Inicio > Firmas > El bar de Zenda > Un selfi en Velázquez
Un selfi en Velázquez

Era apuesto, alto, artificioso e insincero, de ingenio tosco e ineducado, pero conseguía hábilmente, incluso con groseros modos, los objetivos que se proponía…

Estoy sentado en una terraza próxima a la esquina de las calles Velázquez y Jorge Juan, en Madrid, leyendo —hacía mucho que no volvía a este libro— las Memorias de La Rochefoucauld; y al llegar a ese párrafo no puedo menos que detenerme y mirar alrededor, buscando a alguien con quien compartir la sonrisa que me viene a la boca. Todo ha ocurrido ya, me digo de nuevo. Todo se ha vivido y se ha escrito desde Homero hasta nuestros días, y sólo la ignorancia o el olvido, cuanto nos mantiene ajenos a libros como éste y como otros, impide reconocerlo y, en caso necesario, prevenirnos ante ello. Afrontar su periódico retorno.

El caso es que al levantar la vista no encuentro a nadie con quien compartir sonrisa —sólo hay un mendigo descalzo, creo que rumano, sentado en una esquina—, pero sí veo a quien me la acentúa de un modo simpático. En la esquina de Velázquez, muy cerca, hay una pareja haciéndose fotos, o más bien él le hace fotos a ella. Que no es ninguna jovencita, observo. Debe de andar ya por los treinta y tantos: rubia, pelo largo y escarolado, ceñidísimo vestido blanco de generoso escote compresor y raja en la falda que parece a punto de reventar en las costuras y desvela una buena porción de pierna hasta casi la ingle. Más que guapa la mujer es guapetona, quizá un poco ordinaria de indumento y maneras, o al menos esa impresión me da. Pero está de buen ver, o se esfuerza por estarlo.

El amigo, novio o qué sé yo, es un tipo normal, de infantería; como ustedes o el arriba firmante. Usa gafas, lleva el pelo muy corto, y él sí viste de modo natural para las seis de la tarde: pantalón vaquero y polo azul. Le calculo a ojo la misma edad que a ella. Maneja un teléfono móvil y le hace fotos a su pareja, o lo que sea. Pero lo que despierta mi interés no es que se las haga, sino cómo transcurre el episodio. La deliciosa manera. Eso hace que me quede observándolos en plan cotilla, sin perder detalle, durante los quince minutos siguientes. Lo que supone —no les exagero en absoluto— durante el centenar de fotos siguiente.

El ritual se repite una y otra vez: la mujer posa con la calle Velázquez de fondo mientras él hace foto tras foto, y de vez en cuando ella abandona sus posturas para acercarse a ver el resultado. Lo hace continuamente, pero no parece satisfecha: lo comenta, señala esto o aquello en las imágenes, da instrucciones y vuelve a situarse en el lugar de antes. Una vez allí posa de nuevo sacando pierna, mano en la cadera, vuelta de espaldas, mientras el amigo o novio, obediente, fiel a las instrucciones recibidas, la fotografía de nuevo. Terminada la serie, ella vuelve a su lado para nuevas comprobaciones críticas, señala variantes y se aparta para posar otra vez, pierna por aquí, cadera por allá, espalda por acullá y tetas por acuquí. De pronto le oigo decir «Te he dicho que así no, pareces tonto», le quita el teléfono y se hace un selfi. «Desde este lado», insiste. Sumiso, obediente, el fulano le hace más fotos. Por un momento miro al mendigo y advierto que también observa el espectáculo con desapasionada curiosidad. Prefiero ignorar lo que puede tener en la cabeza, pero los ocupantes de un coche que sube por Jorge Juan lo manifiestan sin complejos. Al pasar junto a la pareja, el del asiento vecino al conductor saca la cabeza por la ventanilla, y en tono objetivo, ecuánime, grita: «Te comía tó el potorro».

