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Una historia de Europa (XCI)

La segunda mitad del siglo XIX iba a ver cambios tan espectaculares en el paisaje que a Europa no la reconocería ni la madre que la parió. Uno de los lugares donde más iba a alterarse el asunto fue la fragmentada Italia, viejo coto de caza de españoles, franceses, austríacos y todo el que pasaba por allí. Incluidos los Estados Pontificios, núcleo duro, aquello era un bebedero de patos donde cada perro se lamía su órgano. Pero los tiempos napoleónicos habían caldeado el espíritu nacional, que andaba en busca de quien le diera forma; y el momento llegó cuando, descuajeringados los restos del Ancien Regime por la revolución de 1848, Austria, dueña del norte de Italia (la película Senso, de Visconti, ambienta bien ese momento), empezó a flojear, aquejada de sus achaques domésticos. Más que movimiento popular, pues eso vino luego, la idea de una Italia unida (expresada en la bonita palabra Risorgimento) fue un impulso romántico donde se mezclaron tradición, literatura, música, liberalismo, conspiraciones revolucionarias y sociedades secretas: ingredientes que inevitablemente debían seducir a una juventud de procedencia burguesa, que se lanzó con entusiasmo a la aventura. Alentadas al principio por el patriota exiliado Mazzini, fundador del periódico La Joven Italia, menudearon insurrecciones, represión, fusilamientos (en Calabria, los hermanos Bandiera y sus camaradas supieron morir gritando ¡Viva Italia!), y todo eso alimentó la hermosa idea de una república unificada e independiente que incluía, ojo al dato, la desmembración del todavía potente Estado Pontificio. Surgió ahí la figura providencial del conde de Cavour, ministro del reino del Piamonte, liberal muy demócrata y muy burgués, consciente de dos detalles: que el principal obstáculo era la presencia austríaca en Lombardía y el Véneto, y que las masas populares, incultas y apegadas a las tradiciones, no estaban maduras para una república. Así que, con mucha inteligencia y barriendo para casa, propuso unificar Italia bajo los auspicios de la casa de Saboya, que reinaba en el Piamonte y Cerdeña. Y para hacer la idea más apetitosa convirtió el pequeño enclave piamontés en un estado moderno, polo de atracción para el resto de una península sometida a regímenes reaccionarios; hasta el punto de que Turín, capital piamontesa, se convirtió en refugio de cuanto patriota italiano lograba salvar el pellejo. La idea encontró apoyo en la burguesía y también en republicanos duros como Daniele Manin (Unifique Italia y todos los republicanos patriotas estaremos con usted, escribió a Víctor Manuel de Saboya) o como el legendario Garibaldi, pintoresco revolucionario profesional dispuesto a aplazar sus convicciones, pues consideraba la unidad italiana más urgente que la misma libertad. Se abrió a partir de 1859 un tormentoso período de insurrecciones, guerras, victorias y derrotas (la Francia de Napoleón III, de la que hablaremos más adelante, primero fue aliada y enemiga después); pero poco a poco la nueva Italia se fue llevando el gato al agua tanto en el norte, donde la guerra con los austríacos tuvo sus altibajos, como en el sur, en Sicilia, donde Garibaldi, con un millar de sus famosos camisas rojas (lean El Gatopardo o vean la película, porque Burt Lancaster está enorme), desembarcó y, tras expulsar a los apolillados Borbones que regían aquello, se dirigió a Nápoles, destronando al rey local, Francisco II. De ese modo, por la cara, Nápoles y Sicilia fueron incorporadas al nuevo estado federal; y el primer parlamento, reunido en Turín, proclamó rey de Italia a Víctor Manuel II. Después de la victoria franco-italiana de Magenta contra los austríacos (1859) el rey entró en Milán, capital de Lombardía, entre el entusiasmo popular. Sólo quedaban dos fichas de dominó por caer: el Véneto, que seguía en manos austríacas, y Roma y su región, en manos del papa. Siete años después, una Austria tambaleante (además de a los italianos se enfrentaba a Francia y Prusia) tuvo que entregar Venecia. Y en cuanto a la Roma papal, el siempre travieso Garibaldi dirigió una insurrección que puso a Su Santidad contra las cuerdas, salvado en último extremo gracias a una intervención militar francesa. Presionado por sus católicos (Ne laissez-pas les italiens s’emparer du siège de Saint-Pierre!), Napoleón III se tornaba adversario. Sin embargo, dos años después, la política internacional (desastre gabacho ante Prusia) obligó al tercer Napo a decir al papa si te he visto no me acuerdo, chaval. Y en septiembre de 1870, tras un simulacro de combate para salvar la cara con más tongo que la lucha libre americana, las tropas reales entraron en la ciudad, proclamándola capital y consumando, al fin, la anhelada unidad de Italia.

