La primera vez que vi a Pilar Cernuda fue en el verano de 1979. Yo tenía 21 años y hacía prácticas en la agencia Europa Press. Ella era ya toda una referencia de la crónica política en la agencia Colpisa. Los periodistas de ambas agencias manteníamos muy buena relación frente a la todopoderosa EFE. Nuestras redacciones eran vecinas en la parte alta de la Castellana y, con frecuencia, al acabar la jornada, comentábamos los acontecimientos del día tomando juntos unas cervezas.
La publicación ahora de Lo que yo recuerdo (La Esfera de los Libros) nos ha vuelto a reunir, aunque sea a través de la lectura. Como bien expresa el título del libro, no se trata de unas memorias, sino de sus recuerdos. Son los recuerdos de una periodista que ha vivido en primera fila todos los acontecimientos de la historia de nuestra democracia. Desde las maniobras para arrebatar a Juan Carlos la sucesión de la Jefatura del Estado hasta los Gobiernos de Sánchez y sus acuerdos con la extrema izquierda y los separatistas. Pasando, cómo no, por el Golpe del 23-F, los años de plomo del terrorismo o la masacre del 11-M.
Pilar Cernuda empezó su carrera en los últimos años del franquismo. Sus primeros trabajos fueron para Mundo Joven, una revista musical de gran éxito que entonces dirigía Jesús Picatoste. Recuerda que el Pica, como entonces se le conocía, la hizo esperar horas, sentada en una silla, antes de recibirla. Cuando al fin la hizo pasar a su despacho, descubrió que en realidad había sido una prueba y que había impresionado al director, que se confesó admirado por su empeño, su tesón, y que eso era bueno para un periodista. Características que aún hoy la acompañan. Cualquier otro se hubiera ido.
Aunque siempre ha sido considerada una periodista de la Transición, antes ya había vivido en Estados Unidos, donde trabajó para Colpisa entre los años 72 y 74, entre la reelección de Nixon y su dimisión tras el escándalo Watergate. Una edad dorada del periodismo norteamericano, de la que tanto había que aprender, la mejor escuela posible para una joven periodista española. Era el Nueva York de los grandes corresponsales y los grandes maestros de nuestro país: Jesús Picatoste (ABC), Cirilo Rodríguez (RNE), Jesús Hermida (TVE) o José María Carrascal (Pueblo). Y también el Nueva York donde respiraban la libertad que no tenían en su país grandes figuras de la cultura, a las que frecuentó y entrevistó: de Carlos Saura y Geraldine Chaplin a Salvador Dalí y Gala, pasando por los griegos Mikis Theodorakis y Melina Mercouri.
A su vuelta a España se incorpora a la redacción de Colpisa, dirigida por Manu Leguineche. “De Manu aprendí todo lo que no pude aprender en la escuela. Fue el mejor jefe en toda la carrera”. Colpisa era entonces un medio muy particular, ya que, con unos pocos periodistas en Madrid, surtía de información a un importante número de cabeceras locales de toda España. Y también de opinión y análisis. Sus firmas eran todo un lujo para los diarios de provincias: Francisco Umbral, Pepe Oneto, Maruja Torres, Kepa Conde Zabala, Mariano Guindal o Amalia Sánchez Sampedro, entre otros muchos.
Pilar Cernuda combinó su trabajo en Colpisa con la televisión. Trabajó para el programa Estudio Abierto, de José María Iñigo, que millones de españoles seguían con voracidad. Iñigo conseguía entrevistar cada semana a una figura internacional del momento, con cuya presencia siempre intentaba forzar los límites de la censura. En Lo que yo recuerdo, la periodista relata su accidentado encuentro con Yves Montand, actor y cantante francés inequívocamente de izquierdas, a quien debería recoger en el hotel y llevar a Prado del Rey con puntualidad, ya que el programa era en riguroso directo. En un día de perros, el coche que los llevaba acabó en una cuneta de la Casa de Campo y los ocupantes embadurnados de barro. Milagrosamente, llegaron a tiempo para el programa.
La carrera de Pilar Cernuda se ha caracterizado por haber conseguido entrevistas con grandes personajes, no solo nacionales, sino también de la política internacional. Entre los extranjeros, destacan la legendaria Indira Gandhi; las Madres de Mayo en plena dictadura argentina; el presidente egipcio Anuar el-Sadat, que acabó siendo asesinado; el actual líder de la Autoridad Palestina, Abu Mazen; Hussein de Jordania, de quien confiesa que se quedó fascinada. Como se ve, siempre ha sentido un especial interés por Oriente Medio y, en especial por Israel y la situación del publo palestino, adonde viajó numerosas veces junto con su colega y amiga Julia Navarro.
