El siglo XVII quedaba ya casi atrás, relegado como los anteriores a las páginas de la siempre tormentosa historia europea; aunque antes de bajar la persiana iba a dejar importantes novedades en el paisaje. Había sido sobre todo un siglo español (que se mueran los envidiosos y los feos) y también francés: gabachos y españoles fuimos estrellas principales del espectáculo, unos yendo para arriba (ellos) y otros para abajo (nosotros). Pero hubo más escenarios y personajes no menos interesantes. Inglaterra, por ejemplo, donde tras el mutis de la familia Cromwell habían regresado al trono los Estuardo (Carlos II, Jacobo II), fue en lo europeo a remolque de Francia, sobre todo al principio, como llevándole el botijo. Pero tuvo verdaderos momentos de gloria en otros aspectos. En lo colonial, intensificó su presencia en los nuevos territorios de Norteamérica, donde les jugó la del chino a los holandeses, echándolos de allí a base de derrotas navales y patadas en sus partes nobles (la Nueva Ámsterdam neerlandesa se convirtió en Nueva York, por ejemplo). Pero la transformación decisiva tuvo lugar en el propio sistema político inglés: la política absolutista de los monarcas se vio arrinconada por el Parlamento, que en 1679 votó la ley del Habeas corpus (ningún inglés podía ir a prisión sin mandato de un juez, ni estar detenido 24 horas sin someterse a juicio), y algo más tarde, cuando la revolución de 1688 cambió sin derramamiento de sangre a los católicos Estuardo por la protestante y holandesa casa de Orange (Guillermo III, y luego su cuñada y sucesora la reina Ana), la Inglaterra parlamentaria se afianzó como baluarte de modernidad política frente al despotismo monárquico a la francesa (un avance importante para los tiempos que corrían), y la Declaración de derechos, votada por el Parlamento y aceptada por el rey, consolidó el constitucionalismo inglés y fraguó la idea de un Estado jurídico de mutuo respeto entre la nación y el monarca. Eso incluía dos puntos que eran la madre del cordero: en adelante sería el Parlamento quien fijase los impuestos (se acabó que los reyes los trincasen por la cara) y sus miembros gozarían de libertad de elección y de palabra (por aquel entonces se formaron los dos grandes partidos que todavía hoy cortan el bacalao, los whigs y los tories). En cuanto al resto de Europa, las cosas también registraban cambios notables. En Alemania, los múltiples principados territoriales se ponían poco a poco de acuerdo para conseguir más peso internacional: aliándose unas veces con Francia y otras con Suecia, Polonia o el imperio austríaco, el elector Federico Guillermo de Brandeburgo empezó a conformar una Prusia cada vez más fuerte, más influyente, que acabaría convirtiéndose, con el tiempo y una caña, en núcleo político de la futura Gran Alemania que tantos dolores de cabeza acabaría causando a Europa y al mundo. Mientras tanto, algo más arriba y a mano derecha, la todavía formidable Suecia, gran potencia militar nórdica, veía cuestionada su hegemonía porque prusianos, daneses, holandeses y rusos, mosqueados con su poderío, procuraban hacerle la puñeta; así que las guerras se sucedieron en aquella parte del mundo. En cuanto al este europeo y las orillas mediterráneas orientales, los sucesos más notables fueron el comienzo ya en serio de la expansión territorial de Rusia y las últimas jugadas de ajedrez de una Turquía que no era lo que había sido: la conquista de Creta fue su última ofensiva militar afortunada, pero el intento de avanzar hacia el corazón de Europa con el ataque a Austria y el asedio de Viena resultó un desastre. De poco sirvió que la Francia de Luis XIV recurriese al viejo truco del almendruco de los tiempos de Francisco I (aliarse con los turcos para fastidiar a los austríacos, como antes lo habían intentado con los españoles). El intento francoturco de que Austria se debilitara luchando en dos frentes simultáneos no salió bien: Rusia, Polonia y Venecia se aliaron con Austria, coaligados contra la Sublime Puerta en una guerra que acabó con el siglo (1699), de la que los turcos salieron (aunque todavía aguantarían el órdago una larga temporada) con el cochino bastante mal capado. De ese modo Rusia consiguió una salida al mar Negro, Polonia recuperó parte de Ucrania, Venecia recobró la costa de Dalmacia, y el imperio austríaco, cada vez más vitaminado, más fuerte y más chuleta, convertido en la gran potencia centroeuropea, se zampó toda Hungría, Eslovenia, Croacia y Transilvania. Estableciéndose en esas tierras, por cierto, unas fronteras étnico-religiosas que aún darían mucho que hablar y que sangrar trescientos años después, a finales del siglo XX, con las guerras de los Balcanes.
