Una película de romanos, o sea. Clavadito a una superproducción de Hollywood de las de antes. Así fue el Imperio del siglo I después de Cristo: emperadores, intrigas cortesanas, gladiadores, últimos días de Pompeya, Quo vadis Domine, legiones luchando en las fronteras, cristianos echados a los leones y demás elementos clásicos del género. Lo sabemos porque historiadores, filósofos, dramaturgos, poetas y escritores costumbristas dejaron extenso relato de todo aquello. Nunca la modernidad había llegado tan arriba, y el sello que Roma imprimió marcaría el mundo durante veinte siglos. La primera tanda de emperadores desde Augusto, vinculada a la misma familia, aportó personajes interesantes de ambos sexos, no siempre por sus virtudes: el viejo y detestado Tiberio, el populista y al fin majareta Calígula, que recibió un Imperio sano y acabó arruinándolo (en un año dilapidó 2.700 millones de sestercios), el sorprendente Claudio, de pasión insaciable hacia las mujeres pero ajeno a los hombres (eso dice el historiador Suetonio), el pelirrojo y contradictorio Nerón, adorado al principio y odiado al final, y también señoras de rompe y rasga como Livia, Mesalina, Agripina, Popea y alguna otra. Entre esa peña, propensa a intrigas familiares, incestos, envenenamientos y otras delicias domésticas, fue Claudio (que parecía el tonto de la familia) quien más aportó en grandeza estatal. Conquistó Britania, lo que no es ninguna tontería; y aunque el senado fue poco más que una herramienta en sus manos, pues hizo dar matarile a quien rechistaba (liquidó a 35 senadores y a 300 equites o caballeros, sin despeinarse), creó una administración moderna, sólida y estable en la que intervenían empleados de la casa imperial, pero sobre todo los llamados liberti, o libertos. Y eso de los libertos, ojo al dato, sería decisivo para Roma, pues eran antiguos esclavos manumitidos: preceptores, letrados, técnicos, gente eficaz que ocupó puestos importantes, enriqueciéndose hasta el punto de que algunos amasaron fortunas y, por su triple condición de ricos, influyentes y advenedizos, despertaron la envidia de la antigua y zángana aristocracia de sangre, que siempre que pudo los despreció e hizo la puñeta. Sin embargo, ser rico en Roma no era del todo una ventaja; pues cuando los emperadores iban tiesos de viruta, que era casi siempre, recurrían al truco de condenar a un senador o a un millonetis que les cayera gordo, confiscándole los bienes (La fuerza y la riqueza en los particulares son enemigas de los príncipes, escribió el historiador Tácito, que tenía buen ojo). De los emperadores de la primera época, quien aplicó el sistema confiscatorio con mayor crueldad fue Nerón, quizá el más famoso de todos ellos. Llegó al poder a los 16 años con buenas intenciones, aficionado a la técnica y la economía moderna, las obras públicas, el helenismo oriental, la cultura y los espectáculos no sangrientos (tuvo como preceptor y consejero a un brillante cordobés, el escritor y filósofo Séneca), y fue adorado por el pueblo, al que halagó en detrimento de los grandes y poderosos. Sin embargo, la necesidad de recursos para financiar la grandeza de aquella Roma en la que sinceramente creía acabó por llevarlo a un callejón sin salida, haciéndole saquear cuanto produjera ingresos al Estado. Su rapiña fiscal fue tan voraz que primero puso en contra a los ricos que pagaban la fiesta y luego al público en general, que empezó a verse sin pan ni circo. Llegaron entonces las conjuras, las represalias y el terror. Para rematar la cosa, el año 64 se incendió Roma. La oposición usó el asunto para azuzar al pueblo contra el emperador, y éste pasó la pelota a los cristianos, que andaban por allí reclutando gente y a los que Claudio había dado ya un toque de atención (eso de que el Reino de los Cielos fuese más importante que la Roma imperial no lo veía nada claro). El caso es que Nerón, en busca de chivos expiatorios, hizo que fuesen los cristianos quienes se comieran el marrón, desencadenando la primera gran persecución contra ellos. Pero ni así pudo solucionar los problemas: abandonado, paranoico, vio cómo los militares se sublevaban en las provincias y todo se le volvía insostenible. Tenía sólo 30 años cuando, despreciado por el pueblo, odiado por el senado, más zumbado que un cencerro, se suicidó haciéndose matar por un liberto secretario que, para más recochineo, se llamaba Hepafrodito. ¡Qué gran artista pierde el mundo!, fueron sus últimas palabras. O eso dicen. Después de aquello, el general Galba (un duro veterano apoyado por las legiones de Hispania) entró en la ciudad, ocupó la silla imperial y puso fin a la dinastía de Julios y Claudios que había hecho de Roma la nación más moderna y poderosa de la tierra.
