No hagamos caso a los manipuladores, a los ignorantes ni a los simples. Da igual ser creyente o no serlo: sin el cristianismo, primero, y la Iglesia católica, después, resulta imposible comprender la Edad Media y el nacimiento de la futura Europa. Se trata de un hecho histórico que los europeos del siglo XXI debemos asumir con naturalidad, tanto en lo bueno, que fue mucho, como en lo malo, que no fue poco. Ya entre los siglos V y VI después de Cristo, el proceso estaba siendo complejo y azaroso, aunque imparable. El derrumbe del imperio romano apenas perjudicó a la Iglesia, que además de adaptarse a lo nuevo supo beneficiarse de ello. Fin del imperium político, comienzo de la auctoritas religiosa: había nacido una estrella, y estaba allí para quedarse. Empezó con una crucifixión en Palestina, siguió con persecuciones y catacumbas, se hizo oficial bajo Constantino el Grande y estuvo a punto de caramelo con la conversión de los jefes bárbaros y sus respectivas tribus. Y ahora, en el desmadre general, crecían el prestigio social y la influencia de los obispos de Roma. De una parte, por dos veces habían evitado, con arte y mojarra, el saqueo de la ciudad, tanto por parte de los hunos de Atila (año 452) como por los vándalos de Genserico (455), y eso les daba una imagen popular extraordinaria: la gente se los comía a besos por la calle. Además, los obispatas romanos tenían una carta en la manga que les daba ventaja sobre el resto de colegas de otros lugares: allí estaba la tumba del apóstol y mártir San Pedro, a quien el propio Jesucristo, en plan compadre pescador de Galilea, había llamado piedra fundacional de su Iglesia (Tu es Petrus, etcétera). Por eso, pese a la competencia de fulanos de postín como Ambrosio, obispo de Milán, y otros rivales de Alejandría, Jerusalén, Antioquía y Constantinopla (muy mimados éstos por los emperadores bizantinos), los de Roma fueron haciéndose los gallos del corral y acabaron llamándose papas. Su mejor baza fue que, a medida que la extensión del cristianismo suscitaba disidencias y herejías entre los ideólogos del gremio, convirtiendo el asunto en una jaula de grillos donde opinaba todo hijo de vecino (y menos mal que aún no existía Twitter), los obispos romanos tuvieron el detalle de convertir la ciudad en sede de reuniones de una especie de comités de expertos que analizaban las disputas teológicas. Esas reuniones se llamaron concilia, o sea, concilios. Y como Jesucristo había dicho sed hermanos pero no había dicho sed primos, sus organizadores (que eran los que soltaban la viruta, dietas incluidas) procuraban barrer para casa. Y así, tacita a tacita, el prestigio y la influencia de Roma crecieron hasta convertir al papa de turno en pontifex maximus. O sea, en árbitro de la cristiandad. Pero es que, para completar la jugada, las familias con posibles, o sea, la nueva aristocracia romano-bárbara o como queramos llamarla, empezó a meter a sus criaturas en la carrera eclesiástica, que ofrecía seguridad, influencia y futuro. Eso ocurrió en toda Europa, favorecido por la cristianización no sólo de las élites, sino de la sociedad en general. Los esclavos seguían siendo esclavos y los pobres seguían siendo pobres a pesar del buen rollito de la igualdad fraterna y otros camelos; y ahí se introdujo una jugada maestra de las clases superiores, al patentar éstas un invento que iba a dar juego durante los doce o catorce siglos siguientes: lo que podríamos llamar caridad aristocrática. Una nueva forma de dominio social que relacionaba de arriba abajo las clases dominantes civiles y religiosas, bien avenidas entre ellas, con las masas de creyentes a los que se imponía, a cambio de la vida eterna y otros premios espirituales y materiales, la sumisión al poder político y religioso, así como la renuncia a los placeres sexuales (idea recuperada de algunos filósofos griegos) como nueva moral. Pero cuidado: tampoco es que las autoridades políticas y las religiosas anduvieran dándose besos con lengua. Las tensiones eran muchas, pues cada cual iba a lo suyo. Ahí se pusieron al tajo mentes brillantes para ver quién se llevaba el gato al agua, pero la Iglesia estaba mejor dotada y metía goles hasta de chilena: San Agustín, San Ambrosio, los papas Gelasio I y Gregorio el Grande, así como otros secundarios de tronío, pulieron la óptica para enfocar el asunto. Y el resultado fue la famosa teoría de las dos espadas, resumible en que había en la tierra dos grandes poderes, uno espiritual y otro temporal: los reyes y los papas, vale, de acuerdo. Pero, por designio de Dios, los reyes debían estar sometidos a los papas. O sea, que donde había patrón no mandaba marinero. Y aunque ahora parezca absurdo, en aquel momento no fue ninguna tontería, sino todo lo contrario. Durante muchísimo tiempo, la historia de Europa iba a decidirse en torno a eso.
