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Una historia de Europa (XCVI)

El largo reinado de Isabel II en España, inestable, vergonzoso, incierto en manos de una reina irresponsable y frívola (es puta pero piadosa, dijo el papa Pío Nono), transcurrió entre descarados repartos de poder entre políticos conservadores y liberales, ruido de sables, pronunciamientos militares y campañas africanas; y a eso hay que añadir, como guindas negras del pastel, una contienda naval contra Chile, Perú y Bolivia, y otra guerra civil, la segunda carlista. Todo eso, poquito a poco, fue dejando el paisaje a punto de nieve para la revolución que en septiembre de 1868 mandó a la reina a tomar por saco, dejando vacante el trono. Los que se la habían cargado y tenían la sartén por el mango (el general Serrano, el general Prim y las inmediatas Cortes Constituyentes) elaboraron una Carta Constitucional muy democrática, bastante potable para la época; pero la palabra república todavía daba repelús, así que ofrecieron el trono a un joven voluntarioso llamado Amadeo, de la entonces prestigiosa casa de Saboya, y para más datos segundo hijo del rey de Italia. Pero cuando el chaval vino a España se encontró con que a su principal padrino (el general Prim, estatua en la Castellana y calle junto al café Gijón) lo acababan de asesinar, que los republicanos lo puteaban, que los partidarios de la reina depuesta y su hijo Alfonsito le hacían luz de gas y que todo el mundo se lo tomaba a cachondeo. Así que hizo las maletas y dijo a los españoles, con palmas de copla: si os he visto no me acuerdo, madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle. Se proclamó entonces con mucho tronío la Primera República, también conocida como La Breve (no duró once meses); que, aunque en ella destacaron políticos de verbo y cabeza como Pi y Margall, Figueras, Salmerón y Castelar, fue incapaz de sobrevivir en un caos de rebeliones carlistas y cantonalistas, zancadillas entre republicanos, indiferencia popular, incultura política y golfería generalizada. Así que un cuartelazo de los generales Serrano y Pavía, derribó al gobierno, disolvió las Cortes y formó un gobierno provisional hasta que, meses después, otro espadón llamado Martínez Campos (como se ve, eran los mílites gloriosos quienes cortaban el bacalao) proclamó en Sagunto como nuevo rey de España al hijo (Borbón, recordemos) de la depuesta Isabel, con el nombre de Alfonso XII. Fue este chico un rey amado por el pueblo, con excelentes intenciones; pero sólo reinó diez años, pues a los 27 de edad se lo llevó la tuberculosis (las películas ¿Dónde vas, Alfonso XII? ¿Dónde vas, triste de ti? cuentan bastante bien aquella época). En ese período, que alumbró una nueva Constitución (vigente hasta 1931), se dio un curioso sistema de gobierno bipartidista: la alternancia pacífica en el poder, conchabados como compadres de cochinera, de políticos liberales y conservadores, en plan vamos a llevarnos bien y entre bomberos no nos pisemos la manguera. Y así, sucediéndose el uno al otro, alternándose en la gobernanza, dirigieron España el astuto liberal Práxedes Mateo Sagasta y el culto conservador Cánovas del Castillo. Que no fue tarea fácil, por cierto, pues tuvieron que comerse el marrón de otra guerra carlista y la crisis de las últimas posesiones americanas. El caso es que así, entre pitos y flautas, España iba encaminándose hacia el final de un siglo incómodo y turbulento que no acabó por integrarla del todo en Europa, sino que la distanció de ella; sobre todo porque la escasa industrialización, que otros abordaban con entusiasmo, se limitó aquí a zonas concretas y producía desconfianza entre las clases altas conservadoras, que veían en los obreros un inquietante germen de chusma revolucionaria. El caso es que, fallecido el duodécimo Alfonso, su segunda esposa, María Cristina de Habsburgo (la primera, muerta muy joven, fue la Mercedes de la famosa canción), se encargó de la regencia, encinta del hijo póstumo del rey fallecido: o sea, del futuro Alfonso XIII, bisabuelo del Felipe VI de ahora. Y no fue un tiempo cómodo para la madre ni para la criatura, porque además de las crisis políticas habituales hubo que hacer frente a la insurrección de Cuba y a la guerra con los Estados Unidos de América. Pese a su heroica resolución, las escuadras de Cervera y Montojo fueron destruidas en los desastres de Santiago y Cavite; y mediante el Tratado de París (1898) una humillada España tuvo que renunciar a Cuba, Puerto Rico y Filipinas, últimos restos de su viejo imperio colonial. En el concierto de las potencias europeas dirigido por Inglaterra, Alemania, Francia y Rusia, limitada a unas modestas posesiones en Marruecos y África ecuatorial, España se resignaba a ser pequeña nota a pie de página. 

