Por esas paradojas raras de la Historia (que a menudo tiene ganas de broma), las dos grandes confederaciones griegas del siglo V antes de Cristo, la Esparta sobria y militarizada y la Atenas culta y democrática, iban a ser aliadas en una de las guerras más decisivas de la Antigüedad. A esta guerra, o guerras, se las llamó médicas porque los enemigos eran los persas, también conocidos por medos por la región de Asia de la que provenían, que en aquel momento eran un imperio de lo más potente (algo así como los Estados Unidos de entonces). Y fue el asunto que el rey de Persia, que se llamaba Darío y codiciaba el Mediterráneo, quiso hacerse con Grecia amenazando y tal, en plan chulito. Casi todas las ciudades de allí, acojonadas, intentaron quedarse al margen u ofrecieron a Darío el ojete para evitar problemas, excepto dos: los atenienses, que iban de conciencia intelectual griega y tal, y los brutos y duros espartanos, que cuando los persas les exigieron que entregaran sus armas respondieron algo así como molón labé, que significa ven a quitárnoslas si tienes huevos. Y Darío fue, o hizo ir a su ejército. Así que espartanos y atenienses prepararon las falanges de hoplitas, se despidieron de sus mujeres e hijos como Héctor de Andrómaca y se dispusieron a vender caro el pellejo. El primer intento persa se fastidió porque un temporal hundió la flota. El segundo les fue mejor, y desembarcaron. Como los espartanos no llegaban a tiempo, los atenienses decidieron enfrentarse solos a los invasores (lo hicieron en proporción de uno contra diez, todos los hombres disponibles menos los ancianos y los niños). Y asombrosamente, vencieron. Ocurrió en una llanura llamada Maratón, a 40 kilómetros de Atenas. Y como no había teléfono, automóviles ni internet, los vencedores mandaron a un atleta llamado Filípides para que comunicase la buena noticia. Recorrió éste 40 kilómetros corriendo, gritó «Hemos vencido» al llegar y cayó muerto por el esfuerzo (aunque muchos actuales deportistas no lo sepan, cada vez que corren una maratón están recordando a ese bravo chaval). Aquella batalla fue una de las más famosas de la Historia y timbre de orgullo para los atenienses, hasta el punto de que el autor trágico Esquilo, que combatió en ella (Los griegos no son esclavos ni vasallos de nadie, afirma en Los persas), prefirió que se la mencionara en su epitafio en lugar de sus muchas obras teatrales (algo parecido al autor del Quijote, nuestro querido Cervantes, para quien su mayor orgullo fue haber sido soldado en Lepanto). Sin embargo, no hay dos sin tres. Los persas, a los que ahora gobernaba Jerjes, hijo de Darío, tenían metida Grecia entre ceja y ceja; así que el año 483 a. C. cruzaron el Helesponto con un ejército que Heródoto describe como inmenso. Esta vez Esparta acudió a su cita con la Historia y fue fiel a su fama: 300 hoplitas espartanos y otros auxiliares griegos sucumbieron sin ceder un palmo de terreno, peleando con su rey Leónidas en el paso de las Termópilas en proporción (siempre según Heródoto) de uno contra mil. Después los persas avanzaron hasta Atenas y la incendiaron mientras sus habitantes se refugiaban en las islas de Egina y Salamina. Pero a los invasores les salió el cochino mal capado, porque gracias a un fulano llamado Temístocles habían construido antes de la guerra una buena flota de barcos (llamados trirremes porque tenían tres filas de remos a cada lado). Y como los griegos eran unos marinos estupendos, en la bahía de Salamina se les apareció la Virgen, o la diosa Hera, o quien se apareciese entonces, y le dieron a Jerjes una mano de hostias náuticas que lo hizo bicarbonato. Luego, crecidos por el éxito y para rematar la faena, al año siguiente, que fue el 479 a. C., se vinieron más arriba y también le dieron las del pulpo en la batalla de Platea. Abrió eso un período de prestigio y esplendor para Grecia que florecería en lo que iba a llamarse Edad de Oro (de ella hablaremos en un próximo episodio), que durante medio siglo convertiría a Atenas, vencedora moral de la guerra, en cuna de lo que hoy llamamos cultura europea, u occidental. Así, sobre las cenizas del derrotado ejército persa quedó definida la primera gran frontera geopolítica, tal vez aún simbólica pero significativa, entre el mundo de Oriente y el de Occidente. Entre sumisión al poder absoluto y libertad individual del ser humano (asunto actual, que supongo les suena a ustedes). Y veintiséis siglos después, pese a nuestras contradicciones, crímenes, olvidos y desastres, los europeos de hoy, en lo mejor que tuvimos y aún tenemos, lo sepamos o no, somos nietos históricos de aquellos griegos que lucharon heroicamente, defendiendo su mundo y su libertad (o sea, nuestro mundo y nuestra libertad) en Maratón, las Termópilas y Salamina.
