el maleducado: si les vistes de Armani, son zafios vestidos de Armani.
Creo que fue ese maestro del humor de D. Wencesalo Fernández Flórez el que dijo que para ser un señor hace falta algo más que solo tener las correspondientes gónadas.
Es cierto que en climas especialmente cálidos, como mi ciudad, donde en verano se pueden alcanzar los 45° o más, ciertas vestimentas pueden estar reñidas con esa «caló», pero todo consiste en no salir a esas horas. Y, si por necesidad, se sale, el lino y el algodón son una maravilla.

Última edición 2 ddís hace por Mark Dos
Francisco Brun
2 ddís hace

Existen muchas personas que consideran que coleccionar selfies en distintos lugares del mundo equivale a disfrutar de la vida…
En particular pienso que si lo deseamos, podemos trucar fotografías y de ese modo salir siempre sonriendo en cientos de fondos como ser: la torre Eiffel, las pirámides egipcias, el Partenón griego, las cataratas del Niágara, el Coliseo Romano, la gran muralla China, las ruinas de Machu Picchu; y cientos de lugares más; con este ostentoso recorrido habremos ganado un boleto a la felicidad por el resto de nuestros días mientras podamos recordar esos viajes…que jamás realizamos ni realizaremos.
Sí no se entiende que estar en un lugar, no es lo mismo que conocer ese lugar, debo decir que hemos malgastado dinero en pasajes sin sentido.
Conocer un lugar es lograr entenderlo, al menos un poco; sentir el sentir de la gente que lo habita, sus costumbres, sus anhelos, sus preocupaciones, su historia y la importancia de sus lugares, edificios y monumentos; esto no se puede lograr recorriendo mil lugares en veinticuatro horas desde arriba de un micro, con un guía turístico…de ese recopilación de imágenes nuestro cerebro no registra absolutamente nada. Es como recorrer un museo y observar cien obras maestras en diez minutos. Para apreciar una sola obra de arte, en profundidad, quizás se necesite toda una vida, y al final de la misma, tal vez nos damos cuenta que la verdadera intención del artista era otra muy distinta a lo que nosotros pensábamos. Para dar un ejemplo; menciono a una sola obra por todos conocida, La Gioconda de Leonardo Da Vinci, de la cual se han escrito ríos de análisis y suposiciones. A mi me apasiona solo imaginar que pasaba en la mente de su creador en esos días; obviamente su modelo algo tenía que ver en su vida, ¿qué diálogo habrá tenido durante esas horas de trabajo, con esa joven que posaba para él?.
Nunca lo sabremos; jamás lo sabremos; solo nos queda esa sonrisa, y esa mirada que allí quedó impresa en esa tela para siempre.

Cordial saludo

Ricarrob
Ricarrob
1 día hace
Responder a  Francisco Brun

Sr. Brun, quizás usted lo conozca, Hay un libro, «Maestros antiguos» de Thomas Bernhard, que trata de un señor que pasa todo el relato visitando el mismo museo, sentándose en el mismo lugar y observando siempre la misma pintura.

Con los paisajes y la arquitectura ocurre lo mismo. Hay que observar detenidamente, disfrutando del momento e introyectando aquello que te rodea. Y si no se hacen fotos, no pasa nada. Antiguamente, los seres humanos solamente disponían de su memoria para recordar los momentos sublimes, quizás pocos, de nuestra vida. Y no pasaba nada. Al revés las vivencias son más intensas.

Por otro lado, con tanta foto, se ha perdido la vieja costumbre de describir con palabras las cosas que vemos. A este paso vamos a perder el don de la palabra.

Saludos.

lolapastorca@gmail.com
lolapastorca@gmail.com
2 ddís hace

Me encanta, Arturo. Soy de Águilas y aquí también decimos cuerpoalpiste. No me preguntes por qué.

lolapastor
lolapastor
2 ddís hace

Respecto al artículo, relato corto, me gusta mucho, como todos. Un hecho, en apariencia poco relevante, o sencillo, a veces tan sólo una frase o un mirada, alrededor del que se construye el artículo que tiene un final sentencioso o apoteósico, que lo deja clavao y casi siempre van introducidos por una localización de dónde te encontrabas y observas lo que te llama la atención.Creo que es el género que mejor manejas. Algunos me ponen los pelos de punta y otros me emocionan y me dejan el corazon henchido. Respecto a la introducción ,te diré que mi última vez en Madrid, de turista, ya pudimos observar las camisetas y pantalones cortos holgados y chanclas. Escribiste hace ya un artículo mejor que éste al respecto. Todos somos turistas en un momento u otro. El problema es que somos muchos.Tengo amigos guiris retirados aquí pero con un poco más de gusto y eso que Águilas es un casi eterno verano y, por supuesto, no es Madrid. Y, respecto a Javier Marías, totalmente de acuerdo. Lo echarás mucho de menos. Qué lástima que ya no podamos toparnos con vosotros cuando salíais juntos a comer

Franz. J.
Franz. J.
2 ddís hace

Pues sí que harán falta chavales como ese para precisamente defender lo que quede de la cultura occidental en Europa porque los turistas aunque vengan en masa, aportan ingresos en una ciudad, más actividad económica y menos desempleo. Qué aportan los ilegales sin conocimientos mínimos de nuestra lengua, estudios y muchos de ellos sin modales? más gasto y déficit para los ciudadanos?, porque la fiesta de la borrachera nunca la pagará ningún gobierno, sobretodo el actual.

