Junto a la Revolución Industrial, y en cierto modo vinculada a ella, la palabra Ilustración fue el ábrete sésamo del XVIII. Con ella se explica casi todo lo que en ese siglo fascinante ocurrió, y también mucho de lo bueno y malo que iba a ocurrir. Las nuevas ideas filosóficas y físico-naturales, desarrolladas al principio en Francia e Inglaterra, acabarían sumergiendo a Europa en un baño de modernidad y esperanza, a cuyo término —tragedias históricas incluidas— ya no la reconocería ni la madre que la parió. Quien salió peor parada, aparte el fin del carácter sagrado de las monarquías por la gracia de Dios, fue la Iglesia católica, a la que Voltaire y otros combativos filósofos (mi admirado barón Holbach, por ejemplo), situando la experiencia y la razón por encima del dogma, patearon concienzudamente la entrepierna. Entre los ilustrados, la ciencia sustituyó a la religión. En cuanto a los reyes, al principio la gente todavía creía en ellos, en plan paternal y todo eso, y los filósofos de la modernidad no los atacaron a fondo (hubo absolutistas ilustrados como Federico de Prusia, Catalina de Rusia y María Teresa y José de Austria), exigiéndoles sólo que respetaran las leyes y las libertades ciudadanas. Fue luego, poco a poco, avanzado el siglo, cuando se fue emputeciendo el ambiente y llegaron las grandes sacudidas, revoluciones y guillotinas varias. Al principio, sin embargo, todo era optimismo y buen rollito. La influencia de Newton (la claridad y concisión con que su genio había expuesto las leyes físicas) aumentó en esta época, y a su benéfica sombra surgieron ideas nuevas y extraordinarias. Poder, economía, sociedad, incluso la guerra, todo era recomendable hacerlo y ejercerlo conforme a la Razón: Voltaire con sus acerbas e inteligentes críticas al mundo viejo; Bayle con su Diccionario crítico; Rousseau con su atractivo e influyente concepto del buen salvaje; Locke con su opinión de que la única certeza absoluta estaba en las matemáticas y en la ética; Diderot y D’Alembert con la monumental Enciclopedia o Diccionario Razonado de Ciencias, Artes y Oficios (casi todos los filósofos, Voltaire incluido, participaron en ella); Montesquieu con el desprecio de la tiranía y el despotismo y con el ideal de moderación contenido en su Espíritu de las leyes (libertad política y ciudadana garantizada por un equilibrio entre poder ejecutivo, legislativo y judicial que tres siglos después está siendo destruido en todas partes). Ellos y muchos otros desmontaron con inteligencia las desigualdades sociales, los privilegios aristocráticos y la intolerancia religiosa, y reivindicaron, como fundamento de las naciones prósperas, la educación escolar y la libertad de producción y comercio sin más obstáculos que las leyes y el sentido común (sobre eso escribí una novela titulada Hombres buenos, así que los remito a ella). No todo, por supuesto, eran florecitas y cascabeles: Europa, América y el mundo seguían sacudidos por injusticias, inquisiciones, conflictos armados y miserias como la explotación colonial, la esclavitud y la trata de negros; y a veces todo eso también se hacía en nombre del progreso. Aun así, el espíritu de las Luces, la nueva fe en el ser humano, la creencia en que el mundo podía cambiar para mejor (eso, en efecto, acabó por ocurrir) mediante la educación y la cultura, no conoció fronteras, difundido mediante los periódicos, los libros (impresos en Holanda e Inglaterra para esquivar la censura), las sociedades científicas, las academias, las logias masónicas y los salones ilustrados: institución esta típicamente francesa, que tuvo mucha influencia y en la que las gabachas cultas del XVIII (inteligentes megapijas de clase alta con prestigio social y viruta para gastar) jugaron un papel decisivo, reuniendo en sus salones a filósofos, científicos, artistas y hombres de letras, que allí podían comer y beber por la cara mientras discutían y exponían, sin riesgo de ir a la cárcel cuando iban demasiado lejos, las más avanzadas ideas del momento. A esos salones ilustrados acudían (imagínense el nivel de la peña), Diderot, Buffon, Rousseau, Hume, Montesquieu, Holbach, Benjamin Franklin y tantos otros. Patrocinar con tacto y elegancia aquellas tertulias (compárenlas con lo que ahora llamamos tertulias) fue un arte en el que brillaron la duquesa de Aiguillon, la marquesa de Deffand, la Pompadour, madame de Tencin o madame Geoffrin (que invitaba a artistas los lunes y a literatos los miércoles), de la que no me resisto a contar una deliciosa anécdota. Uno de los habituales del salón solía sentarse siempre en el mismo lugar, al extremo de la mesa, escuchando las conversaciones pero sin abrir nunca la boca. Una tarde dejó de asistir, y al preguntar por él uno de los invitados respondió la dueña de la casa, imperturbable: «Ah, sí. Ése era mi marido, ¿sabe?… Acaba de fallecer».