[Continuará].
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Publicado el 23 de febrero de 2024 en XL Semanal.
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Por ahora, en esta historia, parece que los únicos que saben capar bien al cochino son los ingleses, los franceses pasarán el siguiente siglo intentándolo capar, los alemanes teniendo demasiados cochinos que capar y los españoles sin ningún cochino que capar ya que, con la sucesión de Carlitos el subnormal, nos dedicamos a caparnos entre nosotros, costumbre ancestral desde los carpeto-vetones y que nos llevaríamos adelante hasta el siglo XX… y gracias a Sánchez, también quizás al XXI.
Mientras los demás se han dedicado siempre a intentar capar bien al cochino, nosotros nos hemos dedicado a acuchillarnos unos a otros. Nunca hemos entendido que los retos están fuera no dentro. Nunca hemos entendido que hay que enriquecerse con investigación, desarrollo, comercio e industria… no comprando mascarillas falsas y engañando al personal.
Excelente artículo, don Arturo. Buen resumen, buena síntesis. Sigue usted, con sus escritos, capando bien al cochino.
Saludos a todos.
Excelente respuesta.
Bill of Rights, la Carta o Declaración de Derechos de 1689 es, para mi, el hito fundamental de este periodo. La precursora del constitucionalismo moderno y la moderación del absolutismo de los reyes ingleses. Las Cortes castellanas, anteriores, fueron un primer paso pero, a mi juicio, menos radical en cuanto a sujección del poder real por un órgano -el Parlamento- que en el futuro tendrá todas las prerrogativas importantes en el gobierno del, en este caso, Reino de Gran Bretaña. Y la nobleza, en cierta medida, también perdió parte de su poder. La democracia constitucional, tal y como la entendemos ahora, se encontraría mucho más cerca. El resto del periodo con las batallitas interminables de siempre, los franceses presumiendo de grandeur, como hasta ahora, y el turco come niños en su sitio de una vez por todas.
Sr. B, razón lleva usted pero, como todos, como cualquiera, no completa (excepto los sanchistas, que su razón es absoluta incluso después del síndrome mascarillas).
Las élites tienen siempre, antes y ahora, la facultad de reconfigurarse, de reconvertirse, de reestructurarse. Siempre arriba y dominando. El poder nunca lo pierden. Antes era poder físico, después y ahora psicológico, económico y cultural. Ni parlamentos, ni gaitas, chorradas, el poder, siempre.
Un abrazo.
Sí, Poder. Poder de reconventirse, de camuflarse y esconderse en nuevas formas e instituciones que no son más que más de lo mismo con otra cara, más vulgar y menos ostentosa o más defendible y menos burda y despreciable si cabe, que encubre a los mismos de siempre o a sus herederos a lo largo de los siglos. La aparente
diversidad y corrección política que enmascara los intereses espúreos, la avaricia del sistema y, por encima de todo, el control: salvaje, cruel, inflexible y sin sentimiento alguno, aún en las pandemias y en las otras catástrofes, reales o simuladas Y nosotros, crédulos, siempre pagando hasta con la vida de una forma u otra. Sufriendo, especialmente como nosotros, que nos damos cuenta y ya no sabemos como contarlo.
Otro abrazo, querido amigo y seguiremos intentándolo…
«Los dos grandes partidos que todavía hoy cortan el bacalao, los whigs y los tories»… Bueno, en realidad los whigs o liberales dejaron de pesar hace como un siglo atrás y fueron reemplazados por los Laboristas, de corte más socialista (Socialismo a la inglesa, se entiende). Pero sí: la cosa en el aspecto político inglés parece mantenerse estable desde hace mucho y por mucho más.
Si, sr. Sepúlveda, un socialismo no cutre, no como el que tenemos aquí. Eso sì, aquí, socialismo con mascarilla.
Saludos.
Esa deliciosa e inimitable mezcla de lenguaje culto con argot popular y refranes, que le da a estas crónicas su sabrosura verbal, complemento del filo y contrafilo… Felicitaciones a PR.