Creo que la de Manolo y Pepa es una de las más bonitas historias de amor que conocí nunca. Ocurrió hace tanto tiempo que no estoy seguro de que ella se llamara de verdad Pepa. Del nombre de él sí me acuerdo, pues es al que más frecuenté. Los conocí a mediados de los 70. Tenían un restaurante diminuto entre la carretera de La Coruña y el puente de los Franceses: una pequeña venta que siempre estaba llena. Quizá algunos de quienes lean esto los recuerden, sobre todo a Manolo. Era sesentón, flaco, agitanado de aspecto. Todavía un hombre guapo. Atendía las mesas y de noche, al terminar, tocaba la guitarra. Ella era regordeta, más rubia que morena, con bonitos ojos claros. Y poco a poco fui enterándome de su historia.
Todo había empezado veinte años atrás, durante una montería a la que asistían ministros, jefes provinciales del Movimiento y autoridades varias, acompañados de sus esposas: escopetazos, cena campera y cuadro flamenco con bailaoras, cantaores y guitarristas. Uno de esos guitarristas era Manolo: moreno, chuletilla, gitano. A Pepa, por entonces mujer de uno de los ministros, le cayó simpático. Tanto, que al regreso a Madrid, acompañada por amigas de confianza, empezó a visitar el lugar donde Manolo actuaba, un conocido tablao que estaba en la plaza de Santa Ana. Él la veía entre el público de turistas, actores de cine americano, señoritos noctámbulos y gente de diverso pelaje, y tocaba mirándola a los ojos con su espléndida sonrisa. Acariciando la guitarra como si la acariciara a ella.
Acabó pasando lo que tenía que pasar. Arropada por las íntimas amigas, Pepa faltó al sagrado deber del matrimonio, como se decía entonces. Se enamoró hasta las trancas; y a Manolo, que al principio sólo se dejaba querer, le pasó lo mismo. Él era soltero y ella no tenía hijos. Más que simple amor, por ambas partes fue un acto de valor en toda regla, porque la época no estaba para adulterios, y mucho menos con señoras de ese nivel y poderío. Hablamos de los primeros años 50 en la España de Franco, o sea. Quien lo vivió, lo sabe. La estricta moral del régimen, al menos en lo público, lo ponía realmente difícil. Al fin ocurrió lo más temible: el marido, el ministro, se enteró. Y empezó la pesadilla.
Hubo varias fases. La primera, con intervención de parientes, amigos de la familia, obispos y hasta policías. Ante todo eso, Pepa se portó como se portan las mujeres de casta cuando se enamoran: irreductible, orgullosa y valiente. Y como ella no cedía, el ministro hizo que fueran a por Manolo. Primero fueron detenciones arbitrarias, días de calabozo y palizas. Después, usando su influencia, consiguió que lo echaran del tablao y que nadie le diera trabajo. Lo dejó sin un duro y en la calle, pero no contaba con la casta de Pepa. Al enterarse, dejó al marido y se fue con Manolo.
Siempre perseguidos por el marido-ministro, vivieron un tiempo con los ahorros de ella y lo que el guitarrista ganaba malviviendo por ahí. Y entonces a Pepa se le ocurrió la idea. Tú tocas de maravilla y yo cocino como los ángeles, dijo. Montemos un restaurante. Con sus últimos recursos se pusieron a eso, alquilaron un local y ella pidió ayuda a sus amigas de la buena sociedad, que clandestinamente, encantadas con la romántica historia, la alentaban todo el tiempo. La comida era simple, de cuchara: lentejas, fabada, estofados, cocido. Todo muy bueno, pero nada más. El truco clave fue poner unos precios desproporcionados, carísimos, como si ahora por unos huevos fritos con patatas te clavaran cincuenta euros. Y el día de la inauguración, las amigas se portaron: aquello se llenó de señoras de ministros y altos cargos, de amigos con pasta, de gente bien. Pepa cocinaba, la hermana de Manolo servía y él tocaba la guitarra. El éxito fue enorme, y lo siguió siendo durante años. Y aunque empezaba a decaer cuando yo empecé a ir por allí, los fines de semana era imposible encontrar una mesa libre.
Fue así como, una noche de copas y conversación hasta las tantas, Manolo me confirmó los detalles de la historia que yo había ido conociendo a retales. Ya tocaba él la guitarra raras noches, aunque ésa lo hizo. Estábamos allí algunos amigos del diario Pueblo –Paco Cercadillo, Pepe Molleda y no recuerdo quién más– y conversamos hasta muy tarde, dándole al alcohol y al tabaco sin ganas de irnos. Y al fin, como aquello se prolongaba, Pepa se asomó desde la cocina para decir que ya estaba bien, que era hora de cerrar. Y Manolo, sonriendo resignado, dio la última calada al pitillo, puso a un lado la guitarra, apuró el gintonic y dijo: «Ahí la tenéis. Si hubiera sido ternera, habría parido toros bravos».