[Continuará].

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Publicado el 18 de octubre de 2024 en XL Semanal.

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John McLane
John McLane
4 ddís hace

Viva V.E.R.D.I.!

Basurillas
Basurillas
3 ddís hace

¡¡Avanti Savoia!

Julia
Julia
3 ddís hace

Buenos días Sr Pérez Reverte.

La Historia del siglo XIX, a pesar de haberla estudiado ‘in illo tempore’, no permanece en mi memoria.
Quizás porque era a finales de curso cuando tocaba, junto con el siglo XX .
De este último por nuestra Guerra Civil se pasaba por encima, salvo el escrito del Generalísimo donde declaraba la rendición del ejercito rojo y la guerra ha terminado.
Ni una batalla ni nada digno de mención, un resumencito y hala, a seguir con los 25 años de paz de Franco.
Entre eso y la revolución industrial, lo que conozco de esos siglos lo he escuchado de personas cercanas a esas fechas por edad y siempre preferiré la Edad Antigua, aunque la Prehistoria también me gusta.

Y la que me horroriza es la Edad Media. No me gustan ni las películas, hace frío y hay lluvia, barro, pestes, caballeros incultos luchando en torneos, frailes encapuchados encerrados en conventos guardianes de la cultura. Uf, uf.
Recomienda usted leer le libro o ver la película de El Gatopardo. Pues no he leído el libro ni visto la película, a pesar de que , como usted, mi hija ratón de biblioteca me lo ha aconsejado siempre. Pero no me llama.
Como siempre, es muy amena su historia de la Historia.

Ricarrob
Ricarrob
3 ddís hace
Responder a  Julia

¡Señora, por favor, en plena Edad Media, en el siglo XIII, en Europa, se crearon las universidades y fue el siglo de la primera poesìa romàntica y del amor cortés!

ricarrob
ricarrob
3 ddís hace

Ayer, hoy. Historia.

Como siempre, excelente artículo, don Arturo. Se disfruta leyéndolo.

Pero, hoy, casi no tengo nada que decir. Y, quizás, cuando no se tiene nada que decir lo mejor es decir algo, lo que sea. Para salir del hoyo mental. Porque, cuando no se dice nada, se guarda silencio, ante los que todo lo dicen sin decir nada, nos abocamos a la irrelevancia, todos.

Italia, la península itálica. La historia siempre ahí, maestra para quien quiera aprender. Modelo de lo que se debe hacer y de lo que no. Italia, siempre separada en feudos, en ciudades, en ducados, en repúblicas. Desde los romanos. Mosaico de gentes diversas que hicieron labrarse un lugar en Europa y en el mundo. Con una rémora siempre palpitante e inicua, la del poder temporal del poder espiritual (oxímoron) de un Estado con sotana, un Estado de curas.

Pero, a lo que iba. tan variopinto mosaico, resulta que tenía internamente una gran fuerza centrípeta, unas profundas ganas de reunificación, un alma de cuerpo único que consiguió lo que parecía imposible, ante el poder mayestático y en descomposición total de los odiados habsburgos. Las tropelías que este poder causó en Italia fueron tremendas.

Ya lo he mencionado en otras ocasiones pero, sin querer ser repetitivo, o sí, decir que si se quiere palpitar con el espíritu de las gentes de Italia del XIX y más, lean ustedes a la irrepetible Oriana Fallaci, el libro testimonio «Un sombrero lleno de cerezas».

Hoy, aquí, otras fuerzas, esta vez centrífugas, llevan, bajo patrocinio izquierdista, a una disgregación de uno de los Estados más antiguos de Europa. Hoy, aquí, se eligen opciones de desunión, de disgregación. Situación letal la que se vive, hoy, aquí: corrupción extrema, nepotismo, disgregación, desgobierno… … …

Ayer Italia. Hoy, aquí.

Saludos a todos.

Aguijón
Aguijón
3 ddís hace

Italia

Florencia:

En San Miniato al Monte
Cimentero Porte Sante
Reposa sin polizonte
Un florentino importante.

(Tiene suerte este italiano
Que escribió de radicales*
Pues en España hay fulanos
Que revientan funerales,

Enterramientos y tumbas
De famosos generales
Mientras enaltecen turbas
Terroristas criminales)

Su epitafio es muy corto
Pero también acertado
Pues necesita muy poco
«Un italiano» enterrado.