A esas alturas del asunto, la mujer es lo que menos me interesa. Al fin y al cabo, Internet está trufado de imágenes como ésas, y es evidente que de aquí a unas horas las que le toman a ella aparecerán en una o varias redes sociales. Lo de verdad fascinante es la franciscana paciencia del novio; la manera sumisa, resignada —ni siquiera lo del potorro le hizo mover una ceja—, con que la fotografía una y otra vez, atiende sus instrucciones, encaja los reproches técnicos y vuelve a fotografiarla mientras posa en actitudes seductoras que evidentemente no van destinadas a él, sino a los muchos o pocos seguidores que ella pueda tener en Instagram, Facebook, TikTok o donde corresponda. Contribuyendo quizás a que por efecto bumerán, gracias a esas mismas fotos, algún usuario espabilado o guaperas acabe soplándole la novia; que cosas más raras —aunque nada raras en realidad— se han visto en la vida. Así que, bueno. Miro otra vez al mendigo y pienso que, en el caso de que haya leído a Lope de Vega —también un mendigo puede ser amante de la poesía—, estará seguramente, como yo, pensando que eso es amor y lo demás son tonterías. Quien lo probó, lo sabe.

____________

Publicado el 13 de septiembre de 2024 en XL Semanal.

4.8/5 (300 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

11 Comentarios
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
Ricarrob
Ricarrob
11 horas hace

Llevo un rato leyendo y releyendo el artículo de hoy. Sí, me ha gustado, como siempre, pero es un poco más críptico que lo acostumbrado. O yo, esta madrugada, lo veo así. Sí, quizás soy yo.

Respecto al fulano del móvil, nada que objetar. Es pura sociología de la actualidad. Pero también del pasado, asunto viejo como el mundo. Sumisión, no se sabe si amorosa, morbosa o puramente de consentido, incipiente o no. O incluso de proxenetismo actualizado, de redes sociales, vamos. Siento contradecir al mendigo lopeveguiense pero eso no es amor, es sumisión bochornosa y esclavizante, pura morbosidad. Quizás ni siquiera es sumisión, sino que el fulano aspira a ser presentador de programa de éxito nocturno.

Ella, de un narcisista tecnológico subido, parece representar a esa nueva profesión, o como se la llame, de las influencers, que, sin dar un palo al agua, algunas se forran. Y la profesión ha llegado hasta las casas reales. Es que, trabajar, estudiar, investigar, es muy cansado y no reporta tanto. ¡Què sociedad!

Pero yo también me he puesto críptico, porque, ¿de qué va todo lo dicho? Pues que algo no concuerda. ¿Qué tiene que ver el primer párrafo de don Arturo con el resto del relato? ¿Hay una segunda o tercera intención, además de la puramente descriptiva de hacernos entrar en materia a los lectores?

A mi me da la impresión de que don Arturo, de rondón, nos ha descrito a un personaje actual, actual pero tristemente vigente en todas las épocas. Porque tampoco me parece que el párrafo describa a la influencer o como quiera que se llame a la del chichi-car. No cuadra del todo. Parece un párrafo desconectado del relato.

Si estoy en lo cierto, el mendigo, el consentido, la influencer e incluso La Rochefoucauld y quizás hasta el propio don Arturo, saben a quién se refiere el primer párrafo.

Por eso, recabo la opinión del resto de lectores, los zenda-adictos, la panda, para que me digan, si lo tienen a bien, si les ha parecido lo mismo que a mí. Incluso, si se atreven a especular a quièn se refiere don Arturo con esta semblanza. Les viy a dar una pista: La Rochefoucauld escribió en el siglo XVII, época convulsa, de explendor de los pederes absolutos, poderes ein límites. También fue el inicio de la decadencia del Antiguo Régimen. Luis el catorceavo parece estar retratado ahí.

Pero nada es lo que es ni lo que parece, nada representa lo representado, ni siquiera lo imaginado, ni lo simbolizado. Quizás don Arturo haya querido poner en una escena simbólica a una reciente sesión de programa televisivo de éxito que representó hace poco una escena parecida. Incluso con mendigo y todo.