[Continuará].
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Publicado el 9 de abril de 2022 en XL Semanal.
Entregas de Una historia de Europa:
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- Una historia de Europa (XXV)
Nada ha cambiado. Bajo el sol todo igual. Autócratas paranoicos, primero locos por el poder, más tarde el poder los vuelve locos. La búsqueda del poder absoluto, ayer y hoy, aquí y allá. La línea divisoria entre poderes cada vez más frágil, más delgado, perdón, delgada. Todas las épocas igual, con ligeros matices. Unas, absolutismo ilustrado, otras absolutismo analfabeto.
Excelente. Si no voy errado, toca ahora -entre otros- la destrucción del templo de Jerusalén a manos del general Tito (70 d.C. aprox.) ¡Gracias y adelante!
… La historia siempre se repite…
Parecería que nada aprendemos y los mismos errores cometemos. Roma en el siglo I o España y Latinoamérica en el siglo XXI
Los que jamás seremos nombrados en los libros de historia:
Yo soy uno de tantos cientos de miles de mortales que no figuramos, ni figuraremos jamás en los libros de historia, ni por buenos, ni por malos; ni por ricos, ni por pobres; ni por héroes, ni por cobardes, ni por lindos, ni por feos. Pero salvando esta desgracia, en particular, continuaré con mi vida todo lo que pueda, ¿por qué abandonarla?, si existe Netflix, el buen vino, la música, la lectura y mi mujer que aún me soporta y acompaña en la vida y en compartir nuestras caminatas hablando de nada, y de todo.
El mensaje del señor Pérez-Revert, me moviliza y me hace pensar en aquel mundo antiguo, Roma, que seguramente era para la época el ombligo del mundo. Un mundo el cual magníficamente lo describe el señor dueño de este prestigioso bar. Yo agregaría, si me lo permiten, que fue un mundo brutal, en donde los excesos, y las calamidades eran moneda corriente. Pero lamentablemente, debo decir que desde aquel imperio, a nuestro presente, el hombre no cambió mucho o casi nada. Quizás los modos son más refinados, pero igual de atroces.
No obstante, aquellos hombres y mujeres, los de a pie, no creo que gozaran de una vida, vertiginosa y colorida; seguramente sus vidas eran opacas y chatas; cada cual con su profesión, heredada de sus padres y la que heredarán su hijos, sin imaginar ni remotamente la posibilidad de una ascenso en la escala social de la época. El que nació en una familia de carpinteros, morirá carpintero, y el esclavo terminará sus días como esclavo. Pero, seguramente no existía el intolerable dilema actual de nuestra vida competitiva: o se es exitoso, o se es un fracasado; me dirán que es una idea muy exagerada, no lo creo.
Hoy, mal enseñamos a nuestros hijos, que no existen términos medios, el éxito es la clave de esta vida vertiginosa. No digo que esto sea algo generalizado, pero las universidades prestigiosas son muy codiciadas por padres, que son capaces de hacer cualquier cosa, con tal que sus hijos sean inscriptos en esas casas de estudios.
Desde un punto de vista racional, no podemos decir que no existieron avances, en estos últimos dos mil años, como por ejemplo: en salud, confort, ciencia. Pero, pensando en salud, si la población mundial es hoy de aproximadamente 7000 millones de almas; no estoy tan seguro en poder afirmar que toda esta multitud goce de poder ir a un dentista con obra social.
Muchos afirman que todo tiempo pasado fue mejor (seguramente porque no imaginan ser arrojados a los leones) pero lo que yo me animo a afirmar es que: la humanidad no ha cambiado mucho, como decía, y como están las cosas, pareciera que en no mucho tiempo, o se agota la tierra por el calentamiento global, producto de nuestro vertiginoso «progreso» o por cientos de bombas atómicas que terminarán de extinguirnos de la faz de la tierra.