Una pequeña bandera
Ondea junto a su tumba,
Que el blanco mármol cuartea
Y unas cuartillas simula.

Lápida original,
Sencilla y nada arrogante…
Otro querrá un Taj Mahal
Para su «Begum» mutante.

Italia, en estos momentos,
Disfruta de su unidad…
España, con sus jumentos,
Camina hacia la ruindad.

Nota:
*Los radicales del siglo XIX (1962) Giovanni Spadolini .
Para «coleccionistas», don Arturo.

David Sepúlveda Pérez
David Sepúlveda Pérez
3 ddís hace

Verdi: – Pero si son judíos cantando por su libertad en Egipto, señor…
Censor austríaco: – Sí, pero lo hacen en italiano, con cantantes italianos ¡Y en Italia!
El ahora famoso coro del «Nabucco», revisado por la censura de Austria en la Italia ocupada. ¡Por poco y nunca lo escuchamos! El «Va pensiero» después sería entonado por las tropas del Rey y los intelectuales. Hasta los milicianos de Garibaldi lo cantaron por acá por Sudamérica.

John McLane
John McLane
3 ddís hace

De ahí el «Viva V.E.R.D.I.», que los italianos pintaban y gritaban por las calles para eludir la censura austríaca, aprovechando el éxito del genial maestro:
Viva
V.ittorio
E.manuele
R.ey
D.e
I.talia

Aguijón
Aguijón
3 ddís hace
Responder a  John McLane

Italia gritaba «V.E.R.D.I.»
España gritó «C.A.F.E.»
Allí para unir Italia
Aquí se evitó caer.

Francisco Brun
3 ddís hace

Esta época que expone el señor Pérez Reverte, más allá de todos los conflictos políticos de una Europa…yo diría siempre convulsionada, culta y religiosa; es el momento en donde el proletariado, fuerza indispensable y mal paga para encender, controlar, arreglar, y apagar las máquinas de la revolución industrial, se presenta en su verdadera magnitud, con un poder sin igual. Entendiendo que tener un poder no significa que con ejercerlo se solucione el problema…también se puede agravar.
El eterno conflicto entre el dueño de la fábrica y sus obreros se pone de manifiesto sin encontrar jamás una solución, a pesar del sindicalismo (por el cual creo que todo empeora).
En una ocasión pude ver la salida de los obreros de una fábrica automotriz; todos se agolpaban en filas detrás de unos molinetes observados por los encargados de vigilancia de la puerta de ingreso y egreso; cuando sonó una sirena que aturdía sin necesidad, cada obrero con su tarjeta de control de horario en su mano la pasaba por un lector del molinete a la hora de salida para destrabarlo y dejarlos pasar. Al verlos, yo pensaba que desde ese momento hasta el ingreso a la mañana siguiente eran libres.
Tal vez yo exagere, pero esta es la realidad de los obreros, el dueño de la fábrica es también por un lapso de tiempo dueño de la vida de sus empleados…¿o sus esclavos?.
Trabajo, salario, obreros, sindicatos, empresarios, políticos, injusticia; ahora se agrega la robótica en detrimento del trabajo humano, perfeccionando a un sistema injusto y perverso, basado en esclavizar al hombre por un salario “digno” para poder vivir.
Entre un empleo y un trabajo, pareciera existir una diferencia, el primero me remite a un trabajo intelectual, el segundo al físico. Pero cuando dentro del trabajo intelectual, aparece el estricto tiempo, duración o límite, para cumplir con el objetivo del contratante que es conseguir los resultados por los que se paga un salario, un servicio, o un producto, material o virtual. Se renueva la situación y la sensación de opresión siempre está.
Este eterno debate, entre empresario, obrero o empleado y el correcto salario, jamás se resolverá; es la eterna lucha por la subsistencia, por el
dinero, por la renta.
Y agrego algo que es una de las cosas que más me molestan; yo he tratado de ser y logré conseguirlo, un trabajador intelectual o lo que es lo mismo, un profesional; pero debo reconocer que cuando observo a esos empresarios exitosos, porque ganan mucho dinero, pero son más brutos que un cajón de papas, pero no obstante los muy cabrones son también muy vivos y saben sumar y restar con más rapidez que una computadora de la NASA; cuando los observo reitero; tengo ganas de tirar todo por la borda y hacer la plancha… ¡Hasta que reviente el puto mundo!.

Cordial saludo