Al final, todo es muy moderno pero realmente el pasado siempre se hace presente. Todo viejo como el mundo…

Por cierto, La Rochefoucauld fue muy amigo de la condesa de Sablé, una de las representantes de las influencers de la corte francesa. Todo muy complicado, muy intrincado, muchos vericuetos mentales. Todo se repite.

Saludos.

Julia
Julia
10 horas hace

Buenos días Capitán.

Vivimos en una época de tanta frivolidad, que tomar selfies es la actividad preferida de la gente, especialmente los jóvenes.
Yo me acuso de querer contemplar de cerca los estragos de la vejez y me hago de vez en cuando una fotos para comparar.
Siempre me pareció una estupidez y me sigue pareciendo, pero me he vuelto más indulgente conmigo misma.

El muchacho torpe y complaciente, seguro que era de reciente adquisición, tal vez querría conseguir los favores de la joven que tal como la describe usted,debía de ser poderosa.

En cuanto al berrido chabacano del que iba en el coche, a mí me produce por una parte repelús, pero no puedo evitar que el tono que utilizan para decir barbaridades me haga gracia.
En general, la gente mete en una conversación, alusiones a los genitales constantemente. No sólo los hombres en ocasiones, las mujeres llevan la delantera.

En mi generación, los piropos eran agradables o usaban la ironía. Recuerdo a una señora con cara de caballo a la que dedicaron una canción en boga titulada ‘Mira que eres linda’.
Estando en la playa con dos sexagenarias muy graciosas, acertó a pasar un buen mozo y una de ellas comentó: Ese está como para hacerlo padre.

Era otro nivel; ahora, las puritanas consideramos los piropos casi como agresiones verbales y alguna razón tenemos, no?

Isabel
Isabel
3 horas hace
Responder a  Julia

Y tanto que tenemos razones en considerarlos agresiones verbales. Yo me acostumbré a llevar cascos con música por la calle para no escuchar lo que me decían. Cualquier «señoro» que pasara por tu lado o te viera pasar, se creía con el derecho de hablar sobre tu físico y decirte barbaridades delante de todo el mundo a grito pelado. Y no estamos hablando que se los gritaran a mujeres hechas y derechas (que tampoco hay derecho a que ellas lo sufran), sino a niñas que quizás se habían desarrollado prematuramente. Estamos hablando de menores de edad (como lo era yo), que nos veíamos sometidas a vejaciones del tipo que comenta aquí el señor Pérez-Reverte y cosas aún peores («te voy a comer tó lo negro», «Te voy a hacer un traje de saliva») y otras mil cosas que creo que la mayoría en los años ochenta y parte de los noventa hemos vivido.

Un día, ya cansada, recuerdo que me volví y le espeté que no tenía por qué decirme nada de ese estilo, que no tenía ni que opinar sobre mi pelo ni sobre ninguna otra cosa (esta vez el comentario había sido light, pero ya me tenían todos hasta las mismísimas narices). No pasé más miedo en mi vida. El hombre me siguió casi hasta la puerta de mi casa. Y es que detrás de esos piropos, siempre había algo más oscuro. Tan oscuro, que mejor que no te encontraras con ninguno de ellos en un sitio solitario porque si no las cosas seguramente no iban a quedar en palabras.

Yo lo único que digo es que si un desconocido no es capaz de contenerse a la hora de soltar «lindezas», no sé, lo mismo debería ir con bozal por la calle.