[Continuará].

____________

Publicado el 27 de diciembre de 2024 en XL Semanal.

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Ricarrob
Ricarrob
2 ddís hace

Hay veces en las que la teoría junguiana del sincronismo se hace evidente. Y, cuando no se hace evidente es que no le hemos prestado atención, quizás. Artículo de don Arturo sobre la Fofona II, famosa por su Canal (por favor, no me lo entiendan con segundas, o sí), y nuestro nefasto XIX. Y, en mi caso, leyendo a la vez el libro de José Enrique Ruiz-Doménec, «Un duelo interminable».

Y al caso le va la siguiente frase de este libro, frase que me ha impactado, no sé si a ustedes también:

«Recordemos. No hay más remedio, pues la comprensión del pasado es lo que nos hace libres».

El caso es que en este país no aprendemos. Nada. Ni del pasado ni del presente. Y así, no hay futuro. Gran país ignorante de su historia y, por lo tanto, proclive a ser engañado por los tergiversadores profesionales, por los de la ingeniería social, por los embaucadores.

Siglo XIX. El verdaderamente importante para ser conocido y estudiado. Germen de las desgracias posteriores, de nuestra incultura y analfabetismo, nuestra desindustrialización, nuestro desenganche de Europa y nuestra pérdida del tren del progreso.

Y el caso es que la del Canal, entre saltos y saltos de camas, produjo más desgracias que otra cosa: tres guerras carlistas y una república fallida y follada… por todos. España, abierta en Canal.

Y el caso es que el XIX fue un semillero de espadones, unos ultraconservadores y otros liberarcillos de salón. Espadones con muchas medallas, mucha espada, mucho uniforme, mucha prepotencia y mucho orgullazo injustificado. Grandes egos, inútiles con espada, que no producían más que grandes derrotas militares, grandes desastres como los de Cuba, Filipinas y Annual. Muertos, los de siempre: la soldadesca proveniente del pueblo llano, la que no podía pagarse la exención del servicio militar.

El caso de Espartero, no mencionado por don Arturo, quizás sea un poco aparte dentro de toda esta debacle. A veces la Historia no termina de decidirse, de decantarse, por un personaje. Quizás nos perdimos una nueva dinastía reinante, que no fuera de asaltacamas, o un buen presidente de República. Quizás. Pero, bueno, lamentarse por lo que pudiera haber sido y no fue…

Y el caso es que, repetirme de nuevo, no aprendemos. El cantonalismo. Mientras otros, en Europa, de ser tierras fragmentadas en multitud de estadillos diversos, se unían en conjuntos nacionales más fuertes (Italia y Alemania, por ejemplo), aquí quería ser un Estado independiente hasta la tierra de don Arturo: Cartagena.

La historia no conocida inevitablemente será repetida.

Menciona don Arturo a las clases altas conservadoras del XIX. Ciegos. Ciegos al progreso, la ciencia, la educación y al sufrimiento del pueblo. Medio país, o más, todavía inmersa en el feudalismo con una servidumbre de la gleba campesina, verdaderamente vergonzosa cuando ya el feudalismo había desaparecido de Europa Occidental (los países del este, caso aparte, esa es otra historia). Con la tierra en manos, en casi todo el país, de la rancia e inútil nobleza y de la Iglesia (Mendizábal intentó solucionar la parte eclesiástica con bastante fracaso ya que las tierras fueron a parar a grandes terratenientes y a industriales enriquecidos).

Quizás el XIX fue el resultado inevitable de habernos perdido la Reforma, inmersos en una fanática y estéril Contrarreforma, de no haber tenido casi Ilustración y de no haber tenido una gran Revolución como la de 1789. Todo ello con ayuda de la Fofona II, la del Canal. También de su padre, el Felón.

Recordemos, no hay más remedio.

Saludos.

Basurillas
Basurillas
2 ddís hace

Un época despreciable de la que sólo salvo, a nivel político y militar, aquello del final del siglo en Cuba: «Más vale honra sin barcos que barcos sin honra». Es toda una confesión, a punto de ser hundida estrepitosamente nuestra flota por los yanquis, de la locura y honor español ante la falta de progreso, de medios y de inteligencia que habían llevado progresivamente a un imperio global a convertirse en la hez del mundo civilizado, donde los hermanos no pararán de matarse entre si. Aquello que pintó Goya y nos retrataba ya en el Quijote. Nuestra locura.