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Publicado el 11 de septiembre de 2021 en XL Semanal.
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Y como sé que al Maestro le gusta el buen cine, de seguro recordará a Richard Egan como Leónidas en “Los 300 héroes”. O “El León de Esparta”, como prefieran.
(No confundir con el bodrio “300” de reciente factura).
Como siempre, estupendo relato y muy brillante, en mi opinión, la parte final
(“Y veintiséis siglos después… ”). A algunos quizás pueda parecerles sentimentaloide y nostálgica; a mí me encanta. Algunos quizás, dentro de las
modas deconstructoras y postmodernas imperantes, puedan calificar estas palabras de eurocentristas; a mí me emocionan. Algunos quizás, los de la conciencia autoinculpadora, reclamen pedir perdón por los excesos cometidos hace veintiséis siglos por este masoquista mundo actual occidental; yo, igual que usted, lo califico de heroico. Algunos quizás, obvien que la historia enseña que unidos somos más fuertes; a mí me lo recuerda. Pero bueno, estamos en unos tiempos en los que no se valoran todas estas cosas, en unos tiempos en los que la libertad individual está en retroceso y en los que el poder absoluto en forma de ideologías totalitarias está ganando la partida… de nuevo. A diferencia de aquellos tiempos, no sé si es bueno o es malo (o si lo sé), ahora no nos enteramos de nada inmersos en nuestra sociedad líquida (bendito Bauman, al que deberíamos leer antes de coger un móvil o un teclado). Pero hay otro aspecto en este relato. Los ciudadanos se juntaban, tomaban las armas, para defender su tierra, sus gentes y su forma de vida, no subcontrataban su defensa. El final de los ejércitos occidentales, su gran debilidad y sus derrotas serán las subcontratas. Y no digo nada nuevo. Leamos en detalle a Guicciardini, a Maquiavelo y a Pocock. Y no digo nada de lo que no tengamos recientísima experiencia…
Casualidad que la educación clásica desaparece en toda Europa, incluyendo mi propia Grecia? Hay que criar bestias controlables no Polites / Oplites
Magnífica narración histórica, matizada con fino humor, lo cual hace este artículo un ejemplo digno de leer, hasta por quien no sepa ni historia ni geografía.
Mas que bueno . Así nació Occidente .
Brillante exposición!
Don Arturo, Se desprende de lo que usted escribe que los griegos rechazaron a los persas por su bravura, determinación, disciplina y cohesión. Han desaparecido estas cualidades de nuestro léxico? Parece ser, porque hoy se aprecia más la prevalencia de calificativos como falta de ánimo, irresolución, desorden y desunión. No le parece?
No esta bien olvidar a la gente. En Maraton los atenienses no estaban solos. Una decima parte eran aliados, y su llegada cuando los atenienses ya desesperaban fue mas importante que el numero.
Y en las Termopilas lucharon 300 espartanos, sus auxiliares y otros rezagados. Pero tambien el ejercito al completo, 700 hoplitas, de una polis que quedaba en el camino de los persas.