[Continuará].
____________
Publicado el 19 de abril de 2024 en XL Semanal.
Entregas de Una historia de Europa:
- Una historia de Europa (I)
- Una historia de Europa (II)
- Una historia de Europa (III)
- Una historia de Europa (IV)
- Una historia de Europa (V)
- Una historia de Europa (VI)
- Una historia de Europa (VII)
- Una historia de Europa (VIII)
- Una historia de Europa (IX)
- Una historia de Europa (X)
- Una historia de Europa (XI)
- Una historia de Europa (XII)
- Una historia de Europa (XIII)
- Una historia de Europa (XIV)
- Una historia de Europa (XV)
- Una historia de Europa (XVI)
- Una historia de Europa (XVII)
- Una historia de Europa (XVIII)
- Una historia de Europa (XIX)
- Una historia de Europa (XX)
- Una historia de Europa (XXI)
- Una historia de Europa (XXII)
- Una historia de Europa (XXIII)
- Una historia de Europa (XXIV)
- Una historia de Europa (XXV)
- Una historia de Europa (XXVI)
- Una historia de Europa (XXVII)
- Una historia de Europa (XXVIII)
- Una historia de Europa (XXIX)
- Una historia de Europa (XXX)
- Una historia de Europa (XXXI)
- Una historia de Europa (XXXII)
- Una historia de Europa (XXXIII)
- Una historia de Europa (XXXIV)
- Una historia de Europa (XXXV)
- Una historia de Europa (XXXVI)
- Una historia de Europa (XXXVII)
- Una historia de Europa (XXXVIII)
- Una historia de Europa (XXXIX)
- Una historia de Europa (XL)
- Una historia de Europa (XLI)
- Una historia de Europa (XLII)
- Una historia de Europa (XLIII)
- Una historia de Europa (XLIV)
- Una historia de Europa (XLV)
- Una historia de Europa (XLVI)
- Una historia de Europa (XLVII)
- Una historia de Europa (XLVIII)
- Una historia de Europa (XLIX)
- Una historia de Europa (L)
- Una historia de Europa (LI)
- Una historia de Europa (LII)
- Una historia de Europa (LIII)
- Una historia de Europa (LIV)
- Una historia de Europa (LV)
- Una historia de Europa (LVI)
- Una historia de Europa (LVII)
- Una historia de Europa (LVIII)
- Una historia de Europa (LIX)
- Una historia de Europa (LX)
- Una historia de Europa (LXI)
- Una historia de Europa (LXII)
- Una historia de Europa (LXIII)
- Una historia de Europa (LXIV)
- Una historia de Europa (LXV)
- Una historia de Europa (LXVI)
- Una historia de Europa (LXVII)
- Una historia de Europa (LXVIII)
- Una historia de Europa (LXIX)
- Una historia de Europa (LXX)
- Una historia de Europa (LXXI)
- Una historia de Europa (LXXII)
- Una historia de Europa (LXXIII)
- Una historia de Europa (LXXV)
- Una historia de Europa (LXXVI)
- Una historia de Europa (LXXVII)
«Hombres buenos». La recomiento. Excelente obra. Los dos personajes principales, una delicia. Yo me decanto por don Pedro Zárate: esa determinación nostàlgica tan especial y tan española. Y el honor, algo ya en extinción, tan presente en toda la obra, en sus dos personajes. No desfallecen, no decaen (no hacen amagos de dimitir), no abandonan (hay quien abandona el barco, hoy lo podemos decir más que nunca, cuando él mismo ha abierto la gran vía de agua; ahí se os queda el marrón).
Pero quiźas el personaje principal a lo largo de todo el libro sea la RAZON. Y la cultura y las ansias de saber y el conocimiento. Me han dado ganas de volverla a leer.