Basurillas
Basurillas
1 día hace
Responder a  Basurillas

Siempre, siempre hay que volver a las fuentes y, minimante, repasarlas y ponerlas en una mínima incertidumbre. Tampoco podemos creer como en una verdad absoluta la historia que nos contaron en aquellos años…tan… distintos. Lo de las «fak news», o como se diga, no es algo nuevo.
Resulta que, tras releer aquí mi escrito, he querido asegurarme y saber más – ese prurito perfeccionista tan quisquilloso- de esa frase tan resultona de los barcos sin honra, y conocer las circunstancias precisas en las que se pronunció.
Pues resulta que no se pronunció en Cuba sino, al parecer, en Valparaiso ( aunque hay varias versiones) y no en 1898 sino en 1865 ó 1866 (tampoco está claro) y, desde luego, no la pronunció el Almirante Cervera sino el almirante Méndez Núñez. Y el caso es que estoy segurísimo de que la conexión del desastre del 98 en Cuba con la frase, me fue enseñado en el colegio en las clases de Historia. Una forma, probablemente, y esta vez no inglesa, de maquillar la historia y hacer reverdecer ideales patrios en los años de la dictadura. En cualquier caso mis disculpas por la falta de comprobación previa. Un abrazo.

https://es.m.wikipedia.org/wiki/Honra_sin_barcos

Ricarrob
Ricarrob
7 horas hace
Responder a  Basurillas

No se preocupe sr. B., estamos entre amigos, amigis zendianos. Sí, efectivamente, la frase a los de mi edad la transmitían en las clases de historia del colegio.

Respecto a la manipulaciòn de la historia, sí, efectivamente, en época del gran Paco, ese gran admirado de presidencia actual y ese gran benefactor, a posteriori, de la izquierda española, se manipulaba. Nada diferente a la manipulaciòn histórica que se hace hoy, por inclusión mentirosa o por omisiòn selectiva.

Pero, bueno, a lo que iba, que era compartir con usted una reflexión. Piense usted bien en la frase. La honra, si algún valor tiene, para algunos como yo sí que la tiene, no se la asigna uno a sí mismo, se la asignan los demás, el resto. La frase es una auténtica chorrada. Porque, ademàs, la honra es privativa de las personas no de los paìses. Eso pienso yo hoy. Después de la debacle del 98, realmente nos quedamos sin barcos y sin honra. Todo el resto de paìses se carcajeó de nosotros y nadie nos reconoció ni pizca de honra. Un paìs humillado, sin barcos y sin honra. Sin embargo los americanos tenían honra, barcos, Filipinas, Puerto Rico y Cuba. ¡Toma castaña!

Porque la honra se la reconocen siempre al màs fuerte no al más tonto.

Una chorrada de frase. Frase consoladoras en un paìs inculto, atrasado, hambriento, desarrapado y… sin barcos.

Porca miseria.

Un abrazo.

Aguijón
Aguijón
5 horas hace
Responder a  Basurillas

Lo importante señor B es que el espíritu de esa frase no puede aplicarse a los sucesos de Santiago de Cuba ni a los anteriores de Cavite.
La clase política y buena parte del Ejercito y la Armada se encontraban profundamente infectados por esa bazofia antiespañola llamada masonería.
Jamás es de fiar ningún personaje histórico español que muestre admiración por el ejercito francés o por la Royal Navy británica, enemigos tradicionales de España, y en la época se hizo seguidismo de Francia y luego sumisión a Inglaterra.
Cerveza no merece ser recordado pero Sagasta, aun siendo paisano, mucho menos todavía.
Desde Ayacucho nadie era de fiar entre los militares españoles, Espartero incluido, algo que no se superó hasta que el homenajeado este año puso pues en pared.
Por cierto, desaparecido el sujeto volvieron a las andadas.
Siento si alguien se ofende por ello pero a mí me enseñaron que quien dice la verdad ni peca ni miente.

Aguijón
Aguijón
2 ddís hace

Ante los repetidos cantos de sirena de algunos, como dijo un genio de nombre César para escarnio de pedantes:
«A sonidos emitidos por laringes indecentes, trompas de eustaquio en estado letárgico» (A palabras necias, oídos sordos) por ello «La ausencia absoluta de percepción visual torna insensible al órgano cardiaco» (Ojos que no ven, corazón que no siente) » A perturbación ciclónica en el seno ambiental, rostro jocundo» ( A mal tiempo, buena cara) y, tengamos en cuenta » No existe adversidad que por sinecura no se trueque» (No hay mal que por bien no venga)
Un abrazo, feliz año y que los magos sean propicios… hasta para los republicanos.

Taconazo

Isabel, ya desde infanta,
Era un putón verbenero
Que tuvo bajo su manta
A Baldomero Espartero.