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Publicado el 4 de junio de 2022 en XL Semanal.
Y ole! Magnifica como siempre maestro Arturo
Oh, qué simple y bonito es todo. Y qué malo fue el ministro, usó el poder para sus fines personales. Menos mal que eso ya no ocurre.
Ya no? Jajaja
Lo que he dicho se llama ironía (se lo digo guiñando el ojo).
Historia o ficcion, me encanta
Esa Pepa me recuerda a alguien con la que comparto cerca de 40 años de mi vida. Bonita historia jefe, como para una teleserie.
Buenísimo!!!!
Mi abuela materna, Antonia Díaz vda. de Igaravídez, me cantaba de chiquita, pero bien chiquita… una copla de la que no me olvidé nunca que decía: No me des tormentos ¡Pepa!.. Déjalo correr, ¡Pepa!… Que se lleve el viento ¡Pepa!…¡Ese mal querer!
Jaaaaaa, esa canción es de lo menos los 70,s no recuerdo quien la cantaba. Pudiera ser Encarnita Polo.
Y yo que peino las mismas canas que el autor, recuerdo el restaurante y a los personajes. Como diría un brexitero: blast from my past.
Me encanta todo lo que escribes
Chirría desde el momento en que perseguidos y al borde de tirarse por un barranco, con sus últimos ahorros ponen un restaurante y va la gente bien y se gasta lo que no está en los escritos, pero claro, de eso el marido-ministro no se entera y lo deja estar, por arrepentimiento se entiende, engaaaaaa.
Un ministro tiene pocos amigos verdaderos y muchos lacayos. Los primeros son los únicos que pudieron estar de su parte. Los demás actúan por dinero o favores, pero siempre por una remuneración. La gente bien suele tener más tiempo y dinero para frivolidades, pero les resulta más placentero ponerse de parte del supuestamente débil (y no digamos si eso supone una transgresión), al igual que sucede a los humildes. No hay demasiada diferencia. Yo creo que el verdaderamente débil fue el cornudo, que quiso dar golpes y sólo causó arañazos. El despecho es mal consejero. Si antepones la carrera profesional al matrimonio (para mí, un negocio mucho más importante) ocurren estas cosas. Lo digo por los dos, el ciervo y la ponedora.
Desgraciadamente mucha gente con poder recurren a esos papelazos. Suelta y sigue tu camino! No digas eso de: «Cabecita loca, no me lo hagas mas!»
Pues que quieren que les diga. Yo, sin que sirva de precedente, me solidarizo con el cornudo ministro. Viene un sicario guitarrista, con el único bagaje de su tez, sus ojos frívolos y su apostura bizarra y te levanta a la parienta ante toda la peña, convirtiéndote en el hazmereir del régimen; probablemente en el apestado de la corte de «La collares» y el impenitente degradado del despacho del caudillo. Y una leche la cocinera empoderada, lo que es es una zorra. Si fuera ternera no pariría ni un triste escalope milanesa.
¿Sábado por la tarde y sólo tres negativos con ese machinazi comentario? Algo no va bien, os estáis aburguesando a la derecha. Dad Andalucía por perdida
El amor; cuando somos jóvenes el amor que siempre se presenta, irrumpe como un torbellino que se lleva todo por delante. Nos sentimos flotando en un ensueño de color y felicidad. A veces, si el mismo no es correspondido, nos duele el alma, pero en la mayoría de los casos otros ojos, se nos presentan de la nada, y otra vez flotamos en las nubes de esa ilusión en la que nos sumergimos en cuerpo y alma; nuevamente el amor sana nuestro espíritu.
Cuando somos mayores, suele ocurrir algo distinto, para muchos ese amor de juventud desaparece y jamás regresa, para otros, el mismo amor perdura, en esa mujer o en ese hombre, que el paso del tiempo, ha desteñido su cabello, pero ese cuerpo, esa voz, esa caricia, esa palabra de juventud, aún perdura, tan pura, nítida y cristalina, como la primera vez.
Debo decir, que lamentablemente esta curiosidad, en los tiempos que vivimos, no es muy frecuente.
Imposible no gustar ese cuento.
¡Me encantó! Pasa en la ficción y pasa en la realidad.
este numero esta especialmente sabroso y divertido como es siempre que el maestro actua. Estoy esperando octubre mientras voy leyendo algunas que estaban en espera, y releyendo las aventuras de Alatriste siempre asomando.