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Una historia de Europa (X)

Unos nueve siglos antes de que naciera Cristo, un hombre llamado Licurgo vivió en Esparta. El nombre, Licurgo, suena seco y recio; pero más seco y recio fue lo que hizo con sus conciudadanos. Esparta y Atenas eran los dos estados griegos más importantes de la época; sin embargo, mientras los atenienses se regían por mecanismos democráticos muy avanzados (al fin y al cabo los inventaron ellos) y en su polis florecían el pensamiento filosófico y la cultura en general (o sea, lo que hoy llamaríamos humanismo), Esparta era todo lo contrario. Se regía ésta por un código de leyes creadas por el tal Licurgo, cuyo objetivo era convertir al personal en gente guerrera y sobria, militarizada, resistente, dura como la madre que la parió. Los flojos no tenían lugar allí. Los que nacían débiles o enfermos eran abandonados en el monte. Los otros, a partir de los siete años, eran arrebatados a sus padres y llevados a escuelas-cuarteles sin libros, escritura o ciencia, de los que salían convertidos en los mejores soldados de su tiempo. Su único objeto era combatir; y su obligación, servir en el ejército hasta que cumplían sesenta tacos. Dedican la mayor atención a los niños y se la dedican oficialmente, señalaba con admiración Aristóteles en la Política, donde parece envidiarlos tanto como otros pensadores griegos, entre ellos Jenofonte en su interesante República de los lacedemonios (tal vez porque cuando escribían eso ya estaba la democracia de Atenas en decadencia). De todas formas, como digo, esa atención hacia las criaturas era más atlética y militar que otra cosa, porque durante su formación los pobres espartanitos sufrían un entrenamiento tan duro que, a su lado, los marines y los comandos de las películas (señor, sí, señor, y todo eso) parecen florecillas silvestres. Eran continuamente golpeados para acostumbrarlos a sufrir sin quejarse y obligados a soportar hasta la muerte el frío, el calor, el sueño, y se les hacía robar alimentos para que aprendieran a buscarse la vida. El caso es que, niños o adultos, los espartanos comían poco y mal, vivían en casas sencillas y también, como detalle curioso, se habituaban desde enanos a ser parcos en palabras: poco había entre ellos que no pudiera resolverse con un sí o un no. Y como la región donde estaba Esparta se llamaba Lacedemonia o Laconia, a ese lenguaje breve, tan duro y seco como sus habitantes, se le llamó laconikós, o de estilo espartano. Lacónico, o sea; palabra que todavía hoy usamos para referirnos a lo breve y definitivo. Incluso a la hora de partirse el pecho, degollar y otros etcéteras, la idea era tomárselo todo con sobriedad y calma: las falanges de hoplitas espartanos no corrían jamás, sino que avanzaban despacio, impasibles, lo que acojonaba mucho a sus enemigos (actitud que más tarde iban a adoptar los tercios de infantería española que en los siglos XVI y XVII combatirían en Europa). El caso es que mientras Atenas acabó siendo la democracia más auténtica y radical que ha conocido la Historia, Esparta, con su sociedad militarizada, se convirtió en un pueblo guerrero cuyas leyes y costumbres, o parte de ellas, han sido imitadas después de modo siniestro por regímenes autoritarios como el fascismo, el nazismo y el comunismo, y con diversa fortuna por otros sistemas políticos decentes. Pero ojo: no mezclemos churras con merinas ni siglos con siglos, ni en lo bueno ni en lo malo. Aunque en algunos aspectos la sociedad espartana era un modelo de igualdad, la que se daba en las falanges de hoplitas o en los cuarteles militares no se extendía a toda la sociedad, o tardó tiempo en hacerlo. Durante un largo período, Esparta siguió siendo, por la cara, una oligarquía donde un pequeño consejo de familias destacadas detentaba un poder notable, donde (a diferencia de la vecina Atenas) los cargos públicos no rendían cuentas ante el pueblo, y donde, aparte de los ciudadanos oficiales, a los que se prohibían el trabajo manual y el comercio, estaban los perioicós o periecos (los vecinos, traducido), que carecían de ciudadanía pero comerciaban y poseían sus propias tierras, y los eilotes o ilotas, mayoría sometida a esclavitud y víctima de un trato despiadado (si los espartanos eran duros consigo mismos, imaginen cómo las gastaban con los de abajo). Sin embargo, recios y cabroncetes como eran en casi todo, asombra el estatus singular de sus mujeres. A diferencia de otros lugares donde las señoras eran recluidas en casa por si repetían la jugada de Elena de Troya (Homero dejó a todos los padres y maridos de entonces con la mosca tras la oreja), las espartanas de tronío pisaban fuerte. Eran, literalmente, hembras de armas tomar. Decían a sus hijos vuelve con tu escudo o sobre él (lo que significaba vencedor o fiambre), participaban en los ejercicios gimnásticos, tenían acceso a la educación y una libertad considerable para la época. Tanta, que dejaban como marujas de telenovela al resto de mujeres griegas.