Cuando yo era pequeño y estudiaba historia en un colegio de curas, llegar a la Ilustración era mentar al diablo. Se desprestigiaba, se denostaba y se nos imbuía como la peor época de la hummanidad, el origen de todos los males modernos.
Los de mi generación hace tiempo que superamos ese odio que nos transmitieron en tiempos del emperador Paco a la Ilustración. Y lo superamos leyendo y leyendo. Y hablando. Buceando en los libros, algunos todavìa prohibidos, de historiadores extranjeros o españoles exiliados. Y, creo que para todos nosotros la Ilustración constituyó un paradigma de nuestra forma de ser y pensar, el rasgo distintivo de toda una generación.
Curiosamente, ahora mismo y desde el siglo pasado, para la izquierda bienpensante «moderna», mejor dicho, «posmoderna», la Ilustración es objeto de burdas y graves críticas y origen de desgracias como el eurocentrismo y el colonialismo. Llegó, como llegan las langostas a los campos agrícolas, arrasándolo todo, las filosofías deconstructoras, Derrida, Foucault, Sartre, etc. Llegó el posmodernismo y la posverdad. Llegaron todos los «post». Y, de nuevo, la Ilustración ha sido y es objeto de todas las críticas y, de nuevo, denostada.
Los progres. Un cáncer de esta civilización de finales de siglo y principios de éste. Los progres, una enfermedad crónica que padece todo gilipollas que se precie. Los progres, esos que hacen amago de autoinmolarse para ser aclamados y, como los grandes dictadores (Gadafi entre ellos), impulsar el que se les reconozca, se les alabe y se les ruegue encarecidamente que no se vallan (debería haber puesto «vayan», pero en este caso quiero decir que no se les pongan vallas a sus acciones). Antes, los tiempos del emperador Paco, ahora los del emperador Pedro. Hagan apuestas, por favor, este no se va ni con agua hirviendo. Cinco días de oro, cinco días de aclamación sin límites, cinco días de agonía nacional para que el Gran Líder, el Gran Timonel, no se vaya. De verdad, espero encarecidamente equivocarme. Esto cada vez se parece más a una dictadura bolivariana. ¡La exaltación del líder supremo!
Bueno, quizás me he ido un poco del tema. La Ilustración. Quizás necesitemos urgentemente otra nueva Ilustración que traiga de nuevo racionalización y verdadero progreso.
Gracias, don Arturo. De nuevo un capítulo más, excelente, de esta nuestra historia.
Saludos a todos.
Magnífica definición literaria y literal de lo que vivimos en nuestra juventud ( y sobrevivimos a ello , sin traumas). Estupenda descripción de lo que vivimos ahora mismo en manos de reyezuelos felones y devoradores de la realidad , que no les conviene.
Gracias, muy amable por su parte. Usted lo ha descrito inmejorablemente: reyezuelos y felones.
Saludos.
Desde más allá de un Océano y de una Cordillera, estoy completamente de acuerdo con Ud.
Gracias, sr. Sepúlveda, le leo sus comentarios habitualmente y es usted un Océano de sabiduría y una cordillera intelectual.
Nada separa a los espíritus afines, unidos en la racionalización sin dogmas, ni océanos, ni cordilleras.
Saludos.
Ha hecho Ud. que me sonroje, jajaja
Buenos días Sr Pérez Reverte.
Siempre me fascinaron esas tertulias que las damas pudientes organizaban para disfrutar personalmente de lo más granado de las Ciencias y las Artes.
En España, había una señora que preparaba lentejas y reunía a personas importantes en el siglo pasado.
Reconozco que me habría gustado participar en alguna, pero carecía de edad e importancia para ser invitada.
No tengo interés por todo lo que me rodea, mi mente actúa creando focos de luz a los que dirijo mi atención (ese era el comportamiento del Dr Cristow, víctima de una novela de A. Christie) y no siempre de forma debida.
Uno de mis fervientes deseos era haber sido miembro del Reino de Redonda creado por Javier Marías. Desconocía que era una editorial, imaginaba un club de gentes » leídas y escribidas» en la que pudiese ser admitida como espectadora.
Ensoñaciones, verdad? Pero soñar con los pies en la tierra, es un placer.
La razón está sobrevalorada. Ya lo expresó admirablemente Goya con su pintura, con su aguafuerte de la serie los Caprichos: «el sueño de la razón produce monstruos».
