El manchego, pionero de la novela policiaca en España, Francisco García Pavón, al que tanto se le echa de menos a pesar de que casi nadie se acuerda de él, experto siempre en emplear la palabra justa en el lugar adecuado, denominaba a este tipo de obras “novelas de caso sin caso”. Se trata de un relato donde, al contrario de lo que sucede en la serie —sea la protagonizada por Plinio, el avispado y simpático guardia municipal de Tomelloso, o por Petra Delicado en Giménez Bartlett—, no hay muerto a la vista; no hay, por lo tanto, ni investigación ni pesquisas ni diligencias… ni cervezas en La Jarra de Oro ni churros en el establecimiento de la Rocío.
Sin embargo, haya o no “caso”, con muerto o sin muerto, Petra es Petra y sus contradicciones, como se deja apuntado en estas mismas páginas. La indómita, asilvestrada y rebelde Petra. Por lo que el libro, por derecho propio, pasa a engrosar la ya larga y sustanciosa lista de títulos de la serie. El armazón de la obra es bien sencillo: un capítulo introductorio en el que la inspectora explica su deseo de recluirse en un convento gallego con el fin de repasar y poner en orden (lo que es mucho decir para una persona de su perfil) su vida, y, a continuación, el mayor corpus, en donde, en primera persona, como es habitual, da cuenta de sus primeros años en el seno de una familia acomodada, con una madre generosa, educada, afable y de ideas feministas, y un padre profundamente anticlerical; el bachillerato en los tiempos de Franco, donde experimenta el “placer de aprender”, sus primeras relaciones con los chicos, en donde deja bien claro que “todo depende del sujeto, no del sexo”; la universidad, en donde se palpa el ambiente contra el régimen, en el que logra situarse, ingenua aún, en una “posición romántica”… y, luego, el amor. Primer amor, primer dolor, que diría cierto escritor cursi tan de moda por esa misma época. Empieza el carrusel de amores y desamores, con matrimonios incluidos, en esta historia, con la presencia de Hugo, Pepe y luego Marcos Artigas, el arquitecto con el que ahora vive, su actual pareja.
Con generosidad y abundancia de detalles, nos lega datos que en obras precedentes sólo se insinúan con una simple pincelada, con lo que Petra perfila así su personalidad, tan especial, su razón de ser, las razones por las que prefiere un buen libro, una buena música y una buena copa de vino en la mano cuando concluye su fatigosa jornada de trabajo.
Además de la presencia del principal personaje, de Petra Delicado, ¿qué tiene esta nueva entrega que conecte con el resto de la serie? De entrada, ahí está su habitual lenguaje desenvuelto, directo, claro y preciso, sin alardes ni virtuosismos, ni ganas de encandilar. Con sus vivaces diálogos en los que no falta el humor y su pizca de gracia. Prosa de ley, sin exceso de campanillas, que tanto molestaban a Marsé. Y asoman, cómo no, las críticas de la deslenguada Petra —a la propia Policía Nacional y a sus métodos de aprendizaje en la Academia de Ávila—, sus reflexiones, con su carga de profundidad, las frases ingeniosas y contundentes que se saca, de vez en cuando, de la chistera. Después del matrimonio con un personaje del mundo jurídico, la Delicado nos suelta que, en la práctica, “un abogado es un elemento líquido que toma la forma del envase que lo contiene”. Es la Petra de siempre, que no le hace ascos a la vida, que deja bien claro, para no caer en malentendidos, que “un polvo es un polvo y, después, cada cual a lo suyo”.
Sólo faltaba Garzón en esta historia. Y Fermín Garzón no está en absoluto ausente. De ningún modo. Los lectores no se lo hubieran perdonado. Su nombre aparece por vez primera en la página 78. Unas cuantas páginas después, vuelve nuevamente a aludir a su persona, al pensar Petra en el hecho de que pudiera enterarse de que alguna vez estuvo a punto, no de apresar a los malhechores, sino de dedicarse, por su condición de abogada, a defenderlos. Menuda jugarreta. Y, finalmente, en el capítulo titulado “El subinspector Garzón”, dedica casi una decena de páginas a este tipo tan rudo como entrañable. En su ya lejano primer encuentro —cuenta Petra— le viene a la mente la imagen de un escarabajo gordote, de esos que “despliegan sus pequeñas alas para realizar un planeo torpe”. Y además, por si ello no fuera suficiente, un tío poco distinguido, panzón, entrecano y con pinta de paleto. Una joya para enmarcar que terminará convirtiéndose en su mejor amigo.
Pero en el fondo de esta entretenida historia, lo que Petra pretende contarnos y, de paso, contarse a sí misma para buscar una explicación racional a una decisión, considerada como un disparate por cuantos le rodean, es la razón de la sinrazón: su ingreso en el cuerpo de la Policía Nacional, cuando, como ella misma confiesa, el estereotipo del guripa, cuya imagen se había heredado del franquismo, era un zopenco, “con tendencia a sudar en exceso y dificultades para leer sin mover los labios”.
Decía el excéntrico y divino Ramón Gómez de la Serna en su libro Los muertos, las muertas y otras fantasmagorías, publicado unos meses antes de la Guerra Civil, que no hay nada que más despierte que vivir sobre la muerte. Eso es lo que le sucede a Petra Delicado en sus años de inspectora. La ausencia aquí de muertos ha servido, en esta ocasión, para meditar sobre la vida. Y la vida, como dejó escrito George Santayana, no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla.
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Autora: Alicia Giménez Bartlett. Título: Sin muertos. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros y Amazon,
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