Fritango
Fritango
2 ddís hace

Estimado sr. Reverte, debería darle una oportunidad a Somnium de Jorge Vedovelli. Una novela extraordinaria recomendada por Juan Eslava-Galán que le demostrará que hoy en día también es posible ser original y salirse de los cauces infinitamente machacados por la literatura actual. Hágame caso, no se arrepentirá.

Última edición 2 ddís hace por Fritango
Basurillas
Basurillas
1 día hace

Leo y releo el ensayo de esta semana de don Arturo y llego a una conclusión sobre lo esencial: es una vivencia entroncada e influenciada por el relato del oeste que está leyendo en ese momento. Hay claramente un malechor, un forajido casi, que trata mal a una joven dama, de formas chulescas, mal encarado, de voz agria y lenguaje rudo y faltón. Hay una pendencia por un caballo mal ensillado y encabritado, transmutado en velocípedo, que roza un vallado del que se cree indebidamente dueño exclusivo el malo de la película. Hay también otros personajes secundarios a saber: hay un camarero del saloon que sirve impávido bebidas a los innumerables vaqueros, con atuendos desenfadados y de baja estofa (hoy se diría cutres) que circulan vocingleros y en pandillas por la plaza del pueblo, junto a su calle principal, en plan OK Corral. Hay también un elegante periodista que, de vez en cuando, viene en la diligencia de las once treinta y que presencia los hechos, de los cuales remitirá tal vez una crónica a la gacetilla semanal para la que escribe. Pero, sobre todo, hay un héroe. Es bajito, de muy corta edad, ensimismado en sus simples quehaceres (toquetear un pequeño modelo de carromato de la Wells Fargo) y que parece ajeno a la tragedia que se está fraguando a su alrededor. No consta logicamente que vaya armado, pero cuando la pelea va a llegar al climax se levanta despacio, mira fría y fijamente al forajido y, con una lacónica frase, desarma el ánimo del malvado pendenciero, salvando el honor de la doncella y dejando ensimismados por su osadía al resto de personajes de la escena.
Hoy don Arturo se ha puesto su sombrero, se ha atado al muslo la canana de su estilográfica y nos ha contado una aventura, un duelo casi al sol, que se salda con la victoria incruenta, por una vez, del improvisado y valiente héroe.
THE END.

Jose
Jose
1 día hace

Pues sí, el centro de Madrid últimamente con tantos turistas parece un parque temático. La Puerta del Sol ahora que es peatonal ha perdido su personalidad.

Fernando Alzate Molina
Fernando Alzate Molina
1 día hace

Excelente artículo como todo lo que escribe. Esa mirada desprevenida y aguda a lo cotidiano.

Con el respeto que me merece doy fe que, sin importar la edad, la mejor pinta para recorrer Europa en verano es con camisa o camiseta tipo polo de algodón, pantalones cortos, chanclas o tenis. Así vestido, el mundo es ancho y…no ajeno.

Un abrazo.

Fernando / Colombia

Basurillas
Basurillas
12 horas hace

Buenos días don Fernando. Algo de razón lleva. Son muchas las personas que, cuando en vacaciones o escapadas, recorren ciudades extrañas y paisajes desconocidos en viajes programados, se enfundan la ropa para ellos más cómoda, dado que el propio ritmo del viaje combinado es en exceso acelerado y deben subir, bajar, entrar, deambular sin pausa, salir, recorrer lugares artísticos e históricos sin descanso y comer, deglutir más bien, las especialidades gastronómicas del lugar de forma frenética cercana al infarto. «La dura vida del turista» dicen muchos. Como para encima ir incómodos con ropa ajustada, rígida y calurosa.
Pero don Arturo no se refiere a los turistas, se refiere con su crítica en la vestimenta a los lugareños, a aquellos que están haciendo su vida normal, que conocen el clima y el entorno urbano pues residen allí y se están dedicando a sus actividades y quehaceres habituales. Sí, se está refiriendo, en mi opinión, a aquellos que pertenecen al decorado propio de la urbe cosmopolita donde viven, que en tiempos pasados prácticamente dirigió el mundo entero y formó parte del imperio más extenso -«donde nunca se ponía el sol»- que la historia ha conocido y que, al ser contemplados por los turistas, casi tendrían la obligación de representar con primor y delicadeza lo que esa ciudad, ese país, esa civilización, ha representado para el resto del mundo y su historia; y demostrar el orgullo de ser ciudadano de esa cultura de milenios y que, en la actualidad, es reiteradamente el primer paîs en el mundo en número de trasplantes de órganos y de solidaridad de la ciudadanía en donaciones de esos órganos; y con un sistema sanitario que ya quisieran para si las potencias más avanzadas. Y esos personajes no pueden, no deberían, por norma, salir descuidados con sudaderas deformes, pantaloncitos desharrapados, sandalias de plástico y una gorrita con horteras menciones publicitarias. No, don Arturo creo que está hablando, y él lo practica como el primer obligado, de demostrar por el aspecto y por las formas a los de fuera, a los que nos visitan, el orgullo y el privilegio de ser español. No lo olvidemos.
Un abrazo también.

Francois Gerlotto
Francois Gerlotto
6 horas hace

Recuerdo siempre dos comentarios de Ramon Margalef sobre el turismo (no me los sé de memoria, es «segun Margalef») : (1) el turismo es la prostitucion de la naturaleza (esto por la parte «ecologica») y (2) el turista destruye, cuando va a visitar un lugar, lo que precisamente esta buscando en el (por la parte «sociologica»).

M Angeles
M Angeles
55 minutos hace

Me encanta esa nostalgia de los que nacimos en los 50.
Y también me gusta que recuerde a Javier Marias, yo releo Corazón tan blanco que lo tengo dedicado, y me uno en el recuerdo.