Tampoco, mucho ojo con eso, hay que tirarse demasiados pegotes con Europa y sólo Europa. Seamos razonablemente humildes. Por aquí todo iba bien y aún iría mejor con el tiempo y los siglos, hasta convertirnos en referente cultural y moral del mundo; pero no era en absoluto el único lugar interesante, ni el más avanzado. La brillante Al-Andalus de entonces, la cultura de los monasterios y otros etcéteras ya estaban ahí, por supuesto; pero mientras en los castillos medievales norteños todavía se cantaban burdas gestas guerreras, a los constructores se les caían las primeras catedrales y señores feudales medio analfabetos se hacían picadillo entre sí, en otros lugares del mundo mayas y toltecas desarrollaban su arquitectura, los chinos usaban papel moneda, la civilización jemer levantaba Angkor Wat y Murasaki Shikibu (una japonesa elegante y refinada) escribía la Novela de Genji. Lo que pasa es que, como es Europa lo que nos interesa, pues aquí estamos. O estábamos. En Inglaterra, por ejemplo, después de la victoria contra los anglosajones, Guillermo el Conquistador había situado una familia de reyes normandos que, tras largas y sangrientas guerras civiles y de echarle el ojo a Escocia, Gales e Irlanda, acabaría convirtiéndose en esa dinastía Plantagenet que sale mucho en el teatro de Shakespeare y en las novelas de Walter Scott. Como detalle pintoresco señalaremos que ya por esa época hubo en Inglaterra un amago de monarca femenina (Matilde, se llamaba la criatura) que estuvo a punto de caramelo pero no llegó a cuajar, aunque sí anunció un estilo que luego, con Isabel I, Victoria I e Isabel II, consagraría el modelo tradicional, clásico, de grandes reinas británicas adecuadas para salir en el ¡Hola! Por lo demás, el sistema de dividir parte del poder real entre los nobles que participaban en la dirección del país (privilegio garantizado por la famosa Carta Magna a partir de 1215) acabó haciendo más fuerte a Inglaterra que a otras potencias europeas, lo que iba a notarse mucho con el tiempo. Entra aquí en escena, por cierto, mi rey inglés favorito desde que siendo niño leí la novela El talismán: Ricardo I, más conocido como Ricardo Corazón de León; aunque, en realidad, el tal Ricardo era un cantamañanas peliculero que en vez de gobernar bien Inglaterra, como era su obligación, se pasó la vida haciendo posturitas en plan romántico, luchando en las Cruzadas (de las que hablaremos muy pronto) y contra la Francia de la dinastía Capeto, que todavía no era un estado moderno y centralizado, sino un conjunto de condados, ducados y grandes señoríos feudales que se choteaban del poder real. El caso es que Ricardo de Inglaterra murió pronto, gracias a Dios, legando a su hermano Juan (el sufrido Juan Sin Tierra, malo habitual de las novelas y películas de Robin Hood) el marrón de resolver los problemas financieros que la frivolidad del difunto hermano le dejó como herencia, además de broncas continuas con los nobles de allí, dimes y diretes con los franceses, dificultad para cobrar impuestos (peripecias del sheriff de Nottingham y otros villanos novelescos) y problemas con el arzobispado de Canterbury que acabarían, incluso, con una excomunión por parte del papa Inocencio III, que de inocente tenía lo justo. Al final, para conseguir apoyos y que dejaran de moverle la silla en aquel circo donde hasta le crecían los enanos, Juan el Pupas acabó otorgando a sus barones la antedicha Carta Magna, que garantizaba los derechos y privilegios de la nobleza inglesa (Nadie será arrestado o encarcelado excepto por el juicio de sus iguales y las leyes del país) y, sobre todo, aportaba un importantísimo detalle a la hora de atribuir responsabilidades a quienes ejercían el poder: también un rey (metan aquí sonido de trompetas, tambores y hacha de verdugo) podía ser considerado culpable de delitos. Y eso, que hasta aquel momento y circunstancias había sido inimaginable, fue una novedad revolucionaria en lo que a monarquías se refiere. Por primera vez en la historia de Occidente, un rey (emérito o sin emeritar) podía ser sometido al castigo de la ley. Eso era pura modernidad de la buena, y durante los siguientes siglos aquel invento inglés iba a estar en el cimiento y desarrollo de numerosas naciones de todo el mundo: Oliverio Cromwell, Thomas Jefferson, la Revolución Francesa, la Revolución Rusa, Mahatma Gandhi y una larga nómina de personajes y sistemas políticos del futuro lo tendrían presente. Aunque lleve corona, quien la hace la paga. Algunas cabezas de monarcas que con el tiempo acabarían en un cesto real o simbólico iban a tener su justificación en aquella Inglaterra medieval del siglo XII. Lo que no deja de tener su morbo. O sea. Su puntito.
