La de esta novela es una historia que no quiere —y, sin embargo, debe— ser contada. Un relato que se construye contra la voluntad de un narrador sobre quien recae el peso de unos años que ni siquiera le pertenecen en su totalidad.
Las dudas, las omisiones y hasta los oportunos subrayados nacen de una voz que recuerda lo vivido desde su propio dolor, y que no tiene como guía más que su verdad y un puñado de secretos familiares. Misterios que irá desgranando a través de un libro que se construye ante nuestra mirada, convirtiéndonos en testigos privilegiados de esa búsqueda. Un camino que, tras sus enigmas, encierra promesas, mezquindades y hasta gestos heroicos que solo cobrarán sentido cuando se ubiquen en el recuerdo exacto. O en la memoria en que el narrador —que a veces nos miente del mismo modo que se engaña a sí mismo— decida situarlos.
Ese pulso entre lo que se cuenta y el esfuerzo que exige contarlo es uno de los grandes méritos de esta novela de Borja Ortiz de Gondra, que retoma el universo autoficcional de sus premiadas obras teatrales Los Gondra y Los otros Gondra. En esta ocasión, valiéndose con inteligencia de todos los recursos propios del arte narrativo, nos presenta una historia tejida de culpabilidades, reproches e interrogantes sobre la identidad y el perdón, en la que resulta fácil reconocerse: no solo porque todas esas son cuestiones que nos atañen, sino porque nos identificamos con la dificultad que supondría tratar de ponerlas por escrito.
Uno de los hallazgos de esta novela es que no solo nos duelen e interpelan los hechos que se relatan, sino también el propio acto de la narración: a través del juego de espejos de su estructura, entre Gondras y Arsuagas, acompañamos al narrador en el complejo proceso de tratar de ordenar sus recuerdos, de modo que no solo conocemos sus cicatrices por las causas que las explican, sino por el modo en que afectan a su escritura.
El acto creativo se convierte así en el eje de un relato que comienza negándose a sí mismo («Pero yo no hubiera querido contar») y donde caben la reflexión histórica, la introspección personal, la saga familiar y hasta la ironía e incluso la autoparodia, esquivando las trampas del costumbrismo gracias a una diversidad de voces y tiempos que eleva lo particular hacia lo universal. El yo de quien no sabe decirse y el nosotros de quienes nos escuchamos en sus palabras. Porque la riqueza formal de esta novela no nos impide sumergirnos en ella, al revés: Ortiz de Gondra despliega su prosa con inteligencia, ofreciéndonos un retrato de un tiempo que no se ancla en lo pintoresco ni en lo anecdótico, sino que lo trasciende a través de una mirada que busca las contradicciones y, en definitiva, la humanidad de sus protagonistas.
La verdad atrapada en el odio y en las rencillas, en el rencor mudo, en los muros donde todavía hay quien recuerda qué pintadas se podían leer en ellos y en las vidas rotas por un conflicto que en esta novela no se pretende resolver, sino que se nos narra desde una perspectiva honesta y personal. Una mirada llena de preguntas que —y eso nos angustia— quizá ni siquiera tengan respuesta. Pero el único modo de confirmarlo es regresar a los lugares de los que, como el protagonista, también hemos huido. Todos esos espacios que creímos dejar atrás y que siguen latentes en nuestra memoria, gritándonos tanto lo que somos como lo que nunca llegaremos a ser.
Quizá en esa posibilidad resida la rebeldía de lo literario: en ser capaces de dar con las palabras para derrotar a ese nunca con que el ayer trata de robarnos nuestro hoy. Ese nunca protagonista del título de esta novela que se recorre con la emoción de las historias que nos atañen y que, gracias a su aguda disección de nuestras miserias, nos atrapa a la vez que nos incomoda. Que volvamos o no la vista hacia atrás ya será cosa nuestra.
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Autor: Borja Ortiz de Gondra. Título: Nunca serás un verdadero Gondra. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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