La razón, muchas veces separada de cualquier ética, la historia lo demuestra, también ha contribuido a no pocas barbaridades en su propio nombre. Cierto que sirvió para desgajar la religión de la ciencia, dejándola encasillada en el reino de las creencias indemostrables y quitándole todo atisbo de poder sobre el mundo terrenal. Pero al precio de dejarnos sin fe que sustentara todo el andamiaje de unos valores fundamentales. Y transitamos del todo a la nada y viceversa, para hacer del hombre la medida de todas las cosas; cosas que incluso intelectualmente no aguantan medida alguna.
La razón nos hizo libres de dogmas ancestrales, pero creando otros dogmas, los suyos propios, que dejan sin solución y sin respuesta a muchas cuestiones a las que nos debemos enfrentar a lo largo y ancho de nuestra existencia: ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos? ¿para qué existimos?…
Yo me quedo de la razón con el concepto de permanente búsqueda de la verdad, con el método científico como medio para analizar las circunstancias de la realidad. Pero tengo siempre muy presente lo enunciado por el gran Arthur C. Clarke: «cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». Debemos ser conscientes y estar preparados para ello, para evitar volver a caer en los tan peligrosos dogmatismos religiosos. Dubito ergo sum. Dudo luego existo…
Excelente, sr. B. Usted, querido amigo, ha descrito los excesos que, como toda actividad humana aunque sea epistemológica, pensante, teórica, siempre existen gentes que llegan y abusan de ella y la tergiversan.
Sus dos últimos párrafos son inmejorables. Sobre todo lo relativo a la búsqueda de la verdad y de forma científica. La verdad. Eso que algunos, precisamente posmodernos y anti-Ilustración, dicen que ya no existe, que estamos en la época de la posverdad.
Respecto a la magia, efectivamente ahora mismo la IA, la famosísima IA, es indistinguible de la magia. Pero no magia de brujos o brujas buenos sino de perversos y traicioneros científicos, locos de atar.
Los dogmas no los crearon los ilustrados, no, fueron los que se apuntaron al carro e hicieron degenerar todos los pensamientos positivos, los jacobinos, los revolucionarios sangrientos y, luego, más tarde, los dogmáticos de la economía libre de mercado. Y, hasta ahora. Mire usted cómo los jacobinos se compran casoplones y ponen bares. Menos mal que ahora no tienen guillotinas… creemos.
Dese cuenta, sr. B. que siempre que hay un movimiento intelectual positivo (hay excepciones como el marxismo o el maoismo) llega alguien y lo jode (perdón por ser tan expresivo). La misma doctrina del Maestro, estés o no estés de acuerdo con ella, significó la llegada de la esperanza. Sin embargo, llegó luego la iglesia papal, la ortodoxa, los nestorianos, Lutero, Calvino, etc. y lo jodieron todo. Del Maestro no dejaron nada. Nada. NADA.
Un abrazo.
Estamos unidos, querido amigo ya casi hermanado, por una similar filosofía vital, por unas creencias y valores singulares casi en extinción y por unas experiencias, probablemente, más que próximas donde no se disiente salvo en raras ocasiones. Me imagino con gozo disertando con usted y con otros personajes de estas líneas semanales que mantenemos, en el decorado de ese programa mítico de José Luis Balbín, «La Clave», la última tertulia que para mi merecía ese nombre, donde los invitados no se atropellaban normalmente el turno de palabra, y cuyas intervenciones, aún con distintas ópticas y perspectivas, conseguían amparar para todos algo muy cercano a una verdad agradable, sincera, integrada y apasionante. Y encima olía a un aromático tabaco de pipa, cuando aún no era un crimen de lesa majestad disfrutar del pequeño frenesí que ahora apabulla y se prescribe; mientras las imágenes de matanzas y tragedias, ahora, corren como versos libres por las distintas cadenas de televisión, casi unicamente preocupadas por segmentos de publicidad, paneles de expertos y audiencias de tragaderas de producto reciclado, envuelto con parsimonia y con cintas de colores para no herir sensibilidades uniformes politicamente correctas. Eran otros tiempos, donde la concordía aún nos parecía posible y tal vez no era una tertulia. A lo mejor era el último de esos salones ilustrados.
Un gran abrazo, compañero del alma, compañero, y gracias por sus palabras.