Basurillas
Basurillas
10 horas hace

A ver como lo digo en fino para no herir susceptibilidades; ella una tonta creída ya en proceso de desvencijamiento, sacando el último partido de la carne que el Creador le concedió, sin mérito alguno por su parte, antes de que se consuma la definitiva ruina corporal -la mental ya hace tiempo que triunfó- y quede para poblar el cajón de tantas supuestas «influenciantes» venidas a menos. Uno de esos ejemplares que te hacen dudar de la causa femenina y feminista para determinadas mujeres, que quieren y prefieren seguir siendo objeto y no sujeto de su propia historia.
Y él, un panoli, un tonto enamorado (lo digo en su descargo) que se deja amedrentar en plan pasivo por acurrucarse un rato más ante la supuesta belleza de la acompañante, pensando que jamás podrá tener otra oportunidad de tener tan cerca su objeto de deseo, aunque sea una tirana de medio pelo.
Y bueno, el del coche, vulgar, rastrero, cretino, machista, soez y que deja ver claramente su baja catadura moral y personal y su altura de miras, aspirando únicamente a saborear con delectación la zona próxima al vello púbico de su presa.
El más normal, el mendigo descalzo, consciente probablemente de la futilidad y del carácter accesorio de todos los personajes de la escena, descrita por don Arturo para enmascarar la verdadera trama del relato: lo bien que se retrató con una anticipación asombrosa, en un libro de memorias clásico, a un ladino personaje que, tal vez, alcanzaría en un futuro el cargo de presidente de gobierno. Brillante.

ricarrob
ricarrob
6 horas hace
Responder a  Basurillas

Permítame, por favor, sr. B., contradecirle en esta ocasión. Un personaje tan alambicado, tan vitriólico, tan sofisticado, tan complicado como el mendigo, nunca podrá ser presidente del gobierno, por lo menos en España.

En ese puesto, en España, solamente caben cretinos, estúpidos, pasmados y malvados sin ninguna exquisitez especial (ponga usted los apellidos a los cretinos, malvados, estúpidos o pasmados, por favor). En ese puesto sólo caben los personajes que describe La Rochefoucauld en el primer párrafo de don Arturo.

El mendigo es don Arturo o una imagen de él. El mendigo es Muñoz, el ajedrecista de «La tabla de Flandes», un perdedor consciente de serlo y regodeándose en su inteligente y asumido fracaso. el mendigo es Coy de la «Carta esférica». El mendigo es Bascuñana de «Línea de fuego». El mendigo es uno de los personajes más repetido y más atrayente de las novelas de don Arturo. El mendigo es don Arturo.

Respecto al resto de su comentario, sr. B., estimado, lo comparto completamente.

El panoli quizás no es tan panoli. Quizás vive de ella, por ahora, hasta que ella encuentre al príncipe-porsche o príncipe yate (lease príncipe azul) que la rescate de tan insufrible y hedionda actividad. El supuesto panoli, cuando se quede sin trabajo, buscará otra influencer de la que chupar y chupar (entiéndaseme bien, por favor, estoy empleando el verbo de manera figurada, o no). Es otra de esas parejas (de supuesta belleza periclitada) que se repiten en el ámbito patrio y que es perfectamente identificable con escenas recientes de prebodas, engaños supuestos, reconciliaciones, bodas con pago de exclusiva y apariciones en master chef o chof.

Un abrazo.

Sabrina Analia Cabrera
Sabrina Analia Cabrera
9 horas hace

«TAMBIÉN UN MENDIGO
PUEDE SER
AMANTE DE LA
POESÍA»
Arturo Pérez- Reverte

Previo, el autor
advierte al Mendigo
contemplando la
escena : «EN LA
ESQUINA DE
VELÁZQUEZ» , un chico
fotografiando ‘a pedido’
una chica. Luego, la
chica ‘en modo
selfie’. Todos miraban.
Me enamoré de la
caballerosidad del
Mendigo: NO DIJO NADA.

Pepe Cuervo
Pepe Cuervo
8 horas hace

Un «Paga-Fantas» de manual, como bien dice, todo está inventado.

Juan Ruiz Rico
7 horas hace

Buen artículo, como siempre, aunque me he detenido, con cierta cavilación mediante, en un punto, no por periférico, menos exacto: es el que cita que todo lo que se escribe se dijo, tiempo ha, de uno u otro modo. Biblioteca, alude a menudo el maestro. Biblioteca.

Última edición 7 horas hace por Juan Ruiz Rico
ricarrob
ricarrob
5 horas hace

Disculpadme, estimada audiencia de Zenda-Reverte, por reiterarme en mis comentarios. Es que este artículo de don Arturo no tiene desperdicio. También es al hilo de los comentarios del sr. B., mi estimado amigo.