A Cernuda siempre le ha gustado trabajar en equipo y en Lo que yo recuerdo reflexiona sobre el ego —algo de lo que ella siempre ha carecido— de muchos periodistas. “Empeñarse en la individualidad para presumir de firmar en solitario una primicia no siempre es un buen recurso —escribe en el libro—. Hay figuras indiscutibles que se las han arreglado solas y están encantadas de trabajar así. No es mi caso: en ocasiones he ejercido esta profesión sola, he conseguido exclusivas, me he movido con cierta soltura, sin nadie al lado, pero me siento muy cómoda cuando comparto responsabilidades, escucho sugerencias y sé que me acompaña alguien con quien compartir experiencias, buenos y malos ratos”.
Eso explica que en los ochenta fuera una de las artífices de los llamados Desayunos del Ritz. Una iniciativa innovadora entonces de un grupo de mujeres —Julia Navarro, Pilar Urbano, Raquel Heredia, Charo Zarzalejos, Consuelo Álvarez de Toledo y la propia Pilar Cernuda— que pusieron en marcha estas reuniones en las que conversaban off the record con las personalidades más relevantes en ese momento. No faltó ninguno a la cita: Felipe González, Jordi Pujol, Josep Tarradellas, Carlos Garaicoechea o Jon Idígoras, por citar sólo unos pocos nombres.
El pacto del off the record dejaba libertad para utilizar la información, pero con la condición de no citar nunca a la fuente. Alcanzaron un gran prestigio que hizo, por ejemplo, que las seis mujeres inauguraran la famosa bodeguilla de La Moncloa. No sabían que esa reunión iba a ser el final de los Desayunos del Ritz. Una de ellas, Pilar Urbano, rompió el off the record un par de días después publicando en ABC, en forma de entrevista y con pelos y señales, todo lo dicho por el presidente.
Cuenta Pilar Cernuda cómo, tras la publicación, se reunieron las seis en casa de Julia Navarro para reprochar a Pilar Urbano que hubiera roto el pacto. De repente sonó el teléfono. Era el propio Felipe González, muy irritado, que pidió a la anfitriona que hiciera saber a Pilar Urbano que estaba indignado con su falta de lealtad. Es más, el presidente exigió a Julia que mantuviera la llamada para poder oír el reproche y la explicación de Urbano, que se amparaba en que, si un periodista conseguía una información relevante, tenía la obligación de publicarla por encima de cualquier pacto.
La autora del libro formó parte también del llamado Grupo Crónica, un conjunto más amplio de periodistas con un sistema de funcionamiento muy parecido al del Ritz. Entre la década de los 70 y hasta la pandemia del Covid, se reunió en lugares tan emblemáticos de la época como el Hotel Miguel Angel o el restaurante Jai Alai. “Una oportunidad de conocer la democracia española desde dentro”, dice Cernuda. Por allí pasaron desde los protagonistas de la Transición hasta los líderes de Podemos. Recuerda la periodista con humor cómo Pablo Iglesias se mostró especialmente locuaz explicándoles a ellos, a ellos, testigos directos de la época, qué había sido la Transición. “No nos dejó meter baza”, concluye.
Lo que yo recuerdo plantea dilemas habituales de la profesión, como hasta qué punto es ética una relación de proximidad entre políticos y periodistas. En ningún momento, Pilar Cernuda confiesa que para conseguir buena información haya que estar cerca de los poderosos, pero lo demuestra a lo largo de múltiples pasajes de su vida periodística. Por ejemplo, con el Rey Juan Carlos, al que conocía muy bien tras años de cobertura de la Casa Real; con el controvertido Manuel Prado Colón y Carvajal; con Manuel Fraga, por el que confiesa que sentía afecto, al igual que su amiga María Antonia Iglesias; o con Felipe González, al que siempre se ha sentido muy unida.
Es un debate antiguo en las redacciones. Recuerdo que en El Mundo esa era una de las discusiones más frecuentes y acaloradas entre Pedro J. Ramírez, defensor de la mayor proximidad posible, y los miembros del staff, en su mayoría partidarios de mantener una distancia prudente. De hecho, el hoy director de El Español siempre ha tenido amigos políticos, desde Joaquín Garrigues hasta Anguita o Zapatero, pasando por Aznar. Haciendo siempre la salvedad, eso sí, de que la amistad nunca debía impedir publicar una información relevante, aunque perjudique al político en cuestión.
Lo que yo recuerdo es un apasionante recorrido por la historia periodística y política de la España de los últimos cincuenta años, de la mano de una de las periodistas pioneras de la democracia, que los vivió muy de cerca y que siempre se ha caracterizado por su discreción, ponderación y rigor. Fruto sin duda de la estricta formación que supone haber trabajado en una agencia, una disciplina que marca para toda la vida. A los que hemos conocido estas cinco décadas, el libro de Pilar Cernuda nos servirá para rememorar nuestra propia trayectoria y completar las lagunas de nuestra memoria. A los más jóvenes, para conocer el origen y las interioridades de la forja de nuestra democracia, una época que muchos hoy parecen querer olvidar.
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