Perdón, se me ha olvidado decirle: el sueño de la sinrazón produce infiernos, gulags, revoluciones culturales maoistas, zapaterismos, sanchismos, madurismos, chavismos, castrismos, kin-yun-ismos y putinismos. Goya pintó ese cuadro en un momento muy particular en el que, después de la Ilustraciòn, vino la Revoluvión robersperiana y guillotinesca y vino el totalitarismo napoleónico. Goya, el pobre, estaba ya hasta las mismísimas mollejas.
Un abrazo.
No lo resisto y lo dejo aquí porque sé que don Arturo lo considera el mejor inicio de una novela jamás escrito:
«Erase el mejor de los tiempos y el más detestable de los tiempos;
la época de la sabiduría y la época de la estupidez, el período de la fe
y el período de la incredulidad, la era de la Luz y la era de las
Tinieblas, la primavera de la vida y el invierno de la desesperación.
Todo lo poseíamos y nada poseíamos, caminábamos en derechura
al cielo y rodábamos precipitados al abismo.»
(Y también sé que esto viene más adecuado en el próximo Capítulo, pero, como dije, no me pude resistir).
Por favor, continúe…
¿Continuar? Tentador.
Plagiar a Dickens ha pasado por mi mente, como a todo aprendiz de escritor que se considere tal, pero… No, mejor no.
Grata lectura, siga usted por favor. Sólo una precisión de la realidad en la Madre Patria: aquí caminábamos en izquierchura al abismo, la derechura gana pero no gobierna. Toda la calaña, junta, lo impide.
La calaña, sí, que gobierna en todas partes y campea a sus anchas en los otrora sagrados templos del Saber y la Verdad… La Ciencia ha sido reducida a un par de blogs y alguna serie de TV… En fin: «Omnia mutantur, nihil interit».
Cuando leo los amenos resúmenes de historia del señor Perez Reverte, deseo hacer una gimnasia de imaginar la múltiples relaciones humanas y su desarrollo comprendiendo que tanto hombres como mujeres han influido en el curso de la historia con sus actos tanto nobles, heroicos, bien y mal intencionados, ambicioso, rebeldes e incluso asombrosos, siempre dentro de las características de su entorno y necesidades.
Dentro de las definiciones que existen sobre ¿qué es la historia?, me gusta esta:
“La historia es la disciplina que estudia los acontecimientos pasados de la humanidad, basándose en documentos, registros, o testimonios confiables, para dar pruebas de lo ocurrido y sustentar las narraciones e interpretaciones escritas por los historiadores”.
Por esto, yo imagino el destino del hombre, sujeto a los sucesivos cambios de un campo de fuerzas que se han ido modificando, día a día, año a año, siglo a siglo. Todo campo de fuerza, el cual puede tener desde solo dos vectores a millones de ellos, dirigidos en diferentes sentidos, es improbable que se mantenga en equilibrio absoluto, es decir inalterable, por lo cual se desplaza, por momentos en forma notoria y en otros en forma imperceptible.
La pregunta que realizo es entonces, ¿cuál es la dirección de ese campo de fuerzas desde el hombre primitivo al actual?.
En mi opinión la respuesta es que solo ha cambiado la superficie del campo de fuerza, la cual aumenta y el número e intensidad de los vectores, dirigidos a un rumbo incierto, cada vez a mayor velocidad.
Es decir, que no sabemos hacia dónde nos dirigimos.
Yo tengo la teoría que para mejorar la vida de las personas, de los pueblos, es necesario disminuir la velocidad de ese desplazamiento sin rumbo cierto, esto permitiría enfriar los ánimos, y poder pensar con mayor calma, por ejemplo: ¿como se puede vivir mejor dentro de nuestro competitivo y caótico mundo?, ¿qué cambios deberíamos adoptar para una vida más plena?.
Resumiendo, necesitamos no solo evitar el calentamiento global, también necesitamos enfriar nuestras desmedidas ambiciones.
Pero, el hombre es ambicioso, si no lo fuera seríamos plantas o árboles, entonces lo que digo es, que con nuestra ambición de humanos, tendríamos que cambiar el objetivo de la misma en busca de horizontes más nobles para todos, objetivos que nos beneficien a todos.
Sin ambición, el hombre o la mujer no se esforzaría por estudiar, por llevar adelante una familia, una empresa, por realizar su casa, por escribir un libro, por enseñar. La ambición es el combustible para que el mundo se mueva, pero, si para saciar nuestra ambición necesitamos destruir el medio ambiente o nuestro prójimo, la misma es como mínimo peligrosa. Estos son para mí los temas que debemos debatir y encontrar soluciones en este nuestro mundo que debe ser compartido. Y aquí surge otro capítulo de la historia humana, (que terminará sin duda alguna con nuestra extinción), para poder compartir es necesario no ser egoísta.
