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Perros comiendo de un cubo de basura

Perros comiendo de un cubo de basura

Stendhal, en El rojo y el negro, asegura que la política es una piedra atada al cuello de la literatura, que termina por hundirla. Y añade: “La política, cuando existen intereses de imaginación, es un pistoletazo en medio de un concierto”.

No es este, sin embargo, el caso que nos ocupa. Esteban González Pons (Valencia, 1964), que ya es zorro viejo no sólo en el mundo de la política, en donde aterrizó hace décadas, sino, asimismo, en la parcela literaria, con un libro de poemas, una autobiografía, un diario y otra novela más en su haber, sabe que se la juega, que va a ser mirado con lupa, y acepta, gustosamente, el reto de poner en nuestras manos un producto bien depurado y de una incuestionable calidad.

De ahí que haya tomado todas las precauciones posibles para transitar por ese largo camino, que sobrepasa el medio millar de páginas, sin apenas baches, con pocas curvas, con una prosa exenta de tropezones, sabiendo conectar cada una de las partes de que se compone el libro, estructurado, acertadamente, a la manera de una obra dramática —planteamiento, nudo y desenlace—, como una especie de Gran Teatro del Mundo al modo calderoniano, en donde luce la metáfora, aflora la alegoría, abunda el doble sentido y se nos invita a una obligada lectura entre líneas para sacarle, en su integridad, toda su enjundia al texto.

"El escaño del Diablo también es un esperpento. O, al menos, está escrita siguiendo esos acordes"

Y tiene, además, la habilidad de elegir dos citas muy pertinentes, entre las que destaca, por cercanía y amor patrio, la de Valle-Inclán, extraída de sus esperpentos: la trilogía, publicada en 1930, Martes de Carnaval, en donde el excéntrico gallego da rienda suelta a la parodia, a la cosificación de los humanos y a la humanización de objetos y animales.

En ese texto fundacional, elegido por González Pons no precisamente al azar, se encierra la clave, el tono, la letra y la música de esta novela poliédrica y ciertamente compleja, con una estructura que encaja con el tema elegido, pero que, sin embargo, se lee con gusto y resulta atractiva y subyugante para el lector exigente, con momentos de alta literatura y especial originalidad.

A lo largo de estas páginas, el autor, por boca de la narradora, va desgranando toda una serie de pensamientos que nos conducen a una visión cruel de la política, como un dantesco paseo por el infierno, con un inmueble vivo y bien vivo: el Congreso de los Diputados, el Teatro del Poder, en cuyos cimientos se esconde una historia de miedo y de maldad, con sus muchos fantasmas, los fantasmas de la Casa, que poco tienen que ver con esos otros fantasmas, más ligeros y  benévolos, del cuento de Marsé, ambientado en el barcelonés Cine Roxy.

El escaño del Diablo también es un esperpento. O, al menos, está escrita siguiendo esos acordes: la desintegración de la vida política y de unos personajes a los que el autor conduce, de la mano, hasta los espejos cóncavos del madrileño Callejón del Gato. Las descripciones de algunos de estos personajes que sientan sus reales en los escaños del Congreso están a caballo entre la estética del propio Valle-Inclán y la de don Francisco de Quevedo, cuando, por ejemplo, se alude al presidente Betancor, con su acento caribeño, en cuyo rostro sobresalen los labios gordos y apretados, “como de bebé grande recién arrancado de la teta”.

"Siempre nos hemos preguntado cómo son los políticos fuera de los focos, cuando el último periodista cierra su bloc de notas o cierra el micrófono y el conserje apaga la luz de la sala de prensa"

González Pons tira de experiencia. Sería un error no hacerlo. Y hubiera perdido una magnífica ocasión. Pero lo hace eludiendo lo puramente ensayístico y desmarcándose por los territorios inefables de la creación artística. Aun así, sin perder de vista la tarea literaria que lleva a cabo, elabora, a lo largo de su trabajo, todo un curioso —quasi maquiavélico— decálogo que mueve a la reflexión. Se dice, por ejemplo, que es un error reconocer la propia derrota, que los hijos de los políticos suelen aprender todo lo malo de sus padres, que la política obedece antes al hígado, al estómago o a los puños que al sentido común, que nunca hay que levantarse de una mesa de negociación si no se sabe cómo volver a sentarse, que lo más difícil en la política es la despedida (“los políticos, como las cantantes de coplas, no suelen retirarse”), que no se puede ejercer la política con el corazón caliente, que ser político debería ser incompatible con ser humano, o, ya para acabar, que en España es un hecho que los políticos muertos tienen más éxito que los vivos.

Siempre nos hemos preguntado cómo son los políticos fuera de los focos, cuando el último periodista cierra su bloc de notas o cierra el micrófono y el conserje apaga la luz de la sala de prensa. Y aquí se da la respuesta. Al igual que sucedió durante la transición española —son perfectamente conocidas las amistades peligrosas, aunque cordiales, entre personajes tan opuestos como Fraga y Carrillo—, una vez traspasados los límites de la Feliz Gobernación —dicho sea con palabras de Miguel Espinosa—, fuera del patio de butacas del teatrillo que representan, se observa lo amigos que pueden llegar a ser gente de diferente partido en el ambiente del bar del Congreso o en Casa Manolo, donde se olvidan, por un rato, de los insultos.

"El libro tiene, además, algo de locura y de jolgorio colectivo, como sucede en cualquiera de los esperpentos valleinclanescos"

Reducir la novela al mundo de la política hubiera sido un error, aunque hubiera multiplicado el morbo. La parte estética se hubiera resentido. Por eso, bajo el peso de la política, y un poco al margen de ella, en El escaño de Satanás fluye una auténtica y bien trazada historia de amor, y también una historia de misterio y venganza con los mejores ingredientes del género negro, con inequívocos toques humorísticos que ayudan a pasar mejor el trago. González Pons se mueve como pez en el agua en estos ámbitos y demuestra ser, ante todo, un privilegiado lector con la lección bien aprendida.

El libro tiene, además, algo de locura y de jolgorio colectivo, como sucede en cualquiera de los esperpentos valleinclanescos, en donde no falta el análisis cabal de la nación, pasado por la Minipimer del tiempo. “En España —leemos en Luces de bohemia— el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza”. Y en la novela de Esteban González Pons, que se endereza por ese mismo sendero, se asegura que los cambios de manos en el poder —sea en un imperio o en una sencilla parroquia— “exigen siempre que se vierta la sangre de alguien, inocente o no, para que se perciba que ha habido una muerte y un renacimiento”.

Se trata, en resumidas cuentas, de un relato postpandémico y algo apocalíptico, escrito con una enorme soltura, en donde no faltan, real o figuradamente, los moscardones, las ratas y los crímenes, y en el que la visión de los políticos podría resumirse con esta sola imagen: “Somos perros comiendo de un cubo de basura, nada nos importa más en el mundo que nuestro botín, aunque sea un botín de mierda”.

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Autor: Esteban González Pons. Título: El escaño de Satanás. Editorial: Espasa. Venta: Todostuslibros.

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