[Continuará].

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Publicado el 28 de agosto de 2021 en XL Semanal.

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ricarrob
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3 años hace

Mezclemos, mezclemos a las merinas y a las churras. ¡Porqué no! Eterna la guerra es entre humanismo y cualquiera de las múltiples formas de oligarquía y sus grados. Y parecería que los espartanos con toda la parafernalia en la que se montan, en una guerra contra Atenas (Guerra del Peloponeso), se los iban a comer con patatas, las Waffen-SS. A los blanditos humanistas y demócratas. ¡Pues no! De blanditos nada. Les costó lo suyo y vencieron quedando malparados, con ayuda de las enfermedades y de los persas, siempre prestos a “joder la marrana”. Lo que demuestra que, para defender lo propio, con valor y ganas, con convicción (siempre con permiso de los políticos), no hace falta crear monstruitos. Y, mezclando, mezclando, no se ha inventado nada nuevo al intentar ideologizar las mentes desde niños. Franco contraste entre la educación de Atenas, abierta y libre, enseñando a pensar, y la de Esparta, con su adoctrinamiento. Ocasión tenían los atenienses de acudir a pedagogos como Sócrates, o a Sofistas y, por lo menos, poder elegir. No así los lace-demonios y su ingeniería social. Y, en realidad, no me estoy refiriendo a nada. ¿O sí?

Juanvi
Juanvi
3 años hace

Una democracia avanzada, la ateniense: allí, era impensable que un político siguiera conservando el puesto que le habían confiado los ciudadanos si se le pillaba mintiendo al pueblo. Igualito que ahora con Pinocho Sánchez! Eso sí, como los espartanos, los hijos son del Estado. Pero sólo para lavarles el cerebro, en plan buen rollito.

ricarrob
ricarrob
3 años hace
Responder a  Juanvi

Imaginémonos a Pitágoras enseñando matemáticas de género y riámonos un poco (que no es lo mismo que reirnos de los monos) de su triángula. De todas formas es necesario prohibir la figura geométrica de la triángula ya que tiene connotaciones sexistas desde el tiempo en que se dibujaba en las cavernas. Por cierto hay que prohibir la prehistoria ya que los paleolíticos eran machistas por dibujar estas cosas (sin el permiso de la insigne Gimbutas). Y a Platón enseñando filosofía de género y describiendo su munda de las ideas-ideos o como coño se diga en griego. Riámonos de tanta imbecilidad, de tanta inconsistencia mental, de tanto zapaterismo. Riámonos, riámonos que es sano.

mateo
mateo
3 años hace

Don Arturo, Que piensa usted de volver a establecer el servicio militar en España para jóvenes? Creo que los que lo hicimos (dos años en la marina) adquirimos disciplina para enfrentarnos a la vida con mas éxito que los chicos de ahora. No cree usted?

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