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Pierre Drieu La Rochelle vuelve a intentar quitarse la vida

Pierre Drieu La Rochelle vuelve a intentar quitarse la vida

Estamos en 1944. Es el 14 de agosto. Desde que el último seis de junio los aliados desembarcaron en Normandía, Pierre Drieu La Rochelle viene hablando de una extraña noche a la que no habrá de sucederle ningún día. Durante la ocupación alemana de Francia, el antiguo héroe de Verdún (1916) ha colaborado activamente con sus antiguos enemigos de la guerra del 14 y la liberación no anuncia nada bueno para los traidores.

Al igual que Louis-Ferdinand Céline, Paul Morand, Robert Brasillach, Lucien Rebatet, Jacques Boulenger, Henry de Montherlant y Jacques Chardonne —Maurice Sachs, el más mezquino de los colaboracionistas está en una prisión de Hamburgo—, los escritores que han apoyado al gabinete del mariscal Pétain, títere de Berlín, saben que su vida corre peligro. A excepción de Sachs, confidente de la Gestapo, la colaboración del resto de los intelectuales franceses con la abyecta causa de los invasores de su país se ha limitado a la publicación de artículos periodísticos. Ante la comprensible sed de venganza de la liberación, ahora que está saliendo a la luz el Ejército de las Sombras, haber seguido trabajando durante la ocupación puede ser un motivo para verse frente a un pelotón de fusilamiento. A los canallas que pusieron su pluma al servicio del nazismo no basta con raparles la cabeza como a las mujeres que amaron a los boches. Nadie mejor que ellos para el escarmiento.

"El heroísmo, la rebeldía y la desesperación son los tres conceptos sobre los que se alza La comedia de Charleroi"

Nacido en París, el 3 de enero de 1893, el héroe crispado en busca de una causa que no acertó a encontrar —pues eso fue a la postre Drieu La Rochelle— empezó a gestarse en la adolescencia con las lecturas de Kipling —también favorito de José Antonio Primo de Rivera—, Barrès y Nietzsche. Finalizados sus estudios en la Escuela de Ciencias Políticas, con el talante imbuido por los ardores de los poetas de la acción, parte para el frente en 1914, apenas se declara la que estaba llamada a ser la Gran Guerra.

Es curioso: así como las matanzas perpetradas en aquella primera contienda mundial —mucho más literaria que la segunda, una mera carnicería— convierten a los escritores ingleses que participan en ella —Robert Graves, J. R. R. Tolkien…— al pacifismo, en sus colegas franceses aquellas primeras trincheras dejarán un afán de acción que, ya en los años 30, se verá canalizado en el fascismo.

Destinado en Bélgica, el joven Drieu La Rochelle que combatió en la Gran Guerra participó en la batalla de Charleroi. Veinte años después, en 1934, aquellos combates le inspiraron La comedia de Charleroi, una de sus novelas más aplaudidas. Protagonizada por él mismo, lo que viene a contarnos en sus páginas es el regreso a aquel campo del honor en 1919, tras el cese de las hostilidades, como secretario de la madre de un camarada caído en la batalla: el heroísmo, la rebeldía y la desesperación son los tres conceptos sobre los que se alza esta obra.

"El fuego fatuo es uno de los mejores retratos del alcoholismo —la politoxicomanía, mejor será apuntar— de toda la Historia de la literatura"

Mucho antes de la firma del armisticio, Drieu La Rochelle fue herido en Verdún. Convaleciente aún, escribió los poemas que en 1917 publicó bajo el título de Interrogación. En esta ocasión, la confraternización de los héroes, por encima de la causa que los ha llevado a la lucha, es el tema que le ocupa. Ya en la posguerra, París se rinde a sus pies. Es todo un seductor, un hombre de moda, lo que se dice un tipo bien parecido. Las mujeres quieren amarle, los hombres parecerse a él. Entre sus admiradores destacan André Malraux, José Ortega y Gasset o Jorge Luis Borges, a quien conoció durante su periplo argentino de 1932, invitado por Victoria Ocampo, en la que tuvo una amiga entrañable.

Interesado por todas las corrientes estéticas de su época, Drieu La Rochelle pasa del surrealismo al dandismo y le sobra tiempo para experimentar con las drogas. Fue heroinómano antes que Burroughs y el resto de los grandes yonquis de la cultura del siglo XX. Frecuentado por Paul Éluard y Louis Aragon, es por eso por lo que, en este episodio de su biografía —ya abocada inexorablemente a su extinción— se le sitúa próximo a la causa comunista. Pero su principal obsesión de entonces parece ser la decadencia.

