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Periodismo y democracia en la era de las emociones, de Josep Carles Rius

Periodismo y democracia en la era de las emociones, de Josep Carles Rius

Nos llenamos la boca con alabanzas a periodistas extranjeros y olvidamos que aquí, entre nosotros, hay auténticos profesionales que, además, han tenido la elegancia de no hacer negocio con el periodismo de ideología política. Josep Carles Rius es uno de esos maestros y ahora publica una extensa reflexión sobre una de las grandes batallas del oficio: la verdad frente a las emociones.

En Zenda reproducimos la nota Preliminar de Periodismo y democracia en la era de las emociones (Edicions Universitat de Barcelona), de Josep Carles Rius

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PRELIMINAR

Sin democracia, no hay periodismo (sin periodismo, no hay democracia)

Como el lector seguro que percibirá desde la primera línea, este no es un libro neutral: toma partido por el periodismo con horizonte ético, independiente, comprometido con los derechos humanos, con vocación de acercarse lo máximo posible a la verdad de los hechos y con voluntad de ejercer la crítica y el control de los poderes, incluido el mediático. Y tampoco es un libro objetivo, porque la objetividad no existe. Este libro es producto de reflexiones profesionales y académicas. Y de la experiencia.

La experiencia, personal y colectiva, va fijando nuestra percepción de la realidad, pues la miramos con el cristal de nuestros pensamientos, de las emociones, de las vivencias de cada uno. Sin embargo, pese a los límites de la objetividad, los periodistas debemos aspirar a una información veraz. ¿Cómo? Con la honestidad, que debería ser la esencia ética de nuestro oficio.

Pretendo que este libro sea el resultado de una mirada honesta sobre la realidad. No obstante, cuando se habla de periodismo y democracia en la era de las emociones, es inevitable que los sentimientos acaben aflorando. He profundizado acerca de la manera en que potentes dinámicas emocionales han podido condicionar el trabajo y la vida de periodistas de todo el mundo, y he buscado respuestas sobre cómo estos las han afrontado. No soy una excepción.

La humanidad ha estado sometida en los últimos decenios a crisis económicas, políticas, sociales y de salud global que, a su vez, han tenido un impacto emocional inmenso. A principios de 2022, cuando empezábamos a vislumbrar el fin de la pandemia, el régimen de Vladímir Putin inició la invasión de Ucrania. Aquel 24 de febrero todo cambió. Fuimos conscientes del avance de los regímenes totalitarios, que silencian a sus periodistas independientes para, así, poder imponer la propaganda sobre la que justificar y sustentar sus crímenes.

Otra fecha imborrable en la historia de la humanidad es el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás cometió la masacre terrorista en Israel que desencadenaría un conflicto genocida, con miles y miles de palestinos asesinados en Gaza, un tercio niños y niñas. Y en esta ocasión, el Estado que cometía los crímenes de lesa humanidad era una democracia formal. La escalada de odio y muerte que la humanidad presenció en directo en sus pantallas constituye la expresión más desoladora, más triste, de lo que llamamos la era de las emociones.

Este libro pretende abordar el vínculo imprescindible entre el ejercicio de la democracia y el periodismo responsable, honesto y comprometido con la ética. Para eso es necesario denunciar las malas prácticas y desenmascarar a los falsos medios de comunicación, y el sectarismo y la propaganda que se disfrazan de periodismo.

Los periodistas que tenemos el inmenso privilegio de aspirar a ser libres debemos estar aún más comprometidos en la defensa de la democracia, porque el mecanismo siempre es el mismo: una élite utiliza los sentimientos de una población concreta para manipularlos en beneficio propio. Esta élite se sirve de una determinada confluencia de factores para crear procesos que consoliden el poder político, social y económico que ya ostenta; para que las emociones, a menudo sustentadas en hechos reales, se pongan a su servicio. Recurre a la propaganda, la manipulación y la mentira, a la complicidad de supuestos periodistas, a medios convertidos en actores de adoctrinamiento. No sin antes acallar las críticas, el pensamiento libre. Impone la hegemonía cultural.

Sin este propósito, perseguido durante años y años, Putin no habría podido convencer a una parte importante de la ciudadanía de que la invasión de Ucrania era una acción militar especial para proteger, precisamente, a las que han sido sus víctimas. Sin reprimir antes toda expresión democrática, sin establecer una férrea censura, sin recurrir al viejo sentimiento nacionalista de la madre patria rusa, sin la represión de quienes tienen el coraje de plantar cara, Putin no habría podido ejecutar su agresión.

