No hace mucho hablé aquí de los articulistas parásitos que, a falta de ideas o vida propia, llenan páginas criticando lo que dicen o escriben otros, o lo que las redes sociales dicen que han dicho, y lo hacen sin molestarse en conocer el argumento original. Como para confirmarlo, eso ocurrió de nuevo hace unos días cuando, interrogado por un periodista sobre mi última novela, expresé la documentada sospecha de que Picasso no pintó el Guernica por patriotismo, sino por dinero. Era evidente que ninguno de los indignados guardianes del espíritu picassiano había leído el libro, donde el pintor aparece en un par de capítulos, tratado con suave humor y todo el respeto que como inmenso artista merece. Pero daba igual. Según esos bobos, al hablar del dinero cobrado yo ofendía al artista. Y claro. Por lógica inferencia, y ahí está el punto, también ofendía de rebote a toda la izquierda; y con ella, a la parte más noble y admirable de la humanidad en general. Etcétera.
Así que, con permiso de ustedes y goteante el colmillo, voy a poner algunos pavos a la sombra. Empezando por que, aparte lo que ya había leído y escrito antes sobre el arte y la guerra –a mi novela El pintor de batallas me remito–, para la historia parisina del espía franquista Lorenzo Falcó, Sabotaje, tercer volumen de la serie, refresqué y estudié despacio todo lo publicado sobre Picasso y el Guernica. Así que cuando empecé a teclear la novela, donde los personajes opinan con la libertad de lo que son, conocía bien las conclusiones de los expertos sobre la génesis del cuadro: desde los clásicos de Van Hensbergen, Penrose y La Puente a las memorias de Man Ray, James Lord o la madre de dos hijos del artista, Françoise Gilot. Libros escritos por historiadores y testigos, no por cantamañanas sectarios de izquierdas que creen que Picasso es de su propiedad, ni por cantamañanas sectarios de derechas que sostienen que el Guernica es un fraude y una basura.
Entre los historiadores y testigos serios hay quien opina que Picasso pintó el Guernica por patriotismo y quien dice que lo pintó por dinero. Cada cual es muy dueño, y de ellos obtuve mi opinión, que es tan respetable y documentada como las suyas, pues en todas se fundamenta. Y mi conclusión –que no figura en la novela, pero tengo tanto derecho a expresarla como cualquiera– es que Picasso no pintó el cuadro sólo por patriotismo y fervor republicano, sino que también lo hizo por dinero: 200.000 francos eran nueve veces lo que él cobraba entonces por una obra de las caras. Era un dineral entonces y lo sigue siendo hoy. Para afirmar el supuesto altruismo del artista se menciona a menudo la famosa carta de Max Aub, que en mi opinión –coincidente con la de no pocos historiadores– es una carta pactada para justificar políticamente el cobro. Que por otra parte resulta legítimo, porque es natural que un artista cobre por su trabajo. Yo mismo cobro a mis editores, pues vivo de eso. Por mucho que ame la literatura, soy un novelista profesional; como, salvando las inmensas distancias, Picasso era un pintor profesional.
Y por cierto: puestos a decir verdades a quienes consideran a Picasso artista comprometido en cuerpo y alma con la República, es indiscutible que siempre sostuvo esa causa. Pero conviene recordar que lo hizo desde lejos. Concretamente desde su estudio de París, sin pisar nunca suelo español –absolutamente nunca– en tres años de guerra, pese a haber sido nombrado director honorario del museo del Prado. Tan a gusto estaba en París, por cierto, que se quedó allí durante la posterior ocupación nazi, sin ser molestado por los alemanes; que por esa época molestaban a no poca gente. Y recibió en su estudio a varios de ellos, incluido Ernst Jünger, que no era precisamente un simpatizante de la extinta República española.
También hay a quien, con desconocimiento no ya de mi novela, sino de la vida de Picasso, incomoda que se diga que le gustaban las mujeres ajenas y que era tacaño, egoísta y aficionado al dinero. Está claro que quien se irrita por eso no ha leído sobre él, ni conoce el testimonio de las mujeres, hijos y amigos que lo calificaron de machista, cruel, rijoso, pesetero, egocéntrico y tirano doméstico. Porque –y esto es lo que ciertos simples no comprenden– se puede ser pintor genial y mala persona, se puede ser de izquierdas y no ser ejemplo de moralidad o patriotismo. Se puede ser republicano y cobrar. Se puede, en fin, ser muchas cosas al mismo tiempo, incluso contradictorias u opuestas entre sí, como por otra parte lo es cada ser humano. Y es que, a pesar de lo que creen algunos imbéciles, la vida real no es un paisaje de blancos y negros, rojos o azules, sino una fascinante gama de grises. Precisamente como el Guernica.
Publicado el 11 de noviembre de 2018 en XL Semanal.
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