Cordial saludo
Buenas tardes señor Brun, interesante planteamiento el expresado por usted. Yo prefiero hablar de motivación que de ambición pues, esta última, parece tener un sentido más de riqueza y avaricia que de generosidad y satisfacción personal y colectiva como estimo de la primera. Tal vez sea la maldita comparación entre las personas la que crea la necia necesidad, muchas veces inútil y artificial, que es la base de la ambición.
Y tal vez la tarea a cumplir en un futuro, y base de la felicidad, es la de sentirse satisfecho sin que eso nos encumbre por encima de los demás y, desde luego, sin que nuestra satisfacción se nutra de la infelicidad y la pobreza material y espiritual de otros e incluso de nosotros mismos.
En algún momento alguien decidió que el dinero y la acumulación de bienes sin freno era más importante que el compartir la dicha, el sosiego, la paz y una conciencia placecentera y, como usted muy bien dice, sin agobios y sin tanta prisa absurda . Y ese que decidió e impuso tamaña estupidez se equivocó; y todos vamos detrás como corderitos de esa aberración. Un ejemplo: ¿quién decidió que disponer de un gigantesco y carísimo yate, con decenas de marineros y criados a nuestro servicio, era más importante que disfrutar con nuestra persona amada o amistad de un paseo en una barca de remos alquilada, y en el estanque de un parque un día soleado de primavera? ¿Por qué esa carrera insaciable y al parecer insalvable para conseguir objetos y más objetos, muchas veces inútiles y repetitivos nos va a dar la paz y tranquilidad que son la base de la verdadera satisfacción? Tal vez deberíamos, yo el primero, mirar con más codicia la sonrisa sincera del vecino ante nuestro saludo, que las subidas de las cotizaciones bursátiles de nuestras acciones. La única cuestión importante es que ese cambio de mentalidad deberíamos adoptarlo todos al mismo tiempo, para evitar recrear desigualdades que nos lleven, de nuevo, al asqueroso punto de partida. Ahí, donde estamos ahora.
Un gran abrazo.
Creo señor B, ya lo he dicho en otra oportunidad, debemos redefinir el sentido de éxito, porque deja afuera del sistema a miles de millones de seres humanos en todo el planeta, fundamentalmente a los más jóvenes, que son los que pueden llegar a sufrir toda su vida por no tener las cualidades para alcanzarlo.
No descarto ni deseo disminuir al mérito, solo digo que tenemos que encontrar caminos para poder inventar un sistema de vida más humano, más amigable. No tengo idea como hacerlo, pero, estoy seguro que debemos hacerlo.
Cordial saludo estimado amigo,señor B
Curiosa teorìa, sr. Brun, estimado. Que la ambición es lo que nos hace humanos. Siento disentir en este caso con usted pero decirle que, en mi opinión, si que la ambición forma parte consustancial de muchos humanos.
No sé si han descubierto un gen que sea el de la ambición o está por descubrir y que se da en mucha gente. Pero quizás sea un factor de la educación. En los niños ya se vislumbra esta tendencia a quererlo todo y nunca estar satisfecho con nada. Y suele resolverse este por qué, viendo cómo son los padres. Por ejemplo, quiero decir, si usted tiene hijos, por cómo es usted, cosa que detecto por sus estupendos escritos, no creo que sean ambiciosos.
Si desde pequeño te educan de forma que entiendas que el mundo al completo es tuyo, sin cortapisas y que lo han creado sola y exclusivamente para tu satisfacción, que está ahí para que vayas y te apropies de él, ya 3stá cumplida esta maldición de la ambición.
Porque, no confundamos, por favor. La pasión por algo, la pasión por una actividad, una matera, unos estudios, por la música, por el arte, por la escritura, por la naturaleza, etc., yo no lo llamaría ambición. Creo que son dos conceptos diferentes e incluso enfrentados. Eso, sí, se pueden dar las dos cosas juntas en una persona. Hay músicos ambiciosos, pintores, deportistas, etc.