Menciona don Arturo, como en muchas ocasiones, al origen de todo: a Homero.

Todo lo que fuimos, pero todo también todo de lo que somos y de todo lo que seremos está en Troya, en Homero. en múltiples aspectos de nuestras vidas.

Si somos sinceros, casi todos y todas, en este mundo heterosexual que ya está extinguiéndose (quizás el mundo se extinga pero a lo que me refiero es a la extinción de los heterosexuales), hemos tenido que elegir. En algún momento de nuestras vidas, los unos hemos elegido (o nos han elegido, nunca se sabe) entre Helena o Andrómaca. Las otras han tenido que elegir entre Páris o Héctor. Las influencers como Helena han elegido a Páris, y Andrómaca ha elegido a Héctor. Y Héctor ha elegido a Andrómaca, nunca a Helena. La verdad es que Páris queda un tanto gilipollas… y cobarde, además.

En mi caso, creo que tuve en mi senda vital a una o des Helenas. Es una tentación, la verdad. Pero elegí a mi Andrómaca, de lo que nunca tuve que arrepentirme. No me quiero hacer de valiente pero es evidente que los cobardes eligen las helenas, llámese esta a la protagonista del chupa-chicho del artículo de don Arturo o llámese a cualquier chupa-chicho-influencer de la prensa rosa.

Y Andrómaca-Penélope, siempre esperan al héroe que regresa del viaje y de las redes de Calipso, la influencer de Homero. Odiseo se niega a seguir haciéndose selfies con Calipso y negándose a que lo llame tonto.

Aquiles siempre se queda al pairo. Ni chicha. ni limoná. Este no tiene problemas de elección, ni de erección, hasta que le matan a Patroclo.

Don Arturo, mencionar a Homero siempre trae problemas, aunque sean gratos. TODO está ahí.

Saludos.

Francisco Brun
4 horas hace

Hoy las relaciones de pareja están tan mezcladas como las ideas, las percepciones de género, los ánimos, o aquello que está bien y que está mal.
Los límites se han convertido en membranas muy finas, permeables y en muchos casos rotas.
La novedad es que nadie sabe por dónde o hacia dónde se dirige el mundo.
Las religiones siempre han puesto límites que ya no están; si esto es bueno o malo nadie se anima a asegurarlo.
La familia se ha convertido en una institución en retirada, para dar paso a otros sistemas de vida, si se quiere abiertos, en donde los chicos viven como bola sin manija; una semana comparten su vida con la madre y su pareja y otra semana con su padre y su pareja, que a su vez tiene hijos; es decir que sufren las consecuencias de tener que repartida su vida entre dos familias, o tres, o cuatro; las consecuencias de estas situaciones se verán en el futuro. Futuro que es tan incierto como el complejo presente, porque nadie sabe a ciencia cierta sí el mundo continuará igual que cuando nos acostamos.
No deja de ser curioso el cuidado del cuerpo, la norma es que el clavo debe conseguir tener pelo, la señora con arrugas debe quitárselas, el bajo debe convertirse en alto, el obeso en flaco, y los dientes deben ser perfectos como las teclas de un piano. Bajo ningún concepto pienso que el cuidado corporal esté mal, todo lo contrarío, pero me gustaría observar al menos un pizca de belleza interior; de encontrar personas con valores firmes.
Esto ya lo he dicho otras veces; no me gustan los padres “amigos” de sus hijos; me gustan los padres que ponen límites a sus hijos.
Irremediablemente esta forma de vida de caretas, entre caretas; los políticos la adoptan con pasión; se han convertido en estrellas de cine, en lugar de ser responsables pensadores para solucionar los complejos problemas sociales; que dicho sea de paso aumentan a la velocidad de la luz; estos hombres o mujeres dan discursos como si fueran filósofos, y solo son muñecos de torta que en cuanto ven una cámara de un noticiero son capaces de correr para que los filmen; perfil bajo jamás.

Cordial saludo

Ignacio
Ignacio
3 horas hace

Al ver la cita del principio, pensaba que nos iba a hablar usted del presidente del Gobierno.