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[Continuará].
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Publicado el 12 de noviembre de 2022 en XL Semanal.
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¡Lo ha dicho usted muy bien, don Arturo! Los europeos no somos los mejores, ni los más guapos, ni nuestra civilización es la más chachi. Ni, por supuesto, somos superiores. Pero somos europeos y esta civilización es la nuestra, la que tenemos y orgullosos nos tenemos que sentir. No hay por qué despreciarnos a nosotros mismos ni denostar nuestros logros y nuestra cultura, en una orgía de autoflagelación masoquista y autoinculpatoria de tipo absurdo y etiquetarnos cual gorrinos para la matanza con el calificativo inculpatorio de eurocentrismo o etnocentrismo tan de moda en los ámbitos posmodernos. Capítulos vergonzosos como el colonialismo los tenemos, pero también otros los han tenido a lo largo de su historia. Y nadie, ninguna otra civilización se autoinculpa así.
Coincidimos, una vez más, en los héroes de nuestra niñez con Ricardo y su épica. Lo que demuestra, una vez más, que el marketing de imagen y los despliegues propagandísticos atraen al vulgo pero no hace buenos gobernantes. No aprendemos.
Y, efectivamente, la Carta Magna es un hito, en mi opinión, universal, traginado en Europa y por europeos. Y el sr. Cromwell, su liberal-puritanismo y sus reformas, será otro. Hasta se atrevieron a separar el cuerpo de la testa coronada para demostrar la no inviolabilidad, incluso antes que los franceses, por cierto.
¡Y mas cosas! Orgullosos debemos sentirnos, sin etnocentrismos.
Excelente artículo, don Arturo.
Qué pena que los españoles no conozcan su propia tradición político-jurídica, que puede resumirse en el «rex eris si recte facias» (rey serás si obras rectamente) de Horacio, al que San Isidoro de Sevilla añadió, para que fuera inequívoco, el «si non facias, non eris» (si no obras rectamente, no lo serás). Está doctrina fue recogida abiertamente en el IV Concilio de Toledo, junto a la potestad del concilio de deponer a los reyes, como de hecho sucedió alguna vez. Los concilios (consejos) toledanos eran instituciones legislativas en lo civil y lo espiritual, del reino visigodo de España, compuestas por autoridades de los dos «poderes». Es decir, eran parlamentos y gobiernos a un tiempo. La Corona, que por cierto era una magistratura electiva, no hereditaria, era la institución permanente que debía llevar a cabo y hacer cumplir las leyes y disposiciones conciliares. La ley era concebida como un todo ordenado, en el que la ley civil debía subordinarse a la ley divina, como expresión máxima de la Justicia. Las circunstancias (las guerras civiles, la invasión árabe y la atomización en pequeños reinos) impidió la normal evolución del «sistema», pero si influencia estaba presente en el primer ensayo parlamentario del mundo desde la caída de Roma, que fueron las Cortes de León en 1188. Las leyes civiles y constituciones (así se llamaban las leyes fundamentales en Cataluña y fueros en el resto de España) eran acumulativas y observaban principios que hoy se sigue creyendo que son peculiaridades inglesas, pero en realidad estaban extendidos por toda la Cristiandad.