La decadencia marcará la pauta de su ensayo más conocido, Medida de Francia (1922) y de cuantas novelas escribe entre El hombre cubierto de mujeres (1925) y El fuego fatuo (1931). Si las dos primeras constituyen el mejor retrato de la alegre burguesía parisina de entreguerras, preocupada únicamente por sus amantes, El fuego fatuo es uno de los mejores retratos del alcoholismo —la politoxicomanía, mejor será apuntar— de toda la Historia de la literatura.

"Defensor por tanto del gobierno títere del Reich que Pétain organiza en Vichy, dirigió durante los primeros años de la ocupación la revista Nouvelle Revue Française"

Las inquietudes políticas de Drieu La Rochelle datan de comienzos de los años 30. Para entonces, de sus filias comunistas no queda nada. Tras adscribirse a la ultraderechista Action Française, cuando publica la ya citada Comedia de Charleroi se declara abiertamente fascista. Interesado por la agrupación del «capitalismo inteligente» en una Unión Europea, en 1934 publica Socialisme fasciste: su idea de la unidad del Viejo Continente coincide plenamente con la de Hitler. Defensor por tanto del gobierno títere del Reich que Pétain organiza en Vichy, dirigió durante los primeros años de la ocupación la revista Nouvelle Revue Française. Ello no le impide salvar del terrible destino que los nazis preparan para ellas a algunas de sus antiguas amantes judías. También intercede por sus amigos comunistas. Decepcionado y asustado con la política alemana en los países ocupados, abandona el cargo en 1943.

Meses después, cuando los aliados avanzan inexorablemente hacia París, Pierre Drieu La Rochelle se esconderá en casa de una amiga norteamericana, una de las que él había salvado del campo de concentración. A diferencia de Céline, nada parece indicar que La Rochelle fuera antisemita: con anterioridad, también había salvado a su primera mujer —judía— del exterminio. Entre los amigos que le protegen tras la liberación se encuentra el mismísimo André Malraux.

Tras su intento fallido de suicidio del 11 de agosto, Pierre Drieu La Rochelle, dejando inconclusa la novela en que trabaja —Memorias de Dirk Raspe (1966)— pone fin a sus días el 15 de marzo de 1945: acaba de enterarse que se ha dictado una orden de arresto contra él.

"El suicidio de Drieu La Rochelle es uno de los más sonados de la Historia de la literatura maldita, pródiga en asesinos de sí mismos"

El suicidio de Drieu La Rochelle es uno de los más sonados de la Historia de la literatura maldita, pródiga en asesinos de sí mismos. Martin du Gard, colega y amigo del autor de El fuego fatuo, sostiene en Écrits de Paris (1950) que, desde el desembarco aliado hasta que finalmente se mata, Drieu La Rochelle lo intenta en vano un par de veces. La primera ingiriendo barbitúricos el pasado día 11, Luminal para ser exactos. Pero en una cantidad insuficiente. Trasladado al hospital, mientras se recupera del envenenamiento, un día como hoy, de hace 80 años, se corta las venas.

Hay algo en este segundo intento que recuerda al del adolescente que ha suspendido y toma una caja de aspirinas a la espera de provocar la pena de sus padres antes que de partir al encuentro de la Parca, si no fuera porque cuando le dan el alta, refugiado en la casa de una de su exesposas —la misma a la que él sacó de un campo de exterminio durante la ocupación— abre la espita del gas —o, por mejor decir, arranca la tubería— y vuelve a ingerir barbitúricos. Cardenal, en esta ocasión. A la tercera va la vencida. Ahora sí, el dandi se marcha. Tanta ha sido su obsesión con la muerte —en opinión de algunos comentaristas, la Camarada Seca es quien preside toda su experiencia errática—, que ha dejado instrucciones precisas para su sepelio:

“Naturalmente, entierro no religioso, estricto, mínimo, aunque sí flores… Sin colgajos, sin curas, sin bendiciones al cadáver. En el coche sólo la señora Sienkiewicz, la señora Laffon —hermana de Sienkiewicz—, Suzanne Tézenas. Ningún hombre. Excepto Malraux, si es que está. Bernier, si está…”.

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