[Continuará].
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Publicado el 23 de julio de 2022 en XL Semanal.
Entregas de Una historia de Europa:
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- Una historia de Europa (II)
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- Una historia de Europa (XXXII)
- Una historia de Europa (XXXIII)
- Una historia de Europa (XXXIV)
Una columna bastante esclarecedora de cómo la iglesia llegó a ostentar tanto poder como institución aglutinante de la sociedad tras la caída del imperio.
Más admirable por la maestría del autor que sabe aprovechar las pocas palabras que el espacio permite, para insertarnos a 15 siglos de distancia en la lógica y el «feeling» del asunto, sin solemnidades, de forma amena. Sólo una frase me dejó confuso: «con arte y mojarra». Nunca había conocido tal expresión, sobre todo por la palabra mojarra, y mis búsquedas por internet no me han indicado un uso que corresponda con lo que parece querer decir el autor. Creo que es algo así como «con arte y maña», pero quisiera estar seguro. ¿Algún otro comentarista pudiera iluminarme?
En Andalucía mojarra es un cuchillo ancho y corto. Creo que a eso hacía referencia.
Cuchillos bien cortantes
Bien advenidas.
Manipuladores, ignorantes, simples. El problema es que, ahora mismo, el «relato» de la historia, el proceso de ingeniería social, de aculturación en marcha, está en manos de simples manipuladores ignorantes. El poder es el poder, antes y ahora y lo demás son cuentos democráticos. Mucho lenguaje inclusivo, mucho relato, mucho feminismo, mucho buenismo pero la verdad es que, el resto de mortales sufridores y contribuyentes, a trabajar para pagar viajes a la capital del imperio. La cultura Europea y Occidental que tenemos es la que tenemos y es la nuestra y su origen y desarrollo tiene luces y sombras, como todas. A ver si los adláteres del eurocentrismo pasan de moda, como pasó y quedó en ridículo Fukuyama, y se van a hacer puñetas (nunca mejor dicho, con su sentido de puños eclesiásticos).
la polis democrática y luego las dos espadas dos conceptos básicos de historia de teoría política mientras todavía se recopilaban leyes romanas
Un espléndido resumen tan esclarecedor como divertido, ¡gracias don Arturo!
En el último párrafo, la mención de «la teoría de las dos espadas» me trae a la memoria la confrontación teológica entre dos titanes intelectuales -Agustín de Hipona (canonizado) y Arrio (condenado por hereje)- sobre la Naturaleza (o la doble Naturaleza) del Hijo, una cuestión que afecta de raíz al desarrollo de «la teoría de las dos espadas», que provocó el Cisma entre las iglesias Romana y Oriental, que afecta a los orígenes de la Ciencia (Newton era arriano) y que sigue infiltrando no pocos de los actuales conflictos geopolíticos.
Disculpas por la longitud del excursus, que en nada afecta a la calidad y claridad del artículo. Ya quisiera yo ser capaz de expresar así mis pensamientos.
Me parece admirable la claridad de la exposición y la crítica en lo que procede de la institución. Lo malo o lo bueno a estas alturas, tras tantos siglos de ideales cristianos, es que Europa, nacida de los mismos, es el espejo donde se siguen mirando todas las culturas del orbe; el lugar al que de una forma u otra a todos les gustaría parecerse -aunque lo niguen- por libertad y derechos en general. Así que asumiendo los defectos y errores, de intransigencia por ejemplo, tampoco los Padres de Iglesia lo hicieron tan mal. Esas parábolas, esa caridad y esa preocupación, a veces meramente nominal, por los desvalidos y necesitados, impregna aún cada una de las normas, costumbres y principios de nuestra legislación y forma de vida. Demos gracias al Señor y la Iglesia por ello.
Hola, no si es el medio para comentarlo, pero no puedo ver el Articulo XXXII de La Historia de Europa. Gracias!
Qué maravilla de artículos, aire fresco aunque el autor sea un viejuno de 70 palos.
¿Viejuno? A mí me parece un mozuelo.