La doctrina isidoriana influyó también en el imperio Carolingio y sus estados sucesores (en los que los Reyes y emperadores recibían la corona de manos del obispo o el papa, es decir, su potestad era limitada y recibida) y, cómo no, en la Inglaterra de los Plantagenet. Napoleón, al coronarse emperador a sí mismo, simbolizó la separación definitiva de la política y la moral, la ruptura de los límites y sujeciones del poder político respecto de la ley divina que venían ensayando los monarcas absolutos, y cuya evolución iría degenerando hasta llegar al Estado totalitario del siglo XX, en el que incluyo los regímenes demagógicos (nominalmente democráticos) que legislan contra el principio de identidad (A es A y no B), con todas sus fatales consecuencias.
Los ingleses no inventaron los parlamentos (el Senado romano es más antiguo), ni la sanción del monarca por una asamblea (el monarca continuó siendo selectivo en el Sacro Imperio y Polonia), ni la sujeción del monarca a la ley (en España debía jurar los fueros y confirmar libertades y privilegios antes de recibir el homenaje de sus súbditos), ni la preeminencia de los parlamentos sobre los monarcas (Polonia y Aragón, por poner dos ejemplos de una realidad compleja), ni las repúblicas «parlamentarias» (como las florecientes Venecia, Florencia, Pisa o Génova), ni el ‘habeas corpus’, ni el ‘liberum veto’, ni la presunción de inocencia, ni los abogados de oficio, ni el sistema de Justicia independiente (Felipe II recibió varios fallos de la Justicia en su contra), etc. Todo tiene su origen en la «oscura» Edad Media que tanto critican los que sólo la conocen a través de los estereotipos de la Ilustración y el Romanticismo. Los anglosajones se han beneficiado mucho de la destrucción de la Historia, igual que construyeron su poderío industrial robando y destruyendo nuestras fábricas cuando vinieron a «liberarnos» de Napoleón. No les debemos nada. Son ellos quienes nos deben, empezando por un Peñón y la letra de los tratados que nunca cumplen de buena fe.
Cuando citabas a los mayas, toltecas, chinos, jemer, etc. pensaba en que en América del norte nunca ha aparecido una civilización, digamos, sólida, avanzada, que dejase historia. Ni en Estados Unidos ni en Canadá hay restos históricos. No se, como un edificio de piedra, un acueducto, un templo, algo. Ni siquiera escritos. Nada. Y me corroe la curiosidad. Un saludo maestro.
Los indios pueblo tenían pequeñas ciudades construidas en piedra y con una curiosa arquitectura. Creo recordar que se extendían por Arizona o Nuevo México. En el libro de Charles Lummis ‘Los exploradores españoles del siglo XVI’ hay alguna referencia, si no recuerdo mal.
Todo muy simbólico y muy ideal, pero eso de que «quien la hace la paga» está por verse, tenga o no tenga corona. Si al poder, político o económico, le da por que no lo pague, el responsable se va de rositas. Hay mucho «fuego amigo» responsable de las condenas a los poderosos. Pero vamos que países milagrosos sin tratado de extradición, paraísos fiscales con dinero opaco inencontrable o, sin ir más lejos, amiguetes que te apañan un indulto o una ley de impunidad sobrevenida, o te queman o esconden el sumario en el juzgado están a la orden del día y a dos pasos. Desengáñese don Arturo: el poder y el dinero lo pueden todo menos la muerte. Y a ésta hasta consiguen retrasarla. Y hablando de esto un abrazo al personal, sanitario o no, del sistema de salud español: si no fuera por ustedes este país daba asco. Más…
Me hizo falta la «Carta Magna Leonesa» de 1198, pero es cierto que la inglesa -En eso de la publicidad, los anglos siempre han sido más efectivos- fue la que influyó más.
Y para que conste: la inglesa era para los nobles; la aragonesa, para todos.