¿Y qué argumentos, relatos, justificaciones o supuestos principios morales utilizan quienes atacan la democracia? Recordemos que, salvando las distancias históricas y los contextos de cada caso, los enemigos de la democracia beben de las ideas y los métodos que vinculamos al fascismo, ya sea desde el exterior (totalitarismos) o desde el seno de los propios sistemas democráticos (extrema derecha). Por eso debemos cuidar nuestras democracias y denunciar todo aquello que contribuye a hacerlas más frágiles. Y la defensa debe empezar por Ucrania, pero debe seguir por la actitud militante en nuestros propios países, en nuestro trabajo diario, en nuestros compromisos. Porque aquí, en Occidente, también tenemos graves fisuras democráticas. Los delirios de Donald Trump durante su presidencia nos pueden recordar a los de Vladímir Putin. Pero Estados Unidos es una democracia consolidada, con contrapesos, con un potente sistema mediático comprometido con los valores democráticos, y pudo resistir a su propio presidente.

El uso perverso de las emociones por parte de élites sin escrúpulos resulta un hilo conductor que recorre todo el libro y que, de alguna forma, sirve de vínculo entre los diferentes fenómenos que se abordarán en él. Por ejemplo, el sentimiento de superioridad, en relación con el nacionalismo como instrumento de exaltación patriótica y de poder, está detrás del fenómeno del Brexit, que fracturó a la democracia más antigua de Europa, la de Gran Bretaña.

El otro hilo conductor del libro es la idea de que, cuando abrazamos la idea del bien superior, ya no hay posibilidad de discernir. Se aplica siempre. Y, poco a poco, sin darnos cuenta, vamos horadando principios básicos de la democracia y la convivencia. Se trata de una pendiente de la que sabemos dónde comienza, pero no hasta dónde nos lleva. La historia está llena de ejemplos de sociedades que, lentamente, se deslizaron —se deslizan— hasta el desastre. Por eso es tan importante reaccionar siempre que se encienden las luces de alarma. Cuando las emociones se imponen a la racionalidad.

Y es que la defensa de una causa noble, el fin, puede provocar los efectos contrarios a los deseados, precisamente porque se decidió que no importaban cuáles fueran los medios para conseguir el objetivo. Es un dilema político, pero también ético, que hemos sufrido en momentos de nuestra historia más reciente.

Estos procesos emocionales constituyen un inmenso reto para el periodismo, en la medida en que ponen a prueba la vocación de equidad y la de situar la búsqueda de la verdad por encima de los propios sentimientos e ideología. En 2016 publiqué el libro Periodismo en reconstrucción (Edicions de la Universitat de Barcelona). Desde entonces, se han sucedido acontecimientos tan trascendentales como la pandemia, la victoria y derrota de Donald Trump, el Brexit, las crisis de refugiados, diversos fenómenos populistas en nuestro país, el ascenso del neofascismo en Italia, la expansión del poder de las grandes plataformas, la invasión de Ucrania, el conflicto genocida en Palestina…

Durante estos siete años he seguido ejerciendo la docencia y el periodismo. La experiencia vivida me reafirma aún más en la necesidad de ser radicales a la hora de llevar la democracia a todos los ámbitos de la vida. También al profesional. Necesitamos encontrar fórmulas para que el funcionamiento de los medios sea democrático, ya que a menudo no lo son, y muchas redacciones se han convertido en verdaderas dictaduras, en las que los periodistas asisten impotentes a procesos de degradación ética en los medios en los que trabajan. Y la revolución digital, que debía contribuir a la democratización en los medios de comunicación, ha servido, en ocasiones, para crear medios en los que son los propios periodistas quienes reproducen los peores hábitos de la prensa convencional.

Decía al inicio que, para hablar de periodismo y democracia en la era de las emociones, lo más honesto es abordar la propia experiencia vital. Que el lector sepa, ya desde el principio, cuáles son los sentimientos del autor. De todos los fenómenos emocionales sobre los que escribo en el libro, el que he vivido en primera persona, como ciudadano y como periodista, es el conocido como el procés en Cataluña. Por eso le dedico una parte del libro. Considero que profundizar en un caso concreto nos sirve para proyectarlo más allá y encontrar respuestas que sean, a la vez, locales y globales. En cualquier caso, el lector debe conocer desde la primera línea que el autor del libro no es ajeno al impacto emocional del momento histórico que vivió Cataluña durante el procés, que alcanzó su cenit en el año 2017, pero que todavía sigue muy presente en la sociedad catalana. Por eso le dedico la segunda parte del prólogo.

(…)

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Autor: Josep Carles Rius. Título: Periodismo y democracia en la era de las emociones. Editorial: Edicions Universitat de Barcelona. Venta: Todos tus libros.

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