No obstante, para brindar una palabra de aliento, aún quedan en pie muchísimas cosas, el amor es una de ellas; pero sólo mientras perdura, los matrimonios actuales tiran la toalla con facilidad, eso de reconstruir y fortalecer la pareja, es muy tedioso, muy laborioso,…ahh, si, me olvidaba, los hijos chicos; los hijos mejor que soporten el dolor de la fractura de su hogar, pueden hacer terapia, y de este modo aprender que así es la vida. Somos crueles con ellos, y no deseamos hacer ningún sacrificio, la vida es más interesante y bella si se encara con irresponsabilidad, ¡que tanto!, ¿para qué, ser buen hijo, buen padre o buena madre, ¡a gozar de la vida señoras y señores, que es una sola!, ¿porqué tantas ataduras y responsabilidades?
Un hecho menor, que demuestra nuestra calidad como personas «modernas», es cuando por ejemplo, planeamos unas vacaciones en familia, y solo existe la posibilidad de llevar al abuelo o al perro, los dos en el auto no entran ¿qué creen ustedes que decide la mayoría de las personas?… No me vengan con que el abuelo no tiene ganas, que prefiere quedarse solo con su música y sus libros.
Otro ejemplo virtuoso, es el fútbol convertido de colorido deporte a un colosal negocio global en donde los miles de millones de dólares se transfieren a la velocidad de la luz, arreglando partidos a diestra y siniestra, pero igual gritamos un gol convencidos de la calidad de nuestro equipo, aunque se hiciera con la mano. (Viene a mi mente el Coliseo Romano)
También, me da pena observar a chicos ilusionados y padres ciegos, que pretenden que su hijo llegue a ser un prodigio del fútbol, o del tenis, o músico, o cantante, pero el muchacho jamás pasará de arquero en su club de barrio, y no entona una nota ni cantando en el baño, entonces, solo la frustración y la desilusión inunda su mente, en lugar de vivir feliz y plenamente su juventud.
Por todo este cambalache de ideas, pienso que de algún modo debemos con nuestras herramientas, buenas, malas o mediocres, construir nuestro propio mundo, que al menos nos permita a los no exitosos, a los de a pie, a los que sostenemos el peso de la pirámide social, vivir felices. Y fundamentalmente tratar de darles a nuestros hijos las mejores herramientas posibles, (que no es solo dinero) para que también puedan construir su propio mundo a su gusto, logrando ser felices sin perjudicar al otro.
Es probable que nuestra civilización como el imperio Romano también termine, y otra forma de vida surja de los escombros. Si pudiera elegir, me encantaría que fuera más justa, más humana, más simple, sin tanto adorno, disfraces y caretas pintadas. La sencillez puede brindarnos más satisfacciones, que si miramos al mundo por arriba de nuestro hombro. Siempre, claro está, que antes, no destruyamos el mundo entero, que es el único y es de todos.
Cordial saludo amigos de la mesa, por favor, que el último pague la cuenta, porque olvidé mi billetera.
Extraordinario punto de vista. Gracias señor Brun.
Excelente digresión. Ha dado usted, sr. Brun, un corto pero sustancioso repaso a nuestro mundo. Ha dado usted estopa a derecha e izquierda mientras avanzaba. Estoy de acuerdo con todo ello. Casi me da usted la razón sobre el sinsentido de la vida. Pero ha llegado usted a hablar del amor y quizás eso sea lo único que da sentido a la vida. Y, de nuevo, ha hablado usted de Eros y Tánatos. Genial…
«En dos ocasiones no debería jugar el hombre; cuando no tiene dinero y cuando lo tiene.»
Mark Twain
Me parece genial y muy instructiva su reflexión para
No se puede contar la historia ni con más gracia ni con más arte… Normal que acabará usted siendo escritor y miembro de la Academia, y no la de Platón, que seguro hubiera estado usted en ella de haber vivido en otra época ya lejana… Yo creo que Mommsen, Gibbon, Goldsworthy, McCullough, Posteguillo, etc… coincidirían conmigo es en que su relato de la historia es único, original, divertido y veraz… Que no es poco… Enhorabuena Sr Reverte, es un placer leerle (y escucharle, p. ej. con The Wild Project) SIEMPRE.
Arturo, me encanta como escribes, procuro siempre tener un libro tuyo en las manos, admiro las personas como tú que han pasado riesgos profesionales y han seguido su carrera genialmente!!! Los de nuestra generación fuimos y seguiremos siendo luchadores…