A mi me conmueven esos grandes artistas, pintores, escritores, músicos, que llegan a lo alto de su actividad por pasión y, luego, se retiran al anonimato y a disfrutar de su pasión en la intimidad. O esos otros que dedican su pasión por una profesión al servicio de los demás y que nunca son enaltecidos, exaltados ni reconocidos. Son cosas a observar. Un escenario, por ejemplo, para ello, son los actos de entrega de los premios Princesa de Asturias. Hay premiados que, si se fija usted, se comportan tímidamente, dan su pequeño y tímido discurso como pidiendo perdón, y se vuelven a sentar, aislados del mundo y refugiados en sus pensamientos.
Quizás hay un tipo de ambición que es la más perniciosa, sobre todo para los demás: la ambición por el poder. Dominar a los demás, manejarlos, decidir sobre personas y cosas, imponerse a los que se te oponen por cualquier medio, buscar la aclamación, la deificación del líder, etc. Quizás, como todo, la ambición que ya es negativa de por sí, en exceso, es patológica, una enfermedad mental más.
Interesantes asuntos estos. Para escribir o leer y discutir largo y tendido. La ambición, la pasión y… la falta de ellas.
Eso creo, sr. Brun. Ambición y pasión, creo que hay que distinguir.
Saludos.
Es una gozada leer el artículos del señor Perez Reverte y después leerles a ustedes en esta agradable tertulia escrita.
Gracias a todos
Pues anímese, don Florencio, a participar con sus opiniones y experiencias en esta tertulia amistosa y ya casi familiar, donde abrimos nuestra alma ante el catalizador de los artículos del señor Pérez Reverte.
Es muy cierto, el sentido de las palabras o cómo las decimos, puede ocasionar una guerra.
“Pasión”, me remite a nuestro espíritu, a una virtud noble, incluso al sentimiento por otra persona. En cambio “Ambición” la relacionamos con los bienes materiales. “Era ambicioso y solo deseaba conseguir más y más dinero, hasta que murió atragantado en su fortuna”.
Pero también podemos decir:
“Su ambición por la perfección y la excelencia le permitió terminar los frescos de la Capilla Sixtina”.
Seguramente las palabras no tengan la culpa de nada, el problema somos nosotros.
Cordial saludo estimados amigos señor, B y señor Ricarrob.
Gracias por esta espléndida tertulia…los sigo desde Roma, gran admiradora de don Arturo que siendo nacida en Argentina tengo el placer de leer en español desde hace muchos años…y desde hace varios meses sigo el curso de historia europea y así descubrí este lugar de comentarios de lujo,saludos para todos!!
Ante comentarios como el suyo es cuando me doy cuenta del valor positivo que puede tener esa ventana al mundo que es la red de redes. Anímese usted, con sus opiniones y experiencias, a hacer aún más placentera esta charla de amigos que, sin conocerse en persona, nos hemos ido acostumbrando a comunicarnos casi cada semana. Un saludo.
Es el valor intelectual de esta ventana que hizo que me conecte,no creo estar a tan altos niveles….pero me resulta muy placentero leer a don Arturo y a todo el grupo que comenta…debo decir que es la primera vez que participó a una charla virtual, no tengo Facebook, ne instangran,ni nada que se le parezca…cordiales saludos desde Roma!
Eso es lo que se percibe,una ventana al mundo que gusta,excelentes los comentarios de todos,repito un gran placer…no sigo las redes,no tengo Facebook, Instagram, etc,pero esta chat hace pensar que hay islitas que existen…cordiales saludos a todos !!
Gracias por esta tertulia virtual!!gran admiradora de don Arturo desde hace muchos años!que siendo argentina tengo el privilegio de leer en español!vivo en Roma desde hace 46 años (ni falta decir porque, siempre la historia…)y hace unos meses y justamente porque me interesa la historia me tope con este sitio y la historia de Europa que leo con enorme placer,lo mismo que todos los comentarios, un lujo!!
Bienvenida y lea Ud. alguna de las novelas de Don Arturo, para que comprenda el por qué de estas tertulias virtuales en su entorno.
Le recomendaría, siendo Ud. argentina, y vecina mía por tanto, que leyera «El Tango de la Guardia Vieja».
Bueno,de don Arturo he leído bastante,pero no este que me recomienda, lo haré con mucho gusto, creo que el que he preferido es El Maestro de Esgrima
Gracias por la recomendación, vecino,aunque yo vivo en Roma,de don Arturo,he leído mucho,club Dumas, todos los Alatristes,etc,etc,El maestro de Esgrima me gustó particularmente..saludos para aquel país tan significativo para mi!!(otra historia)