Doña Jacinta, una santa,
Le perdonó al «espadón»,
Que en Logroño luce estatua
Adornando El Espolón

Mas si hablamos de deslices
Que a las mujeres mancillan
Levantarán cicatrices
Los versos de esta cuartilla:

«Si pública es la mujer
Que por puta es conocida
República viene a ser
La puta más corrompida»
……………………………………

(La décima que escribió
Periodista colombiano
No gustará a algún lector
Con afán republicano)

PD:
Ir de buen samaritano
En este mundo no sirve,
Pues si a esos les das la mano
Sin brazo quedas Felipe.

Javier
Javier
2 ddís hace

«¿Va usted a poner la guillotina en la Puerta del Sol?.»
«Pues si señor, la guillotina, la guillotina. No voy a estar toda la vida escribiendo panfletos y despotricando contra los Borbones. ¡Sí señor, la guillotina. La Reina; ¡zas!, guillotina; los chulos de la Reina; ¡zas!, guillotina; los chulos del Rey; ¡zas!, guillotina; los obispos que los rodean, ¡zas! guillotina; guillotina, guillotina, todos guillotinados, si señor.»

Como ve, me sé casi al dedillo el diálogo entre Astarloa y Cárceles (Omero Antonutti y Miguel Reyán) , en la versión cinematográfica de su novela «El Maestro de Esgrima». Yo creo que nada, o casi nada ha cambiado en siglo y pico, desde aquellos hechos. Las castas parasitarias, continúan parasitando; los Borbones, continúan borboneando; los «liberales en economía» continúan chupándole la sangre al país, sin importarle una higa las consecuencias; y el pueblo. ¡Ay, el pueblo! Del pueblo mientras haya pan y circo y lucecitas de Navidad, no espere usted nada de él, cómo entonces.
Fíjese que empiezo a darles la razón a los que dicen que España no ha salido aún del antiguo régimen. En aquella época, por no ser del todo negativo, regresaron a casa los capitales de los que habían hecho dinero en Cuba, explotando esclavos y fabricando ron, que fueron a parar a la especulación inmobiliaria, y a la creación de cierta industria, en determinadas zonas del país. Digamos que España tuvo que empezar a valerse por si misma, a pesar de todo, y salió adelante mandando a la recién independizada Cuba y a la Argentina, el excedente de mano de obra que aquí pedía a voz en grito pan, paz y libertad.
En fin, no somos nadie.

José Prats Sariol
José Prats Sariol
1 día hace

Me gustaría que dedicara una «Historia» a Cuba en 1898.

Francisco Brun
15 horas hace

Mi comentario no tiene que ver con la historia; me quería referir a la forma de narrar. Si para enseñar historia sólo leyéramos interminables listas de nombres, batallas, fechas y lugares, sin agregar el temperamento de aquellos hombres, sus conflictos políticos, económicos y religiosos, sería tediosa e insulsa. En cambio, cuando el que transmite los hechos históricos le agrega el color de la sangre, el dolor, la injusticia, el terror o la valentía; el aprendizaje se hace más llevadero e interesante.
En particular me gusta poder imaginar el pasado con total realidad.
Por ejemplo, cuando las primeras ciudades o pueblos se realizaron, el manejo de los residuos y excrementos de animales y humanos se confundían entre sí, propagando enfermedades; esto no se piensa y tendemos a imaginar colonias pintorescas, sin moscas ni ratas.
El avance de las sociedades, ha sido arduo, con miles de complicaciones, siendo la vida promedio mucho menor a la actual, más peligrosa y con riesgos de todo tipo; tener un simple accidente como lo es lastimarse con un clavo en un pie, o tener una herida de cuchillo en una pelea, podía significar la muerte irremediable.
Yo soy muy partidario de la realización de películas sobre historia, realizadas con historiadores, y especialistas en escenografía y vestuarios; las imágenes pueden recrear un pasado muy lejano y traerlo a nuestro presente en forma inmejorablemente didáctica.
Además sería una fuente de trabajo, no solo para historiadores y escritores, también para artistas, y profesionales de efectos especiales, vehículos antiguos, embarcaciones, máquinas, arquitectura etc.
La civilización humana, hoy tiene la capacidad de mostrar la historia de la humanidad en capítulos en una serie televisiva fantástica.
Y por último digo, que la inagotable capacidad del señor Perez Reverte que posee para contar la historia, sería indispensable para dar letra y contenido a esas películas que yo imagino, de las cuales hay muchas, pero deberían ser muchas más.

Cordial saludo

Javier
Javier
7 horas hace
Responder a  Francisco Brun

Son las ventajas, o los inconvenientes, según se mire, de contar la historia habiendo sido periodista. Sería diferente si el señor Pérez Reverte fuera historiador, imagino. Aunque, ahora que lo pienso, la literatura creada por Pérez Reverte esta preñada de periodismo. Son historias contadas por un periodista, con lo que conlleva esta circunstancia de positivo o de negativo.
Saludos.